10. Entrar en tu vida
Y así pasan los días, de lunes a viernes
Como las golondrinas del poema de Bécquer
De estación a estación, enfrente tú y yo
Va y viene el silencio
De pronto me miras, te miro y suspiras
Yo cierro los ojos, tú apartas la vista
Apenas respiro, me hago pequeñit(o)
Y me pongo a temblar
Y entonces ocurre, despiertan mis labios
Pronuncian tu nombre tartamudeando
Supongo que piensas qué chic(o) más tont(o)
Y me quiero morir
Pero el tiempo se para y te acercas diciendo
Yo no te conozco y ya te echaba de menos
Cada mañana rechazo el directo
Y elijo este tren 🎶 **
[Continuación del capítulo 7]
POV MAGNUS
—Eres un monstruillo afortunado, ¿lo sabes, mi cielo?
La voz de Alexander, el cariño que pone en cada palabra y el que brilla en su mirada llenan mi estómago de mariposas. Y él ni siquiera me está mirando a mí.
—Lo sé –lo digo sin pensar, mientras tomo su portafolio y la pañalera para ayudarlo a sentarse, pero no me arrepiento ni me retracto. ¿Qué tan grande es la locura de querer que me lo diga a mí?
"Mi cielo"
Yo estoy suspirando como un estúpido adolescente, mientras él tartamudea que no lo decía por mí. Sus mejillas adorablemente ruborizadas.
Le guiño, acariciando como por accidente –aunque claramente no lo es–
su mejilla caliente y roja antes de bajar la pañalera a mis pies y acomodar el portafolios.
Siento que me estoy volviendo loco por despertarme innecesariamente temprano y tomar el metro sólo para ver a este par de ojiazules.
Max hace un sonido entre un chillido y una risa que aumenta la calidez en mi pecho. Su risita, su sonrisa y sus ojos entrecerrados por su mueca de felicidad son suficiente para sentirme mejor.
Él ya está extendiendo torpemente sus bracitos hacia mí. Acerco mis manos hacia él, las suyas pequeñas atrapan uno de mis dedos e intenta tirar de mí.
Acaricio una de sus mejillas regordetas con mi mano libre y estoy por tomarlo entre mis brazos cuando Alexander hace un sonido extraño.
—¿Puedo? –le pregunto antes de tomar a su hijo en mis brazos, recordando la primera
vez:
«—¡Ni siquiera aparentas esos veintitrés! –y yo no lo había querido decir como un insulto.
Al contrario, lo admiraba porque era tan joven y ya era profesor. Y yo juraría que de los buenos. No cualquiera va repasando sus notas cada día, cada mañana mientras el resto del mundo todavía va quedándose dormido.
Y él, tan indignado, sus mejillas enrojecidas, había comenzado a defenderse, gritándome un poco sobre su capacidad para ser profesor sin importar su edad. Sólo para terminar desesperado, sus ojos azules mirándome suplicantes: —...no puedo aprender si no me dan la oportunidad y...
Y yo simplemente lo había hecho. Mi mano no había pedido permiso para apretar suavemente su brazo e ir subiendo hasta su mejilla. Y lo dije porque realmente lo creo, que él es capaz por supuesto, y el precioso rubor de sus mejillas me hacía querer frotarlas y su la curva de sus labios besarlos.
Me quedé sin aliento, sólo mirando esa sonrisa. Y no sabría decir si fue afortunado o desafortunado que Max estornudara en ese momento.
No puede haber cosa más graciosa que un bebé asustándose con su propio estornudo.
—Aaww, ¿te asustaste, cariño?
El pequeño Max seguía haciendo pucheros mientras Alexander lo arrullaba, tratando de calmarlo. Busqué entre mis cosas algunos pañuelos desechables para limpiar las lágrimas del bebé y entonces encontré algo mejor: una tela de colores, un pequeño retazo de mi último diseño.
Fue obviamente una buena elección porque Max comenzó a reír de nuevo, manoteando hasta que logró quitármela. Sonrió claramente orgulloso, antes de buscar a su padre para mostrarle su motín.
Alexander tenía una mirada y una sonrisa extrañas mientras nos miraba.
Quería preguntarle qué pasaba.
