10, War of Hearts.
En los últimos años, Arabella demostró lo mucho que lograba haciendo con algo de magia y un rostro bonito. Podía ser una jovencita agradable capaz de convencer a la mujer de la cocina para que le dé una ración más de pasteles, o una joven capaz de distraer a la caballería cuando se unía a hacer arquería.
No iba a negar que le gustaba llamar la atención de cualquier hombre que se hacía presente en su camino. Sonreír para obtener de manera descarada cualquier favor, o solo meter en problemas a ellos que se atrevían a interactuar con ella mas de la cuenta.
Aún así, a pesar de hacerse la linda frente a cualquier hombre, solo tenía ojos para uno en particular. En su camino se habían cruzados con algunos como lo era un vocero del reino vecino, que cada vez que la veía no hacia más que recordarle que ella era una princesa mimada, y que no sería más que eso.
Pese a esto, Hisirdoux aún sostenía y le hacía recordar que siendo una princesa, era capaz de ser una gran bruja. Entonces él fue quien se adueñó de sus ojos, su aliento, y su corazón. Tanto que no le importaba lo que aquel vocero o cualquier otro hombre tenía para decir.
Él lograba distraerla. Se colaba en sus pensamientos cuando hacía alguna pócima, o trataba de darle a algún blanco con las flechas. Hacia que sus palabras se mezclarán, formando cualquier hechizo.
Y Morgana lo había notado.
Le gustaba ver a su hija brillar como ella alguna vez lo hizo, pero no le agradaba la idea que fuera a causa del aprendiz de su antiguo maestro. Aquel que no dejaba de ver feo a la joven bruja, y reprocharle algo cada vez que tenía alguna oportunidad.
Entonces era momento que Arabella diera un paso más.
—Muy bien Arabella, hoy iremos abajo —dijo Morgana y señaló la puerta en el suelo.
La joven bruja tomo aire, y siguió a su madre. Nunca iban allí, tenía todos los libros de magia que necesitaba en esa biblioteca, creyendo que no le hacía falta más nada.
Cuando la luz de la vela alumbró de manera tenue cada rincón, Morgana se acercó al centro del pequeño salón. Allí había un pedestal con un único libro. Uno de tapa oscura, y muchas hojas. En perfectas condiciones, como si nunca lo hubiesen leído.
—Necesito que estés más concentrada de lo normal para esto —dijo y señaló el libro—. Que saques de tu mente todo aquello que te aleja de tu gran logro.
—¿Mí gran logro? —pregunto confundida.
Morgana le extendió una mano, y ella la tomo. La acercó al pedestal, y abrió el libro en una página en específico.
—Para ser una gran bruja, aún te queda dominar un solo aspecto —dijo, y sonrío.
—¿No es peligroso? —pregunto preocupada Arabella.
—Solo si no lo haces de la manera correcta —respondió—. Manejar las sombras, y tener tu habilidad mágica, hará que el mundo vea lo magnífica que eres.
Le dio un beso en la sien, y se apartó de ella.
—Solo debes concentrarte. Recuerda, alejarte de las distracciones —le recordó y se marchó.
Arabella se quedo sola con el libro. Era un objeto que emanaba magia pura, y que lo podía sentir sin tocar sus hojas. Con cuidado apoyo un dedo sobre una de las páginas, y sintió una pesada energía recorrer a lo largo de su brazo, y por todo su cuerpo.
Se alejó espantada, dando algunos pasos atrás, pero no salió de allí. Una extraña sonrisa se dibujo en su boca, y otra vez se acercó al pedestal.
—Magia de sombras —murmuro—, lo que no toca la luz, y lo que se oculta en cada esquina.
•
Una semana después.
Salió de la biblioteca, después de una larga mañana ensayando la magia de aquél libro. Tenía la única intención de tomar algo de aire para volver a estudiar. Pero en su camino al jardín se cruzó con Hisirdoux, a quien tuvo la sensación de no verlo lo suficiente en los últimos días.
Con la desaparición de su madre, se dedicó a estar encerrada entre los libros, y la espera de ella, como le supo susurrar en sus sueños.
Sonrió al verlo, como siempre cada vez que sucedía. Le era inevitable no hacerlo.
Algo vio en él que hizo apurar su paso. Llego a tiempo para evitar que se cayera al suelo.
—¿Qué te paso? —pregunto preocupada.
—Un encuentro con los caballeros —respondió con la voz entrecortada—. No sé preocupe princesa, estoy bien.
