Preface
Se ajustó la bufanda para cubrirse el rostro, evitando así que la gente a su alrededor pudiera verle la cara completa. Su cabello era de un tono oscuro como la noche, corto y liso. Poseía la piel blanca y ojos azules casi negro, donde uno de ellos era cubierto por un mechón de pelo. Tenía las uñas pintadas con esmalte, una maravilla que había descubierto hace unos pocos años en esta época, lo que hacía resaltar aún más su piel. Y una bufanda larga que rodeaba por completo su cuello y colgaba detrás de su espalda de tela suave, con franjas blancas y moradas que se intercalan entre sí. Aunque en realidad era una capa ilusoria, una que usaba cada que salía a las calles. Ya que, bajo aquella simple cortina, la bufanda era, en realidad, dos serpientes; una verde y otra de un tono rosa cálido, ligeramente parecido al salmón.
Llevaba un tiempo vagando sin un rumbo verdaderamente fijo, caminando sin un destino. Después de todo su vida no tenía ningún propósito, no sin ella a su lado.
¿Cuánto tiempo había pasado? Probablemente siglos desde entonces. Pero aunque haya pasado hace tanto tiempo atrás, el recuerdo de aquella bonita sonrisa seguía vigente en su memoria, como si el fantasma de su amada lo acompañara siempre. Todavía podía recordar su rostro, su hermoso cabello blanco, sus siempre expresivos ojos, y su voz; incluso aveces la escuchaba mientras dormía, como un susurro lejano en su oído que le pedía que fuera a algún lugar.
Y de algún modo, había terminado en el desierto.
La tarde era soleado y sin nubes, bastante tranquilo a decir verdad. El sol estaba cayendo por el horizonte lentamente, y los colores anaranjados y rojizos iban adueñándose el cielo conforme pasaba el tiempo, mientras que del otro lado las estrellas iban salpicando el cielo. Parecía que aún era temprano, aunque pronto terminaría por oscurecer.
El panorama estaba cubierto por árboles inmensos de copas altas y arbolillos, con un frondoso pasto que llegaba hasta la mitad de sus rodillas de un verde yerba y algunos arbustos regados por todo el lugar. Las altas sombras de los árboles le daban un matiz algo misterioso al lugar, lo que le hacía estar a gusto allí.
Estaba caminando tranquilamente, cargando consigo un par de conejos que había cazado esa misma tarde para comer, por lo que estaba buscando un lugar donde asentarse y así prender una fogata.
Había dejado las cosas sobre el suelo cuando sus oídos habían captado algo a la lejanía, pero había decidido ignorarlo, optando por acomodar la madera que había recolectado dentro del círculo de piedras y así prender la fogata. Antes de siquiera poder sacar una chispa, volvió a ser el mismo sonido de antes, solo que esta vez con mayor agudeza, como si estuviera más cerca que la última vez. Dejó la madera y los conejos a un lado y se concentró solo en escuchar, levantándose del suelo con cautela, hasta que el sonido antes lejano tomó forma:
Eran gritos.
Miró en todas las posibles direcciones de donde podía provenir aquel sonido, y cuando logró identificar su origen, no dudó en salir corriendo en aquel sentido, siendo guiado únicamente por la voz aguda de alguien que suplicaba por ayuda y...
Su cuerpo aterrizó sobre la tierra húmeda en esa parte del bosque, interponiéndose entre dos cuerpos. Frunció su ceño, como una señal, o quizás hasta una amenaza silenciosa, de que no diera otro paso. El demonio frente a él también arrugó las cejas, mostrando los dientes y viéndose confundo.
-¿Qué crees que estás haciendo? Apártate -ordenó.
Su cuerpo no se movió un solo centímetro, parado firmemente frente al demonio, estrujando con sus ojos brillantes cualquier movimiento o acción que pudiera hacer. Y, a su vez, dándole la espalda a la persona tras de él, quien no había dejado de temblar y soltar lágrimas silenciosas de sus ojos, los cuales no se habían despegado de su anatomía.
-Apártate -repitió el demonio, apretando la mandíbula y soltando un aura amenazante cuando mostró sus enormes garras oscuras.
Lejos de hacerle caso, dio un paso al frente. El demonio retrocedió inconscientemente. Su mirada era fría, como si se tratara de un iceberg enorme, y el brillo en sus ojos reflejaba el filo de una guadaña. El sol estaba cayendo lentamente sobre el horizonte, moviendo las sombras de los árboles. La poca luz que se colaba entre las ramas grandes y las hojas verdes acarició por segundos el rostro del morocho, y el demonio sintió un escalofrío recorrer su médula ante la vista: en pocas palabras, era como estar frente a un enorme lobo negro, solitario y peligroso, siendo él una simple presa.
Dio otro paso, luego hizo una seña con la cabeza en la dirección contraria, sobre el hombro del demonio.
-Vete -le espetó.
El demonio apretó los dientes y rasgó el suelo con sus pesadas, y peligrosamente filosas, garras. Se debatió un momento, ya que aquella era su presa y había sido mucho esfuerzo haberla acorralado en el bosque, donde había esperado para cazarla. No se hubiese esperado de ninguna manera que alguien tan reconocido por su raza estuviera exactamente en el mismo bosque, y aunque al inicio le había escalado el miedo por la garganta, ahora sentía un profundo rencor ante la persona frente a él.
