23, Arabella Pericles.
Debía admitir, que de todo lo complicado que alguna vez llegó hacer, perdonarse, tomar un tiempo para dejar ir lo que fue, lideraba la lista.
Analizaba demasiado, que ella no perdonaría, si hubiese sido la víctima de sus actos.
¿Cómo perdonar una infidelidad?
¿Cómo perdonar el abandonar a alguien a la suerte del momento?
¿Cómo perdonar haberse metido con las personas equivocadas?
¿Cómo perdonar lastimar sin piedad a quien juro amar por el resto de la eternidad?
No sabía como, y siempre terminaba cayendo en la conclusión de que nadie aceptaría el perdón por lo que hizo, entonces ella tampoco.
Cada día que pasaba, le costaba más verse al espejo, creer que era capaz de hacerlo, mas aun con el poco aprecio que se guardaba.
—Solo sonríe —se dijo así misma.
Y aquello le era más fácil que detenerse y buscar la manera de hacer lo que alguna vez le dijeron para poder continuar en paz.
•
Tomo el cuaderno que venía usando, y pensaba en que debía comprar otro. No sé hacía tan aplicada como para estar usando tantas hojas. Era casi mitad de año, y se cuestionaba que tanto escribía en las clases.
—Me aburre que vayas a la universidad —se quejo la gata desde el sillón.
Quizás Arabella no se podía dar la tarea de perdonarse a si misma, pero si la de llevar una vida corriente. Tan tranquila como ella podía creer. New York, no era con exactitud la clase de ciudad que le daba calma.
—White ¿Qué dijimos? Lo aburrido está bien —dijo Arabella, mientras se retocaba el maquillaje.
—¿Aburrido? Tu no te aburres, yo me aburro. Prefiero estar corriendo detrás de un idiota, a tener que seguir soportando que los traigas al departamento —se quejo—. No creo que sea la clase de vida que buscabas cuando hablabas de estar en calma.
Arabella se encogió de brazos, y tras revisar el plato de comida de la gata, salió a las clases.
—Solo buscas otra manera de lastimarte —añadió White antes que la puerta se cerrara—, escogiste la más lenta y humana de todas.
White no se equivocaba en algo. Era tranquila la vida que llevaba porque no trabajaba más de nada relacionado a la magia. Pero viéndose como una joven humano, la gata la tildaba de desastrosa.
No descansaba lo suficiente.
Sino estudiaba, trabajaba.
Sino trabajaba, salía de fiesta.
Cada día que pasaba, su cuerpo parecía más frágil. Porque comía, lo justo, necesario y mal.
Podía pasar horas en movimientos, dentro y fuera del gimnasio. O dormir por mucho tiempo, sin querer salir de la cama.
Pero siempre andaba con una sonrisa, bien brillante por el gloss. Con el cabello rubio impecable. Hermosa a simple vista, rodeada de personas que no hacían más que reforzar aquello.
Arabella podía estar derrumbándose, y nadie, que no pasara al menos cien años a su lado, lo notaría. Con la nueva era, dónde todo iba muy rápido, ni ella podía notar la autodestrucción.
•
Cómo todas las mañanas, llegó a clases, se sentó un par de asientos por delante del centro. Aunque a White no le gustara, ella encontraba algo agradable en eso de ir a clases. Solo que esperaba no hacerlo siempre, o tan seguido. Tenía un título de psicología, carrera que hizo al principio de los '90.
Ahora hacia historia, no porque le gustara recordar los tiempos pasados. Más bien para saber que se enseñaba, y que tanto los humanos decidían contar o no.
Le iba bien, un 8.55 y no buscaba más que eso. Le gustaba, y solo por eso pensaba en terminarla.
—Hola rubia —una compañera sentó a su lado.
Quería decirle que deje de llamarla de esa manera. Le hacía recordar a una vieja amiga, de lo cual no sabía nada. Pero prefiero no hacerlo, porque eso era tener que explicarlo, y allí nadie se veía apto para saber sobre una bruja.
Tocaba historia del arte. Y el profesor llego con un cuadro antiguo, casi chamuscado, y no solo por el paso del tiempo.
Arabella no logro reconocerlo en el acto, hasta que leyó "bruja" escrito en un rojo muy oscuro. Sintió el olor a sangré impregnar el aire, revolviendo su estómago.
