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20, Almas irresponsables.

1789, Gordes, Francia.

Pese a ser una de las villas más lindas que alguna vez visitaron en Francia, el día que llegaron a la casona, el tiempo oscuro con el que fueron recibidos, no hizo más que causarles escalofríos.

—¿Me dices porque estás aquí? —pregunto Galaga.

Hisirdoux dió un paso adelante, y lo vio agotado.

—No confían en ti con ella —respondió.

—¿En ti si? Te fuiste de la comisión por algo a causa de ella —dijo Galaga, poniéndose a su lado.

—Aun así, confían mucho más en mi —respondió Hisirdoux, dándole una sonrisa socorrona.

El mago de traje rojo, le dió una suave palmada en la espalda, que lo obligó a dar un paso más al frente. Y noto, casi de inmediato, los nervios del pelinegro.

—Linda sortija —señalo—, ¿Si sabes que estás yendo directo a una trampa?

Hisirdoux lo vio confundido.

—Y no hablo de matrimonio —murmuro Galaga cerca suyo.

Al frente, un portón, de rejas oscuras, se abrió solo. Ambos se vieron, un tanto preocupados por eso, aún así, decidieron entrar, pues del otro lado, como un punto de luz rosa en plena oscuridad, notaron a la rubia.

—Y ahí está la trampa —dijo Galaga sin quitar los ojos del frente.

Arabella se acerco a ellos, agitando un pañuelo rosa pálido, y con una gran sonrisa en sus labios. No iban a negar que su vestido, tan delicado como el peinado que usaba, desentonaba por completo con aquel lugar.

La realidad, era que ella desentonaba con el lugar.

No estaba usando de esos grandes vestidos que alguna vez le supieron ver, sino uno que, pese a serle ceñido en la cintura, no se notaba tan incómodo. Más aún por la velocidad en la que se le acercó a los magos.

—Hola —saludo alegré.

Ambos dieron una sonrisa, a penas marcada, y no pudieron evitar dejar de verle el rostro. Tan lleno de vida, y joven, con una gran marca bajo su ojo. Que siendo un recuerdo de algo tormentoso, parecía la decoración más delicada que la bruja podía lucir.

Hisirdoux se acerco a ella, y la tomo de las manos, dándole una sonrisa cargada de pena, las beso, y su perfume lo invadió. Había pasado más de cien años de aquella ocasión, y no dejaba de sentir culpa por lo sucedido.

—Ya deja de verme así —le recrimino, con dulzura.

—Lo siento —murmuro, pasando una mano por la mejilla contraria.

—No debes sentirlo —respondió.

Arabella no quería culparlo de lo ocurrido, pues no fue él quien la mando directo a la trampa. Aún así, no podía dejar de ver, lo que alguna vez le menciono Morgana al respecto.

Una distracción.

Y aunque podía parecerlo, porque fueron varias las veces que trastabillo por andar pensando en él, ahora lo necesitaba más que en otras ocasiones.

—Que lindos se ven —dijo burlon, Galaga—, ¿Si sabes que se va a casar?

Claro que lo sabía. Circe no se andaba con rumores a medias, ni con falsas noticias. Cuando lo supo, no hizo más que sonreir con cierta gracia, mientras que por dentro se ahogaba en gritos.

—Excelente noticia —dijo sonriente—, Circe me puso al tanto.

—Circe, hace mucho que no la veo —dijo Galaga—, ha de ser la mujer más hermosa de todas.

—No estamos aquí para placeres cariño —le interrumpió la rubia—, más bien, porque creen que los puedo ayudar en algo, ¿Cierto? Es toda una sorpresa.

Antes de que los dejara hablar, los hizo entrar. El cielo se había puesto más oscuro, y cada tanto las nubes se iluminaban, de manera escalofriante.

Dentro, los esperaba la chimenea encendida, y el té recién hecho. Galaga se fue a dejar las maletas al cuarto de huéspedes.

Hacia mucho tiempo que no estaban en un mismo cuarto, tan calmados, evitando arrancarse las vestiduras. Algo que la bruja estaba por completo en desacuerdo, y es que desde el momento en que lo vio no hizo más que desear su boca.

Estaba segura que de ser otra persona con la que se iba a casar, no guardaría tanto la apariencia, sin embargo Rebecca era diferente, a cualquiera ser corriente. Entre tantas brujas que puedan haber sobre la tierra, a ella le guardaba respeto. Solo por una razón.

—Becca es afortunada —dijo al fin Arabella—, cualquiera que se case contigo lo es en realidad.

—Tomare eso como un cumplido —dijo Hisirdoux.

Arabella se acerco a él, y acomodo las solapas del traje. Era de los pocos hombres con los que se cruzaban, que no optaban por llevar la tendencia del momento. Odiaba las calzas, y peluquines blancos, pero amaba los tapados, y una que otra camisa.

—Es un cumplido —le sonrió—. La fortuna de ella, y que tú eres un buen partido.

Hisirdoux sonrió. Aunque se lo repitiera cientos de veces, aún así le costaría creerlo. Porque de trataba de Arabella, quien no le gustaba perder en nada, y de los celos más furiosos que cualquier ser humano podría tener.

