6. Fortaleza y fragilidad
Nada me hace más fuerte
que tu frágil corazón 🎶
[Una semana después]
Magnus levantó la vista de los diseños en los que estaba trabajando, que descansaban sobre la mesa, cuando escuchó la risita de Max.
Una sonrisa algo triste curvó sus labios cuando vio a Alec en la alfombra frente al sofá jugando con Max. Sus ojos picaron al notar el cojín debajo de él. Estaba todavía muy lastimado, aquellos malditos lo habían desgarrado por dentro y por fuera. En cuerpo y alma.
Alec se estaba tomando un mes de descanso en su trabajo. Le habían hecho dicho que al mes de la tragedia, debía realizarse algunos estudios para asegurarse que no le hubieran contagiado alguna enfermedad y un mes después de ese otro. Eso durante seis meses para estar completamente seguros.
Alec no permitía que nadie lo tocara. Mucho menos hombres. Se había encogido y respirado apenas cuando el doctor entró la primera vez con él despierto. Tuvo que hacerse un cambio para que fuera Etta quien lo atendiera, aun cuando lo conocía y estaba en juego su ética profesional por tantos sentimientos involucrados. Todo fue a través de ella y enfermeras.
Magnus casi tenía miedo cuando salieron del hospital por fin. ¿Cuál sería su reacción con Max?
El pequeño no tenía la culpa y no entendería si era rechazado por su padre...
Afortunadamente, eso no fue un problema.
«En cuanto llegaron a casa y la puerta se abrió, los ojos azules de Alec buscaron a Max y casi corrió por él. Eran evidentes las ganas que tenía de hacerlo. En su lugar, y aun cuando era evidente la mueca de dolor, esperó tratando de sonreír mientras Max iba con pasos tambaleantes hacia él. Se agachó cuando el pequeño se aferró a él. “Magus, Magus” balbuceaba Max. Alec lo abrazó y enterró su rostro en el cabello de Max. No logró ocultarse a tiempo, todos vieron las pesadas lágrimas caer.
Magnus había apretado sus labios con fuerza para no gritar o sollozar. Sus ojos picaban. Y sus manos en puños; nunca había sido violento –a pesar del bullying que él mismo sufrió debido a lo que era y cómo nunca lo ocultó–, pero sentía que si encontraban a los culpables sería capaz de matar...
—Magus. Papi... Magus —el pequeño Max insistía. Y Alec había sorbido ruidosamente por la nariz mientras levantaba el rostro. Había limpiado sus ojos con la manga del viejo y holgado suéter que usaba. Su voz rota cuando dijo “Sí, bebé. Magnus está aquí”. Y aun así no lo había mirado.
Magnus no había aguantado cuando vio el pantalón que Alec usaba mancharse de rojo. Seguramente cuando se había agachado por Max.
Había un nudo en su garganta. Cuando Catarina iba hacia él, todavía con Nadia en brazos, Magnus había negado y señaló con la mirada a Alec. No podía, estaba seguro que no podía. Se había retirado a la habitación mientras ellas –Cat, Etta e Isabelle– se encargaban de decirle a Alec.
El corazón le había dolido tanto. Y todavía tenía miedo de que Alec lo echara de su vida en cualquier momento.
Cuando la puerta se abrió se había limpiado rápidamente los ojos y las mejillas húmedas. La expresión de Isabelle sólo le provocó nuevas lágrimas. Ella también había hechó una mueca mientras se lanzaba a sus brazos.
La pobre. Era menor que Alec y cargando con todo esto. Magnus no sabía si su familia sabía o no, pero estaba seguro que no harían nada aunque lo supieran.
—¿Cómo está? —preguntó en un susurro cuando ambos se calmaron un poco.
Isabelle había hecho un sonido roto antes de separarse. —Bien —su voz también era baja—. Cuidamos a Max mientras él iba a cambiarse. No quiso ayuda. Dijo que, de cualquier forma, él tendría que hacerlo solo las próximas veces.
Y, ay, cómo dolió eso.
Magnus había sentido lo último que su corazón estrujarse y crujir ruidosamente al terminar de romperse.
Isabelle debió notarlo. Se estiró para tocarlo, tomó su rostro y la hizo mirarla a través de las lágrimas. —No te está echando —le dijo, mientras limpiaba la humedad en sus mejillas. Su sonrisa era triste—. Él te ama tanto. Sólo es difícil. No te está echando de su vida. No quise decirlo así y sé que él tampoco...
