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20. Final: Destiny

El destino se lleva siempre su parte y no se retira hasta obtener lo que le corresponde.
(Haruki Murakami)

[Ocho meses de embarazo]

Los últimos dos meses y medio de embarazo habían sido muy tranquilos. Dos citas más con Etta y la bebé –todavía no decidían el nombre– estaba muy bien. Iba creciendo dentro del vientre de Alec llena de salud. Todo iba como debía ser.

Alec seguía yendo a sus terapias y terminó aceptando que nunca iba a olvidar la violación, que no es algo que pueda superarse fácilmente, que es un proceso y que simplemente tendría que aprender a vivir con ello.

Pero también aprendió que tener buenas personas a tu alrededor, personas que te querían y te apoyaban, ayudaba bastante. Que es importante tener razones, externas a ti, para levantarte cada día –Max, Magnus, la bebé, Esperanza, su trabajo, sus alumnos, Ella donde quiera que esté ahora...–; pero que lo más importante está dentro de nosotros mismos porque si uno no se quiere, si no se valora, si no quiere seguir adelante...no importa que todos los demás te impulsen, no podrás volar.

Y Alec estaba aprendiendo a amarse a sí mismo. No como padre –no biológico– de Max, no como novio –amor de su vida– de Magnus, no como futuro padre –esta vez sí biológico, aunque los amaría igual a ambos– de la nena, no como maestro, no como amigo, sino como Alec. Simplemente él.

Ahora soportaba más la cercanía de Magnus. No, "soportar" ya no era la palabra correcta. Anhelaba las caricias y los besos que antes tanto disfrutaba, tanto amaba. Todavía había momentos en que, sin querer, se tensaba; pero ya no necesitaba que se alejara. Ya no más distancia; al contrario, sus ojos tristes rogaban un abrazo más fuerte, uno que cobijara con más fuerza su corazón herido.

Y todavía había pesadillas a veces –dudaba que se fueran del todo–, pero ayudaba abrir los ojos y saber que despierto había sólo amor y cosas buenas esperándolo.

Ahora mismo un Alec, con un enorme vientre de ocho meses y medio, estaba medio recostado en el sofá. Todo era ya incómodo; no veía la hora de que la bebé naciera. No sabía cómo aguantaría dos semanas más. Estaba demasiado pesado, hinchado y cansado. De malas porque dormir era casi misión imposible. Tenía hambre y estaba demasiado sensible. Y se preguntaba si la bebé sería tan grande de verdad; usualmente él veía a los recién nacidos diminutos y frágiles –recordaba al propio Max–, pero su vientre era enorme. Ni siquiera parecía normal.

Suspiró, mirando las dos fotos en sus manos. Bueno una foto y una ecografía. La fotografía era de un Max con sólo unos días de nacido y la ecografía era de los ocho meses de la bebé. Alec pasó su dedo sobre la segunda, su hija, delineando sus rasgos. Una sonrisa se le escapó cuando recordó que Magnus llevaba cada una de las ecografías en su celular y también el sonido de su pequeño corazón, además de que juraba que la bebé era idéntica a Alec.

Y luego una lágrima rodó porque él quería que fuera como Magnus, que fuera de Magnus. Sabía que no haría ninguna diferencia; porque con su sangre o no, Magnus ya la amaba y el propio Alec sabía que no ser un padre biológico no te hacía menos padre. Pero ¿era mucho pedir ese pedacito de felicidad? Él quería que la bebé fuera suya y de Magnus, no de...

Un sollozo se le escapó y el espasmo que provocó lo hizo hacer una mueca. Y luego más lágrimas. Malditas hormonas.

—¿Qué pasa? —Magnus estaba ahí al instante, mirándolo preocupado y rodeándolo con sus brazos.

Alec hipó un “Nada” y luego hizo un puchero, abriendo más sus brazos. “Te quiero” dijo entre sollozos.

—Lo sé —Magnus no sé quejó de lo incómoda que era para él la posición ni del tiempo que tardó Alec en calmarse—. También te amo, Alexander.

