15, Flores en el bosque.
Unos meses después.
Con Galaga no sabía lo que quería, además de a él, y todo lo que esté le podía dar cuando ella lo veía con picardía.
Con Hisirdoux, tampoco sabía lo que quería. Le daba calma y paz. Dormir a su lado era la mejor experiencia, porque estaba segura que él iba estar, allí donde se quedó dormido, al día siguiente.
Los dos estaban, y ella se encontraba cómoda. Y cuando se ausentaban, ella se incomodaba, tanto que se creia perdida.
Más aún cuando debía ir de un pueblo a otro por algún servicio. De los cuales la voz se corrió muy rápido, y muchos la pedían.
Ahora corría por su vida, maldiciendo un pequeño error que la expuso antes de tiempo. Aún los nervios la podían dominar hasta el punto de impedir usar la magia con fluidez.
Iba por un sendero, que la introdujo en el bosque, y eso no fue motivo para detener su casería. No los veía, y las voces se oían en la distancia. Estaba segura de lo que pasaría si la encontraban, y si no era así, no quería averiguarlo.
Se oculto entre los arbustos, como si fuera una niña escondiéndose de sus amigos. Se cubrió la boca, y trato de mantener la calma. Sin embargo, si tuvo algo de esta, se esfumó al oír sus pasos.
—Maldicion —murmuro.
Algo cerca de ella se movió, y busco, hasta que hallo una mirada verde al frente. Parecía que nada más que oscuridad invadía aquellos ojos.
—¿Necesitas ayuda? —le pregunto.
Salió de la oscuridad que la cubría y se encontró con una serpiente de escamas blancas.
—¿Quién eres? —pregunto por lo bajo.
—Alguien que te puede ayudar —respondió—, está claro que no tienes escapatoria.
—¿Cómo…?
—Solo lo se, niña —dijo, y Arabella creyó verla sonreír—. Si necesitas una mano, quiero algo a cambio.
—¿Eres un demonio?
Los pasos se detuvieron detrás de ella, y su corazón dió un fuerte golpe contra las costillas que la dejo sin aliento. Tiraron de sus pies, sacándola del escondite.
Arabella grito aterrada. Lo estaba, y le dolía estarlo. Le costaba conjurar cualquier hechizo, o lo que sea.
—¡Es un trato! —grito entre pataleos— ¡Te daré lo que quieras!
De los arbustos, una gran serpiente se abalanzó sobre el hombre que la sostenía contra un árbol. Una luz brillante la cubrió, y se transformó en una pantera blanca, y gruño con fuerza, tanto que Arabella creyó que suelo temblaba.
Los hombres huyeron de allí, y la rubia quedó sentada en el suelo, perpleja, apenas pudiendo respirar con tranquilidad.
—Dame tu mano —dijo, nuevamente como serpiente—, es hora de cerrar el trato.
—¿Qué? —logro decir.
La serpiente sonrió, y se acerco un poco más a ella.
—No soy un demonio —dijo—, pero ahora me debes la vida. Iré contigo, se nota que necesitas compañía ¿Cuál bruja de tu edad no tiene un familiar?
Era una pregunta que también se hacía. Cuando era niña, por años creyó que Morgana la iba a ayudar en obtener un fiel compañero, era algo que leía en los antiguos escritos de otras brujas. Y parecía ser que la hechicera no tenía tiempo suficiente para ayudarla con el ritual.
—Bien, lo hagamos —dijo sería—, pero tú me sirves a mi.
La serpiente estiró las comisuras hacia arriba y dejo salir su delgada lengua. Saboreando el aire, y las palabras de la joven bruja.
—¿A quién más podría servir? —cuestiono—. Voy a donde tú vayas.
Sin dudarlo un segundo más, Arabella extendió la mano al frente, y la serpiente la mordió de inmediato. Unos lazos rosas y brillantes se enredaron al rededor de ambas, y luego se apagó. Dejando el bosque por completo oscuro.
—Eso dolió —exclamo con disgusto.
—Sangre y veneno, así lo hago yo —dijo la serpiente.
—Eres muy linda, ¿Cómo te llamas? —pregunto.
No podía dejar de ver la marca, que lento se iba desvaneciendo.
—Interesante —dijo, y la vio—, ¿Me dirás cómo te llamas?
Ya no estaba frente a ella, a la misma altura que sus ojo. Cuando lo noto, la serpiente, era una gata peluda, de grandes ojos verdes como esmeraldas.
