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4, Eres una princesa.


—Bien princesa, y futura reina —exclamo Lancelot.

Arabella rió por el comentario.

—No soy ninguna de las dos —dijo ella.

—Morgana no está de acuerdo con eso. Y me lo dejo bien en claro cuando me amenazo para que te diera está clase antes que cumplas trece años.

Ella negó con la cabeza, y alzó la espada de madera al frente, imitando al caballero.

Ahora se le sumaba más y más deberes a su lista. Por suerte, había adquirido con facilidad el gusto por ordenar su habitación. Lo cual hacía con rapidez.

Una hora de espada, más otra hora de arquería la mantenía bastante ocupada para no ver lo que estaba pasando a su alrededor con la llegada de su próximo cumpleaños.

Tras la primera mañana de movimiento físico, se dio cuenta de la fragilidad de su propio cuerpo. En ningún momento Lancelot la tocó tan fuerte como para dejarla marcada, aún así, ahí tenía un par de moretones en sus piernas, las rodillas raspadas, y mucha tierra en su cabello.

Antes de seguir con su propio cuidado, fue en busca de Morgana. Le debía contar un par de cosas que habían sucedido en el día.

Sin ponerse otra ropa que no fuera la que uso para entrenar, camino en dirección a la biblioteca. Amaba los vestidos, le hacían sentir bien y hermosa el usarlos, pero el traje de entrenamiento le daba la libertad que necesitaba al caminar.

En medio de su búsqueda se topó con Hisirdoux. Este quedó asombrado de verla. Era la primera vez que la descubría con el cabello atado, y pantalones. Ahora entendía porque era más alta que él.

—Hisirdoux —lo llamo.

—Luces fantástica —dijo él—. ¿Qué has he hecho?

—Oh, yo —dijo algo nerviosa—. Encontre estos pantalones y me los quise probar.

A punto de seguir lo que estaba haciendo, una idea cruzó su mente.

—Y quiero usarlos aún mas —dijo—, descubrir sus límites, ¿Que podríamos hacer?

Por detrás de Hisirdoux apareció el gato negro que lo seguía a todos lados. Arabella lo vio atenta, segura de que ese animal no era como cualquier otro, y lo descubrió cuando el mismo se puso unos lentes sobre el hocico.

—Lo sabía, no eres cualquier gato —exclamo.

—Es observadora, princesa Arabella —dijo el felino—. Archibaldo, usted puede llamarme …

—¿Archie, no? Y no soy princesa, solo es un juego. Ahora con estas vestiduras soy una niña más —dijo Arabella—. Qué quiere jugar a algo más.

Pensativa, se distrajo un momento. En eso, Hisirdoux también trato de pensar a que jugar, y solo se le ocurrió una cosa.

Se acerco a ella, y al grito de "tu las traes" la tocó por la espalda para luego salir huyendo.

—Ahora me debes atrapar —exclamo a lo lejos.

—Es un juego, corre hacia él, y divierte —dijo Archie.

—Oh, entiendo.

Emocionada fue tras él, y este comenzó a correr lejos de ella. Se les sumaron más niños, que parecían no reconocer a joven rubia que corría detrás detrás de alguno.

El lugar se llenó de risas y gritos de alegría. Era la primera vez para Arabella que se sentía rodeada de algo así. De tanta emoción y energía. Se olvidó del dolor de piernas, y las vendas en su mano por el uso de la espada de madera.

Se sentía una niña libre. Una que podía gritar sin la necesidad de guardar apariencias, y con la única meta de atrapar a otros de su edad en ese momento.

Pero aquel sentimiento se vio interrumpido de manera brusca. Choco contra alguien, la armadura de esta persona le hizo doler aún más que cualquier otro golpe, y descubrir de quien se trataba era mucho peor.

—Su majestad —dijo apenas audible.

Se puso de pie tan rápido como el resto de niños salieron huyendo.

—Lo lamento, no fue mí intención —dijo, e hizo una reverencia—. No volverá a suceder.

—Claro que no, porque una princesa no debe verse y actuar de esa manera —dijo el rey.

No entendía nada, Arturo nunca la vio más que como una niña que se llevaba toda la atención de Morgana, y contaba los cuentos más fantasiosos. Y esa era la primera vez que la trataba de aquella manera, y la veía como lo hacía.

—Lo sentimos, solo estábamos jugando —dijo apenado Hisirdoux.

—Retirate, Merlín te busca —ordeno—. Y tú, vendrás conmigo.

Puso una mano tras su espalda, y la obligó a caminar con un suave toque. Arabella vio en dirección de Hisirdoux, y como una triste mueca se dibujaba en su rostro.

Camino junto al rey en silencio, sintiendo que con cada paso se alejaba más y más de la diversión. La caminata aburrida, no era lo que más le preocupaba, sino la forma en que la trato. Cómo la llamo.

—En una semana cumplirás trece años, y varios viviendo aquí —hablo el hombre—. Siendo la hija de mí hermana. Te he visto todo este tiempo, y mí reina también lo ha hecho.

