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13. Luces en la oscuridad

Sonreí y lo besé, y mi corazón estaba lleno de él. Saturado. Sólo yo sabía que no se iba a romper en un millón de pedazos. Porque estaba bajo su cuidado.
(E.Scott)




Era domingo –Alec tenía trece semanas de embarazo–, estaban en la Sala de Espera, aguardando por su turno. Alec planeaba volver al trabajo al día siguiente, pero Magnus insistió en tener el visto bueno de Etta antes.

Así que aquí estaban.

—No hagas pucheros —la voz de Magnus y su mano, ese toque tan familiar, en el muslo de Alec lo sobresaltaron. No pudo evitar saltar en su silla. Sus manos, que habían estado entrelazadas sobre su vientre, se sacudieron; una se levantó como para protegerlo de cualquier peligro, mientras la otra envolvía el pequeño bulto en su vientre.

—¡Lo siento! —Magnus habló apresuradamente, sus ojos muy abiertos estaban llenos de pánico. Retiró su mano lentamente, evitando la mirada de Alec—. Lo siento —repitió—, yo... —suspiró frustrado. Quizá era el peor novio; a veces olvidaba que todo esto había ocurrido y actuaba como antes sin pensar. Él sólo había querido molestarlo, como hubiera hecho en otras ocasiones, por sus pucheros; lo tocó sin pensar, acercándose, a nada de acariciar sus labios fruncidos y girar su rostro para un beso... Cerró los ojos con fuerza y respiro, porque eso ya no podía ser. No ahora.

Alec sintió las lágrimas picar. Él también cerró los ojos, pero sólo un momento. Odiaba esto, todo esto: no poder estar con Magnus sin asustarse por cualquier cosa, arruinar los buenos momentos por sus miedos, saltar ante la menor caricia, las noches dando vueltas en la cama o despertando entre gritos –esas en que Magnus tenía que irse con Max a otra habitación, no porque no quisiera ayudar a Alec sino para no asustar a su hijo–, los flashazos que a veces tenía de lo ocurrido... Pero, sobre todo, odiaba ver a Magnus así. ¿Cuánto tiempo más pasaría para que se cansara de él y se fuera?

Abrió los ojos, también con un suspiro –el suyo lleno de dolor–. Magnus se iría y lo dejaría solo con Max y con su hijo o hija. Quizá su destino siempre fue ser padre soltero y debería aceptarlo.

—Magnus, yo... —su voz fue tan baja y rota, su garganta dolía, su pecho estaba apretado y su estómago revuelto (aunque esto último bien podían ser nauseas por el embarazo). Cuando Magnus lo miró, el verde dorado de sus ojos tan apagado, Alec olvidó lo que estaba por decir. Levantó su mano al rostro de Magnus, aunque sin llegar a tocarlo, y volvió un poco a lo que eran antes de toda esta tragedia—. Yo no hago pucheros —terminó, con voz un poco más firme, y los labios en un puchero inconfundible se curvaron en una pequeña sonrisa cuando Magnus también sonrió un poco.

Magnus sonriendo era definitivamente hermoso. Siempre lo era claro: recién despertado, con el rostro sin maquillaje y el cabello alborotado; cuando salía de bañar y algunas gotitas rebeldes brillaban sobre su piel y el cabello húmedo se le pegaba; cuando su ceño se fruncía en concentración al dibujar alguno de sus diseños; cuando iba con Max en brazos o jugaban en la sala; cuando se sentaba al lado de Alec y Max, sólo para estar cerca de ellos, mientras se maquillaba y su hijo perdía todo interés en él para ir con Magnus y conseguir un poco de brillos; cuando le decía “Te amo” con palabras o miradas... Pero esa sonrisa...en realidad cada sonrisa de Magnus era distinta y absolutamente todas lo dejaban sin aliento.

Magnus estaba por decir algo, sus labios –con un brillo sutil que Alec se encontró con antojo de probar; su estómago se revolvió un poco, mariposas que creía perdidas para siempre revolotearon ahí– se separon y Alec se inclinó un poco hacia él con sus cejas alzadas, esperando por sus palabras, ansiando...cualquier cosa que viniera de él.