—Oh vaya, eso creo que va a servir de algo —dijo sorprendida—. Sino me dirás tu nombre, lo hago yo.
—Se quien eres, Arabella Pericles, hija de Morgana —dijo la gata—, hay rumores. Y no hablo de eso que hablan sobre una bella bruja, sino sobre tu título en la tierra.
—¿Cuál? ¿Hija de Morgana?
La gata asintió. Arabella guardo silencio, tratando de imaginar quienes era los que hablaban de ella. Solo pudo pensar en esos seres que pareciendo humanos no lo eran. Le daba escalofríos pensar que los cambiantes querían algo con ella.
—Mejor dime tú nombre, no quiero saber sobre ellos —dijo un poco preocupada.
—No te diré mi nombre, ponme uno —dijo la gata.
—Creo que tú y yo nos llevaremos bien —asintió—. Bien, eres blanca, pero no te quiero llamar Blanca, o Copito, eso es de conejo.
Puso cara de pensativa.
—Ya se —exclamo, y la tomo en sus brazos—, te llamaré White.
—Es como llamarme Blanca ¿Cuál es la diferencia? —le cuestiono—, no hagas que me arrepienta de ser parte de ti.
Arabella se encogió de hombros, y se puso de pie. Dando vuelta en su lugar, noto que no sabía con exactitud dónde estaba. Se había metido demasiado en el bosque, y ahora no tenía idea de cómo salir.
—Creo que …
Un fuerte trueno acompañado de un rayo la interrumpió. Y la lluvia, que no esperaba, cayó sobre ellas. Sin decir nada, corrió sin dirección, rezando por encontrar algún refugio.
Estaba molesta consigo misma por sentirse tan perdida a su edad, por pensar que seguro estando con Galaga, o descansando con Hisirdoux nada de eso le pasaría.
Encontró una pequeña cabaña, y no dudo en entrar. No le importaba más nada, solo quería dejar de mojarse con la lluvia, y poder distinguir el agua de alguna de sus lágrimas.
—Esto está muy mal —se quejo—. Yo, yo …
Giro sobre si, y vio a la gata que la observaba en silencio.
—Se supone que soy poderosa —exclamo con angustia—, que los hombres me temerían. No que me persiguieran para luego perderme.
Se sentó sobre un pequeño cajón que allí había, y tras chasquear los dedos, el lugar se llenó de velas.
—Me siento tan estúpida, no puedo creer que haya pensado que esto no me pasaría con Galaga —bufo.
—¿Ya terminaste? —pregunto White—, porque tengo hambre.
—Seguirás con hambre porque dudo que haya algo por acá —respondió de mala ganas.
—Perfecto, moriré antes de tiempo contigo.
Arabella se puso se puso de pie, y busco que más había. Además de una precaria cama, con un pequeño mueble a un lado, y flores secas sobre este, no había más nada. Algo noto, en la chimenea del lugar, que le hizo pensar que estar allí era una mala idea.
—Debemos irnos —murmuro, y apagó las velas.
Giro hacia la entrada, y esta estaba bloqueada. Una joven encapuchada, alzaba una mano hacia ellas, y las amenazaba con su magia, y un gran gato.
—¿Qué buscas? —pregunto la desconocida.
Arabella trago saliva.
—No a ti —respondió—. Busco refugio de la lluvia. Juro que no traigo nada para ti, ni se quien eres.
La desconocida se acercó a ella, sin bajar la mano. Poco a poco, Arabella pudo ver su rostro apenas iluminado por la magia de la bruja que la amenaza. Distinguió la palidez de su piel, y lo verde de sus ojos enojados.
—¿Quién eres? —preguntaron al mismo tiempo.
En un rapido movimiento, Arabella la enlazo con unas cuerdas mágicas, que brillaban con una luz rosa.
—Eres tu —dijo con sorpresa la muchacha apresada.
—¿Quién eres tú?
Se acerco a ella, y pudo distinguir algo en su mirada verde. A alguien que supo conocer alguna vez, y de la cual nunca supo su nombre.
—Dime quien eres —exigió al borde del llanto.
Porque algo en ella se le hacía familiar, y le daba escalofríos. Era esa magia que la rodeaba, y que parecía perseguirla cuando las noches eran más oscuras y propensas a las pesadillas.
—Me llamo Margaret —respondió con seguridad.
—¿Por qué, por qué tu magia es igual a la de ella? —pregunto con voz temblorosa.
—No se de que hablas.
—Si, si lo sabes —gruño la rubia—. Hablo de Morgana, deja de hacerte la tonta.