No se movió un solo centímetro pese a la notoria diferencia de poder entre ambos seres. Los rojizos ojos del demonio se mantuvieron fijos en el contrario, luego los desvió al cuerpo encogido a su espalda y de nuevo al morocho.
-¿Estás traicionando a los tuyos por un humano? -le retó, extendiendo una sonrisa filosa en sus labios -, alguien tan poderoso y temido...
El morocho frunció el ceño.
-Ya vete antes de que decida acabar con tu patética vida -le dijo, preparándose para atacar.
El demonio retrocedió. Claro que no era estúpido, sabía de lo que era capaz, por lo que no le quedó de otra más que bajar la sonrisa en sus labios y cambiarla por un par de ojos fríos y cargados de odio.
-¡Traidor! -vociferó con el odio tiñendo su voz ronca, comenzando a correr en la dirección contraria a gran velocidad -, ¡todos se enterarán de esto, demonio!
Suspiró, volteando por fin su cuerpo en dirección del humano, de quien más pronto que tarde notó que era una niña pequeña, quizás de unos ocho o nueve años de edad.
Poseía el cabello blanco como la nieve, algo sucio y enmarañado, con un flequillo que caía sobre su rostro y cubría uno de sus ojos. Piel pálida, de la cual corrían rastros de lágrimas secas y tierra, ojos grandes de un violeta grisáceo y dientes puntiagudos.
Intentó acercase para comprobar que estuviera realmente bien pero en el momento que dio un paso la niña retrocedió con temor. Se irguió borrando el mínimo rastro de preocupación que tenía, apartando la mirada con los labios apretados y un profundo debate interno en su cabeza.
-No pienso hacerte daño, ¿de acuerdo? -probó en intentar. Nunca había sido bueno con los niños. Bueno, nunca había sido bueno con la gente en general; no veía necesario hacerlo después de todo, siempre estaba solo. La niña no contestó -, solo quiero ver que estás bien.
Y de nuevo, no hubo respuesta.
Ella estaba temblando en el suelo, mirándolo fijamente y sin emitir absolutamente ningún sonido. Se planteó la idea de que podría ser muda, o que estuviera en estado de shock, por lo que terminó por soltar un suspiro cansado de sus labios y mirar en dirección del cielo, donde el sol había caído completamente y las estrellas se estaban asomando con más intensidad sobre aquel manto oscuro; la temperatura también había bajado algunos grados.
Aprovechando que la niña no se movía se sacó la capa que colgaba en su cuerpo y la cubrió con ella, tapando el vestido de campesina sucio y rotociento, y revelando, a su vez, las dos serpientes que se enroscaban en su cuello. Luego comenzó a caminar en dirección del interior del bosque, de nuevo a su pequeño campamento donde le esperaban los conejos que había cazado hace un par de horas.
Antes de poder dar tres pasos lejos de allí, la albina pareció reaccionar, llamando su atención con un pequeño llamado.
-Espera... -le detuvo, mirándolo con sus grandes ojos. En su mirada se reflejó el miedo y algo de desesperación, esperando que no se fuera.
El morocho no se volteó a verla, pero si detuvo sus pasos. Las serpientes a sus costados emitieron un siseo, como si evaluaran una amenaza que no existía realmente. La niña tragó saliva.
-¿Cuál... -bajó la mirada, removiéndose con su propio temor y nerviosismo -, ¿cuál es tu nombre?
El demonio giró una parte de su torso, mirando por sobre el hombro a la pequeña humana tras su espalda con sus ojos brillantes, pero que, en esta ocasión, no eran tan frívolos como de costumbre. Y contestó:
-Orochi.
-Oye, amigo, ¿todo bien? -preguntó una voz, sacándolo bruscamente de sus pensamientos y provocando que sus sentidos se activen.
Alzó la vista en la dirección de donde le habían hablado, encontrándose con un hombre de cabello castaño algo revuelto, ojos oscuros -aunque si bien tenía una mirada amigable-, sonrisa simpática y una guitarra que colgaba tras su espalda. Tras de aquel humano había una mujer que también le estaba viendo: ella traía el cabello violeta barrido hacia el costado, con una zona completamente rapada. Pestañas largas y pupila pequeña. Su expresión también era amigable, lo que le hizo relajar un momento los músculos de su cuerpo, pero no bajar la guardia.
Era una simple pareja.
-Te vimos completamente quieto en el medio de la nada y pensamos que quizás estabas perdido. Después de todo, este desierto es bastante grande -le contó, soltando una pequeña risa. El rostro serio del morocho le hizo apretar los labios en una línea recta, algo incómodo. El silencio se prolongó unos pocos segundos cuando la pareja del castaño decidió intervenir.
-Estamos de camino a la ciudad, ¿quieres que te llevemos? -ofreció la chica, a lo que se giró su atención hacia ella.
Meditó la respuesta un momento, parado en medio del desierto. Siendo sincero, apenas sabía dónde se encontraba parado, por lo que aceptar la ayuda de aquella pareja no sonaba del todo mal. Asintió en silencio.