—¡Uces! —y entonces Max llegó corriendo, con sus pasitos un poco tambaleantes todavía, y chocó contra Alec. Éste se apresuró a detenerlo sólo con una mano, la otra siempre sobre su vientre. Él nunca antes había estado embarazado –así que no sabía si era debido a lo que le había sucedido con aquellos hombres o si era lo normal en este estado–, pero se encontraba siempre protegiendo esa parte de su cuerpo, siempre queriendo estar en contacto con ese punto de vida dentro de él, siempre asegurándose que estuviera a salvo.

Alec bajó su mirada hacia Max que insistía “¡Uces! ¡Uces!”, tirando de su pantalón y señalando algo. Alec no entendía, hasta que Magnus se levantó y tomó a su hijo en brazos. Max lloró un poco, señalando una de esas maquinitas donde metes monedas y salen algunos dulces. Magnus ni siquiera miró a donde señalaba, simplemente tomó su manita y la besó, provocando que Max soltara risitas. —Esos dulces no son para bebés —le dijo y cuando Max hizo pucheros se Volteó para mirar a Alec como diciendo “¿Ves? Igualito a ti”.

Alec no pudo evitar sonreír. Una sonrisa genuina y feliz, mientras Magnus le prometía a Max dulces apropiados más tarde. Magnus ya sabía que no era su hijo biológico y no había hecho ninguna diferencia para él: seguía tratando a Max igual, su amor por su "Monstruo" no había disminuido ni un poco y seguía señalando –como ahora– lo parecido que era a Alec aunque ya sabía que era imposible.

Alec se había quedado mirándolos mientras acariciaba distraídamente su vientre. No notó que le hablaban, hasta que Magnus –todavía con Max en brazos– se agachó a su altura y su hijo toqueteó su cara con sus manitas traviesas. Magnus se rio y las retiro. —Ya es nuestro turno, Alexander.

Alec se dio cuenta que una pareja acababa de salir. El vientre de ella demasiado abultado, no como el suyo con una ligera inflamación que quizá sólo el notaba. Etta los esperaba en la puerta.

Magnus dudó antes de ofrecerle su mano para ayudarlo a levantarse. Y Alec dudó todavía más para tomarla, pero al final lo hizo en un impulso de valentía cuando ya Magnus la estaba retirando. Se puso de pie tan rápido que se mareó un poco y Magnus lo sostuvo un momento. Sus cuerpos cerca, lo más cerca que habían estado desde aquel abrazo hace una semana.

Etta, que lo notó tambalearse, se acercó preocupada. —¿Estás bien?

Alec asintió lentamente, sus mejillas enrojeciendo. Él nunca dejó de mirar a Magnus. Magnus le sonrió y dijo que: —Vamos a ir a conseguir algo apropiado para mi Monstruo y te esperaremos aquí, ¿está bien?

Alec mordió su labio inferior. Sabía que Magnus sólo quería darle espacio; pero él lo quería cerca, lo necesitaba. Negó un par de veces..

—¿No? —Magnus parecía confundido.

—¿Pueden pasar conmigo? —preguntó tímidamente a Etta, pero sin dejar de mirar a Magnus.

Después de un momento de vacilación, Etta aceptó. Y Alec se sintió mucho más ligero cuando avanzó hacia el consultorio con Magnus detrás de él.

—Alexander quiere volver a trabajar. Ya llamó al Instituto —fue Magnus quien empezó a hablar sin parar apenas cerraron la puerta—. Y sé que te hablamos de último momento y que sólo atiendes fines de semana casos urgentes o con citas programadas con tiempo, pero esto es importante y...

—Sshh, sshh —Etta palmeó una de las manos de Magnus, lo que hizo reír a Max que terminó jugueteando con los anillos que llamaron su atención—. Vamos a calmarnos y vamos por partes. Antes de darles mi opinión al respecto, me gustaría hacer una ecografía...

