12, Corazones rotos.
Entro azotando la puerta. El fuerte estruendo hizo que Galaga saltará en su lugar. Él estaba en paz leyendo un mapa, para ver por dónde seguir su ruta, sin imaginar que Arabella llegaría echando humos por la nariz. No al menos de saber que días atrás saltaba de alegría.
—¿Qué pasó contigo? —pregunto—. Se supone que volverías feliz de ver a tu novio.
Le fue inevitable poner cara de disgusto, de tan solo pensar en lo que hicieron, y de tener que decirle así por exigencia de ella. Y ese gesto fue un poco más de leña al enojo de la rubia.
—No es más mí novio —exclamo.
—Menos mal —dijo burlón.
—No hables —ordeno con evidente enojo.
—No te enojes conmigo si tu novio no te complació como esperabas —dijo—, después de todo es un inexperto, pero nada que con el tiempo no mejore.
Arabella lo vio con desagradó, y negó de inmediato. Galaga sonrió ante el rojo que iba tomando las mejillas de su compañera.
—No hablo de eso. ¿Debo recordarte que tratas con una dama? Se un poco mas, o un poco menos de eso que eres habitualmente —dijo, al intranquila —. Él, él dijo algo.
Galaga le presto mejor atención al notar algo de tristeza en su voz.
—¿Me quieres contar que te paso? —pregunto un poco mas compresivo.
—¿Seguro que quieres oír?
Dejo el mapa que estaba leyendo a un lado, y se acerco a ella.
—Si, necesito mas motivos para que tu no novio me siga cayendo mal —dijo, y dio una sonrisa.
Un día atrás.
Con algo de suerte, lograron localizar a Circe e Hisirdoux. Una bruja les facilito el trabajo, y no estaban tan lejos como pensaban.
Llegaron a una pequeña villa, una que estaba un par de kilómetros antes del lugar donde se alojaban. Buscaron donde pasar la noche, y durante esas horas de búsqueda, Arabella redactaba un discurso de perdón en su cabeza.
Presentía que ellos estaban enojados con ella, mas aun después de dar una mano para atacar a Merlín. Esperaba a que la dejaran hablar lo suficiente para poder explicarles que fue idea de su madre, al menos en mayor medida.
Era ella quien deseaba pedir perdón.
—¿Ire ahora? —pregunto.
—¿De noche te parece buena idea? —respondió Galaga.
—Tienes razón, necesito primero hablar con él, y no podría dejar que Circe ande sola por la calle —contesto con ingenuidad.
—Creo que no hablamos de lo mismo —murmuro Galaga—. Tienes razón, y yo no estoy para cuidar de niñas. Eso te incluye a ti, me iré a una taberna, dicen que tienen muy buena cerveza —dijo con entusiasmo.
Arabella rodo los ojos. Era obvio que lo ultimo que haría en su vida sería dejarle la seguridad de Circe en sus manos. Él se marcho, y ella se quedo leyendo bajo la tenue luz de la vela. Solo que su lectura era pasada por alto, pues no dejaba de pensar en lo que le diría a sus amigos, en lo que le diría a Hisirdoux. Aun recordaba su mirada de desilusión cuando ella huía y ellos asistían a un muy mal herido Merlín.
Una hora mas tarde, cuando la vela se consumió, y la oscuridad se apodero del cuarto, algo atravesó su pecho, y recorrió su cuerpo con un cosquilleo. Era magia, y no cualquier magia. La podía reconocer, e inundaba su memoria con su sonrisa, su voz, los hechizos que le salían mas, y aquellos de los cuales sentía mucho orgullo.
Se puso de pie, la capa sobre los hombros; sin pensarlo tanto se marchó, siguiendo aquella magia. Sin temor a nada, cruzó las calles, y los pasajes, hasta llegar una casa. Alta y algo antigua. Sus vibras eran espeluznantes, más la densa noche que no la dejaba del todo tranquila, tras notar la repentina decisión que tomo.
Aún así, se atrevió a llamar a la puerta, y del otro lado aprecio una anciana que no combinaba para nada con el lugar. Se veia dulce y amable, de sonrisas cálida y mirada amigable.
—¿Buscas alojamiento? —pregunto.
Arabella trajo aire, y nego.
—No, busco a alguien —hablo con voz temblorosa—, a un joven.