-Veo que no eres de muchas palabras, ¿eh? -mencionó el castaño, y por lo que pudo notar al parecer era de origen mexicano -. Mi camioneta se encuentra por allí así que... -señaló la dirección con el pulgar y, captando la indirecta, los tres comenzaron a caminar hacia el vehículo.
-Gracias -se limitó en mencionar.
-No hay de qué, amigo -expresó el castaño, abriendo una de las puertas traseras para dejar la guitarra y luego subirse en la parte del piloto, seguido por su novia, quien se sentó a su costado. El morocho abrió la puerta de los asientos traseros y se sentó cerca de la ventana, tras la peli violeta y a un lado de la guitarra -. Por cierto, mi nombre es Poco, y esta de aquí es mi novia.
-¿Esta de aquí? -se ofendió la chica, codeando a Poco sin mucha fuerza. Luego se giró sobre su asiento para verlo -. Mi nombre es Emz, mucho gusto.
El demonio asintió en respuesta, sin dar a conocer su identidad. Emz volvió a su lugar de antes, abrochándose el cinturón de seguridad.
Antes de arrancar el auto, Poco lo miró por el retrovisor con una expresión igual de simpática que antes.
-Ah, por cierto, no vayas a bajar la ventanilla, ¿de acuerdo? Podría entrar toda la arena al auto.
Asintió de nuevo, recargando el codo sobre la puerta del auto y dirigió su mirada al desértico panorama, observando casi sin interés el paisaje y el reflejo opaco de sí mismo en la ventana una vez las ruedas del vehículo empezaron a moverse. Y mientras la pareja hablaba tranquilamente entre ella o Emz sacaba ocasionalmente alguna foto, el morocho se hundió una vez más en sus recuerdos.
Sentado sobre la rama gruesa de un árbol, con los pies colgando en el aire y los ojos fijos en los cuerpos de los niños jugando metros más alejados, Orochi contemplaba a la pequeña albina que había salvado días atrás. No sabía su nombre, no era bienvenido entre los humanos o los otros demonios -no con lo último que había ocurrido, al menos-, pero algo en su interior le decía que no podía dormir una noche tranquilo a menos que se asegurara que estuviera bien, que aquel demonio no volvería a molestarla.
No se caracterizaba -y nunca se caracterizó- por ser alguien de palabras, paciente o comprensivo, mucho menos amable. Pero había algo que llamaba su atención de aquella pequeña niña. No era algo que pudiera explicar con simples palabras, era como si su instinto lo guiara y lo condujera directo a ella, porque otra manera no tiene para explicar por qué la defendió de otro demonio, traicionando de cierta forma a su propia raza. De haber sido alguna otra persona -en especial, un humano adulto- daba por sentado que ni siquiera le importaría que lo matasen, simplemente hubiera seguido en lo suyo sin prestarle mucha importancia. Pero era una niña, apenas tenía unos ocho o diez años de edad, era muy pequeña, todavía le quedaba una larga vida por delante.
Él llevaba viviendo más de un siglo sobre la tierra, había visto todo tipo de catástrofes, guerras y matanzas, y más importante, él mismo había participado en la mayoría de ellas. Había comandado tropas y asesinado a muchos, sean humanos, demonios de otras razas o diversos seres mágicos, pero siempre había estado en contra de matar a los más jóvenes. Y aunque él siempre les perdonaba la vida, sus compañeros no solían tener la misma compasión.
Frunció el ceño, parpadeando y bajando la vista a donde debería de estar la albina jugando. En cambio, lo único que se encontró fue con los otros niños corriendo, riendo y jugando entre ellos. Siguió pasando la vista por todo el extenso campo, pensando que no pudo perderla de vista en tan solo unos segundos que estuvo desconcentrado. Afortunadamente la halló varios metros más alejada del grupo, arrancando algunos tallos de flores y formando un ramo en su mano izquierda. Haberla hallado hizo que los músculos de su cuerpo se relajaran y sintiera una sensación de alivio, por muy extraño que le parezca.
La niña tenía una pequeña canasta a su lado que no había notado antes, y una vez terminó de juntar las flores se limpió la tierra del vestido antes de comenzar a caminar en dirección del bosque con ramo y canasta en manos.
Orochi siguió sus pasos con una mezcla de confusión y curiosidad. Y para asegurarse de que la niña no se perdiera en el bosque, se encargó de bajarse cuidadosamente del árbol y comenzar a seguirla de lejos, solo por seguridad.
La siguió durante largos minutos, empezando a preguntarse qué pensaba hacer ella sola en el bosque por estas horas. Al principio creyó que haría algún tipo de merienda o jugaría con un par de muñecas -o ambas-, pero se extrañó cuando la vio detenerse y dejar la canasta en el suelo, sentándose a su lado antes de comenzar a sacar las cosas que habían dentro. Orochi se escondió detrás de uno de los inmensos troncos a observarla, intrigado, mientras las dos serpientes enroscadas en su cuello se movían y siseaban, prestando igual atención que él.
-Ya sé que estás ahí -anunció la voz infantil de la albina, paseando sus ojos en todas las direcciones del bosque. Orochi sintió una corriente helarle los huesos: ¿le había descubierto realmente? -. Vamos, sal. No tengas miedo.