—Hoy hablaremos, no los cuadros en si, sino de algunos personajes —dijo el hombre—. En especial de ellas, las Brujas.
No recordaba casi nada de ese cuadro, quien se lo dió, o porqué estaba así de destrozado. Pero si que era una hermosa pintura. Con facilidad podía viajar a la primera vez que lo vio, y se sintió intimidada por su propia belleza. Con esa sonrisa llena de inocencia, y el rostro pulcro sin nada que lo dañara.
Hasta que lo hizo, recordo porque estaba en ese estado.
—No sabemos quien es —dijo el hombre, y Arabella suspiro aliviada—. La tildaban de bruja, lo cual era extraño siendo ella parte de la aristocracia.
—Eso sucede cuando a cualquier mujer, con o sin poder, la acusan de algo —hablo Magda, la compañera de Arabella.
Arabella sonrió. Quería escuchar lo que tenían para decir. Las conjeturas sobre algo que era cierto, sin embargo se respaldaban con otros hechos. Si eras una mujer que amenazaba la posición de un hombre, eras una bruja.
Y ella era esas dos situaciones. Una bruja y una mujer que amenazaba a los hombres.
En la clase llegaron a hablar de que se trataba de una gran erudita, y por eso la tildaron de bruja. Luego de un rato pasaron a otros personajes, otras mujeres que estaba segura que salvó en alguna noche de rescate.
Cuando la clase finalizó, Arabella se apuro en salir, sin embargo fue la última. No dejaba de ver el cuadro destrozado, y pensar en la noche esa. Desdemona estaba empeñada en que el mundo la odiara. Y fue que tras revelar la idea frente a la muchedumbre, tuvo que ocultarse.
Una larga historia, que deseaba olvidar, y que parecía perseguirla.
—La note callada, señorita Pearps —hablo el maestro.
Claro que no se llamaría Pericles en una carrera de historia. Apellido popular entre los libros de las cátedras.
—Si, es una parte de la rama que me cuesta digerir —dijo ella y sonrió—. Las mujeres la han pasado mal.
—Lo se, y también se que pese a todo el daño que les causaron —hizo una pausa, y vio al cuadro—, les han pedido perdón.
Lo sabía, no olvidaba el día que dijeron que sufrieron histeria colectiva, y por eso la locura contra las brujas. Muchas de ellas de verdad, y muchas otras, aún más, simples mujeres.
—¿Sirvió de algo?
—Creo que ver la historia con otra visión —respondió el hombre—. Antes las brujas eran malas, ahora son un misterio. Eso es bueno.
Arabella dió un soplido, y se quedó un momento más viendo el cuadro, aún cuando el maestro se marchó. Se quedó pensando en la conversación. Aunque ella fue parte de esas brujas, también estuvo del otro lado.
—Ellos han pedido perdón —murmuro—, aún así ...
—Siguen siendo malos —se acerco su compañera—. Es raro, siento que ellas no tomarían su perdón.
—¿Por?
—Bueno, no era una real amenaza —respondió.
—Si se trata de alguien que lo hizo porque así le han enseñado ¿Lo perdonarías?
Magda guardo silencio por un momento, y se quedó viendo el cuadro rasgado.
—Es raro, creo que si lo intenta, también lo haría —dijo, y le sonrió—. ¿Vamos? Quiero comprar una falda para esta noche, y necesito de tu ojo experto.
La tomo de la mano, y sin dejarla decir nada, se marcharon del curso.
•
Por un momento, en medio de la fiesta, creyó haberlo visto. Era una sonrisa similar, una mirada amable, la voz amigable. Y allí, con tanta gente a su alrededor, se sintió sola, y pronto le comenzo a faltar el aire.
Aún pensaba en la clase de historia, en el perdón por haber lastimado, en la creencia de que nadie mas la tomaría en serio. En las brujas que fueron víctimas, y en ella, que si alguna vez lo fue, o si siempre fue la mala.
Se le hizo un hueco el pecho, y la cabeza le comenzó a palpitar. Cada gota de aire que pasaba no le alcanzaba para buscar estabilidad. El vestido rojo le ardía como si se estuviera prendiendo fuego, y aquello que brillaba no eran simples lentejuelas, sino brazas sobre su piel.