Intentó soltase pero Arabella hizo aún más fuerza para evitarlo. Lo obligó a caminar, y lo llevo a rastras hasta un lugar donde curarlo.
Solo había silencio. Hisirdoux miraba para otro lado, mientras Arabella le pasaba una venda por el torso. Estaba disgustada, y no tanto por la pelea. Sino por como la trato. Nunca se dirigía a ella de esa manera, porque sabía lo mucho que le molestaba que le dijera de esa forma.
—¿Me dirás qué pasó? —pregunto.
—Nada, no se debes preocupar —contesto por lo bajo—, su majestad.
—Deja de hablarme de esa forma, y dime que paso —exigió.
—¿De que otra forma debo hacerlo? Eres la princesa, y yo solo un aprendiz —dijo apenado.
—No es cierto —murmuro Arabella.
Tomo con cuidado su rostro, para que la pudiera ver a los ojos. No vio mas que pena en su mirada color ámbar, una sombra de tristeza ocupaba el lugar en donde antes brillaba.
—Eres el único piadoso que me ha arrebatado el corazón —añadió—, te llevas cada latidos, y toda mí atención. Tanto que creo que es un problema.
—No quiero dañarte —murmuro Hisirdoux.
—No lo haces —contesto ella.
Frunció el ceño, y se mordió el labio, porque él era la distracción de la que le hablaba Morgana. Porque hasta hace unos minutos, antes de verlo, solo pensó en que pasaría toda la tarde estudiando, y ahora estaba allí, tratando de descifrar lo que le ocurría a él. Porque con facilidad podía ser su punto débil.
Aunque a veces iban de la mano, y pasaban muchas horas juntos, hablando de un posible futuro, riendo como si fueran los únicos en el castillo, en el mundo entero, existía algo que no se animaba a dar. No quería ser ella quien diera ese paso, pero parecía ser que Hisirdoux pasaba por la misma agonía de no saber darlo.
Frente al silencio de sus bocas, con el sonido de sus corazones latiendo como la música que adoran escuchar, lo beso. Suave y con temor de hacerle más daño del que le causaron. Lo hizo como si fuera el mayor anhelo desde el momento en que lo vio por primera vez con otros ojos que no fuera el de dos niños haciéndose amigos.
En sus labios descubrió una nueva clase de calma, una paz que no creyó volver a tener en la vida. O que no pensaba que necesitaba.
—Lo siento —murmuro apenas apartándose.
Hisirdoux se puso de pie, haciendo que Arabella diera un paso atrás. Se acercó a ella, y la tomo con cuidado de las mejillas, y otra vez la beso. Habiendo tomando el valor que necesitaba para hacerlo, tratando de ser calmado, pese a las ansias que le provocaba el sabor de sus labios.
—Yo lo siento —murmuro Hisirdoux.
Arabella junto su frente contra la suya, y sonrió, dando un suspiro.
—¿Por qué?
—Por haber tardado tanto —contesto dándole un suave beso.
Ella sonrió. Se alejó, con esa risilla que nacía cuando se llenaba de la energía que le causaba algo de alegría.
—Bien, debo hacer algo —dijo, tratando de buscar calma.
—¿Me besas y te vas? —pregunto, y tomó sus manos—, puedo hacer una lista de razones por lo cual no es algo sensato, o justo.
—Debo arreglar un asunto —insistió—, y luego seré tuya, por siempre y para siempre.
Hisirdoux sonrió, y fue rápido en darle otro beso antes que ella partiera.
•
Se acercó a la zona de entrenamiento. Estaba usando su traje de princesa, y llevaba con la frente en alto la corona de tal título. Todos allí detuvieron su entrenamiento al verla llegar como si cargara la gloria del mundo en un delgados hombros.
—¿Quién fue el estúpido en insultar mí honor? —pregunto con la voz en alto.
—Princesa —se acercó un caballero.
Era un rubio que ella le tenía poca estima, pero que Lancelot calificaba como uno de los mejores caballeros, después de él, claro.
—Nadie lo insultó, solo lo defendimos —continuo—, alguien como usted merece más que un simple aprendiz.
Arabella sonrió con malicia, y le clavó la mirada a la par que fruncía el ceño.
—No sabes que es lo que merezco —dijo—, él es más que suficiente para mí, pues tiene el honor de estar a mí lado con mí permiso, y no solo verme a lo lejos como tú hace. Mí honor junto a el vale más que el mismo oro, y no necesita ser defendido por nadie.
