Capítulo 31
Cantaba la misma canción de cuna que mi madre solía cantarme, intentando que el pequeño remolino de Reed por fin se durmiera y no despertara a Aspen, ya le he dado de comer, le he cambiado y le he comprobado la salud, estaba perfecto, pero aun así fue cantarle suavemente lo que consiguió que se tranquilizara poco a poco.
—Tranquilo, mi amor eterno... Mejor no despertar a papá que tiene una reunión importante mañana —murmuré mientras lo mecía en mis brazos y volvía a cantar. Pero entonces sentí brazos rodeando mi cintura y al mirar, la cabeza de Aspen estaba acostada en la cama pero pegado a mí.
—Yo también soy tu amor eterno, ¿verdad?
Por el tono adormilado se me ha hecho tan tierna la forma en que lo había preguntado, que no pude evitar soltar una pequeña risa mientras acariciaba suavemente su cabello.
—Sí, lo eres amore.
Suspiró como si mi respuesta lo aliviara, pero pronto sentí su respiración calmada mientras acariciaba su cabello y nuca. Se había dormido al igual que Reed. Volví a sonreír, dejé a Reed a un lado de Aspen; él, aún dormido, abrazó al Donnovan menor haciendo una escena mucho más hermosa que no pude evitar sacarles una foto solos.
Me acomodé frente a mi tierno esposo dormido, pero al sentirme cerca, me atrajo por la cintura para abrazarnos a ambos, no pude evitarlo y de nuevo nos saqué un par de fotos más antes de dejar de lado el celular, agarré las almohadas que estaban a mis espaldas, pues ahora estábamos acostados de forma horizontal a como deberíamos, y levanté la cabeza de Aspen para colocar su almohada por debajo, hice lo mismo con la mía y nos cubrí con las mantas. Besé la cabeza de Reed y luego la frente de Aspen para finalmente volver a dormir.
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Suspiré un poco al sentir un tierno beso en mi sien, me removí levemente, pero sentí a Aspen acomodando de nuevo la manta sobre mí, busqué a Reed con una mano y al toparme con él lo abracé como si de un peluche se tratara, claro que con más suavidad.
—Me voy, princesa —susurra Aspen sin esperar respuesta.
Escuché sus pasos alejarse hasta que cerró la puerta de la habitación. Volví a quedar inconsciente por unas horas más hasta finalmente haberme despertado por completo, miré a todos lados encontrando a Reed a mi lado. Sonreí y toqué el puente de su nariz con mi dedo, él se removió y empezó a llorar un poco haciéndome saber que era casi la hora de su desayuno.
Bostecé mientras me levantaba de la cama e iba al baño, me aseé por completo antes de ir donde Reed y arreglarlo para llevarlo conmigo hasta abajo.
—Ares, Ragnar, a desayunar —dije antes de salir de la habitación. Ellos se levantan y vienen junto a mí.
—Buenos días, señora —las chicas saludan en su idioma, aunque tanto había aprendido que las comprendí enseguida, casi como si fuese español.
—Buenos días —saludé con una sonrisa— ¿Podrían traerme la leche para Reed? Anoche la guardé en la nevera.
—Enseguida, señora.
Las chicas se fueron a preparar la leche, yo me senté en el sofá de la sala y mecí a Reed hasta que empezó a exigir su desayuno, por suerte no tardó en llegar. Se calmó apenas tuvo el biberón en sus labios, todas las chicas parecían atontadas de amor por ver a Reed, incluso suspiraban encantadas.
—Cuando acabe el desayuno me gustaría ir a elegir un par de cosas para Reed pero aún no quiero llevarlo conmigo —mencioné.
—No se preocupe, señora. Nosotras nos encargaremos del jovencito hasta su regreso.
—Gracias, no me tardaré.
Reed suelta un pequeño eructo que hizo reír suavemente a las demás. Limpié sus labios con el babero que me alcanzaron las chicas. Me levanté y les entregué a Reed para ir a desayunar y luego prepararme para salir. Agarré las llaves y conduje hasta una tienda infantil, fui eligiendo lo necesario y lo cargué en la parte trasera del auto, cerré la puerta pero apenas quise darme la vuelta alguien me sujetó del cuello por detrás y cubrió mi boca para que evitara gritar.
—Si no quieres que ocurra una tragedia.. será mejor que no causes problemas —sentí una punta metálica y fría contra mi espalda baja que me hizo estremecer del terror, asentí un poco para que no me hiciera nada, apartó la mano de mi boca pero entonces una gran descarga eléctrica me hizo caer inconsciente sobre el hombre quien abrió la puerta de mi auto y me metió dentro de este, para luego subirse y conducir.
