11, Toss a coin to your Pink Witch.
Cayó en lo profundo de un bosque. Allí el sol no llegaba con tanta fuerza, y el sonido de la naturaleza le era abrumador.
Luego de escapar de un destino que parecía escrito, una vida que soñó, y tuvo la astucia de vivir con creces, creyendo que siempre iba a ser así. Que dejaría de ser la princesa, para tomar una corona más grande, y hacer un reinado donde la magia sea libre. Luego de eso, todo le era abrumador.
No tenía fuerzas para nada. No sé podía poner de pie, ni respirar de forma profunda. Solo ver a lo alto y oscuro, como algo que hizo alguna vez.
Lo único que podía hacer, era esperar a despertar de esa pesadilla.
Un mes después.
Vagaba por el páramo, deseando que su suerte cambiara, para bien, otra vez. Pero no hacía más que luchar contra al dolor de estómago por pasar días sin comer algo contundente. Contra el dolor de espalda por no tener donder dormir. Y el dolor que la batalla en la que su madre la involucro le dejo en todo el cuerpo, y en lo más profundo de su ser.
Con diecinueve años, volvía a ser esa niña a la cual abandonaron alguna vez. Con el mundo pasando a su lado sin prestarle atención. Ignorando su belleza maltratada, sus lágrimas de tristeza, y la rabia que crecía desde dentro por los acontecimientos vividos.
Otra vez quería morir a un lado del camino, que la oscuridad de la noche la alcance y así poder acabar con su martirio.
Sin embargo, cuando pensó que su suerte ya estaba echada, decidió que ella la cambiaria de alguna forma. Hacía unos días que llegó a una pequeña villa, y juntaba valor para meterse en un alojamiento y ver qué tanto aprendió con Morgana.
Con el cabello lacio y sucio, un vestido en igual condiciones, y a punto de quedarse descalza, entro al lugar.
—No hay vacantes —dijo el hombre, sin siquiera verla.
Creyó que el aroma del abandono a su suerte le llego, y las conclusiones las hizo sin verla. Lo que le era un problema, pues estaban convencida que solo necesitaría que apenas lo haga para poder hacer su magia.
—Busco trabajo, lo necesito —dijo ella, casi suplicante.
El hombre la vio, se encontró con una niña, y una extraña mirada marrón, que brillaba con pulcritud en comparación con el resto de ella.
—¿Qué pasó contigo? —le pregunto inclinándose sobre la barra.
—La guerra —contesto con rapidez—. Era parte de la servidumbre de un castillo que cayó por las malas decisiones de su rey. Puedo ser de utilidad.
—¿De verdad eras de la servidumbre? —pregunto confundido.
Ella quería gritarle que no. Que era la princesa de Camelot, la joven que logró hacer que todos a su alrededor velarán por ella, y se inclinaran ante su paso. Sin embargo, decidió que sería importante mantener las apariencias, que ya encontraría el momento ideal para ser alarde de lo que alguna vez fue.
—Si, si lo era —dijo ella—, y puedo ser de mucha ayuda acá. Levantando las mesas, haciendo que venga más público.
—¿Cómo harías eso? Eres una niña de un reinado moribundo. Pagarían por verte hacer ¿Qué?
—Deme una semana, y le mostraré el valor de una cara bonita —dijo Arabella, y sonrió.
—Debes lavarla, porque no la veo bajo tanto barro —dijo el hombre.
—¿Tengo el trabajo?
Y cuando le estuvo por decir que no, porque no estaba dispuesto a cuidar de una niña, Arabella se pasó la mano por una de las mejillas, quitando algo de mugre. Sonrió a la par que pestañeo, abanicando el largo de sus gruesas y curvas pestañas.
—Una semana —dijo el hombre—, sino hay progreso, te largas de aquí.
Ella festejó de alegría, y se detuvo de inmediato al sentir los efectos de la falta de alimento. El dueño del lugar le ofreció comida, y un lugar para que se lavara y poder verse decente.
•
Los días pasaban, y aunque la propina aumentaba, seguía yendo la misma cantidad de personas. Ni una cara nueva, pese a que todos parecían sonreír más cuando la joven se les acercaba.
—¿Que hemos dicho? Está por pasar una semana, y el movimiento es el mismo.
—Pero …
—Sin peros, niña. Sabes cuál es el trato.
Arabella se quedo callada, pensado que podía hacer para atraer más gente. Su encanto parecía no salir de esas paredes, y le estaba costando el alojamiento. Vio en dirección al escenario vacío, y noto que desde que llegó, nadie puso un pie sobre este.
—Estupido hechizo, te conviene funcionar —murmuro, yendo al escenario.