Cuando al fin pudo llegar al balcón, y sentir el aire frío en su rostro, vio hacia lo profundo. Solo pensó, por un instante, que ya no quería seguir sintiendo dolor, que la vida que llevaba la estaba cansando y odiaba tener claridad en eso.
Tomo la baranda, acercándose un paso más, a lo que ella creyó que debería ser el final de novecientos años. Era otra forma de ver la oscuridad, tan fría e infinita.
—Arabella —llamo alguien.
Se soltó y fue hacia atrás. Podía sentir que su corazón le iba a estallar dentro del pecho. Trastabillo, y termino por caer.
—Lo siento, lo siento —repitió.
Magda se acercó a ella, y la ayudo a ponerse de pie. La noche llegó hasta allí, al menos para ambas. Se marcharon al departamento de la rubia, y allí lloro, lo que venía guardando por mucho tiempo.
•
—Soy una mala persona —murmuro Arabella.
—Lo dudo —respondió Magda.
—Hice muchas cosas malas —añadió—. Solo por reconocimiento, ni siquiera me hacia falta.
—¿Te arrepientes? —dijo—, no todos los malos lo hacen. Hasta algunos insisten en seguir haciendo daño.
—A veces me gustaría volver el tiempo atrás, y decirme a mi misma que no lo haga —suspiro, y vio al techo—. No quería hacerlo, aún así lo hice.
Magda se apoyo sobre sus codos, y encendió el velador para verla mejor.
—¿Tan malo fue?
—Si, y cada día que pasa me preguntó porque cambie eso.
—¿Qué hiciste? —pregunto con curiosidad.
Arabella pensó bien en sus palabras. Quería decirle que cada vez que pensaba en ella huyendo de su boda, fue lo último para romper con una relación de siglos, se arrepentía de haberlo hecho sin dudar un segundo.
—Digamos que —tomo aire—, priorice un puesto de trabajo por sobre mi relación. Digo, antigua relación.
—Wuau.
—Si, renuncie al trabajo luego de un tiempo. Era un ambiente terrible —continuo—, pero él ya no sentía lo mismo. Siguió, mientras que yo me quedé a la deriva en todo. Es complicado.
Magda otra vez se recostó, y sonrió viendo al techo. Tenerla a Arabella como amiga era algo extraño, tenía muchas caras, la de joven inteligente, y también muy divertida. No terminaba de comprenderla, aún así, le gustaba tenerla de amiga.
—No creo que seas mala, solo has tomado pésimas decisiones —dijo, y la vio—. El pasado importa, ¿Sabes?, para no tener que repetirlo.
Y con eso último dicho, tras dar un bostezo, se durmió. Arabella guardo silencio. Con cuidado salió de la cama, y se acerco al espejo de cuerpo completo.
Se observo, cubierta bajo una tenue oscuridad. El rimel corrido, el cabello atado en un alto moño lleno frizz, sus ojos marrones opacos por el sueño, y la boca reseca.
No era más un princesa.
No era más un ser etéreo sacado de un cuento de hadas.
No era una belleza inconfundible.
Solo era una simple humana. Una que no hacia más que romperse por estar evitando ver todo lo que se ocultaba detrás de una sonrisa fingida.
—Lo siento —se dijo así misma.
Abrazo a esa pequeña niña que alguna vez estuvo cara a cara con la muerte. A la que se vio envuelta en una vida de ensueño. A la princesa rebelde y generosa. A la estudiante aplicada. A la sobrina enojada de un rey sordo. A la hija dulce, de una madre difícil.
A la bruja que una vez temió a lo que nacía con una sola chispa de magia. Abrazo a la última bruja de vasija de pie.
Se abrazó a ella misma, y lloro. Se pidió perdón, y le suplicó que por favor continuara, que ese no podía ser el fin. No podía ser el simple fin de la asombrosa y maravillosa bruja, como alguna vez le dijeron que sería, Arabella Pericles.
★★★
Hola mis soles, ¿Cómo les va? Espero que bien.
Me enfrente, como Arabella contra ella misma, y terminé este capítulo.
Digamos que después, como todo cliché, se va a la India y allí tiene una experiencia mejor para pedirse perdón. Bien a lo Comer, rezar, amar.
Quedan dos capítulos más, que son nuevos, y la historia finaliza con el capítulo del casamiento. Y bueno, el cierre 👀
Sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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