La mujer le sonrió, y le extendió la mano.
—Creo saber a quien buscas —dijo.
Y ella le tomo la mano al oírla. Pues estaba segura que se le notaba hasta en la oscuridad misma que solo lo podía estar buscando a él, y que siempre hallaría la manera de encontrarlo.
Fue detrás de la señora, que algo le decía y Arabella no le prestaba atención. Estaba nerviosa por verlo una vez más, y decirle lo mal que se siente por haberlo enfrentado.
Llegaron a una puerta, y la señora tocó. Tras unos agonicos minutos, se abrió y del otro lado apareció Circe con su melena corta hasta lo hombros, y la mirada cansada.
—Querida, alguien vino por tu compañero —anuncio la señora y se hizo a un lado.
La más joven abrió los ojos ante la sorpresa, y salto a sus brazos para darle un fuerte abrazo. Arabella la recibió como si hubiese pasado la eternidad misma sin verla, y se aguanto las lágrimas que nacian de tenerla ahí, sin ningún rasguño que pudiera ver.
Cuando abrió los ojos, lo encontró. Atónito, sin saber hacia donde huir, sin saber cómo reaccionar al verla. Aún tenía presente lo que hizo, y las palabras de su maestro.
«—Ella está asustada, haciendo magia que no le pertenece».
Dió un paso atrás, y volvió sobre si para unirse al abrazo de las dos. Lo hizo olvidándose de todo, y recordando lo mucho que la llegaba a extrañar cuando se alejaba por tanto tiempo.
—Circe —llamo la señora—, ven conmigo. Hay algo que te quiero mostrar.
La más joven, asintió, y se aparto para ir junto a ella. Los dos se quedaron solos, por primera vez, tan lejos del castillo y de lo que conocieron.
—¿Quieres pasar? —pregunto Hisirdoux.
Arabella asintió con una sonrisa, y paso a la habitación. Era bastante austero, aún más que el lugar en donde descansan en Camelot.
—¿Podemos hablar? —dijeron al unisono.
Y sonrieron.
Dispuesta a hablar, no pudo evitar quedarse callada y contemplarlo. Su rostro cansado, que aún conservaba la diversión que vivió antes de todo el caos por el poder.
Se acerco la poca distancia que había, y lo como con cuidado del rostro, y lo beso con la misma quietud que lo hizo alguna vez. Sin dejarse llevar por la necesidad de querer darle hasta lo más recóndito de su ser.
[...]
Galaga la detuvo. No quería saber más detalles del encuentro con su no novio. Pues después del beso, y la empalagosa manera en que lo contó, tenia bien claro como continuo todo. Sus mejillas sonrojadas, y el claro peinado despeinado era un señal de eso.
—¿Por qué tanto enojo? Hasta ahora hizo lo cualquier enamorado haría —indago.
Arabella dio un soplido, y paso las manos por la cara en señal de cansancio.
—Dijo que él me perdona por lo que pasó en la batalla, ¿Puedes creerlo? —exclamo tratando de no enojarse—. Gracias cariño, has solucionado todo con tu perdón.
Dió un gruñido y jalo las facciones de su rostro.
—Yo solo esperaba que mantuviera la boca cerrada, o que me dijera algo como —hizo una pausa—, no lo sé, que le gusta despertar a mi lado.
—¿No lo hizo? Que desalmado —exclamo burlon.
—Si lo hizo, pero después dijo todo lo otro.
—¿No querias su perdón?
—No, quería pedir perdón yo —exclamo furiosa.
Se puso de pie, y comenzó a caminar de una punta a la otra, hablando entre dientes. Estaba enojada con los dichos de Hisirdoux, porque parecía ser que ella estaba destinada a algo por el estilo, o que fue parte de la planeación de la batalla.
Le dolía pensar que todo ese tiempo, a quien proclamó el amor de su vida, y le entrego hasta lo más oculto en lo profundo de su alma en medio de una noche, él fuera capaz de creer que ella fue así de fría al tener que elegir un bando.
A Arabella le prometieron poder, la traicionaron cuando menos lo esperaba, le hicieron creer que era inmune a todo. Le arrebataron tanto en tan poco tiempo, que no entendía como no veían lo que ella vio.