Soltó una risa cínica por la nariz poco antes de salir tras el tronco del árbol donde se había estado escondiendo y se acercó a la niña por su espalda.
-Yo no tengo miedo.
La infante tuvo un sobresalto antes de girarse a verlo, conectando aquellos enormes ojos violáceos llenos de vida con la frialdad en la mirada del demonio. Luego le mostró una brillante sonrisa de dientes zigzagueantes.
Orochi arrugó la frente.
-¿Cómo sabias que estaba aquí? -demandó. Sus serpientes sisearon.
-Te vi -respondió de forma breve, el morocho alzó una ceja interrogativa en su dirección. Pasados los segundos de silencio en el interior de aquel bosque, la niña soltó una débil risa antes de encoger los hombros y explicar -. Bueno, de hecho no te vi, pero sentí tu presencia. Sabía que eras tú porque siempre siento un extraño escalofrío, así que supe que estabas cerca -se giró hacia su canasta para sacar algo y se lo tendió con ambas palmas -. Esto es para ti.
Alzó un poco la barbilla cuando contempló un pequeño pastelillo entre las manos de la infante. No entendía el gesto o su expresión suave, con las comisuras de los labios tirando hacia arriba en una sonrisa y los ojos brillantes esperando a que lo acepte.
-Lo hice yo misma -le comentó con orgullo, ansiosa de que lo tome -. Bueno... mi mamá me ayudó un poco, pero lo hice yo de todas formas.
En su interior se removió un extraño y cálido sentimiento, algo que nunca antes había experimentado, y terminó aceptando el postre. Miró a la niña con cautela, y se sentó sobre el pasto, observando el postre en su mano. Sus ojos inspeccionaron con detenimiento la expresión de la chica, prestando excesiva atención, en especial, a la suave curva sobre sus labios, sus brillantes ojos y el tamborileo tranquilo en su corazón.
-No me tienes miedo -no había sido una pregunta, Orochi lo estaba afirmando.
La albina lo miró con sorpresa durante unos segundos, soltando una pequeña risa. La acción le pareció curiosa, puesto que no se esperaba que un humano -en especial una niña tan pequeña- estuviera tan relajada cerca de él, generalmente acostumbrado a que las diversas razas -incluidos muchos demonios de su mismo pueblo- le tuvieran miedo.
-Jamás podría tenerle miedo a quien me salvó la vida -sonrió ella.
Y con esa simple respuesta, los ojos fríos del demonio se volvieron ligeramente más cálidos.
Fue despertando lentamente, parpadeando con pesadez y tratando de espantar el sueño que lo acogía con calidez y le pedía volver a cerrar los ojos. Y aunque su cuerpo deseaba con fuerza volver a dormir y su cabeza rogaba por refugiarse entre aquellos viejos recuerdos, su corazón estaba en contra de aquella idea.
Se sentía cansado y abatido, con una extraña sensación anclada en el pecho que durante años había estado vagando con él. Estaba realmente cansado de su vida, de andar sin un verdadero rumbo y o un propósito. Sabía que no podía aferrarse a tan viejos recuerdos, ya era cosa del pasado y era algo que debía superar tarde o temprano. Aunque para él no hubiera retorno, no uno para este punto; llevaba años, no, siglos tratando de olvidarla, pero era simplemente imposible. No podía dormir sin recordar su rostro, su risa, sus expresiones, sus bonitos ojos... no había noche en la que pudiera conciliar el sueño sin verla a ella allí, ya sea en otra horrible pesadilla en la que la perdía o en un recuerdo.
Una larga exhalación de aire salió entre sus labios para tratar de disipar la presión que se iba formando en su garganta. A su vez, el morocho se obligó a mantener la calma, a que su corazón siguiera latiendo al mismo ritmo. Volteó de nuevo hacia la ventana como un método de distracción, notando la silueta de un inmenso parque a unos pocos kilómetros de distancia y, a su vez, a una ciudad bastante cercana.
-Bueno, ya estamos cerca de Mega City -anunció el conductor, sonriendo a través del retrovisor -. ¿Deseas que te dejemos en algún lado? ¡Tengo una presentación en tres horas en la ciudad! No será ningún problema -le dijo.
Mantuvo su vista unos segundos en los ojos castaños de Poco antes de volver a la ventana con aquella natural expresión de neutralidad en su rostro, sin pensar realmente la respuesta. Por alguna razón, ya no tenía ganas -aunque nunca la tuviera- de hablar.
-En cualquier lugar está bien -se limitó en contestar, dejando de prestarle atención a su alrededor por segunda o tercera vez desde el inicio del viaje.
-Claro, no hay problema -aceptó.
Su respuesta no había salido con tanto entusiasmo en esta ocasión. Poco miró durante unos segundos a su pareja y Emz le devolvió la mirada con un ligero toque de angustia. No había pasado por alto para ninguno de los dos la fuerte aura de melancolía que rodeaba el cuerpo del morocho desde que se lo cruzaron en el medio del desierto. Pero aunque se murieran por preguntar, sabían perfectamente que el chico no les hablaría de nada al respecto, menos con un par de extraños.
No era su asunto.