El caballero se enderezó, y Arabella percibió su orgullo herido.
—Eres tan solo la princesa …
—Y tu un simple caballero que repite el discurso de un idiota —sonrio y dio un paso al frente—, ahora soy princesa, la que tiene más voz que usted, pero pronto seré tu reina.
Lo vio tragar aire, y endurecer el mentón tras su palabras. Palabras que ni ella cuidaba, y las cuales no debía decir en voz tan alta. Aún así lo hizo, sin importarle nada, ni el más mínimo problema que le causaría ...
—Cuida tu lengua —gruño.
—Lady Arabella —llamó un hombre.
Ella volteó, y se encontró con el rey.
—Debe ser atenta con lo que dice —dijo, y la seriedad invadió su rostro—, suenas como tú madre.
—Prefiero sonar como ella —continuó respondiendo.
No podía quedarse callada, y no quería hacerlo. Los últimos días en el castillo se vieron convulsos tras la traición y desaparición de la hechicera, o al menos ese rumor se corria. Arabella hacia un gran esfuerzo para evitar que le afectará que la viera como la próxima en ocupar el lugar de su madre. Siendo cuidadosa con todo lo que decía y hacía.
Pero se cansó de que la vieran como el peligro, o enemigo.
—No sabes lo que dices —gruño el hombre.
—Su majestad —habló alguien mas—, ella sabe perfectamente lo que dice.
—Cierto, vienes con tu perro —dijo Arabella—, temes que sea como Morgana, pero el hombre a tu lado dejó su propio reino, que creo yo, es el enemigo.
—En realidad me vendí al mejor postor, princesa —sonrió con sorna Galaga.
—Sir Galaga, mejor tome su instrumento y entretenga al rey —dijo e hizo una reverencia—, por el tiempo que le reste.
•
No iba a negar que se sentía orgullosa de lo hizo. Llamar perro traidor a Galaga, e insinuar que sería mejor gobernante que el rey Arturo, le dio la valentía necesaria para lo que sea que vaya hacer en lo que reste del día.
De camino a lo de Circe, vio a la pelirroja salir del cuarto de enfermería. Se apuró en llegar a ella, pues notó cierto nerviosismo en su postura.
—Lady Hestigio —llamó, y está volteó al oír su voz—, ¿Esta todo bien?
—Execelente, diría yo —dijo, y la tomó del brazo—. Vamos a tomar algo de sol, lo necesito.
Arabella la vio con seriedad, y se soltó del nervioso agarre.
—¿Qué ocultas allí dentro, Circe? —pregunto y de acercó a la puerta.
—Nada, he dicho que todo está de maravilla —insistió, con su sonrisa temblorosa.
—Eres tan mala mentirosa como Hisirdoux —dijo.
Abrió la puerta, y lo que vio del otro lado, no hizo más que sorprenderla, o más bien, espantarla. A punto de dar un grito, Circe cubrió su boca, y la encerró en el cuarto.
—¿Cómo me explicas esto? —pregunto en cuánto Circe le liberó la boca.
—Él se hizo presente y perdió el conocimiento —respondió Circe a punto de llorar.
—¿Por qué no trae nada arriba?
Arabella trataba de no sonar alterada, o que un hombre dormido, sin camiseta, dejando al descubierto un torso que no creía humano, sino más bien tallado por manos angelicales, no le provocará cientos de preguntas poco decorosas para alguien de su posición. Pues ni Hisirdoux había logrado tal efecto así de rápido.
—Estaba lleno de sangre, pero no es suya. O no toda —murmuro—, estaba moribundo, y lo último que me dijo es que debía hablar con Merlín.
—Y trae a Merlín —dijo Arabella.
—¿Para que me castigué porque un hombre desconocido está semidesnudo en mí presencia?
—Pues debería hacerlo —exclamo Arabella—. No solo es un hombre.
Se acercó a él, y justo cuando estuvo a punto de correr un mecho blanco que caía sobre su rostro, este abrió los ojos, e Hisirdoux entró al cuarto. Los gritos de espanto no se hicieron esperar.
Se sentía por completo desdichado de que Circe haya tenido que estar a sola con un hombre, y él no estar ahí para proteger su pulcra inocencia.
—Ahora Merlín me matará por dejar que tus virginales ojos se mancharan con ese torso bestial —exclamo angustiado—, ¿Es posible que un hombre se vea así?