—Morgana, ella —dijo con voz quebradiza—. Él cree que fue una decisión fácil pelear a su lado, hacerlo contra él y Circe. No lo fue.
Tomo aire, y dejo caer un par de lágrimas que seco de inmediato.
—¡No lo fue, con un demonio! —grito frustrada—, se trataba de mi vida, y la de ellos.
Galaga se acerco a ella, y la tomo de los brazos. Arabella lo vio, y él a ella. Quiso apartarse, pero hizo fuerza.
—Y tu, —murmuro—, también creíste que era mi madre, por eso mandaste a qué me encierren.
—Y ahora estoy contigo tratando de entenderte —dijo Galaga—, ¿Qué hizo Morgana cuando te llevo?
Arabella tomo aire por la nariz. De solo pensar en sus palabras, en la voz, en el trato que cerraron, en la magia que sitio cuando estrecho su mano una última vez, temblaba como la niña que supo ser el día que sus padres murieron.
Porque a veces, recordaba lo sucedido aquella noche, y el temor que sintió, lo comparaba con en día en que se unió en batalla con su madre.
—No puedo —murmuro—, ella aún sigue aquí.
Galaga la envolvió en un abrazo, y Arabella lloro sobre su pecho como si fuera el único alivio a todo el dolor que aún le quedaba, y pensaba que nunca más se iría de su cuerpo.
•
Ella se fue, no dijo a dónde, sin embargo Galaga entendió. Estaba enojada por el perdón que no pidió, y estaba lista para una revancha con su no novio.
A los minutos alguien más tocó la puerta.
—No quiero nada —exclamo, y abrió.
Sonrió con sorna al verla del otro lado. Habían pasado muchos meses de la última vez que la vio, y el cabello corto, ante sus ojos, le quedaba mejor.
—Miren lo que trajo el gato —dijo, y se hizo a un lado—, me imagino que Arabella te echo ¿Cierto?
—Dijo que eres mi niñera — contesto Circe de mala gana—, lo que me ofende. Me se cuidar sola.
—Al parecer no tanto como para haberte enviado conmigo —dijo—. No te pongas cómoda, debemos salir.
—¿Lo dices en serio? ¿A dónde me llevaras?
Galaga no le respondió, tomo su instrumento, y antes de salir, le puso una gorra sobre la cabeza a Circe.
—Que bueno que te vistes como tú hermano, ya pareces un niño —dijo burlon.
Circe no dijo nada al respecto, y fue detrás de él. Porque algo como eso solo podía significar una cosa.
•
Nadie la reconoció como una mujer, sino todo lo contrario. Era un niño silencioso, que se encargaba de llevar el instrumento del bardo. Por un lado Circe agradecía la falta de atención, meterse a un lugar como ese sin Hisirdoux era algo que no lo creía correcto.
Se dió cuenta que Galaga estaba en la tarima, cantando algo que no terminaba de entender. Pasaron los minutos y él no hacia más que cambiar los temas, desde princesas hasta trolls, e incluyendo brujos y lobos.
Pronto comenzó a sentirse agobiada. Las energías allí inundaban el aire, y todas las atravesaban como un torbellino que no hacia más que confundirla.
Se puso de pie, y un hombre la empujó. Traía el cabello oscuro como la mayoría allí, pero algo en él le hizo temblar. Quizás era eso que emanaba y que de noche le causaba pesadillas. Quizás fueron esos ojos verdes brillantes llenos de maldad, que surgían en la más calma de las horas. Quizás fue esa sonrisa tan poco paternal que la devoraba cuando pensaba en el pasado.
Salió de allí apurada, y Galaga no tardó en ir detrás de ella.
Fue rápida, no la veía por ningún lado. Pregunto, y le dijeron que se metió en el bosque, además de darla como causa perdida. Ese bosque, de noche, se come todo lo que entra.
No le importo, porque si se enteraban de eso, a él lo darían por muerto.
Corrió y se metió en lo profundo del bosque. No hacia falta adentrarse tanto para ser cubierto por la oscuridad, a penas iluminado por la luz de luna.
—Circe —llamo—, vamos niña, no estoy para estos juegos.
Continuo gritando su nombre. Se detuvo justo donde los árboles no crecían más, y formaban un salón natural. Rodeada de espesos arbustos grises.
Oyó unos ruidos detrás de él.