La vista del morocho siguió puesta en la ventana lo que restó del viaje, pero en esta ocasión se esforzó en tratar de reprimir cualquier recuerdo que tratara de colarse en su cabeza, y lo mandó al fondo de su mente con llave y candado.
Bajo la ilusión de aquella bufanda, las serpientes enroscadas en su cuello emitieron un corto siseo cuando el vehículo comenzó a detenerse.
-Llegamos -anunció Poco cuando la camioneta se detuvo en una de las calles cerca del parque de Brawltopia. Luego se giró sobre su asiento -. ¿Está bien que te bajes aquí? Puedo llevarte a una estación al menos, allí podrías usar uno de los teléfonos -le ofreció por segunda vez.
Él negó, bajándose del vehículo.
-Aquí está bien -replicó -. Gracias.
Poco le mostró una enorme sonrisa en respuesta.
-Bueno, fue un placer, amigo -le dijo -. Espero que la próxima vez que nos veamos puedas decirnos tu nombre.
A su lado, Emz le dedicó una corta sonrisa bastante amable. Fue un gesto sincero a pesar de que la mayor parte del viaje se veía con una expresión de indiferencia.
-Fue un placer -dijo ella.
-Suerte en tu concierto -se despidió, levantando una mano con un gesto algo vago.
-Vaya, realmente no es un concierto, ¡pero gracias, amigo! -expresó. En su rostro nació una sonrisa más amplia y llena de sorpresa; lo cierto es que no esperaba que el morocho recordara lo que había dicho o algo por el estilo -. Adiós.
Poco después de aquella corta despedida, la camioneta arrancó en dirección de la ciudad de Mega City, donde Poco haría su presentación al público en uno de los teatros al aire libre.
Por otro lado, el demonio se dispuso en caminar en dirección del parque. La tarde había caído con demasiada rapidez sobre su cabeza, tiñendo el cielo de los tonos rojos y anaranjados que lo caracterizaban. Pronto debería buscar un lugar donde pasar la noche, y ciertamente le irritaba el hecho que apenas tenía algo de dinero para conseguir algún lugar. Su mejor opción era, en estos momentos, ir a buscar a un viejo conocido que sabe le dará una mano por un par de días. No tenía muchas otras opciones de igual forma.
El parque de Brawltopia era realmente inmenso ahora que estaba dentro: las calles eran amplias, con tiendas y pequeños bazares en cada esquina, locales de comida, cafeterías y arcades, aunque el morocho no sabía mucho de eso último. A decir verdad era medio ambiguo en ese tema, y su cabeza apenas se estaba adaptando a la evolución tan abrupta -no tanto- de la tecnología. En uno de los postes más alejados de la calle se podía apreciar un cartel mal pegado -o quizás, con apurado y descuido- sobre una de las tiendas la cual precisaba un trabajador. No le prestó mucha atención. En cambio, siguió caminando hasta que sus ojos se toparon con una tienda de joyas. Miró la calle para asegurarse que no viniera nada y cruzó hasta la cuadra de enfrente, observando fijamente los anillos del otro lado de la vitrina. Su vista no se despegó ni un segundo de aquellos pequeños aros decorados con diferentes tipos de piedras o decoración, y en su mente, poco a poco, una memoria pareció resurgir lentamente entre la oscuridad.
Un recuerdo y que, por poco, creía haberlo olvidado.
-Nos vamos a casar, tu y yo -mencionó la albina una vez. Traía el cabello recogido en una pequeña trenza y un hermoso vestido nuevo de un color azul cielo. Había pasado tan rápido el tiempo que apenas podía creer que aquella pequeña niña que alguna vez conoció ahora era adolescente.
Ambos sentados frente a un pequeño claro en el bosque, disfrutando un poco de la compañía del otro. Orochi frunció el ceño y volteó su cabeza hacia ella, confundido.
-No digas tonterías, Colette -la reprendió sin molestia.
Quería fingir que aquello le había hecho enojar, pero lo cierto es que la confesión de la chica había provocado que su corazón se agitara por unos momentos. El silencio cayó como piedra cuesta abajo.
-Esa no es una respuesta.
Colette lo miró con una mezcla entre la aprensión y la esperanza.
Sus ojos, por otro lado, se deslizaron sobre la cara de la chica, tan abierta y sincera, dulce y alegre. Incluso se había acomodado sobre el pasto para estar de frente. Las serpientes a su costado emitieron un siseo corto; Orochi sabía que se estaba tardando demasiado en dar alguna otra respuesta, pero tampoco podía evitar perderse entre las facciones tan delicadas de la albina. Con cautela, se acercó a Colette con una de sus manos desocupadas. Los ojos violáceos de la chica se abrieron con sorpresa, pero no se movió ningún centímetro, ninguna reacción negativa. Y cuando estuvo a punto de tocar su mejilla con la punta de sus dedos, Orochi pareció darse cuenta de lo que estaba a punto de hacer, por lo que retiró la mano de un hábil movimiento y centró la mirada en cualquier otra cosa.
-Aún eres muy joven para casarte -contestó finalmente. Todavía no terminaba de entender por qué había quedado tan cautivado, pero no hallar una respuesta le estaba frustrando y abrumado a partes iguales -. Cuando seas mayor podrás elegir con quién quieres pasar el resto de tu vida.
