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7, Hija de su madre.

Una semana paso desde el día en que Circe puso un pie en el castillo. El rey Arturo le había permitido a Merlín, su maestro hechicero de confianza, tener otro aprendiz o ayudante, siempre cuando no diera problemas.

Los primeros días allí, resguardada del peligro, no hizo más que estar quieta en silencio, o ir de la mano con su nuevo amigo y el gato que lo acompañaba a todos lados. Debes en cuando, al no estar presente, era Merlín quien se encargaba de guiarla. Tratando de se tan paciente como el nivel de atención de la niña lo requería.

Circe iba a donde él iba, no se despegaba de su compañero de trayecto. Tanto que a veces no veía el camino del cuarto al taller, a la cocina, o el jardín. Por lo que en más de una ocasión terminaba deambulando por los pasillos hasta que era hallada por alguien que la escoltara a su destino.

Fue una mañana en que despertó sola, y con hambre. No veía a Hisirdoux por ninguna parte, y a Archie, quien dormía a sus pies, mucho menos.

—Mmmmm —murmuro con cierta angustia.

Se calzo, y salió en busca de sus amigos. Al no verlos por ningún lado, tampoco a Merlín, decidió que no podía seguir dependiendo de ellos, pese a que recién tenía una semana de vivir allí, y nadie la presionaba por hacer ciertas tareas solas.

Comenzó a caminar, tratando de recordar dónde quedaban la cocina. Tenía hambre, pues la noche anterior no ceno, y ahora se oía el rugir de sus tripas. Por más que quisiera hacer memoria, a su mente no llego ni una sola imagen que le pudiera dar fin a su confusión.

Pregunto pero nadie le decía nada. Era una niña rara, al menos eso creía ella que la gente pensaba al verla. El cabello esponjoso y anaranjado, la cara cubierta de pecas, los ojos de diferentes colores, y esas marcas en las muñecas.

Si, era rara de ver. Además, se sabía que el bosque la escupió, lo que no ayudaba a que no la vieran de otra forma.

Se detuvo, y se sentó contra la pared. Abrazo sus piernas, y oculto el rostro para llorar sin que la vieran. No podía creer lo fácil que se perdió, como la gente la ignoraba y el hambre que tenía.

Y su lamento llegó a oídos de alguien más.

—Pobre niña, ¿Estás perdida?

—Tengo hambre —balbuceo Circe.

—Puedo solucionar eso —dijo la mujer.

Cuando Circe alzó la vista, se encontró con una hermosa mujer, de sonrisa bondadosa, y mirada cálida. Está le extendía la mano, y la niña no dudó en tomarla.

—¿Cómo te llamas, pequeña?

—Circe —respondió y sonrió.

—Oh, que bonito nombre —dijo Guinevere.

La vio con más atención, y aquel suave rostro lleno de lágrimas y miedo, se le hizo familiar. Su cabello con el color del atardecer; pese a ser diferentes, en su iris azul, y la constelación de pecas desordenadas, todo desembocaba en una sola persona. Su corazón latió con emoción, aún así la pena le abordo. Aquella vez, la última vez que la vio, no hizo más llorar, y no podía quitar de su cabeza las lágrimas, de quien ella creía, se trataba de la madre de la niña.

—Ven conmigo, te daré lo que buscas —dijo con suavidad.

No podía andar con tranquilidad por los pasillos de aquel lugar. Todo allí le daba miedo, porque era tan diferente a lo que conoció. La luz faltaba dónde por naturaleza propia debía estar. Las demás niñas, mayores que ellas, eran igual de lúgubres y poco amistosas.

Parecía ser que Arabella era la única que conservaba los colores vivos, y los buenos modales. Mientras que ella se presento, para luego arrepentirse, como una princesa y con una sonrisa que pareció quemar las oscuras miradas de sus compañeras, estas se presentaron de la peor forma posible.

Un empujón, y otro más.

Silencios de tempano.

Sustos a media noche.

El cepillo que desaparecía.

Y lo que la colmo por completo, que la hicieran tropezar y ensuciar su vestido favorito.

—Ser princesa no sirve —murmuro viéndose en el espejo—, es hora que rueden las cabezas.