—Ya, sal de ahí. No volveremos al bar —le hablo a la oscuridad.
Algo se ilumino, como un pequeño punto. De allí salió una flecha que le atravesó el pecho, llegando a su corazón.
Galaga quedó atónito. Pronto el aire se le escapa, y el dolor nacía donde la pica lo apuñalaba. El sabor del hierro inundó su boca, y la esperanza de seguir vivo un rato más se iba junto a su vida.
Cayó al suelo, y vio al poco cielo que se filtraba por las copas de los árboles. Las lagrimas caían con sutileza, al igual que un fino hilo de sangre de su boca.
—Galaga —oyó una voz familiar.
Su mirada bicolor se cruzó frente al pequeño fragmento de cielo nocturno. Sus ojos cristalinos, amenazaban con llorar sobre sus propias lágrimas.
—Debes salir de aquí —logro decir.
—No, no te voy a dejar —murmuro.
Tocó la flecha negra, y se desvaneció, haciendo que Galaga se quejara por el dolor.
—Creo, creo que puedo curarlo —dijo, y sonrió con pena—. Merlín me hizo leer sobre esto.
Abrió con cuidado su camisa, y vio con atención aquella herida. Apenas sangraba, sin embargo, parecía que se comía todo a su paso.
A punto de poner una mano sobre el pecho del herido, este se la tomo. Lo vio, y noto terror en su rostro.
—No lo hagas, tu magia me puede matar —balbuceo—, y si no me mata tu magia lo hará Hisirdoux si te pasa algo.
Ella nego, y se soltó de su agarre. Le habían dicho por mucho tiempo lo que debía hacer, y por ese momento no quería seguir haciendo caso.
Intento otra vez, y algo más la detuvo. Era una energía oscura acercándose a ellos.
—Pequeña muerte —hablo alguien—, hasta que al fin te encuentro.
Circe lo ignoro pese al miedo que nació de solo oír su voz.
—Debes detenerlo —murmuro Circe.
—Lo dudo, estoy a punto de morir —dijo gracioso, y tosió.
—Detenlo —insistió Circe.
Galaga se aclaro la garganta y la vio con precaución.
—¿A quién le hablas? —susurro.
Circe guardó silencio.
Lo ocurrido después fue algo que nunca antes vio. El bosque de ilumino como una noche tormentosa sin lluvia. Los rayos brotaban de alguna parte, y ella no podía ver de dónde.
Aterrada por todo, conjuro un hechizo sobre el pecho de Galaga. Él grito por el dolor de una quemadura sobre su piel, y la magia en su cuerpo. Estaba seguro que así no se debía sentir ser sanada por manos mágicas.
Él se desmayo, y Circe igual.
•
Despertó en la posada donde estaba Galaga. Vio a un costado y se encontró con una joven al borde de la cama vecina. Y allí también estaba bardo.
—Lo siento —murmuro.
La joven desconocida volteo, y le sonrió. Sus ojos azules brillaban como dos zafiros.
—No te preocupes, estará bien —dijo ella, y fue a sentarse a su lado—. ¿Cómo te sientes?
—Mal —dijo.
Se sentó en la cama, y vio en dirección a Galaga.
—Creo que me equivoqué de hechizo —dijo Circe con pena.
—En realidad le ayudo a contener el veneno de la flecha —dijo la desconocida—, más bien lo salvaste.
—¿Quién eres?
Ella volvió a sonreír, y paso una mano por la mejilla de Circe haciendo que está se sintiera un poco mas tranquila. Era un gesto que solía extrañar de alguna mujer que la trato con bondad.
—Me llamo Zoe —respondió con suavidad.
★★★
Hola mis soles amanecidos ¿Cómo les va? Espero que bien.
Yo les doy un título que se supone habla más de amores, para darles un capítulo, dónde literalmente, se rompe un corazón. Que cosa 😂
Así es, aquí de cambia la línea. Arabella no se sacrifica, y Circe usa magia que le da ese don de vivir de más a Galaga. Ah, y meto a Zoe 😤
Es mayor que Circe, pero después Circe la adopta con el tiempo 😂
En capítulo próximo aparece nuestro hombre. Al cual le debo plantear una personalidad, pero no sera muy diferente al que ya conocemos 💖
En fin, si más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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