—¿Si?

—Hemos notado que cumples con los estándares necesarios para algo que nos falta —contesto—. Claro, no llevas nuestra sangre, pero eso no es un problema tan grande.

—No entiendo —dijo un tanto preocupada.

Arturo se detuvo, y ella se freno unos paso más adelante. Cuando giro en su dirección, lo vio de rodillas frente suyo. Era, tal vez, la segunda vez que un adulto hacía eso.

—Camelot necesita a una princesa —dijo, y le extendió la mano.

Cómo si supiera de lo que hablaba, Arabella tomo su mano, y dio un paso al frente. Esas palabras le produjo tanto en poco tiempo. Estaba confundida, pero a la vez no podía evitar sonreír con dicha. Nunca antes, cuando era tan solo una niña moribunda, llegó a pensar que algo así le sucedería.

Las hadas, princesas y demás seres mágicos, estaban en alguna parte de su antigua memoria como algo que nunca llegaría a vivir. Y ahora allí, un rey de rodillas, mientras ella vestía un atuendo de entrenamiento, la acercaba a lo que alguna vez fueron viejos relatos de una madre que no recordaba.

Tras el paseo con el rey, fue en busca de su madre. La encontro en la puerta de su habitación, con una gran sonrisa, una que no veía hacia ya unos días.

Se apuro hasta llegar a ella, y Morgana la recibió con los brazos abiertos. Se fundieron en un abrazo lleno de emoción, como si alguna de las dos hubiese hecho el mayor logro de su vida.

Morgana estaba segura que era el segundo paso que necesitaba para estar más cerca de su meta.

—Creo que alguien se me ha adelantado —dijo en cuanto se apartó—. Pronto habrá una ceremonia, hay que prepararte para eso.

Arabella entro al cuarto, y Morgana la detuvo en cuanto vio la pierna expuesta. Tenía un golpe, y además estaba cubierta de tierra, con una mano vendada. Estaba segura que su hermano la vio en esas condiciones y que pronto le haría llegar ciento de preguntas sobre el estado de la niña. De la cual le hablo que era la más educada y femenina de todas allí.

—Debemos evitar que alguien te vea en ese estado —hablo.

—¿Cómo?

—Seras una princesa, debes lucir como tal en todo momento.

Arabella la vio confundida. No terminaba de entender bien de lo que hablaba.

—Hablare con Lancelot para que sea más discreto con el entrenamiento —dijo pensativa—. Será un problema la próxima que Arturo te vea en esas condiciones.

—No entiendo madre.

Morgana se acercó, y se inclino para acomodar su cabello, y sacudir la tierra de la camiseta de entrenamiento.

—Hija, puede que ahora te moleste lo que te voy a decir, pero es por tu bien —dijo, y tomo aire—. Tus estudios mágicos tendrán que ser en secreto, al igual que el entrenamiento con Lancelot. Veré qué puedas estar durante …

—Entonces no quiero —le interrumpió.

—¿Qué no quieres?

—Ser una princesa, prefiero ser una bruja.

Morgana la vio fijo, entrecerrando los ojos. Y Arabella creyó que su madre estaba leyendo hasta en lo más profundo de su interior. Sintió cierta amenaza en su mirada verde, y se arrepintió de desafiarla.

—Hija, lamento decirte que ni yo tengo el poder suficiente para que puedas elegir lo que quieres —dijo y se enderezó—, si lo rechazas, Arturo te echara de aquí.

—Pero madre …

—Lo siento hija, pero no será por mucho tiempo —dijo, y le sonrió—. Se que podrás con esto. Ahora ve a que te den un baño, te hace falta.

Morgana se retiró del cuarto, y Arabella se quedo callada con las palabras en la punta de la lengua, y creyendo que su madre tenía razón en algo. Era Morgana, y le había demostrado que nunca se equivocaba, por lo tanto estaba segura que está no sería la primera vez que lo haría.

O si lo haría en algún momento.

Fue por el rey Arturo, y se encontró con la reina. Está le sonrió alegre al verla, y Arabella hizo el mismo gesto. Le encantaba estar con ella, pues después de su madre, Guinevere era con quién mas disfrutaba pasar el tiempo, pese a que no tenían tanto libre como cuando era más niña.

—Su majestad —dijeron al unísono haciendo una reverencia.

—Oh, Arabella estoy tan contenta con que al fin tengas el lugar que te mereces —dijo alegre la reina.

—Muchas gracias por el lugar que me han concedido —contesto con una sonrisa—. Me preguntaba …

Se apartó de la reina, y comenzó a caminar a su alrededor buscando algo con la mirada, y siendo seguida por los ojos de la mayor.

—¿Que necesitas pequeña? —pregunto frente al silencio.

—¿Tendré una corona?

Guinevere la tomo de los hombros, y le sonrió. De los pliegues del vestido saco una joya delicada, era de oro, con una gema de color rosa, y otras pequeñas de color verde. Se la puso sobre la cabeza, y Arabella no pudo evitar sentirse emocionada por ese simple acto.

