2, Una tarea silenciosa.
Arabella lo miraba con atención. No podía creer que alguien tan pequeño pudiera cargar con tanto entusiasmo una cantidad significativa de pergaminos. A él se lo notaba muy bajito y podía jurar que unas de esas hojas envueltas era más alta.
Lo vio irse detrás de Merlín, y como en ningún momento la noto a ella ¿Alguien podía querer lo suficiente a Merlín como para no ver a otro niño y querer jugar?
Sin poder sacarse la duda, fue detrás de Morgana que la llamo un par de veces hasta que está lo noto. Le sonrió como siempre lo hacía, y camino con calma a un lado.
Iba pensado en ese niño nuevo, y como se veía tan divertido, imagino como sería divertirse a su lado. Correr junto a otros de su edad era algo difícil, no por no tener tiempo, sino por no tener con quien hacerlo. Su madre algo le decía y Arabella no hacía más que ignorarla por pensar en él . Y la volvió a llamar.
—Arabella, hoy más que nunca te necesito concentrada —dijo Morgana.
Ella asintió, y siguió el trayecto en silencio. Estaban tomando un camino que no habían hecho antes, y pronto cientos de preguntas comenzaron a brotar de su mente. Aún así no dijo ni una, y tampoco entendía bien porque no lo hacía.
Llegaron a una puerta de madera oscura. Tenía grabado algunos arabescos a sus costados, y en lo alto del arco algo decía que Arabella no llego a entender por la lengua en la que estaba escrita.
—Entonces, ¿No preguntarás nada? Pensé que eras una niña más curiosa —dijo la mujer y dio una sonrisa.
Arabella se desespero al oírla. Comenzó a dar brincos en el lugar, y tratando de articular alguna palabra pero nada le salia.
—Lo, lo soy, soy curiosa madre —dijo, suplicante.
Morgana río, y despeinó su cabellera.
—Lo se, mí niña —dijo—. Y es por tu curiosidad que hoy estamos acá.
—¿Dónde estamos?
—Es donde tú sabrás cómo ser una buena bruja —respondió y abrió la puerta—. Esta es mí biblioteca personal.
Entro y le indico a Arabella que la siguiera.
Era un cuarto circular. Con una biblioteca pegada a la pared, que casi la cubría por completo. Arabella pudo notar sus estantes colmados de libros, algunos más caseros que otros. Se distinguían por la forma en que estaban hecho los dorsos, y la cantidad de hilos que podía distinguir cortados de manera ordenada. Algunos parecían que los hizo ella, por como se enredaban los diferentes largos de hilos.
También vio muchos papiros. Desde pergaminos bien envueltos dentro de una canasta de mimbre, hasta algunos descuidados en lo alto de la biblioteca.
No era lo único. En una mesada, había plantas de todo tipo, que no reconoció. Algunas calaveras pequeñas, tinteros y plumas. Canastos repletos de flores, y frascos llenos con algún líquido indistinguible.
Arabella estaba maravillada. Tanto por los muros grises así como por la gran ventana, y el mueble repleto de lecturas. Era como un extraño mundo de fantasía, donde tranquilamente podría imaginarse pasar allí sus días.
—Aun hay más —dijo Morgana.
Le hizo una seña para que la siguiera. La mujer abrió una tapa en el suelo, y Arabella descubrió escaleras. Primero bajo la mayor para prender unas velas, y luego ella.
Tomo su mano para llegar con cuidado al suelo, y cuando se concentró a su alrededor noto que ese lugar era mucho más pulcro. Había una biblioteca más pequeña, con menos libros, y todos ellos eran bien ordenados. No había ni un hilo de más o tapas desregulares.
—Arriba es magia básica, aquí podrás saber mucho más —explico Morgana—. Aún eres muy joven pero algún día este será tu lugar.
—¿Cuando sea una gran bruja?
Morgana se agachó, y la vio a los ojos. Quedó sorprendida por el cálido color de estos, jurando en silencio que nunca más nadie la dañaría.
—Ya eres una gran bruja, Arabella —sonrió—. Y yo haré que seas la mejor que este mundo haya conocido. Porque es lo que mereces hija mía.
Le dio un beso en la frente, y la cubrió con un fuerte abrazo.