Se pasó la mano por la garganta, y luego la aclaro. Sabía que no era la mejor cantando, pero aún así, no iba a descartar la idea de hacerlo. Se detuvo en medio del escenario, y cerró los ojos. Tan solo dejo que las palabras salieran de su boca como una melodía. Sintiendo desde lo más profundo de su corazón, como brotaba cada una de estas.
—En la batalla, perdí todo. Lo di todo, me quedé sin nada —canto con suavidad—. Perdí tu mirada calida, los besos de fuego, y el más dulce… amor.
Abrió los ojos, y un leve resplandor rosa atravesó su mirada.
—Y ahora, más que nunca, quiero hallarte —continuo y sonrió con malicia—. Me has hecho desdichada, estúpida mirada avellana. Desearía, verte a la cara, y mostrarte, que con una bruja no se mete.
Continuó cantando, danzando en el escenario, haciendo de cuenta que nadie la veía, controlando hasta lo que más podía la magia de sus manos, y la entonación de su voz. Que está no le tiemble, ni se quiebre tras los recuerdos de una dolorosa traición.
—Y sabrás, cuando tus ojos no puedan ver más, —abrió los brazos y los ojos. Se topó con un gran público frente a ella. Una sonrisa se dibujo— que con una bruja no se mete.
En cuestión de segundos, todos allí aplaudieron como si hubiesen escuchado la voz más privilegiada, u oído la historia más rica y dulce. Arabella se cubrió de gloria, y se monto en una nube que ella misma hizo, sabiendo que nadie iba a poder bajarla.
—Recuerden darle una moneda a su damisela favorita —exclamo.
Hizo una reverencia, y agradeció los aplausos. Se acercó al dueño de hospedaje, y le sonrió satisfecha.
—El trato es así, canto noche de por medio. La cena es gratis, el hospedaje a mitad de precio, y me quedo con un cuarto de la propina —extendió la mano al frente.
—Eres asombrosa, tenemos un trato —dijo alegre el señor y estrecho su mano.
—Lo se, no es la primera vez que me lo dicen —dijo.
•
Disfrutaba de lo que era capaz de hacer, y no pensaba demasiado en lo que hizo, a quienes dejo atrás, o apuñaló por la espalda. Cantar proezas inventadas, agradecer los halagos, y atender la gente mantenía su cabeza ocupada.
No veía quienes iban y venían, y tampoco daba un trato especial a esos que querían más que una canción. Tenía al dueño del lugar que cuidaba su espalda, y le aseguraba que nadie le haría nada.
Y lo ajetreado del día, terminaba con ella recostada en la cama, durmiéndose de inmediato. Tan rápido, que no le daba tiempo a procesa nada, y lo agradecía. Porque estaba segura que si se detiene unos segundos, los recuerdos de un pasado no tan lejano la atacarían hasta las lágrimas.
Sin embargo, no todas la noche eran de un dulce sueño. Y lo que no recordaba en el día, lo hacía cuando cerraba los ojos, y todo se tornaba oscuro. Entonces podía ver las miradas de desilusion, el violento rosa brotar de sus manos, el color ambar oscurecido por la traición, y el dolor.
La voz de su madre pronto se hacía eco, y terminaba por susurrar en su oído «Esta no es la gran bruja que eduqué. A quién cree.»
—Madre —exclamo, y se sentó de golpe.
Cuando se dio cuenta, sus manos brillaban de color rosa, y de sus ojos caían las lágrimas menos cristalinas que lloro hasta el momento. No podía respirar con tranquilidad, ni ver nada su alrededor.
Y la presencia de alguien más al lado de la puerta, rompió con el ataque que estaba viviendo bajo su piel. Fue rápida en hacer una flecha, y lanzarla contra el extraño que la veía desde la oscuridad.
—Pense que tú puntería era la envidia de … —
—Todos quieren mí puntería —habló enojada—, no te mate porque quiero ver tu cara.
Y la flecha brillo con intensidad, dejando al descubierto la identidad del infiltrado en su habitación.
Se levantó de golpe y corrió hasta él, pero él fue más rápido, y la tomó del cuello del camisón y la arrojó contra la pared. Arabella lanzó el aire de sus pulmones por el impacto, al igual que un quejido.
—Me lastimas —jadeo.
—No es cierto —dijo, acercándose a su rostro—, eres tú quien lastimas a todos.
El rostro de Arabella se tensionó al oírlo, y lo giró a un costado. Fue entonces que, sin notarlo, las lágrimas continuaron cayendo.
—Ya sueltame —murmuro—, si me lastimas, Galaga.
Por unos segundos la sostuvo contra la pared, con los dedos de los pies apenas rozando el suelo. Dio un soplido y la soltó. Ambos se deslizaron hasta quedar en el suelo, en silencio.
—No me voy a disculpar —dijo él.
—No quiero tu perdón —contesto ella.
