Capítulo 32
Entramos a la casa, los trabajadores se amontonaron para saber qué ocurría. Divisé a André y Ritha, observándome con una mezcla de sorpresa y tristeza. André se veía dispuesto a golpear a Dante, pero unos pasos fuertes y firmes resonaron en la habitación. Mi cuerpo tiembla nada más con su presencia, ni siquiera podía levantar la mirada, quería salir corriendo... Estaba aterrada. Sus pasos se acercaban hasta detenerse a unos metros frente a nosotros.
—¡Hmg! —Dante me lanza al frente hasta caer al suelo.
—Ahí tienes, tu maldita hija está de vuelta. Quiero el dinero de la recompensa.
Hubo un silencio sepulcral. Mi respiración no se calmaba, me mantuve viendo fijamente a los pies de mi padre. Tragué con dificultad ates de reunir el valor suficiente para mirarlo. Sus ojos me observaban con una furia que parecía querer matarme. Desvía la mirada hacia alguien y me apuntó con la cabeza. Rápidamente unos guardias me sujetaron, quitaron las cuerdas de mis muñecas y me arrastraron escaleras arriba.
—No le den ni un trago de bebida, ni una miga de comida. No hasta que yo lo ordene —escuché decir a mi padre.
—¡Quiero mi dinero! —exigió Dante con impaciencia, pero ya no pude escuchar lo que pasó después.
Las puertas de mi habitación se cierran antes de que yo pudiera salir corriendo. Golpeé la puerta con los puños, pero me dejé caer al suelo de rodillas, pegando la frente a la madera de la puerta mientras sollozaba.
—Déjenme salir... Quiero ver a Aspen... Reed.
Con esfuerzo me levanté del suelo y observé a mi alrededor, nada había cambiado, incluso el lápiz sobre mi escritorio que he olvidado guardar. Me acerqué a mi cama y me senté al borde de esta; busqué por debajo y encontré la caja escondida. No podía creer que siguiera aquí. Agarré el peluche de lobo entre mis manos, algunas lágrimas cayeron sobre él; lo abracé llorando y tumbándome en la cama para encontrar consuelo.
—Quiero a mi familia... No quiero estar aquí.
Este lugar me generaba una carga pesada sobre el cuerpo, me sentía enferma y con más frío de lo normal. Lloré desconsolada hasta que el agotamiento mental me llevó al borde de la inconsciencia.
Al despertar, lo primero que hacía era comprobar si podía escapar de alguna forma, no había nada. Todas las puertas y ventanas estaban cerradas y no las podía romper. Con el pasar de los días, la falta de comida y agua comenzaban a debilitarme cada vez más, hasta tal punto en que no podía ni levantarme de la cama, ni siquiera para intentar huir. No sabía qué más hacer. Mi cuerpo estaba exhausto, mi voluntad quebrada. Eventualmente, me rendí.
Sin embargo, un día al amanecer, la puerta por fin se abrió y Ritha junto a otras chicas corren a socorrerme y darme de beber algo de agua.
—Señorita, Dios mío... tome esto y coma, necesitará fuerzas. Aunque no sean muchas... lo siento, no nos dejan darle más.
Negué con la cabeza para hacerle saber que no importaba, pues con darme de comer y beber en lugar de nada ya estaba satisfecha. Suspiré profundo y un poco más aliviada, ellas me ayudaron a levantarme y con cuidado me sacaron de la habitación, diciendo que mi padre quería hablar conmigo. Fuimos hasta su oficina, en donde ellas me dejaron.
—Largo —ordena mi padre, de pie con las manos tras la espalda.
—Señor, le pido que sea piadoso...
—¡Dije largo!