-Pues yo ya lo decidí -afirmó ella con convicción -Orochi -lo llamó suavemente, tomando su mano de un movimiento improvisto que dejó los músculos de sus hombros tensos. El morocho tomó aire y la volteó a ver, ignorando el calor tan agradable que su mano sentía en estos momentos -, realmente quiero casarme contigo.
-No puedes -replicó de nuevo con demasiada rapidez -. Soy un demonio.
En contra de cualquier reacción que estaba preparado para recibir, Colette le sonrió con cariño.
-Lo sé -asintió, dándole a su mano un ligero apretón -, no me importa. En verdad no me importa si eres un demonio, un humano o cualquier otra especie, yo... yo solo quiero estar siempre a tu lado -confesó -. Siempre te hablo de lo que siento o lo que pienso, y sé que eres un hombre reservado, frío y de pocas palabras, pero necesito saber cómo te sientes tu también -apretó los labios -...sobre mi.
Apartó la mirada de la albina, arrugando la frente cuando, y por segunda vez, volvió a sentirse abrumado. Trató de evitar pensar sobre sus manos juntas, el hormigueo en su estómago o el extraño sentimiento que se abrazó a su pecho cuando Colette confesó que quería pasar el resto de su vida a su lado.
Comenzaba a preguntarse, por momentos, si este no sería algún tipo de sueño o una alucinación extremadamente agradable. Pero el calor de la mano de Colette sobre la suya era lo bastante real como para decir lo contrario.
Colette lo miró con atención, pero él la seguía esquivando.
Si, era una persona de muy pocas palabras. Pero nunca se había encontrado en una situación donde no supiera ni en qué diablos pensar. Parecía que la garganta se le hubiera secado o algo así, su mente todavía procesando las palabras de la chica, tratando de asimilar la mitad de los hechos. El silencio se prolongó durante tanto tiempo que fue inevitable no escuchar el pesado y decepcionado suspiró que ella soltó, lista para apartar su mano. Antes de que pudiera hacerlo, Orochi entrelazó sus dedos.
Colette alzó la vista con genuina sorpesa.
Aquella expresión tan linda en el rostro de la albina le provocó un nuevo revoltijo, como si un puñado de molestas mariposas estuvieran aleteando contra las paredes de su estómago. No sintió que la sensación fuera desagradable, todo lo contrario, le gustaba, era diferente a todo lo que estaba acostumbrado.
Realmente era alguien de pocas palabras, y viendo que estas solo sobrarían entre ambos, el morocho se inclinó sobre el cuerpo menudo de Colette y atrapó sus labios en un suave beso.
Una vez ambos se separaron de aquel dulce y delicado contacto, Orochi se permitió sonreír.
-Yo también deseo casarme contigo.
Apartó su vista de la joyería con una extraña mueca de resentimiento, pesar y nostalgia. Ya ni siquiera sabía cómo es que se sentía, y en un solo día había experimentado tantas emociones diferentes que le costaba creer que fueran realmente suyas.
A su lado, una de las serpientes siseó con cautela. Suspiró.
-Debo dejar de pensar en estas cosas -se dijo a sí mismo, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y reanudando el camino que quién sabe cuánto tiempo se detuvo -, no me hace bien. Pero...
Es verdaderamente imposible olvidarla.
Soltó otro suspiro involuntario, afligido de alguna manera, bajando la vista a sus zapatos y el asfalto. Se recriminó mentalmente al seguir recordando tan vehemente a su amada. Enserio debía dejar de hacer eso, pero su mente era traicionanera y parecía disfrutar del sufrimiento del demonio, porque siempre había algo que le recordara a la albina. A veces imaginaba -incluso si era contra su voluntad- que ella seguía con él, a su lado. La imaginaba caminando a la par de sus pasos, tomando su mano y sonriendo inmensamente con aquellos dientes tan peculiares. Incluso habían veces donde podía visualizar el brillo en los ojos violáceos de Colette, o su mano siendo jalada para los diferentes lugares que su corazón curioso ansiaba explorar.
Reprimió la sonrisa gastada y amarga que trató escapar de sus labios y hundió la vista, de una vez por todas, en la acera frente a él. Evitando de cualquier manera el contacto visual con las personas a su alrededor.
Todavía no podía rescatar un estado de ánimo en concreto, ya que dentro de él todo parecía ser un molesto vaivén de emociones. Pero al menos las largas cuadras, el bullicio escandaloso y las calles aglomeradas de personas lograron distraerlo por un rato. Hace años que solo era un simple cascarón lleno de amargura, y sin una razón por la que sonreír nuevamente, nunca se había planteado la idea en tratar de cambiar aunque sea un poco. Simplemente dejando que el veneno de su partida se instalara de lleno en su corazón, quemándolo lentamente.
-¿Nunca sonríes? -le preguntó alguna vez Colette, curiosa, sentada sobre una gastada piedra a las afueras de su pueblo.
Orochi dejó de prestarle atención a la danza de la fogata para verla. Arqueó una ceja en dirección de ella.
-¿Debería? -cuestionó -, no veo el motivo para hacer tal cosa.