Arabella giró la cabeza para verlo, y este no se dio cuenta. Era un rostro diferente, hasta podía decir que más maduro. Con el cabello castaño rozando su mandíbula, como si estuviera dibujando la línea que lo componía.
Volvió la vista al frente apurada, porque la tenue luz de la luna le tocaba con delicadeza, dibujando el perfil con cuidado, y tan solo con unos segundos hacia volar su imaginación.
Recordó que a quien más extrañaba era a Hisirdoux, el tiempo que pasaba sin decir alguna palabra, o tomados de las manos, o lo escaso que sintió sus labios antes que todo ocurriera.
Se aclaró la garganta, para disipar cualquier pensamiento, esos que la conducían a un único destino.
—¿Cuándo llegaste? —pregunto Arabella.
—Que te importa —dijo de mala forma.
—Bien, y después la niña caprichosa soy yo —dijo ella y se cruzó de brazos.
—Tu voz no es de sirena —dijo él—, pero eres encantadora.
Ella sonrió.
—Hace una semana que estás —dijo—, de seguro te sabes de memorias las letras, eres la inspiración de cada una.
—Tambien tengo mis letras, y tú inspiraste cada una —contesto él.
—Es normal, soy encantadora. Tu lo has dicho. Desde antes de ser princesa fui la musa de todos aquellos capaces de escribir —dijo, y volvió a verlo—. Ahora soy musa, y digamos que también soy mejor que tu en esto. Y más joven, ¿Qué se siente Gal?
Galaga dejó caer la cabeza a un lado para verla con cara de evidente disgusto. Dio un soplido y se puso de pie. El estar con ella, en esa situación, le generaba contradicciones. Deseaba seguir con aquel sentimiento de odio, después de que lo lanzo por un portal, pero no podía evitar desearla como meses atrás.
Y comprobó que aún en la desgracia que la antigua princesa se encontraba, no dejaba de verse hermosa. Parecía ser que la que luz de la luna, o el sol de la tarde, las estrellas, o los cielos nublados, la adoraban, porque cada una de esas la hacían ver de diferentes maneras. Una más peculiar, y mágica que las otras.
Ella se reía, pero la luz de la luna la dejaba ver triste. Era una tristeza con la que deseaba acabar de inmediato, porque la hacía peligrosa. A él lo hacia débil.
—¿Tienes donde quedarte? —le pregunto, sacándolo de los pensamientos.
—No es tan seguro, dudo que a esta hora me abran la puerta —contesto.
—Vaya, una mujer te rechaza por llegar tarde —sonrió—, no creí que eso fuera posible.
—Si, desconoces demasiado el mundo detrás de los muros —dijo.
Arabella se apuró en ponerse de pie, y fue detrás de él. Lo tomó del brazo, y Galaga la vio. Podía ver que sufría, que algo quería decir y no podía. Sentía el agarre tembloroso de sus manos, y deseaba que la camisa estuviera arremangada para sentir su piel.
—Puedes pasar la noche acá, dormir en el suelo —dijo ella con cierta pena.
Si algo de decoro le quedaba del que le enseñaron en sus clases, lo había perdido de inmediato, o era lo que ella pensaba. Su maestra estaría por vivir el peor de los ataques si supiera de la invitación.
—Me han enseñado a ser piadosa, no lo fui en la guerra, pero ahora me gustaría ponerlo en práctica —añadió—, quizás nos beneficie en algo estar conciliados, ¿No crees?
Galaga sonrió, y Arabella descubrió lo mucho que se podía acostumbrar a esa mueca.
—Bien, está claro que no solo eres una princesa caprichosa —dijo.
—Soy más que eso, y lo sabes —dijo de mala forma—. ¿Tenemos un trato o me seguirás fastidiando?
—Acepto.
Tomó la mano que le ofrecía, y dio un paso al frente, un poco más cerca de ella.
—Podemos modificar una parte del trato —dijo coqueto.
Ante los nervios, ella soltó la mano de inmediato, y la pasó por el camisón para secarla.
—No habrá ninguna modificación —dijo—, y ahora que pactamos una tregua, me deberás ayudar a buscar a mí …
—No —le interrumpió—, no hay trato. Me largo.
—Galaga —exclamo y lo detuvo—. Te puedo beneficiar en mucho y lo sabes. Tu solo me deberás ayudar a buscar a mí novio y mí mejor amiga.
—Eres una manipuladora —murmuro.
—Aprendí de la mejor.
Se acercó a un pequeño mueble improvisado, y saco una manta y una almohada.
—Ahora descansa —dijo sonriente.
★★★
Hola mis soles, ¿Cómo les va? Espero que bien.
Nuevo arco, si.
No creo que sea muy largo, porque quiero agilizar, hay mucho que decir.
En fin, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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