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19. Amarillo 💛

Háblame. Ayúdame a entender el dolor en tus ojos.
(E.Frank)



[Seis meses de embarazo]

Alec respiró profundamente, con los ojos cerrados. Como si eso evitara que los demás lo vieran a él. Acarició suavemente su vientre. Que vieran al pequeño ser que habitaba dentro de él –“Mi princesa”, llevaba Magnus llamándola así todo un mes–. Su princesa.

Alec mordió sus labios, tratando de romper el puchero que se estaba formando. No estaba celoso de su hija. Eso era absurdo, ¿verdad? Él no se ponía celoso de Max, ¿por qué lo haría de su nueva bebé?

No importa que Magnus estuviera vuelto loco de emoción. Contando los días para su llegada.

Que hubiera diseñado ya montones de trajecitos y vestidos diminutos para su "Princesa".

Que ya no fuera tan cuidadoso con Alec. Que se atreviera a tocarlo sin preguntar, sin nada más que una mirada dubitativa y llena de ilusión. Que sus manos fueran suaves mientras acariciaba su vientre –a veces directamente sobre su piel–. Y cómo acercaba su rostro, dejaba ahí su mejilla o frotaba su nariz antes de sonreír con un “Hola, mi princesa hermosa”, para después mirar a Alec. Por fin. Al final...

Abrió los ojos de golpe cuando sintió una vibración. Era su móvil, con un mensaje nuevo. Como si Magnus leyera su mente, le había escrito: «El Monstruo ya está en la guardería, voy de camino al trabajo. ¿Tú todo bien, mi rey?»

Alec sintió cómo sus mejillas se encendían al instante, pero también sus labios se movieron a una sonrisa. Era ridículo cómo lo llamaba Magnus a veces, pero también se sentía bien. Casi normal. Como antes de... Como antes. Cuando Magnus no tenía que cuidar cada paso que daba a su alrededor, cada palabra, cada movimiento; cuando se sentía libre de ser él mismo con Alec. Cuando se conocieron y se enamoraron.

Y todo comenzó por aquello de la "Princesa" y una pequeña escena de celos. Y no, no fue suya. Él no era celoso. Era un adulto, por Dios...


«Alec estaba recostado en el sofá, viendo una película. Había palomitas con dulces, chocolates y gomitas mezcladas en el mismo tazón –sí, había sido un antojo–.

Max estaba frente a Alec, entre él y el televisor. Jugando con unos bloques y construyendo quién sabe qué cosa con ellos.

Magnus estaba a unos metros de ellos, muy concentrado en un nuevo diseño. Alec no sabía si era para algo de su trabajo o para su...

—¿Cómo está mi princesa? —Alec saltó cuando lo escuchó y sintió una mano sobre su pierna.

No fue por la cercanía ni por la caricia, ya se estaba acostumbrando al contacto de nuevo, sobre todo desde que supieron que sería niña porque Magnus se volvió loco de felicidad y pareció perder un poco su miedo a acercarse a Alec. En realidad fue que no lo vio venir, había estado muy concentrado en sus pensamientos –ni siquiera estaba poniendo atención a la película– y lo había asustado.

Magnus retiró su mano al instante. Sus ojos, sus hermosos ojos verde dorado, se abrieron con miedo. Ese mismo miedo que Alec recordaba de los primeros días: cuando el dolor de su cuerpo y los recuerdos estaba muy presente, cuando las pesadillas lo despertaban por las noches y durante los días no quería ver a nadie... Cuando Magnus quería abrazarlo, decirle que todo estaría bien, recordarle que lo amaba; pero no sabía si podía hacerlo. Cuando tenía miedo de tocarlo, porque Alec no estaba listo.

Alec sintió su corazón romperse –un poco más, maldita sea– cuando notó que la mano de Magnus estaba temblando. Alejó la mirada al instante, pero Alec entendió. Pudo leer en sus ojos lo que Magnus creyó entender, como leyó el la situación debido a su reacción.

Inmediatamente empezó a recoger las palomitas y los dulces que se habían caído cuando Alec saltó. —V-vamos... —aclaró su garganta cuando su voz se quebró un poco y luego lo repitió—. Vamos por más para el antojo de la Princesa.

Y Alec sintió sus ojos llenarse de lágrimas cuando no hubo una caricia acompañando esas palabras. Magnus siempre frotaba su vientre cuando hablaba de la princesa y le sonreía a Alec como si fuera el culpable de dicho milagro. Como si él lo hubiera buscado. Como si fuera algo bueno y no debido a...

Magnus ni siquiera notó sus lágrimas. Así de fuerte lo estaba ignorando. Y todo era su culpa; Alec lo sabía. Ahora volverían a tener una barrera entre ellos, separándolos. Y era toda su culpa.

—¿Yo pincesa? —Max estaba preguntando, cuando Alec volvió a prestar atención.

—¿Eh? —Alec no entendía.

—¿Yo pincesa? —Max repitió. Se había puesto de pie y estaba mirándolo con atención.

—Uh... No... —Alec se detuvo cuando Max empezó a pucheros, sus ojos llenos de lágrimas.

—Tú, el príncipe Monstruo —Magnus le dijo cuando volvió, tomándolo en brazos con un movimiento rápido y alzándolo al aire. Al mismo tiempo que, con cuidado de no tocarlo, le dejó a Alec un tazón lleno de más palomitas y su mezcla extraña.