Cerré los ojos con fuerza ante el grito tan fuerte de mi padre, que me hizo estremecer. Las chicas se van de la oficina cerrando la puerta tras ellas y dejándonos a solas. No hubo palabras al inicio; solo se acercó. Apreté los puños, esperando lo inevitable. El me dio un golpe, consiguiendo tirarme al suelo. Sin siquiera decir una sola palabra, me dio una serie de patadas verdaderamente dolorosas, no dejó de hacerlo aunque soltara sangre y le rogara, no le importó que gritara suplicando que se detuviera, nada de eso importaba, solo tenía que castigarme hasta quedar satisfecho después de minutos que parecían horas eternas.
Me dejó tirada en el suelo, temblando del dolor. Lo vi alejarse para respirar un poco antes de girarse de nuevo hacia mí, al ver que intentaba levantarme, se acercó y me dio otro golpe en la mejilla que me tumbó de nuevo al suelo.
—Ya... por favor... detente —rogué, con la voz quebrada.
—¿Que me detenga dices? ¿Después de todo por lo que me has hecho pasar? ¡¿Me estás jodiendo, Madeline?!
Pateó mi estómago haciendo que me retorciera del dolor. Se alejó de nuevo murmurando insultos, de nuevo intenté levantarme y lo conseguí al apoyarme del sofá tras de mí, aunque lo manchara con mi sangre.
—Padre... Sé que lo que hice te ha enfadado y ha arruinado la imagen de los Lennor. Pero, a pesar de todo, no me arrepiento de nada.
—Cállate —levantó la mano, obligándome a callar—. No quiero escucharte. Eres una hija bastarda, nunca debí tenerte, desde el comienzo supe que solo me traerías desgracias. Te desprecio tanto que me hubiera gustado que en lugar de traerte convida, ese imbécil te haya matado.
El nudo en mi garganta se hizo cada vez más fuerte, pero llegó a un punto en el que... solo se deshizo y ya las palabras de mi padre no me importaban, todo el odio que sentía hacia él acabó con cualquier pizca de amor que aún pudiera sentir, pero creo que ya eso había desaparecido hace años.
—No me importa —solté de repente—. Ya no me importa nada de lo que puedas decirme. Ya he escuchado cada palabra de desprecio salir de tu boca. No tienes nada nuevo con lo que puedas herirme.
—Cierra la boca —volvió a levantar la mano.
—No. Me he callado durante todos estos años, me he tragado cada uno de tus insultos y malos tratos —apreté los puños mientras seguía hablando—. Eso se acabó. Ahora vas a escucharme, viejo de mierda.
—Eres una...
—¡¿Una qué?! ¡Dímelo! ¿Una bastarda? ¿una prostituta? ¿mala hija? ¡Nada de eso me importa! Tengo a alguien que cree en mí, que sabe que soy mejor, que me ama, y eso es suficiente. ¡No me interesa si tú me odias, Magnus! ¡Aspen me ama y no necesito nada más! ¡Tú ya no tienes poder sobre mi vida!
—¡Madeline, cierra la...!
—¡No lo haré! Ya no toleraré tus abusos. Lo hice durante años, hice todo para ganarme tu amor y cariño, pero eso se terminó. Renuncio al apellido Lennor. No necesito nada de ti, ni tu herencia. Aspen y yo estamos muy bien así como estamos. Y para que lo sepas, él y yo estamos casados. Mi apellido ahora es Donnovan. Lennor ya no significa nada para mí.
Sentí como el peso en mi pecho se desvanecía al igual que la carga sobre mis hombros, mientras lo enfrentaba sin apartar la mirada. La sorpresa en su expresión era evidente, pero no tardó en aparecer la ira; levantó la mano para golpearme de nuevo, pero una voz lo detuvo.
—Atrévete a ponerle una mano encima a mi hija, Magnus, y te la cortaré.
Me giré rápidamente para ver a mi madre entrar a la habitación con elegancia y determinación, se acercó a nosotros y cuando pasó por mi lado se detuvo para sonreírme con orgullo antes de dejarme tras ella para interponerse entre mi padre y yo. No podía creerlo, allí estaba... con cicatrices visibles y un parche sobre su ojo derecho. Estaba tan sorprendida que ni siquiera pude pronunciar palabra alguna, hasta que sentí unos brazos conocidos rodeándome con alivio.