—Puedes usarla por un rato, pero debes devolverla para que tu tío te la ponga frente a todos —conto—. Sabes cómo es esto, así que ten cuidado.

Arabella no dijo más nada, y la reina no pregunto que era lo que iba hacer con la corona de la princesa. Se marchó, no sin antes ocular la corona en alguna parte del vestido.

Continuó su camino buscando algo. Más bien a un par de personas. Iba por los pasillos del castillo sonriendo y saludando a quienes se cruzaban, hasta que vio al par de niñas que semanas atrás la despreciaron por bruja.

No tenía muchas intenciones de ser amigable con ellas pero tampoco quería dejar pasar alguna oportunidad de algo.

Paso a su lado, y no se hizo a un costado, empujando a la mayor, la que la tiró al suelo en aquella ocasión.

—Deberias disculparte —dijo Arabella, dándole la espalda.

—¿Que dijiste enana?

Arabella volteó, y le dio una sonrisa altiva.

—Dije que pidieras disculpa ¿O tendre que pedirte que te limpies los oídos?

La muchacha comenzó a reír, y las otras dos le siguieron la corriente, haciendo que la sonrisa de Arabella siga creciendo. Ni ella podía entender de dónde nacían aquellas agallas de querer tomar revancha con quienes la molestaban.

—¿Que harás bruja? ¿Maldecirnos? —dijo, y le pico el pecho con el dedo—. Eres nadie, no te tenemos miedo.

Con tranquilidad, se pasó la mano donde fue tocada por la muchacha, haciendo cara de disgusto. Saco la corona escondida, y lento se la colocó en lo alto de la cabeza. Comenzó a caminar a su alrededor, como una felina con su presa. Deseosa de saltar sobre ella.

—Podria hacerlo —hablo—, pero prefiero hacer que te corten la cabeza por faltarle el respeto a la princesa.

La muchacha trago aire, y la vio con seriedad.

—La princesa soy yo, por si no te ha quedado claro —gruño, a la par que fruncía el ceño.

Noto el terror en la mirada de su contrario, y en ese pequeño momento, supo el gran poder que tenía sobre la cabeza, y comenzo a creer que no era tan mala idea que todos allí la conocieran como la princesa de Camelot.

Tras devolver la corona, volvió a sus aposentos.  Allí la esperaba Morgana, y no se veía muy feliz. Ahora Arabella esperaba que razón causaba su infelicidad. Y estaba dispuesta a ignorarla, por el solo hecho de tener que estar haciendo algo que no le gustaba por completo.

—No puedes ir por ahí amenazando a la gente con qué harás rodar sus cabezas —dijo, con cierto enojo en la voz.

—Claro que puedo, si me tratan mal, deben saber con quien se están metiendo —contesto la rubia.

Faltaba una semana para su cumpleaños, y recién con doce años se comportaba como los reyes más caprichosos. Y para Morgana, que Arabella supiera defenderse no era un problema, sin embargo, hacerlo en nombre de la corona, podría serlo. Pronto o la larga.

—Es tu cabeza la que está en juego —señalo—. La próxima, detente a pensar un poco. Ser una princesa no es un juego.

Arabella le dio la espalda, no quería seguir viéndola. Y Morgana descubrió lo que era esa conflictiva edad de la cual alguien le hablo alguna vez.

—No lo volvere hacer, porque ahora saben que no deben molestarme —dijo.

Con la intensión de irse, Morgana la detuvo. La hizo girar para poder encontrarse con aquella cálida mirada marrón, pero no hizo más que ver una tenue pigmentación rosa en sus ojos.

—Hay algo que debo darte. Una corona hace a una princesa, pero una joya hace a una bruja —dijo, y sonrió.

Le mostró un collar de cadena de oro, con una pequeña piedra color verde reluciente. Arabella la reconoció de inmediato, era lo que hurto semanas atrás. Se veía tan hermosa, pulida, y brillante.

—¿Es para mí? Pensé que la magia hacía a una bruja —se cuestionó.

Morgana paso el collar por su cuello, y cuando lo engancho con cuidado, acomodo la piedra en el centro de su pecho. Está dio un leve resplandor, y Arabella sintió que se despegó del suelo por una sutil ola de magia.

—Son varios los ingredientes que hacen a una bruja —dijo, sonriendo—. Tu ya tienes algunos. Desde la belleza de tu magia, hasta de quien la porta.

—¿Significa que aún podré estudiar para ser una gran bruja?

Morgana le dio un beso en la frente, y la abrazó con fuerza.

—Con algunos arreglos, serás la mejor bruja de todas —murmuro.

★★★

Hola mis soles primaverales, ¿Cómo les va? Espero que bien.

Este capítulo casi que casi no sale, porque no tenía forma de continuarlo. Igual, me tomé mí tiempo, y quedó bien. Me gusta.

A alguien le gusta el poder desde pequeña, y no diré que es nuestra brujis 👀

Buenos, no hay mucho que decir. Así que ✨ besitos besitos, chau chau ✨

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