Años habían pasado desde aquel día de la boda y el nacimiento de Amy. La vida había seguido su curso, llenándose de momentos de alegría, amor y crecimiento para la familia Hibiki. Ryoga, ahora un hombre maduro y lleno de sabiduría, había vivido una vida plena junto a Ranko y sus hijos.

En una tarde serena de primavera, Ryoga yacía en una cama cómoda en su hogar, rodeado por el afecto de sus seres queridos. La habitación estaba llena de luz suave y tranquila, creando un ambiente de paz y serenidad que contrastaba con el peso del momento.

Ranko, ahora conocida como Amy, se sentaba junto a él, sosteniendo su mano con ternura. Sus hijos, ya crecidos y llenos de gratitud por el padre amoroso que habían tenido, se reunieron alrededor de la cama con miradas de cariño y respeto.

"Gracias por todo, papá", murmuró Amy con voz suave pero llena de emoción contenida.

Ryoga sonrió débilmente, sintiendo una mezcla de nostalgia y aceptación por lo que estaba por venir. "Fui afortunado", dijo con voz tranquila pero firme. "Tuve una vida maravillosa."

Los recuerdos de aventuras compartidas, risas familiares y momentos de amor llenaron la habitación, creando un puente entre el pasado y el presente. Era un momento para recordar y celebrar la vida de Ryoga, un hombre que había tocado tantos corazones con su bondad y fortaleza.

En silencio, Ryoga cerró los ojos, sintiendo el amor y la paz que lo rodeaban. Su respiración se calmó mientras se dejaba llevar por el sueño final, sabiendo que su familia estaría siempre unida por los lazos indestructibles del amor.

El sol se ponía lentamente fuera de la ventana, pintando el cielo con tonos cálidos y dorados mientras el mundo continuaba su curso. En la tranquilidad de su hogar, Ryoga Hibiki se despidió pacíficamente, rodeado por el amor de su familia y la gratitud por una vida bien vivida.