O, mejor aun, meterme en su cabeza y saber qué estaba pensando mientras nos miraba.
Pero entonces su móvil sonó y, por Dios que este par son definitivamente padre e hijo, Alexander saltó, tirando sus apuntes para su clase.
—Es importante –me mira desesperado–, de mi trabajo...
—Déjame ayudarte –me ofrezco a sostener a Max mientras él atiende su llamada y recupera sus fichas.
Él me mira mal, alejándose todo lo que los asientos se lo permiten, apretando más a Max contra él.
Y es tan tierna su reacción que me encanta. ¿A dónde podría irme con su hijo justo ahora, a mitad de dos estaciones, en un vagon sin más salidas que las puertas ahora cerradas?
Finalmente, no muy convencido, deja a su mayor tesoro en mis brazos.
Me pierdo mirando al pequeño Max que se acurruca inmediatamente en mis brazos. Puedo sentir mi ceño fruncirse porque si bien nunca he cargado a un bebé antes, no pensé que sería así: Max encajaba perfectamente conmigo, amoldados a la perfección él y yo.
Alexander piensa que es discreto cuando aprieta justo arriba de mi rodilla para mantenerme en mi lugar, mientras atiende su llamada y recoge sus fichas.
Max frota su mejilla contra mi pecho, ya durmiéndose. Y mi ceño se convierte en una sonrisa. Su pequeño cuerpecito calentando mi pecho y no es sólo físico. Lo envuelvo entre mi abrigo para que no tenga frío. Su boquita está un poco abierta. Y es hermoso tenerlo aquí conmigo. Tiene aferrada entre sus manitas la tela de colores.
Cuando miro hacia Alexander, él ya nos está mirando, con esa sonrisa extraña de nuevo.
Le ofrezco mi mano y él me da sus fichas, pero no es lo que quiero. Yo envuelvo su muñeca y tiró de él, provocando que casi caiga sobre mí.
Incluso más ruborizado vuelve a su asiento y no me vuelve a mirar mientras sigue su llamada. Su mano libre se cuela bajo mi abrigo y se queda sobre la espalda de Max, rozando mi brazo que se llena de electricidad.
—No va a regresártelo –me dice después de un largo silencio–. Tu p-pañuelo, quiero d-decir –tartamudea cuando lo miro.
Y yo me encuentro sonriendo. —No importa...
Creo que estoy perdiendo mucho más que un pañuelo aquí.»
Y realmente el pequeño Max no soltó, ni siquiera dormido, el trozo de tela.
Y yo había querido poder tomar a Alexander así mismo, entre mis brazos, cerca de mi corazón.
—Sí –Alexander lo suspira y ya casi he olvidado lo que pregunté.
El pequeño Max vuelve a mis brazos feliz, tanto que entre su alegría uno de sus puñitos golpea directamente uno de mis ojos.
—Oh, por Dios –el grito de Alexander hace llorar a su hijo.
Los dos intentamos calmarlo y él vuelve a acurrucarse contra mí.
—Dios, lo siento –Alexander no deja de disculparse. Sus manos nerviosas y un poco torpes sobre mi parpado y bajo mi ojo, quiero decirle que no se preocupe, que no es nada, pero sus dedos sobre mi piel se sienten bien.
Y me encuentro diciéndolo antes de pensarlo siquiera: —Alexander, me gustaría conocerte.
CONTINUARÁ...
Jgfgffh ¡Lo dijo! ¿Ahora qué creen que diga Alec? 🙈
Ahí estuvo el pov Magnus 😌 me encanta incluir diferentes povs de un mismo momento. Sé que muchos lo creen repetitivo (me lo han dicho), pero a mí me gusta porque sabes lo que todos sienten en un mismo momento, las conexiones que muchas veces se dan entre los personajes y que se pierden cuando una historia es narrada por sólo uno de ellos. ¿Ustedes qué piensan? ¿Qué prefieren al leer?
** El otro día escuchaba esa canción (que es una de mis favoritas) y no podía no acordarme de esta historia 😻
Les compenso el capítulo de Encadenados 💔 con éste 🙊
Esta semana podré hacer un maratón, en mi tablero dejé la publicación para que voten :3 (tienen unas horas más antes de que anuncie la historia ganadora ❤)
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