•
Los días de Arabella comenzaron a complementarse con tareas de todo tipo. Desde aprender los labores domésticas, para evitar que cualquiera entrara a su cuarto, al de su madre o a la biblioteca, hasta una educación básica, y no solo de magia. Con diez años sabía leer lo simple, y escribía listas o textos cortos.
Morgana le puso una tutora que se encargará de sus modales, y otra que se encargará del resto de tareas. Pues, aún sin ser una princesa, quería que tuviera la misma educación que una, hasta mejor. Le debía demostrar a su hermano que la niña era digna de tal título, y que al fin deje de verla como un capricho.
Y teniendo todo, Arabella sentía que algo le faltaba. Sus tiempos de ocio los pasaba sola, en alguna parte. Estaba rodeada de muchas gente adulta, y nadie parecía querés salir a jugar con ella.
Ni siquiera aquel niño que veía ir y venir detrás de Merlín. El único adulto que parecía no sonreírle cuando se cruzaban.
Arabella esperaba ser considerada por el niño, y no tanto por el adulto que iba por delante siempre. Con Merlín se había hecho a la idea de que eso quizás nunca suceda. Pero no perdía la esperanza con la pequeña sombra que iba por detrás.
El tiempo paso, y cuando llego a los doce años sin haberle hablado nunca, también desistió de la idea de ser su amiga. Él la ignoraba, y ella ya no se molestaba en tratar de llamar su atención con la mirada. Había conocido un par de muchachas, que no podía podía llamar amigas, pero que le daban un respiro de las tareas diarias.
Al menos no salía a bordar en silencio, y cada tanto se unía en alguna charla vacía. No tenía tanto que hablar, pero se sentía bien de tener al menos compañía de decoración.
•
—Arabella —la llamo Morgana.
Las dos jovencitas que estaban allí, la vieron y se pusieron de pie de inmediato. Se marcharon, y Morgana de sentó a su lado.
—¿Qué sucede? —pregunto sin alzar la vista del bordado.
—Tengo una pequeña tarea para ti —dijo.
Al oírla, Arabella pincho la punta de su dedo con la aguja. Lanzó un quejido, y miró a su madre.
—Cuidado hija —dijo, y le sonrió.
—¿Qué clase de tarea? Nunca me pides hacer algo fuera de la hora de clases —indago.
—Una del tipo silenciosa y sigilosa.
Arabella dejo a un lado el bordado, y vio con más atención a su madre. Traía una expresión divertida, lo cual significaba una sola cosa.
•
—Y recuerda, él tiene ojos en todos lados, presta mucha atención —fue lo último que dijo.
Arabella espero un rato. Cuando notó la falta de movimiento en los pasillos, decidió comenzar su búsqueda. Un poco de lástima sentía el no estar afuera disfrutando la primavera, pero Morgana le dijo que habría más días así, y no tantas misiones como le dio.
Con una sola cosa en mente, se encaminó al taller de viejo hechicero. No había nadie cerca, ni escuchaba nada. Con cuidado se acercó a la puerta, y viendo a ambos lados, la abrió.
Hizo un rechinido feo, pero ella no se molesto mucho en tener más cuidado.
Vio con asombro el taller de Merlín. Era un mundo por completo diferente a la biblioteca de Morgana. Aquí la suya era mucho más alta, y los libros al igual que los pergaminos, hojas sueltas y escritos estaban por todos lados. Había desde armaduras, hasta escobas, y piezas de metal como piedras y cristales.
Era un desastre total en comparación con el lugar donde pasaba las horas, y aprendía con cuidado sobre cada elemento mágico. Pero dentro de todo ese desastre, algo llamaba la atención de Arabella. Todo brillaba con más magia, y era digno de ser tocado por ella.
Paso sus manos por todos lados, movió cada cosa que vio, y exploró el lugar como si fuera suyo. Hasta que en su desconcentración vio lo que fue a buscar en un principio.
Verde y brillante, bajo el cuidado de nadie, y al alcance de su mano. No dudó en tomar ese trozo de piedra, y guardarla con rapidez.
Dispuesta a irse, observó que no haya nada más que se pudiera llevar, y al girar hacia la puerta lo vio a él. Tan pequeño como siempre, y está vez poco agradable como en otras ocasiones.