Alec, que había estado distraído observando todo a su alrededor, miró con ojos enormes a Etta. —¿E-ecografía? ¿Por q-qué? ¿Algo va mal? —y si bien odiaba a los hombres que le hicieron tanto daño, no podía trasladar ese odio a su hijo. Simplemente no podía. No juzgaba a nadie si es que otros lo hacían, pero para él fue imposible. Se aferró a su vientre asustado, estremeciéndose.

—No, cariño —Etta tocó tentativamente su hombro—. Es un chequeo de rutina. Probablemente lo habríamos hecho contigo hasta el próximo mes, pero ya que estás aquí... ¿Podemos?

Alec tragó, todavía asustado y dudoso. Asintió. Recordaba haber acompañado en estos momentos a Ella; Max solía moverse en la pantalla cuando él o ella hablaban. Se encontró limpiando algunas lágrimas mientras caminaba hacia la camilla. ¿Su hijo –o hija– lo reconocería ya, lo querría?

Etta lo ayudó a subir y luego le pidió levantarse el suéter y bajarse un poco el pantalón. Alec sintió todo su rostro caliente y deliberadamente no miró a Magnus que afortunadamente seguía en su silla cuidando a Max. Definitivamente se notaba inflamado, ya no era un vientre plano, su cuerpo se iba deformando. Y una pena ridícula lo invadió porque Magnus lo viera así. Además, se sentía un poco desnudo descubriendo su cuerpo así.

Fijó su mirada en el techo y se dijo que no la apartaría de ahí. No quería notar si Magnus echaba un vistazo, no quería ver muecas de horror o desagrado. Dejaría que Etta hiciera su trabajo y luego se cubriría inmediatamente.

Hizo una mueca cuando el gel frío lo golpeo. “Lo siento” dijo ella mientras iba expandiéndolo y encendía la pantalla. Luego Etta soltó un “¡Aaww!” que inmediatamente tuvo a Alec rompiendo su promesa y mirando. Estaba preocupado de que hubiera algo malo y por eso su reacción, pero cuando miró la pantalla y las manchas blancas entre todo lo negro aparecieron se encontró llorando sin control.

Magnus se puso de pie asustado, con Max también llorando y retorciéndose para ir con su “¡Papi!”.

Alec quiso controlarse, pero no podía. Ahí estaba su hijo, su bebé. Podía verlo ahora. Miró impotente, con una mueca, a Magnus. Su vista borrosa por las lágrimas. Estaba intentando sonreír, aunque seguramente se veía horrible.

Etta les dijo que podían acercarse. Alec se apoyó un poco en sus codos, tratando de no moverse mucho y recibió a Max cuando Magnus lo puso a su lado. Su hijo se acurrucó en su pecho y buscó a ciegas su rostro con sus manitas. Todavía sollozando por su “¿Papi?”.

—Estoy bien, Max —Alec se obligó a hablar para calmarlo y aun así el pequeño se negaba a soltarlo. Alec frotó su mejilla contra él, sus ojos clavados en la pantalla que mostraba a su otro hijo. Y entonces se encontró sonriéndole a Magnus, mientras acariciaba la espalda de Max suavemente. No había estado preparado para esta reacción, para esta emoción, pero ahí estaba: otra pequeña luz en su vida últimamente tan oscura.

Magnus le sonrió de vuelta y lo que dijo después tuvo a Alec llorando de nuevo: —Mira, Monstruo, ese es tu hermanito o hermanita.

Max, curioso por la voz de Magnus, se levantó por fin. Todavía lloroso preguntó: —¿Ito?

Magnus asintió sonriendo, luego su sonrisa se hizo más amplia. —O "Ita".

Alec no podía dejar de llorar. Pero, a diferencia de todas las ocasiones anteriores, esta vez de felicidad. Quizá no todo era tan malo, ¿cierto?

Tenía tres faros brillantes que iluminaban y guiaban su camino: Max, Magnus y su nuevo bebé.





* ~ * ~ *

¡Hola! Por fin capítulo aquí 🙆, ¿qué les ha parecido? ¿valió la pena la espera?

¿Cómo están en estos momentos tan difíciles? Espero que se encuentren bien y sus seres queridos también

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