Ella se encogió de hombros, fue un gesto realmente desinteresado, como si haber preguntado desde un inicio, más allá de la curiosidad, fuera simple y meramente porque si.
-Pensé que te verías más atractivo si sonreías, es todo -le contestó, más concentrada en jugar con su cabello como para verlo.
Y, si no fuera porque ambas serpientes tenían hambre y la carne sobre el fuego se quemaba, Orochi tal vez no hubiese reaccionado.
Pensándolo bien, quizás haberle pedido a Poco que lo arrimara unas cuantas cuadras más no hubiese sonado tan mal. Después de todo, para entrada el anochecer fue que por fin logró localizar el lugar donde su conocido se escondía. Y para su sorpresa, este se trataba de un viejo bar.
Entró al local sin reparo, las viejas puertas de madera -dándole un estilo al Viejo Oeste o algo así- rechinaron ruidosamente ante el movimiento y se estamparon contra las paredes. El interior del lugar era decente y rescatable, al fin y al cabo trataba de imitar un diseño americano por allá del 1900 pero con una remodelación algo más actualizada. La mayor parte del lugar era de madera, con mesas redondas, sillas, taburetes y una larga barra. Las luces estaban bien repartidas por todo el establecimiento y la decoración venía minuciosamente cuidada y puesta, con una vieja máquina toca discos que reproducía una canción de algún artista desconocido.
Aquello casi le saca una sonrisa de lado. Casi. Sabiendo lo poco y nada que debe haber cambiado en esas décadas sin verse y que aún conserva el ojo crítico con el que lo conoció.
Arrastró sus pasos hasta una mesa alejada, oscura y vacía, y se dejó caer, ajustando el cuello de la bufanda, escuchando un suave siseo de fondo. Era ridícula la manera tan exagerada en la que desentonaba su apariencia en aquel bar: su bufanda a rayas, la ropa oscura y su cabello. Pero lo ignoró completamente, y el resto de las personas -con sus ojos anteriormente puestos en el recién llegado- volvieron a sus asuntos.
Por suerte, el mesero no tardó en aparecer. Por lo que no se preocupó en pensar demasiado las cosas, y se concentró en la persona que acababa de plantarse frente a él.
-¿Desea que le sirva algo? -preguntó de manera cortés el hombre, su vista estaba puesta en la pequeña libreta entre sus manos, por lo que ni siquiera se había detenido a inspeccionar de quién se trataba.
-¿Décadas sin vernos y solo me preguntarás eso -inquirió el morocho, jugando vagamente con el borde de un vaso. Cuando se cansó de escuchar la suave melodía del vidrio, alzó sus fríos ojos -, Barley?
El mencionado sintió un escalofrío treparle la médula, bajando la libreta y escondiendo el miedo que le generaba encontrarse con él tras una forzosa sonrisa.
-Orochi -mencionó -, que agradable sospresa encontrarlo por aquí.
-No finjas que te agrada verme -bufó, rodando los ojos y apartando la vista, esperando encontrar algo más interesante en lo que centrar su atención -. Solo vine porque necesito un favor. Más bien, un lugar donde pasar la noche sin perder los últimos billetes que me quedan.
-Lamento informarle que esto no es una taberna ni una posada: no tengo una habitación donde pueda quedarse.
-¿Y a qué vine hasta aquí entonces? -le preguntó. En sus ojos oscuros se percibió un brillo inconforme y molesto. Apoyó la mejilla en su mano, esperando una respuesta.
Barley trató de arreglar la situación.
-Bueno, no es para tanto -empezó, tanteando. Lo cierto es que tenía miedo del demonio frente a él -. Si me permite unos minutos puedo hablar con alguien y conseguirle un buen lugar. Mientras tanto puede quedarse aquí, disfrutar de la suave música y beber algo. La casa invita.
El mayor forzó una nueva sonrisa, apretó la libreta entre sus manos y esperó con inquietante paciencia a que aceptase la propuesta. Una gota de sudor frío bajó por su cuello, resistiendo el reflejo de tragar saliva.
Tras unos largos segundos de silencio y tensión palpable, el morocho se relajó en la silla.
-De acuerdo. Traeme una jarra de cerveza.
Casi inconscientemente, Barley dejó escapar un suspiro de alivio.
A la mañana siguiente, y con la decisión de encontrar un empleo en el que pudiera ganar algunos billetes extras sin que Barley parezca entrar en alguna especie de crisis -aunque la idea de causarle esos espantos al demonio le resultaba ciertamente entretenida-, Orochi salió del hotel del cual Barley había conseguido una habitación de último momento para él.
Se pasó la mitad de la mañana vagando por casi todo Brawltopia en busca de un puesto decente de trabajo, hasta que terminó en aquella tienda donde el día anterior había leído que precisaban un nuevo trabajador. Había tenido ss serias dudas al respecto del puesto de trabajo, ya que por alguna razón el olor de la persona la cual era dueña del local no parecía muy de fiar, pero se esfumaron completamente cuando se acercó a la vitrina a observar con mayor atención el cartel y se encontró, apoyada sobre la barra de atención al cliente, con una chica adulta joven, cabello blanco como la mismísima nieve, piel pálida y ojos de un tono violeta grisáceo.