Y esa sonrisa, no parecía ser de ella. Tan brillante y dulce, a juego con las mejillas coloridas, y los ojos cálidos como el sol recién amanecido.

Si lo era, al menos una pequeña parte de aquello que veía le pertenecía a la joven princesa y bruja que conocio tanto tiempo atrás.

Algo nervioso, porque verla de nuevo como alguna vez la supo ver, se hizo atras, y tomo una taza de té.

—Venimos para que no ayudes con la …

—Inferna Copula —interrumpió Galaga, bajando por las escaleras—, el alma de un guerrero que se vio corrupto.

Arabella giro sobre si, y de brazos cruzados, le entrego una mirada cargada de rabia.

—Si, suponía que creen que se de algo así —dijo, alzando una ceja.

Se alejó, para ir por un leño, y el silencio que ambos formaban, confirmaba lo que ella dijo.

—Bueno, no lo sé —exclamo—, ¿De verdad piensan que Morgana me dijo todo lo que sabía, lo que hacia?

—Yo si lo creo —respondió Galaga.

—Bueno, lamento decepcionarte, pero no —dijo—, no lo sé todo. Me ocultaba más de lo que imaginan.

Lanzó el leño al fuego, haciendo que este salpica el espació con sus chispas.

—Bien, la cena estará lista en un momento —dijo, yendo a las escaleras—, mientras buscaré como ayudarles.

Hisirdoux dió un soplido de cansancio, y la vio desaparecer en la oscuridad de un segundo piso.

Camelot, un tiempo atrás.

Hisirdoux volvía del campo con las manos vacías. Iba con la esperanza de encontrar aquel bicho que su maestro le pidió, sin embargo, lo único que halló fue los pastizales carentes de cualquier criatura.

En el camino al taller, una suave voz lo transportó a una dulce realidad. Giro en su dirección, y se perdió en lo dulce de su sonrisa, el movimiento de aquel vestido rosa, y su cabello suelto.

—Hasta que te encuentro —dijo ella, y amplio la sonrisa.

—Hasta que lo haces —respondió como un suspiro.

Si estuvo en algún momento perdido, agradecía por dentro que sea ella capaz de hallarlo sin dar tantas vueltas.

Arabella se acerco a él, lo tomo de la mano, y dejo un se beso en la mejilla.

—Me debo perder más seguido, si está es la recompensa de que encuentres —dijo nervioso.

Cayó en cuanta, que su lengua fue mucho mas rápido que su cabeza, y lento se iba arrepintiendo de eso.

—Debes anotar eso —dijo la rubia con entusiasmo—, no querrás olvidarlo para cuando des tus votos.

Hisirdoux abrió los ojos sorprendido de oírla hablar con tanta soltura sobre un posible matrimonio. Aún teniendo recién diecisiete y dieciocho años, no le parecía una locura.

—Lo haré, no pienso olvidar nada de esto —dijo con entusiasmo—, si quieres, puedo decirte todos los votos que he pensado hasta el momento.

—¿Ya los tienes?

—Bueno, te mentiría si te dijera que no lo he pensado antes —dijo, y rasco su nuca ante los nervios.

Los ojos de la joven bruja brillaron al oírlo. Su corazón estaba enloquecido, pese a que él aprendiz del hechicero no dijo nada más que algunas palabras nerviosas.

—Quiero que me los digas —exclamo.

—¿Ahora?

—Si, cuánto antes, quiero oír lo que tú corazón tiene para decir —dijo.

Hisirdoux asintió, a la par que una sonrisa se iba dibujando.

—Bien, pero dame un momento para ponerme lindo —dijo, y sus mejillas ardieron.

A veces no podía creer lo mucho que hablaba sin pensar.

—Para ti, porque tú luces como un hada de los libros de Merlín —añadió.

Cuando se volvieron a ver, en silencio confirmaron lo que sus corazones gritaban estando cerca. No existía, o al menos eso creían, otras personas capaces de generar lo que estos hacían.

En plena noche, bajo las estrellas y la luna, lejos de cualquier otro ojo, se recitaron todas las palabras de amor que tenían aprendidas hasta el momento. Y aseguraron, que aún faltaban más.

—Y llegado el momento, en que diga que quiero pasar el resto de la eternidad a tu lado —murmuro la rubia—, mi alma hablara, y dirá todo lo que mi boca no puede.

—Sera cuando mi alma se entregue por completo a la tuya —Hisirdoux tomo su mano, y la beso—, y serán solo una.

—¿Solo una?

—Por el resto de la eternidad —añadió.

No sabía de donde nacían aquellas palabras, porque nunca antes las oyó de nadie. Entonces supo que solo Arabella era capaz de hacerlo ir más allá de lo conocido.

Se volvieron a ver para la cena. Arabella seguía sin ninguna información, más que la historia que conocían de aquel troll guerrero que entrego su alma a Morgana.

—Se lo mismo que ustedes —dijo—, pero claro, no me creen.

—Yo si lo hago —hablo Hisirdoux.