Hizo todo lo posible por mantener la apariencia que su madre le dijo que hiciera. Ser amable, la bruja maravillosa de la que hablo Guinevere. Pero su paciencia llego a un punto sin retorno. Ahora le tocaba usar eso que Lancelot le enseño, defenderse cuando el peligro sea inminente.

Tocaba la cena, o era lo que le decían. Porque consistía en algo muy liviano en compara con el resto de comidas. Según las mayores, era para facilitar el sueño y que ninguna tuviera problemas mágicos a mitad de noche.

Iba con su charola, cuando una compañera la empujó. No había razón alguna para que lo hiciera, solo lo hizo. Y Arabella no dudó, ni dos segundos, en darle con la fuente en la cabeza.

Se hizo un profundo silencio.

Cuando la atacada alzó la vista del suelo, con la intensión de defenderse, vio la verdadera amenaza. Arabella la apuntaban con sus dedos, y la mano en total brillaba de color rosa. Lo que se sentía en el mismo aire, era más tenebroso que lo que se podía ver.

—Me vuelvo a presentar —dijo, y dio una sonrisa maliciosa —, mí nombre es Arabella Pericles, hija de Morgana, bruja de vasija.

Abrió la mano, y la luz de esta se apagó. La joven en el suelo no sabía que hacer. Dudaba de tomarla, o de estar a su lado. Aún así, hizo lo que la rubia esperaba. Arabella la ayudo a ponerse de pie, y sin soltarse la acercó a ella para hablarle al oído.

—Si se te olvida quien soy —murmuro—, seré tu peor pesadilla.

Era la primera vez en su corta vida que se divertía tanto. Merlín le dio permiso para que pasara el día con la reina, mientras que Hisirdoux se quejaba por las tareas que se quedaban a su cargo; aún así estaba feliz de que ella pudiera hacer algo más.

Paseo con Guinevere de la mano, por los jardines del castillo. Recolectaron frutas de los árboles, y tomaron la merienda bajo la sombra de los mismos.

La reina no estaba del todo segura de a quién estaba consintiendo como si fuera su propia hija, pero no iba dejar pasar la oportunidad de darle una tarde inolvidable a una niña.

Arturo la encontró en el cuarto, cuando ya no sabía dónde estaba. No lo había notado, pero en la cama real, estaba ella acariciando su cabello rebelde y viendo con atención a la niña que dormia con suma tranquilidad.

—¿Por qué la niña de Merlín está en nuestros aposentos? —pregunto extrañado.

—No es la niña de Merlín, se llama Circe y —se puso de pie, y se acercó a él—, creo yo, es hija de Madeleine.

El rey Arturo vio con atención a su reina, y luego a la niña que dormia detrás de ellos.

—Es idéntica, quizás no lleva con exactitud sus ojos o el color de su piel —murmuro—, pero estar con ella, es como …

—No —la interrumpió.

La tomo de las manos, y le dio una mirada de pena.

—Madeleine murió al año de haberse ido de aquí —dijo.

—No, ella, ella es su hija —insistió.

Hacía todo lo posible para no dejar de lado su postura de mujer centrada y que nada le podía afectar. Que era capaz de encontrar calma hasta en la peor tempestad, justo así como le dijeron que debía ser. Pero en ese momento, en que era claro que Arturo la veía como si estuviera perdiendo la cabeza, no podía ser la mujer templada.

—Se que así lo deseas, pero ella no es su hija —dijo el hombre—, Merlín lo confirmo.

Guinevere vio a la niña que dormia en paz, y le dio la razón, aunque dentro suyo estaba seguro que Circe era hija de quien alguna vez fue su mejor amiga, su doncella y confidente.

—Tienes razón querido —dijo y sonrió—, es una niña más, y solo le quise dar un buen día.

—Y estoy seguro, que lo hiciste de corazón. Que este día fue el mejor en su vida —dijo él, y le dio un beso en la frente.

Con la caída del sol, Guinevere se encargó de llevar a Circe con Merlín. Lancelot se ofreció en hacerlo por ella, pero está recordó lo que Hisirdoux le dijo "Le teme a los hombres con armaduras"

La niña iba durmiendo en sus brazos, mientras que la reina no podía dejar de pensar en lo que le dijo el rey. Cuando llegaron a la recámara, Merlín las esperaba.