Magnus negó. Él no lo creía así. —Si lo hubieras visto cuando despertó. Su cara —un sollozo y más lágrimas—. Cuando me dijeron... Y-yo... —estaba llorando ya—, lo siento tanto. Si yo hubiera... —volvió a negar—. Lo siento. Todo el camino recé para que hubiera un error. Que no fuera verdad. Y aun así, nunca dudé de mi amor por tu hermano. Nada me haría dejarlo. Pero cuando él abrió los ojos y me vio, Isabelle, fue...fue como si yo fuera una pesadilla, un monstruo. No me dejó ni siquiera acercarme. Me habían dicho sí, que estaría traumatizado y sería difícil, pero debe saber que yo nunca le haría daño... Yo...y-yo...lo a-mo.
—Es difícil para todos. Sé que nos duele y queremos matarlos. Y odiamos todo porque, ¿por qué él?, ¿por qué nosotros? Pero ni siquiera podemos imaginar lo que es para él. Tampoco nos deja tocarlo. Ya sabes. Incluso con las enfermeras y Etta era obvio su dolor y lo mucho que lo intentaba: no temblar, alejarse, encogerse, gritar...
Aunque lo había hecho. Tuvo pesadillas y gritó y gritó hasta que le inyectaron sedantes.
Sería recurrente, le dijeron a Magnus. Les dieron pastillas y la tarjeta de una psicóloga cuando le dieron de alta.
Isabelle también negó. —Pero te ama y no te quiere lejos, aunque ahora mismo no soporte tu cercanía. Cuando mis papás lo echaron —y ahora estaba realmente molesta—, él no luchó por convencerlos, no rogó o dudó. Tomó a su hijo y salió sin mirar atrás. Alec no es de los que hacen algo que no quieren. Él es fuerte y capaz, no necesita a nadie más que a Max, pero a ti te quiere. Si él no quisiera esto, no estaríamos aquí.»
Así que Magnus no tocó el tema. No le ofreció su salida. Tenía miedo de que Alec lo interpretara mal, incluso si le ofrecía sólo tomarse un tiempo. Pero tampoco lo forzó. Estaba tan cerca como él se lo permitía: no lo tocaba, eso y dormir juntos estaba completamente fuera de los límites. Pero al menos ya no huía ni gritaba si estaban en la misma habitación.
La cuna de Max estaba cerca de la cama, de él. Y Magnus dormía en el sofá, también en la habitación. No quería dejarlo solo.
La única vez, dos noches después, cuando Alec lo miró a través de la habitación oscura cuando Magnus gimió por la incomodidad y dijo en voz baja: —Deberías irte, Magnus.
Magnus no preguntó si de la habitación o del sofá. Recordó las palabras de Isabelle; Alec no había dicho “Vete”, dijo “Deberías irte”. No lo quería fuera, sólo le daba una salida fácil.
Magnus no se movió. Acomodó un poco mejor las almohadas y dijo: —No me voy a ir, Alexander. Buenas noches —aunque no cerró los ojos hasta que la respiración de Alec cambió y dejó de sentir su mirada.
Como éste debió sentirla ahora, porque sus ojos se alzaron y se encontraron con los suyos. Ese azul estaba vacío ahora. Dolía mirarlo. Sus labios en una línea fina, ni soñar con una sonrisa que no fuera para Max. Pero al menos seguía aquí.
—¿Magus? —Max preguntó, siguiendo la mirada de su padre.
Alec suspiró y lo soltó. Se recargó en el sofá e hizo una mueca al moverse sobre su cojín. —Sí, puedes ir con Magnus.
—¡No! —Max hizo pucheros y manoteó a punto de un berrinche, señaló la alfombra en la que ellos estaban y los juguetes—. ¡Magus! ¡'quí!
Magnus sonrió y esperó el asentimiento de Alec antes de acercarse a ellos. —¿Dónde me quieres, Monstruo? —preguntóva Max, aunque su mirada estaba fija en Alec.
—¡'quí, 'quí! —Max siguió gritando. Feliz cuando por fin lo tuvo con él.
Magnus con el corazón roto cuando dijo: —Aquí me tienen.
Pero, ¿dónde lo querría Alec?
¿Y hasta cuándo?
* * *
Ay 💔 no saben cuánto duele todo esto y lo que sigue 😞😭
Diganme qué sienten ustedes, qué piensan...
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