Alec sonrió, recordando las tres palabras que Magnus le había enseñado. Sus ojos todavía brillaban con las lágrimas y su nariz estaba enrojecida y húmeda, pero si a Magnus le preguntan era lo más bello cuando las puntas de sus dedos rozaron su rostro y murmuró: —Aku cinta kamu, Magnus.

Así que sí, todo iba bien.



* * * * *

Iba.

Magnus, que estaba trabajando desde casa, había ido a tomar una ducha rápida.

Max se había quedado dormido en la alfombra de la sala, negándose a separarse de Alec. Estas últimas dos semanas había estado llorando por todo, haciendo berrinches que nunca antes hacía y gritando por su "papi" cada que intentaban alejarlo de él.

Alec temía por el momento del parto. ¿Qué iba a ser de su bebé durante esas horas, o días, que lo separaran de Max?

Suspiró cuando le dio hambre...de nuevo.

No quería despertar a Max ahora que estaba tranquilo por fin. Y no era necesario molestar a Magnus; sólo se haría un sándwich, no era complicado. Podía hacerlo sólo y no tenía que esperarlo.

—¡Uh! —se quejó cuando, después de varios intentos, por fin pudo levantarse solo del sofá—. ¡Ah! —estaba un poco sin aliento y le dolían las costillas y la cadera. Ugh, maldito embarazo. Amaba a su hija y quería ya tenerla en sus brazos; pero estos últimos días estaban siendo un infierno.

Caminó lentamente, agarrándose un costado y con la otra mano en su espalda baja. Dios, todo le dolía. No veía realmente más allá de su vientre, lo que había debajo, así que pisaba con cuidado. Fue sólo un momento de distracción, fue un segundo nada más, cuando volteó para ver si Max seguía dormido, lo que mandó todo al diablo.

Hizo una mueca cuando su pie dolió por el juguete que acababa de pisar.

Dicen que siempre hay que proteger la cabeza cuando caes, pero eso no aplica cuando estás embarazado. Alec sólo tuvo un instante para reaccionar y lo usó para acunar su vientre. Pero eso no fue suficiente.

El dolor que sintió... Alec dudaba que el infierno viniera después de morir. El infierno era eso. El dolor. La sangre, tanta sangre. Y el miedo. Por su bebé, su nena. Y Max...escuchaba a Max gritar en algún lugar, debía estar cerca, pero se sentía cada vez más lejano.


* * * * *

—¿Max? —Alec manoteó, o lo intentó, cuando recuperó la consciencia en la ambulancia.

Magnus hizo una mueca. Limpió furioso las lágrimas que no dejaban de caer. Su otra mano estaba aferrada a la de Alec, ambas llenas de sangre. —Él está bien, corazón. Está bien. No te preocupes, no te agites... Está con Esperanza —mintió un poco, por el bien de Alec. Lo sintió relajarse al instante.

Max no estaba con Esperanza, estaba con una de las paramédicos. Pero ya había llamado a su amiga y vendría pronto por Max, los vería en el hospital.

Y Ella y un grupo de médicos ya estaba esperando por ellos. Por Alec. Por su princesa.

«Por favor, por favor, Dios. No me los quites. Por favor... Tómame a mí, si quieres; pero no te los lleves.»


No podía dejar de llorar. No hay palabras para describir lo que sintió cuando corrió después del grito de Alec, sus lamentos, el llanto de Max y la sangre... Tanta sangre.

Creyó que iba a volverse loco en los minutos que tardó la ambulancia.

Alec apretó su mano antes de cerrar los ojos de nuevo.

Los abrió otra vez y balbuceó desesperado sobre “Max... Ella, Ella Maxwell... Francia... Su papá...padre biológico... La mafia...”. Magnus le rogó callarse, calmarse, respirar. Después podrían hablar de todo esto, de lo que fuera.

Pero Alec, con ojos enormes, negó. —T-tienes... ti... —tosió y Magnus vio con horror la sangre—. Tienes que... —más tos— cuidarlo... Cui-cui-cuidarlo...s de ellos.



* * * * *

«Porque si me muero –pensó Alec– pueden venir por ellos. Por Max. Por la bebé.»

Era importante que Magnus lo supiera.