—Su majestad —dijo el hechicero e hizo una reverencia.

—Se ha comportado de maravilla —dijo ella y sonrió—, es una niña increíble.

Hizo una pausa, y vio al hechicero, haciendo un gesto sufrimiento por no saber que decir al respecto, o al menos, como formular la oración.

—¿Ella es su hija? —pregunto por lo bajo—, necesito saberlo. Yo …

—Si es, pero no puede hacer nada al respecto —respondió Merlín—. Le sugiero que esté un poco al margen de ella, Circe puede ser peligrosa.

—¿Cómo? Si es una niña adorable —quiso saber—, ¿Cómo puede ser peligrosa, quien ha vivido la misma desdicha que su madre?

Merlín guardo silencio, y tomo a la niña, quien se abrazo a su cuello, y continuó durmiendo. No le dijo más nada, hizo una reverencia, y desapareció dentro del cuarto.

Guinevere dio un suspiro, y sintió que una parte de su corazón le fue arrebatado.

Fue rápido como es que pasó de ser una bruja de sonrisas a otra por completo diferente. Las demás compañeras sea abrían paso cuando iba por los pasillos acompañada de un séquito de muchachas. Respondía cuando debía quedarse callada. Salía en mitad de la noche a idear o llevar a cabo alguna travesura contra sus maestras. Los castigos parecían no surtir ningún efecto, y el aislamiento solo incrementaba su sed por hacer más bromas.

Sin embargo, no siempre era así. Algunas noches, en algún momento de soledad, en el castigo, se preguntaba si fingía ser una bruja rebelde, o era su verdadera persona. Esa que no temia a alzar un hechizo contra una parecida, o no respetar a sus mayores.

Quizás, era en esos momentos donde era realmente ella, y lloraba porque extrañaba el castillo, la luz del sol, el sonido de la diversión y las risas. Extrañaba a su madre, y a Hisirdoux. Con el soñaba en cada oportunidad, y contaba los días para volver a su lado.

Extrañaba quién era a su lado, y la farsa montada a su alrededor la estaba cansado. Pero era lo debía hacer, sobrevivir, creyendo que nunca más, después de esos días, lo tendría que volver a hacer.

Y una tarde conoció a alguien. Otra bruja, un poco más joven, y más asustada. Que al igual qué ella, tampoco deseaba estar ahí. Y que como al principio, nadie se le acercaba con buenas intenciones.

Con el cansancio de fingir ser quien daba las órdenes, se alejó de su grupo y fue hasta la solitaria niña que jugaba con un pequeño ratón.

«No te acerque a ella, porque su magia es oscura» le dijeron, pero a Arabella parecía no importarle, pues ya tenía un mínimo conocimiento de esta a través de su madre.

No iba a ser la bruja que rechace a los demás. O al menos esperaba eso de si misma.

—¿Qué haces? —le pregunto estando cerca de ella.

No le respondió nada, pero hizo brotar una pequeña flor y se la dió. Arabella la tomo con gusto, y le sonrió para luego sentarse a su lado. Y solo verla, en silencio, como jugaba con algo que ella no lograba perfeccionar.

Aquella niña era una presencia extraña y solitaria. Lo contrario a ella, porque aún siendo nueva, entro sin ninguna sonrisa, y no se presentó a nadie.

Pese a lo pálido de su piel, lo oscuro de su cabello, en su mirada verde encontraba el color que al resto le faltaba, y era eso lo que le hacía pasar las tarde en silencio a su lado.

Solo fueron un par de dias y noches los que pasó allí, y cuando una mañana fue por ella, no la volvió a ver. Las maestras no supieron como logro escabullirse, pero Arabella se alegraba que lo pudiera hacer, pese a no saber su nombre. Aún así, estaba segura que la iba a poder reconocer, como una bruja oscura que hacía flores.



★★★

Hola mis soles de primavera 🌼 ¿Cómo les va? Espero que bien. Yo me tomo un descanso de mí pinturita parcial, porque sino me voy a volver loca.

Circe la pasa bien, Arabella la pasa mal. Cosas que pasan, quien lo diría. Si, me gusta el misterio 😤

¿Quién es la madre?

¿Por qué es peligrosa?

¿Quién es esa niña?

Lo sabremos, todo, a la larga ✨

Sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨

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