—Princesa... —susurra Aspen mientras me abraza con necesidad, acariciando mi cabello suavemente.
—Aspen... —murmuré, refugiándome en sus brazos al reaccionar. Cerré los ojos y suspiré profundo, tenerlo aquí y ahora es un gran alivio para mí.
—Selena —dijo mi padre finalmente.
—La jugada no te ha salido como lo habías planeado, ¿eh? —dijo mi madre con una sonrisa sarcástica—. Estoy con vida y lista para vengar todos esos años en los que me apartaste de mi hija. Sé que fuiste tú, Magnus, el que provocó mi accidente. Fue tu plan para quitarme de en medio y hacer con Madeline lo que quisieras... pero por desgracia para ti, ella salió a mí, y encontró a alguien dispuesto a hacer cualquier cosa para salvarla de tus monstruosas manos.
Aspen seguía intentando calmarme mientras yo temblaba contra su pecho, limpió la sangre que escapaba por la comisura de mis labios y volvió a abrazarme con firmeza, pero asegurándose de no lastimarme.
—Esto se acabó, Magnus. Perderás todo lo que mi familia te ha dado, te quedarás sin nada. Me aseguraré de que ni siquiera tengas un mísero centavo. Y además, quiero el divorcio. Nunca debí enamorarme de un monstruo como tú, y lamento profundamente que mi hija haya tenido que sufrir por mi error. Eres un asco.
Mi padre ya no sabía cómo reaccionar. Incluso parecía asustado por mi madre. Saber que perdería todo lo que tiene debió afectarle, pues mi padre vive para el dinero y solo para eso, nunca supo lo que es la necesidad.
—André —llama mi madre.
—Sí, mi señora.
—Haga que saquen a mi ex marido de aquí, y entréguenselo a la policía —mamá lo mira con una media sonrisa—. No es necesario que sean amables.
André sonríe satisfecho, como si hubiera esperado este momento toda su vida. Llama a otros de seguridad y arrastran a mi padre, que finalmente reaccionó. Comenzó a forcejear y a exigir que lo soltaran. Nosotros los seguimos desde atrás hasta la salida.
—¡Van a arrepentirse, lo juro! ¡Tú, vieja bruja me las vas a pagar, y tu hija bastarda! ¡Las mataré a ambas!
—Qué bueno que estuve grabando —mi madre le entrega su celular a Ritha—. Ten, una prueba más al cajón.
Ritha sonríe ampliamente y se va con los demás para llevarse a mi padre. Finalmente me despegué de los brazos de Aspen para acercarme a paso dudoso hasta mi madre, quien voltea a verme.
—Mamá... entonces, e..esto significa que tú... ¿aún me quieres? —cuestioné con cautela y confusa por lo que acababa de pasar. Mamá me sonríe y antes de darme cuenta, ella me abraza, apoyando mi cabeza contra su pecho.
—Cariño... Yo jamás dejaría de amarte. Eres mi sol, mi luna... Eres mi hija, la razón por la que vivo hasta ahora —mamá besa mi cabeza mientras yo comenzaba a derramar lágrimas y me aferraba a ella—. Nunca sería capaz de abandonarte.
—Él me dijo que te habías hartado de mí —sollocé con la voz quebrada—. Que me abandonaste porque ya no me soportabas.
—Mi amor... Todo lo que ese maldito te haya dicho ha sido una mentira, quiero que lo olvides porque jamás se me ocurriría una cosa como esa. Tú lo eres todo para mí.
Volví a sollozar y a esconder mi rostro en su pecho, sentí su cuerpo temblar hasta que su llanto también fue evidente. Volvió a besar mi cabeza y a repetir varias veces que me ama.
Pero justo en ese momento, el sonido de unos vehículos llamó nuestra atención. Me separé de mi madre para ver al frente. Miré a Aspen, quien de repente se había puesto tenso. De los autos frente a nosotros desciende toda la familia de Aspen, completa.
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