—Dejen de gritar —murmuro el hombre—, o me mataran antes que está lastimadura.
Arabella trato de lucir como la reina que dijo que sería. Miro al hombre con seriedad, y se acercó a él.
—¿Quién eres, y que quiere con Merlín? —pregunto, entrecerrando los ojos—, brujo.
A punto de responder, caballeros derribaron la puerta, y se hicieron a un lado. Pasó Galaga, y observó a la rubia con altanería.
—Princesa, Arabella de Pericles, hija de la reina oscura —habló, y sonrió con malicia—, estás detenida. Orden directa, del rey Arturo, su majestad.
Un par de caballeros la tomaron de los brazos, y la llevaron. Ella no hizo nada, estaba congelada, sin poder creer lo que estaba ocurriendo.
Circe gritaba despavorida, e Hisirdoux trataba de procesar lo que estaba viendo, deteniendo a la pelirroja para evitar que saliera corriendo hacia los caballeros.
Cuando la joven princesa pasó al lado de Galaga, ambos compartieron miradas de disgusto. Sin embargo, era el mayor quien le regaló una sonrisa cargada de burla, y Arabella creyó que no lo podia aborrecer aún más.
—Te advertí que tú lengua suelta y aires de consentida te traería problemas —murmuró Galaga—
—Haré que te arrepientas —respondió Arabella.
Galaga hizo un movimiento de cabeza y la sacaron de allí. Dejando a los demás solos, en un silencio escalofriante, y la magia llenando cada espacio del cuarto.
—Es demasiado tarde —dijo el hombre detrás de ellos—, esto se debía evitar.
•
En silencio, esperaba a que pronto llegará el veredicto final. Antes, cuando apenas la encerraron en aquel cuarto, se cansó de golpear la puerta, suplicando por su liberación.
Le iban a cortar la cabeza, de eso estaba segura. La humillarian frente a todo el reino, y demostrarían que Galaga tenía razón.
—Soy solo una princesa —murmuro.
Una pequeña con una gran boca. Nunca la mantenía cerrada, y solo salían problemas de estrés sus labios.
Una brisa se hizo presente en la habitación, y cuando alzó la vista, un portal oscuro se abrió frente a ella. De este, salió su madre, con una energía que le costaba reconocer, y una sonrisa que le causó escalofríos.
Sus ojos verdes brillaban con malicia, y una armadura dorada le quitó el aliento. Lucia tan asombrosa como aterradora.
Le extendió la mano, una de color verde y cargada de magia.
—Hoy, hija mia, es el día —hablo con firmeza.
—¿Qué día? —pregunto incrédula Arabella.
—Hoy al fin, serás esa gran bruja —dijo y sonrió—, todos deberán rendirte pleitesía, y suplicar por tu perdón. Ven conmigo, y será tan poderosa como alguna vez te conté.
Se hizo hacia atrás, negando con la cabeza. Quería llorar, porque la venda de sus ojos se caía, y podía ver lo que en realidad sucedía.
—No, solo te traeré problemas —balbuceo—. Madre, no soy lo que tú crees.
Morgana sonrió, y se acercó. La tomó con suavidad del rostro, y se encontró con sus ojos rosas y llenos de lágrimas. Arabella era mucho más de lo que ell creía.
—Oh hija —dijo—. Eres perfecta, y le demostraremos a todos, lo asombrosa que eres.
Arabella lo dudó. Claro que esa mujer no era su madre. Su aura oscura indicaba que ella había abandonado por completo su humanidad, y solo quedaba el odio acumulado. Sin embargo, frente a todas las dudas y miedo, tomó su mano, en el momento en que la puerta se abrió.
Frunció el ceño, y dio un paso hacia el portal.
—Hoy es el día —dijo Arabella, y se perdió en la oscuridad.
Hisirdoux cayó de rodillas, y creyó que una parte de su corazón le fue arrancado.
—Fue demasiado tarde —dijo Merlín—, ahora más que nunca deben practicar su magia. No serán fáciles de derribar.
Se marchó, y dejó a su aprendiz viendo dónde supo estar parada Arabella. Pensó en esa mirada roja, la última, y se arrepintió de no haber corrido detrás de ella.
★★★
Buenas mis soles ¿Cómo les va?
Ah, al fin terminamos este arco 😤
Amo los resultados de haber presionado hasta el cansancio a Arabella.
No hay mucho que decir, porque ya se dijo todo.
En fin, sin más que decir ✨ besitos besitos, chau chau ✨
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