El padre de Max, indirectamente, provocó la muerte de Ella por haberse relacionado con esa gente. Él los puso en peligro.

Y ahora Alec hacía lo mismo. Si la bebé resultaba ser del hombre, si se enteraban...

Magnus tenía que prometerlo.

Se aferró a su mano y a la consciencia hasta que lo escuchó: —Te lo prometo, Alexander. Los voy a cuidar y amar con mi vida. A los dos.

Alec sonrió, varias lágrimas cayeron antes de que sus ojos se cerraran. Él había hecho una promesa muy parecida a Ella antes que su corazón dejara de latir.

El resto del viaje en ambulancia Alec no volvió a despertar.


* * * * *

Fue una cesárea de emergencia. Magnus entró al quirófano, por supuesto.

Se quedó junto a Alec, mirando sin entender ni escuchar nada de lo que sucedió a su alrededor. Nunca apartó la vista de su rostro, tan pálido, tan tranquilo, tan sin signos de vida.

«Por favor, mi amor, por favor, Alexander. Lucha...»

Únicamente dejó de mirarlo cuando escuchó el llanto de la bebé y volvió a respirar. Ni siquiera sabía que lo había estado reteniendo. La bebé estaba bien, estaba viva.

—¿Está...?

Nadie le contestó y pasaron varios minutos, mientras la examinaban y la limpiaban, hasta que volvieron con un pequeño bulto envuelto en una manta blanca y la enfermera la sonrió. Magnus escuchó a medias que estaba bien, pero debían llevársela porque era prematura y querían hacerle más exámenes para asegurarse que el golpe no hubiera dañado nada. Pero podía sostenerla un momento.

Magnus se sentía fuera de su propio cuerpo, como un espectador mirando mientras tomaba el pequeño ser diminuto en sus brazos. Le sonrió, tan jodidamente nervioso y emocionado. No estaba prestando atención a Alec, cuyos ojos estaban abiertos, mientras retiraba la mantita para verla bien. Era... Su sonrisa se congeló.

Rubia.

Sus ojitos, que lo miraban con atención, parecían azules. Pero no el azul de Alec, un azul grisaseo.

Su corazón dio un salto al comprender.

Mordió su labio inferior con fuerza. Y luego lo escuchó, un susurro débil: —¿Magnus?

Miró, sorprendido, a Alec. Él no alcanzaba a ver a la bebé, pero su pregunta era obvia. El miedo en sus ojos y su voz.

Magnus sonrió y no había duda en su voz. La sangre no importaba aquí.
—Es hermosa —le dijo— y es nuestra, Alexander —por supuesto que lo era. Su hija.

Alec suspiró feliz y cerró los ojos. —Destiny... —murmuró con su último aliento. Quería decirle que era el nombre correcto porque fue el destino siempre con ellos: en el metro donde Max miró a Magnus y ahora, después de tanto, traerlos hasta aquí para tener a su hija. Era el Destino. Ella era Destiny, Ella Destiny—. Ella Destiny —y fueron sus últimas palabras antes de que un montón de máquinas empezaran a zumbar.

—¡Lo estamos perdiendo! —alguien gritó.

Y la bebé fue arrancada de sus brazos.

No se le permitió acercarse a Alec tampoco.

Nadie le dijo nada. Lo sacaron del quirófano a empujones.

Magnus no entendía nada, pero sintió como si fuera su corazón el que se había detenido.

¿Era el Destino? ¿Este era de verdad su destino? ¿Sería padre soltero ahora?

–¿Fin?–





* ~ * ~ *

Hola de nuevo por aquí (si es que hay alguien aún). Tantas cosas que decir...

Este es último capítulo, pero habrá un epílogo. Ustedes tranquilos. ¿Quién les gustaría que narre?

Y sí, la nena se llama Ella Destiny. "Ella" ya saben porque y "Destiny" por el destino y fue precisamente este momento el que le da nombre a la historia ❤️

No, no es hija biológica de Magnus. Pero eso no cambia del amor 💙

Y por último, Feliz Año nuevo para ustedes, gracias por acompañarme este 2020 de tantos altibajos ❤️❤️

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