En el Dojo Tendo, el sol del atardecer teñía el cielo de tonos dorados mientras Akane y Ranma se enfrentaban en uno de sus habituales y acalorados encuentros. El dojo resonaba con el choque de puños y el sonido de los pies sobre el tatami. Los insultos y gritos llenaban el aire cargado de tensión.

"¡Eres tan irritante, Ranma!", exclamó Akane, esquivando hábilmente un golpe de su prometido.

Ranma, con su característica cabellera roja atada en una coleta alta, no se quedaba atrás en la pelea. "¡Tú eres la que siempre empieza con tus golpes sin razón, Akane!"

En medio del combate, un movimiento mal calculado hizo que Ranma perdiera el equilibrio y terminara enredada en una de las cortinas del dojo. Akane aprovechó la oportunidad para propinarle un empujón final que la hizo caer aparatosamente al suelo.

"¡Estás fuera, Ranma! ¡No vuelvas hasta que aprendas a controlarte!", gritó Akane, con una mezcla de triunfo y frustración.

Ranma se levantó con rapidez, deshaciéndose de la cortina que la envolvía. "¡Tsk! No necesito este lugar", murmuró entre dientes, sintiendo una mezcla de enojo y alivio por escapar, al menos temporalmente, de los constantes conflictos.

Antes de que pudiera marcharse, sin embargo, una figura conocida apareció en la entrada del dojo. Era Nodoka Saotome, la madre de Ranma, con una expresión serena pero firme en su rostro.

"Ranma querida, creo que es hora de que tengamos una conversación", dijo Nodoka, mirando a su hija con una mezcla de preocupación y determinación.

Ranma frunció el ceño, sabiendo que su madre no estaba allí simplemente para charlar. "¿Qué es ahora, mamá? ¿Otra de tus lecciones 'para ser un verdadero hombre'?"

Nodoka suspiró, acercándose a Ranma con calma. "No, Ranma. Esta vez es algo diferente. Necesito enseñarte algo más importante que eso."

Intrigada pero algo resignada, Ranma siguió a su madre fuera del dojo, donde la luz del atardecer envolvía el ambiente con tonos suaves y cálidos.