No supe lo que pasó después, en lo único que podía pensar era en Reed y Aspen, ¿cómo pudo pasar esto? ¿Quién es este hombre? Sabía que todas mis dudas se resolverían cuando despertara, pero al hacerlo, me encontré sobre una cama, ni siquiera estaba amarrada o esposada, solo estaba allí en una habitación pequeña con solo una puerta y una ventana bloqueada con madera.
—Agh —murmuré al levantarme poco a poco.
Salí de la cama y fui hacia la puerta pero estaba cerrada con llave, miré a mi alrededor en busca de algo que me ayudara, me acerqué a la ventana para ver entre los espacios de la madera e intentar reconocer el lugar, pero antes de poder mirar, escuché la puerta destrabarse y finalmente abrirse.
—¡¿Qué mierda...?! ¡¿Dante?! —exclamé.
El me observa de pies a cabeza antes de acercarse a paso lento hacia mí. Retrocedí instintivamente, como si pudiera atravesar la pared, pero solo quería alejarme de este tipo.
—No te acerques. ¡Aléjate! Tú fuiste quien me mandó traer, ¿no? Te lo juro Dante, si no me dejas ir ahora, te voy a...
—¿Hasta cuándo vas a cerrar la puta boca? Joder, eres irritante.
—Y tú un hijo de puta.
—Cuida tu estúpida boca, hermosa. Será mejor que lo hagas, conoce la posición en la que te encuentras y quédate callada —de repente sacó una pistola con la que acarició mi mejilla. El frío de esta me hizo apartar la cabeza— ¿En serio creíste que podrían huir para siempre? ¿Que no los encontraríamos? Que tonta e ingenua eres y tu querido amante es igual de estúpido que tú.
—Esposo —le corregí con una sonrisa—. No te equivoques, Dante. Aspen y yo estamos casados.
Le mostré la mano en la que tenía el anillo. Su sorpresa y furia fuero inmediatas. Antes de que pudiera reaccionar, recibí un golpe en la mejilla que me lanzó al suelo; la sangre llena mi boca mientras intentaba recuperar el aliento.
—Tú no cambias, ¿verdad? Sigues siendo igual de zorra que siempre. ¡Una maldita basura! —pateó mi estómago haciendo golpear mi espalda contra la pared mientras soltaba quejidos—. Me arruinaste, ¿lo sabías? Tu maldito padre canceló todos los negocios con mi familia cuando nos enteramos de que te fugaste con ese imbécil. Esa era nuestra única oportunidad de salvar la empresa de mi familia... pero tú... ¡nos dejaste en la ruina!
Esta vez pisó mi espalda con mucha fuerza que volví a escupir algo de sangre. Intenté arrastrarme en mi inútil esfuerzo por escapar, pero claro que no serviría. Dante agarró mi cabello y levantó mi cabeza.
—¿Y tú no decías que eras como un hijo para él? Dante... solo mírame, a él no le importa ni su propia sangre, ¿crees que tú le importarías? Eres patético y más ingenuo de lo que me crees a mí.
—¡Cállate! —me dio otra bofetada que volvió a tumbarme—. Si tu padre te detesta es porque eres una mierda como hija, o como cualquier otra cosa, por eso es por lo que nadie te quiso realmente. Hasta tu propia madre te abandonó por aborrecerte.
Dante me levantó del suelo con brusquedad y pegó la punta de su pistola contra el costado de mi mandíbula.
—Tu padre ha ofrecido mucho dinero para quien te encuentre... Ahora va a dármelo y yo sacaré a mi familia de la miseria en la que tú nos has obligado a vivir.
Me arrastró fuera del lugar en donde me habían atrapado. Me lanzó a unos tipos que no dudaron en amarrar mis manos tras mi espalda y colocarme una mordaza para que dejara de gritar. Me metieron en la baulera de un auto dejándome a oscuras. Intenté librarme cuanto pude aunque el auto comenzara a andar. No quería llegar donde mi padre... No quiero de verdad.
Empecé a sollozar cuando el pánico me invadió, mi respiración se hizo más alterada al igual que mis latidos. Imágenes de mi padre dándome la paliza de mi vida pasaron por mi mente, y era lo mínimo que me esperaba cuando llegara donde él. Solté lágrimas hasta haberme quedado seca, no supe cuánto tiempo había pasado desde que me metieron a esta baulera pero pude sentir cuando el auto se estacionaba y Dante se bajaba. Abrió la baulera y me sacó arrastras, aunque noté cuando deslizaba el anillo fuera de mi dedo.
—Yo me quedo con esto. Me servirá para venderlo.
Se burla de mía y me empuja para hacerme caminar dentro de los terrenos de mi padre, me quita la mordaza, pero mantiene las cuerdas en mis muñecas.
—Eres despreciable, Dante. Un verdadero bastardo —espeté con todo el odio que pude acumular.
—Ya no me importa, de todos modos agradezco no haberme casado contigo. Pero el dinero que nos prometieron, me lo darán ahora.
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