—Ella —hizo una pausa.
Margaret no estaba segura de que decir, y Arabella no estaba segura de querer oírlo. Porque sabía que su madre le ocultaba secretos, pero algo como eso no lo creía posible.
—Ella me encontro días después de que huir de esa prisión para brujas —conto, y bajo la mirada—, aunque tú lo hiciste ver menos prisión.
—¿Te ayudo con tu magia, cierto? —pregunto.
—Si, yo no estaba logrando hacer que se controlara. Me dió una mano cuando lo necesitaba.
Arabella la solto, y dió un risa de frustración. Era como oír su propia historia en la boca de alguien más. Ahora mas que nunca estaba convencida de que ella, o Margaret, no eran las únicas creaciones de la hechicera.
Porque así lo vio el día que cerró un trato y batallo a su lado. Se había convertido en todo lo que la hechicera quería, un trabajo bien hecho.
—Puedes quedarte está noche —hablo Margaret—, la tormenta afuera puede ser un problema y ...
—¿Qué más?
—Creo que a tu cabeza le han puesto precio —contesto.
Arabella dió un soplido de cansancio. Aquello era lo último que necesitaba. Y no estaba segura de como volvería a su casa, dónde estaban todas sus pertenencias, y se sentía segura.
Con aquel peso sobre su pecho, se sentó en el suelo, y se cubrió el rostro para evitar que la otra bruja y los familiares allí la vieran llorar.
—Le tendría que haber hecho caso a Galaga —balbuceo—, nada de esto estaría pasando si me hubiese quedado hasta que volviera.
La otra bruja expectante, vio a ambos familiares que tambié veían con cierta extrañeza a la rubia que buscaba contener las lágrimas.
—Espera, me has engañado —exclamo la gata blanca—. Escuché hablar de una bruja que hacía temblar a cualquier mago de pacotilla, no una mocosa que se desarma porque un tipo no está a su lado.
—Creo que en algo no se equivoca —dijo Margaret.
Se acerco a ella, sentándose a su lado.
—Escuche rumores sobre una hija de Morgana, capaz de desarmar a cualquier hombre con la mirada.
—Pues es todo mentira —gimoteo.
—¿Ese tal Galaga te ha salvado, tiene magia que te respalda o algo parecido? —pregunto, y Arabella nego—. Entonces dudo que sea una mentira.
Arabella se enderezó y vio a la joven frente a ella. Ya no le parecía tan amenazante como momentos atrás, hasta le llegaba a caer simpática.
—Casi me matan —dijo—, y todo por ...
—Creeme a mi también casi me matan varias veces —dijo Margaret y le sonrió—. Lo bueno de los familiares es que están para darnos una pata. Lilith me ayudó a sobrevivir, un poco más.
—¿Me puedo quedar hasta que todo se calme?
—Claro, no podríamos permitir que salgas en plena casería.
•
Tomo una decisión. Una que no parecía tanto una locura, al menos para ella. Si Margaret y White pensaban algo sobre quién era, debía corroborarlo.
—Es no dejar nada suelto —le dijo a la otra bruja antes de irse.
—¿Nos volveremos a ver? —pregunto Margaret.
Arabella sonrió.
—Estoy segura que si—respondió—, se que sabes algo que me puede ayudar.
—Suerte con lo que quieras hacer —dijo Margaret, y extendió su mano.
—No la voy a necesitar, pero gracias de todas formas —contesto la rubia estrechando su mano.
Junto con la gata volvió a la villa de la cual huyo en un principio. Aún con la tormenta sobre su cabeza, no le importo más nada.
Guiada por una sed de venganza, o tan solo con ganas de demostrar quién era o lo que podía hacer, se acerco a la taberna.
De un golpe abrió la puerta, y todos allí giraron para ver lo que ocurría. Encontrándose con una joven empapada de pie a cabeza, con el cabello lacio de tanta agua, y el vestido pegado al cuerpo. No daba miedo, hasta que notaron al gran felino surgir a su espalda, y la luz rosa brillar en sus ojos.
—¿Me recuerdan? —pregunto, y sonrió hasta el límite de sus mejillas enrojecidas—, porque yo no los he olvidado.
★★★
Hola mis soles ¿Cómo les va? Espero que bien.
Ah, que capítulo este.
Hombres 😫
Nuevas amigas 😎✨
Si, ahora oficialmente Arabella conoció a la Peggy (fanfictioner67) como tal 😎
Si bueno, acá somos fan de las amistades accidentadas 😤
No hay más que decir así que ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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