Arabella le sonrió, y bajo la mirada a su plato.

—Tu siempre le crees todo —dijo Galaga—, si ella te dice que no hay un incendio cuando es evidente que todo alrededor se prende fuego, tu no harás más que creerle.

Cansada de ser atacada por el mago mayor, se puso de pie, haciendo un feo ruido con la silla. Quería evitar problemas, porque lo conocía lo suficiente para saber de lo que sería capaz si daba la palabra incorrecta.

—Se me ha ido el apetito —hablo con enojo—, iré a mi habitación, y seguiré leyendo, estudiando. Haciendo algo que estoy segura tu desconoces.

Se alejó, y de un portazo se retiro del comedor. Hisirdoux quería salir corriendo detrás de ella, pero eso era dejar en evidencia algo, y con Galaga allí no podía dar un paso en falso.

—Bien, sigue molestando —dijo y le dió un sorbo a la copa—. Estoy seguro que tu ayuda en invaluable.

—¿De verdad crees que no sabe nada? Estás ciego de amor, y estas comprometido con otra mujer —dijo, dando una sonrisa fastidiosa—. Quédate aquí, me voy. Muero del sueño.

Llegada la media noche, con la tormenta en su momento más álgido, Arabella aún seguía bajo la luz de unas velas, leyendo cada escrito que tenía.

Lo único bueno que rescataba de tener a los cambiantes a su disposición, es que eran buenos recolectando información a través de los años. Y rápidos.

Aún así, pese a todo lo que le dieron, nada de lo que leía, refrescaba sus memorias. Estaba segura que algo ocultaban.

Un golpe a la puerta, la hizo alzar la vista de aquellos papeles. Cerro su bata, y fue a ver de quien se trataba.

Lo último que deseaba es que fuera Galaga, porque su presencia allí no hacia más que molestarla. Sin embargo, al abrir, se encontró con quien quería perderse en una noche de estudio.

—¿Cómo te encuentras? —le pregunto Hisirdoux—, te traje un pedazo de pastel, por si tú apetito ha vuelto.

No podía evitar pensar que si abandonaba una comida más, desaparecería dentro del vestido. La extraña delgadez, era una secuela que parecía arrastrar de los tiempos en que la tuvieron encerrada.

No cabía en la idea, de que con aquella fragilidad, hacia un mes termino con la magia de un mago de una mansión imponente.

Arabella sonrió, y lo hizo pasar. Entro dudoso, y vio a su alrededor.

—¿Necesitas ayuda? —pregunto—, dos cabezas piensan mejor que una, ¿Recuerdas?

—Doux —dijo, y sonrió—, ¿Qué sucede?

El pelinegro dió un soplido, y se acerco a ella. La tomo de las manos, y sintió aquella electricidad que nacía de tan solo tocar su piel.

—No he dejado de pensar en ti —murmuro—, y no hablo de hoy, hablo de todo el tiempo. Aún cuando estoy comprometido con una mujer asombrosa, tu no dejas de rondar por mi cabeza.

Arabella tomo aire por la nariz, y no pudo controlar el pestañeo de sus ojos. Oírlo, le hacía perder la poca calma que aún le quedaba estando con él a un lado.

Era dar ese paso, sin retorno, o tan solo hacerse a un lado, y verlo feliz con alguien más. Su alma, que ya le pertenecia de hace mucho, pese a todo lo que podia sentir estando con alguien más, iba seguir siendo de él. Lo dijo una vez, y no creyó alguna vez siquiera pensar en retractarse. Le doliera lo que le doliera.

Sin embargo, debía arriesgarse, al menos una última vez. Lo beso, y él le correspondió. Se dejó embargar por aquel sentimiento caluroso que surgía cuando estaba metiéndose en problemas con él, y nadie mas. 

Lo deseo como si fuera el agua que anhelaba desde el momento en que estar lejos de él, se convirtió en el peor desierto.

Lo que fue un beso de despedida, se transformó en la tormenta que se iba formando desde la última vez que se vieron, sin poder hacer más nada que verse.

Su piel se transformó en la cobija más cálida, y sus brazos en el refugio para el caos que se desataba con cada encuentro. Sus manos recorrieron todo aquello que extrañaba, y beso cada centímetro que restaba. Los agitados latidos de su corazón eran la melodía que más necesitaba oír, atravesar su pecho y llegar hasta ahí.

Cuando la vela se apagó, y la oscuridad los consumió, se buscaron una vez más, para perderse en lo más profundo de sus peligrosos deseos. Sin culpas de ningún tipo, fueron ellos y el amor que se tenían. Tan poco sano y correspondido.


★★★

Hola mis soles nublados, ¿Cómo les va? Espero que bien.

Este capítulo es lo mismo que Rosa Oscuro, pero más, no se ¿Cómo le decimos?

Ah, lo siento, pero me pareció necesario de que fueran capaz de cualquier cosa porque lo que tienen va más allá de todo.

Lo próximo ya lo tengo escrito, pero, estoy indecisa por si meto el peor evento canónico de Circe en el medio. No lo sé, veré en el transcurso de los días.

En fin, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨

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