Alec hizo un puchero mientras los miraba. Max ya se estaba riendo a carcajas mientras Magnus lo llevaba como un avión. —La princesa es la bebé. Tu hermanita. Ella es niña. Tú eres mi Monstruo, eres un príncipe... Aunque, si tú quieres, puedes ser princesa también —dijo Magnus después de pensarlo un poco.

Pero Max ya estaba riendo feliz y aceptando ser un príncipe. —Yo pincipe. ¿Y papi? —lo miró atentamente, con esos ojitos azules llenos de inocencia y felicidad.

Magnus, en cambio, no lo miró para nada mientras decía: —Papi es el rey y los reyes a veces quieren estar solos y que no los molesten. Ven conmigo a trabajar mientras el rey ve su película, ¿sí?

—¡Sííí! —Max agitó sus brazos "alas" y gritó feliz. Y luego—. ¿Y tú, Magus?

Alec miró la sonrisa pícara de Magnus y su mirada traviesa dirigida a su hijo cuando dijo con un guiño: —Yo soy la reina de esta historia.

Max, sin entender nada, rio a carcajadas.

Magnus le sonrió al pequeño.

Pero antes de que pudieran alejarse de él, Alec detuvo a Magnus. Tomó con fuerza un pedazo de su camisa de seda. Lo miró con impotencia, cuando todas las palabras que quería decir –“No te vayas. No se vayan. Lo siento. Sólo me asusté porque soy tonto y me he vuelto paranoico desde... No quiero que dejes de tocarme, que dejes de quererme. No te quedes conmigo sólo por los niños, por nuestros hijos. Sigue amándome a mí, por mí, por favor”– no salían.

Pero Magnus pareció entender. Le sonrió, una sonrisa tentativa e insegura, mientras daba un lento paso hacia él. Acarició sus mejillas, debajo de sus ojos, limpiando las lágrimas. Y, cuando Alec no se alejó, dijo: —Bueno parece que hoy el rey no quiere estar solo, príncipe Monstruo, así que vamos a quedarnos aquí.

Y así pasaron la tarde viendo películas.

O, mejor dicho, Max tirando palomitas y llenándose las manos de dulce y chocolate. Magnus, sentado al lado de Alec, riendo y tratando de que no lo manchara. Y Alec mirando a Magnus sonreír.

Fue mejor que cualquier película.»



Alec volvió a la realidad cuando otro mensaje llegó. Esta vez más serio, podía leer la preocupación de Magnus entre líneas. Se apresuró a decirle que ya estaba en clases y después le llamaría o escribiría. No sabía por qué se preocupaba si lo habían dejado en la puerta del Instituto.

Se sintió un poco culpable por mentirle, mientras avanzaba rápidamente a su salón. Llegaba tarde a propósito; así nadie lo vería raro. Era ya imposible ocultar el embarazo; su vientre tenía una forma que claramente gritaba "Bebé" y no simplemente "Gordo".

A veces sentía que lo mejor hubiera sido ausentarse todo el embarazo. Así nadie, más que las autoridades correspondientes, lo sabrían y podría volver a dar clases con normalidad después.

En cambio ahora tenía que ir con la cabeza agachada siempre, tratando de ocultar algo que era imposible, abrazando su vientre y pretendiendo no notar las miradas raras y los cuchicheos. Quizá era algo más que aquellos malditos hombres habían arruinado: no podría seguir siendo profesor. Al menos, no aquí.

Sintiendo una pesadez en su pecho y la tristeza formándose rápidamente, abrió la puerta del salón y...

—¡Feliz día del maestro! —el grito de aproximadamente treinta alumnos lo hizo saltar.

Había olvidado que era el día del maestro.

Sophie se apresuró hasta él, fue la primera obviamente. No podía ser de otra manera. Lo abrazó con fuerza, pero con cuidado. Incluso, lo que provocó las primeras lágrimas, acarició su vientre. —Usted es el mejor, maestro Alec. Feliz día. Siempre fue especial y diferente a los demás profesores, lo que estaba bien para nosotros. Pero ahora lo es más —ella lo miró a los ojos—. Lo queremos mucho y es usted muy valiente.

Y luego más alumnos vinieron a decirle "Feliz día". Algunos le dieron la mano, le llevaron regalos, otros se atrevieron a abrazarlo con un poco de incomodidad y miedo a lastimarlo.

Y hubo uno al final que le dio una bolsa que no decía “Feliz día del maestro”, sino que tenía a un tierno bebé en la imagen. Y dijo: —Es amarillo, porque no sabíamos si es niño o niña. Y mi mamá dijo que de cualquier manera el amarillo es el primer color que debe usar. Es tradición y es de buena suerte.

Alec limpió sus lágrimas y apenas pudo balbucear un: —Gracias.

Lo primero que hizo cuando tuvo un minuto libre fue enviar una foto a Magnus del pequeño trajecito amarillo... ¡Con destellos dorados!

Alec sonrió pensando que seguramente le encantaría.








* ~ * ~ *

Sé que no los merezco por desaparecerme tanto tiempo 😔, pero les agradezco mucho si es que siguen aquí y espero les haya gustado el capítulo ❤️ ¿Cómo les ha ido en todo este tiempo? ¿Cómo están?

Acá en México suele ser así. Dicen que los bebés deben salir del hospital con algo amarillo y que haya sido un regalo. ¿En sus países hay alguna tradición así?

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