Su cabello negro caía sobre su mirada, cubriendo apenas sus ojos ámbar. Sus puños se apoyaban sobre su cadera, y bramaba como un pequeño toro. Lo cual provocó cientos de emociones en ella, desde ternura por la pose, hasta gracia por la misma.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto.
Arabella trato de formular una respuesta pero no lograba decir nada.
—No puedes estar aquí, ¿Qué eres, una ladrona? —insistió.
—¿Crees que soy ladrona? —exclamo indignada.
—Si, luces como una —respondió.
Ahora si había perdido todas ganas de querer conocerlo.
—¿Alguna vez viste a un ladrón? Solo soy una niña —dijo y se cruzó de brazos.
Lo vio altiva, y le dio esa sonrisa que aprendió de su madre, una que denotaba grandeza.
—Lo último que alguien como yo sería, es ser ladrona —dijo con socarroneria—. Me perdí y listo. Ahora me retiro.
—No —exclamo.
Se abrió de brazos, y sobre este se apoyó un gato negro, que Arabella juro haberle visto alas.
—Cree lo quieras niño, yo se lo que hice, y fue nada —dijo, sin quitarle la vista al felino—. ¿Tu gato tiene alas?
—No —respondió apresurado, y lo negó varias veces—. Vete de aquí.
—¿Para que un gato necesitaría lentes?
—Para nada, ahora vete —ordeno.
Se puso detrás de ella y comenzó a empujarla, sin embargo Arabella parecía no querés moverse de ahí.
—Ah, ya vete —exclamo—. Eres muy pesada, y molesta.
Arabella se arqueó contra él, cubriéndolo con su cabello, y riendo al sentir la fuerza que hacía para moverla de allí.
—Igual que tú, pesado y molesto —dijo graciosa.
Se enderezó, e hizo un paso hacia adelante, provocando que el niño cayera de bruces al suelo. Ella se puso en cuclillas frente a él, y corrió un mechón de cabello que caía sobre su mirada. Una agradable y de color ámbar.
—¿No soy una ladrona?
—No, solo eres un dolor de cabeza —dijo.
—Eso suena a algo que diría Merlín —sonrió—. Eres muy pequeño para decir frases tan ancianas.
El muchacho suavizó el ceño al ver esa sonrisa, que lejos de buscar molestarlo, solo lo calmaba. Y es que hasta esos días solo trataba de hacer que sus caminos se chocarán, por alguna razón que desconocía, y no lograba que eso sucediera.
Y quería que sucediera.
—¿Puedes irte? Por favor —pidio con cierta pena.
Arabella se puso de pie, y acomodo el vestido. Le extendió una mano, que él dudó en tomar, hasta que lo hizo.
—Me voy, espero verte pronto —dijo, e hizo una reverencia.
Se marchó, antes de salir se fijó que Merlín no estuviera cerca. Por detrás, con cuidado fue el niño, y la vio desde atrás de la puerta. En el momento exacto que otras niñas la chocaron.
Arabella termino en el suelo, sin entender cómo es que se atrevían a tratarla así si no les hizo nada.
—Cuidado, una bruja —dijo una, en un tono burlón—, nos puede maldecir.
Las tres rieron por eso, y continuaron su camino. Arabella no hacia más que verlas con frustración. «Ser bruja es algo maravilloso» pensó, pero ya no lo sentía de esa manera. Apretó los puños, y contuvo las lágrimas.
Se puso de pie, y continuó su camino. Dejando el aire viciado con su energía. Tan rosa, pesada, y eléctrica.
—Es una bruja —murmuro el niño que lo presenció todo.
—Y no cualquier bruja —dijo alguien detrás suyo—. Hisirdoux, te pido que tengas cuidado.
Volteó con rapidez, se encontró con su mentor y una mirada de preocupación. Este se puso en cuclillas, y lo tomo del hombro.
—Ella puede ser un problema —dijo con seriedad.
★★★
Hola mis soles ¿Cómo les va?
Casi nunca cuento está parte de la vida como algo concreto, o sea casi siempre lo cuento como si lo estuvieran hablando. En el canon no es tan así, porque ambos se comportaron como bestias salvajes, y acá es muy soft.
Les debo aclarar que los capítulos van hacer saltos en el tiempo razonables y no quedarse contando tanto de un solo momento. No quiero que está historia se me vaya por los 30 capitulos. Aunque hay bastante que contar, todos tendrán sus espacios.
En fin, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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