El corazón del demonio se detuvo durante unos largos segundos, olvidando súbitamente cómo respirar correctamente. Se sintió descolocado, confuso, atónito, sorprendido, conmocionado y quién sabe cuántas emociones y sentires más, pero cuando menos quiso acordar, una lagrima se estaba deslizando por su ojo, la cual no hubiera notado si no fuera porque sintió sus propias mejillas humedecerse. Sintió la garganta cerrada y un ansioso cosquilleo por abrir aquella puerta y expresarle lo mucho que la había extrañado. Escuchó el silencioso siseo de ambas serpientes por ambos costados y su cabeza pareció reaccionar, parpadeando y bajando minimamente la vista a la chica.
-¡Hola! ¿En qué puedo ayudarlo? -expresó con excesivo entusiasmo.
-Yo... -musitó. La albina ladeó la cabeza a un lado con curiosidad y lo observó por unos largos segundos en los que el demonio se disponía en tratar de ordenar sus pensamientos.
Todavía podía sentir sus ojos ligeramente vidriosos, aunque agradeció haberse secado las lágrimas antes de entrar a la tienda. Era inquietante la manera en la que su corazón golpeaba con fuerza contra sus cosillas, o la sensación tan vertiginosa que le revolvía el estómago una y otra vez. Pero lo que más le impresionó fue verla a ella una vez más, fue poder sentir la calidez que emanaba su cuerpo -incluso si tuvo que obligarse a no hacer nada estúpido. Como lanzarse y abrazarla, por ejemplo-, ver su sonrisa, sus ojos, sus gestos... haberla vuelto a ver fue como sentir que se había enamorado nuevamente.
Su voz se había muerto hace tiempo en su garganta, de hecho, había permanecido por tanto tiempo callado que agradecía -o quizás, no del todo- que el lugar estuviera completamente vacío.
Se planteó la idea de que quizás era mejor decir algo si no quería permanecer como un estúpido frente a la chica, pero cuando intentó decir algo, simplemente ningún sonido salió de su boca. Todavía no salía del trance en el que se encontraba, pensando que se veía exactamente igual a como la recordaba, dejando de lado el pequeño detalle que ahora se veía un par de años mayor y que, por ende, había crecido bastante.
Por no decir que su cabeza era un lío completo en estos momentos, el demonio no tenía la manera de expresar todas las emociones que estaba sintiendo en estos momentos; aún no podía definir si estaba feliz, atónito o si quería llorar nuevamente -extraño viniendo de alguien como él-. Pero lo que realmente no pudo negar fue que, después de años, décadas y siglos, el morocho volvió a encontrar esa luz. Sus ojos abandonaron por completo aquel brillo frívolo y en sus labios una sonrisa empezó a tirar de él, siendo casi inevitable cuando sonrió hacia ella.
-Señor, ¿se encuentra bien? ¿Debo llamar a alguien? -preguntó algo preocupada, inclinándose hacia adelante en el mostrador.
Negó a los lados, evitando que se preocupara. Se tragó el nudo en su garganta y sonrió con un poco más de cariño y comprensión.
Colette no lo recordaba, claro que lo había decepcionado de cierta forma, pero eso no iba a cambiar el hecho que la amaba con toda su alma. Él estaba decidido a enamorarla de vuelta. E incluso si no lo lograba, estaba más que satisfecho con el simple hecho de permanecer a su lado.
-Estoy bien -se obligó en contestar, pasando la vista por el cartel en el vidrio y señalando el papel con una mano -. De hecho... vine por el empleo.
-¡Oh! ¡Eso es grandioso! -expresó con felicidad, regalándole una amplia sonrisa -. ¿Puede decirme su nombre?
Orochi se lo pensó un momento antes de contestar. Luego sonrió de nuevo.
-Edgar -dijo -. Mi nombre es Edgar.
6693 palabras. Casi llegando a las 7000, por poco.
Ahhhhhhh!!! Lo he terminado❣️ de hecho, tengo que decir que desde que escribí aquel oneshot de esta pareja me han quedado las ganas de escribir más y más sobre ellos. Pará mí desgracia, y a pesar que las ideas nunca faltan y por ende tengo un montón de historias entre mis borradores, no es fácil sacar algo. ¡Pero he logrado terminar este!
Por otro lado, sé que este es un final bastante abierto, aunque creo que no queda del todo mal. Pero por algo el capítulo se llama piloto (el cual ahora estoy dudando si dejarlo así) pero esperaba que, y con su opinión y visitas, me digan qué les pareció y si les gustaría que saque una novela de esto, quizás explicando un poco cómo murió Colette, cómo Edgar conoció a Barley o qué podría pasar a partir de ahora que se encontró de nuevo con su amada. ¡Pero eso es decisión de ustedes! Si les gustó en algún momento podría sacarle continuidad, sino pues.. Será un simple one shot.
Pero bueno, fin en.
Espero les haya gustado o hayan disfrutado de la lectura pese a lo largo que quedó.
Alguna faltita de ortografía por aquí, no me molesta que me corrijan👉
Si te quedó alguna duda también la puedes dejar por aquí👉
Y sin más espero nos veamos pronto. Bye bye!! -Kirishi365
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