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Caso 13: El Arte Silencioso de la Nobleza

Dentro del cuarto, inundado de luz y hojas sueltas tanto del árbol que da sombra frente a su habitación como de papel, el suelo estaba adornado de colores. En un desorden organizado, lápices esperaban ser utilizados, amontonados en un rincón. Pinceles y brochas descansaban en la mesa cerca de la ventana abierta. En el fondo, una figura delicada tarareaba una música oída en una de las noches de caza, su tonada la relajaba mientras pintaba el nuevo rostro soñado.

De día y de noche no sale de casa; prefiere la tranquilidad de su acogedor nido, como llama a su cama. Regalos pequeños y grandes le hacen compañía, cada uno entregado en los bailes de sociedad a los que asiste obligada. Animales de peluche, plantas raras y joyas diversas están apilados uno sobre otro. Ha aceptado todos los regalos porque sería grosero no hacerlo, pero no piensa dar nada a cambio; ellos mismos se lo han dado y ella ha cumplido con su presencia en el baile. Es débil ante lo bonito y delicado, igual que ella.

La puerta se abre, revelando a sus padres. Su padre sostiene una carta que huele a rosas, una invitación a otro baile social. Si la acepta, deberá vestir uno de los cientos de vestidos regalados por sus padres o admiradores. Si no, enfrentará la culpa y decepción de sus padres, o bien se centrará en su obra actual. Ella toma la carta; no pueden decir que es poco filial. Además, le gustan los vestidos y forman parte de su colección.

Mientras cae la noche, ella en su refugio dedica su tiempo a dos tipos de obras, cada una reflejando un aspecto diferente de su ser. Por un lado, pinta paisajes al modo tradicional, capturando con su talento natural la belleza del mundo sin recurrir a su don. Estos cuadros son serenos y bellos, representaciones de los espacios verdes que tanto ama y que ha visto en sus sueños, pero sin el toque mágico que los hace realidad. Estas pinturas adornan las paredes de su habitación, creando un entorno lleno de calma y naturaleza.

Por otro lado, se entrega a la "providencia onírica", su precioso don, para crear una colección muy diferente, una que mantiene en el más absoluto secreto. Gracias a él, retrata a los próximos humanos que se convertirán en su cena. En estas obras, los rostros de miedo y confusión quedan plasmados con un realismo inquietante. Cada trazo del pincel captura el pavor en los ojos, la tensión en los músculos y la desesperación en las expresiones. Estas pinturas son su más valioso tesoro. Estas obras secretas no son para ser vistas por otros. Ella las oculta en un rincón apartado de su habitación, detrás de un pesado cortinaje de terciopelo oscuro. Aparte de ella, solo su amiga más cercana conoce su existencia.

Al llegar la hora en que la luna se presentaba en un gran salón iluminado una vez más con su belleza, Timandra se encontraba en una esquina del salón de baile. La luz de los candelabros brillaba sobre su cabello morado, recogido en dos largas coletas, y su vestido verde menta con brillos morados relucía con cada movimiento. Sus ojos lilas observaban con interés la mesa de bocadillos al otro lado del salón. Quizás, pensó, podría deslizarse hacia allí sin ser notada y disfrutar de un momento de tranquilidad.

Sin embargo, apenas dio un paso, dos vampiros se le acercaron, interceptándola. Uno de ellos, un joven alto de cabello oscuro, la tomó de la cintura con una sonrisa confiada.

—¿Bailas conmigo esta pieza del vals? —le pidió, su tono más una orden que una pregunta.

Antes de que pudiera responder, el otro vampiro, de cabello rubio y ojos verdes, le tomó la mano, sus dedos fríos y firmes.

—Permíteme —dijo el segundo vampiro, esperando que ella rechazara al primero.

Timandra miró de un lado a otro, atrapada entre ambos. Decidió irse con el primer vampiro, ya que no la soltaba. Su agarre era firme y posesivo, dejándole claro que no aceptaría una negativa. Mientras la conducía al centro del salón, Timandra sintió la mirada de muchos vampiros sobre ellos. Todos la observaban, evaluándola, y ella sabía que debía aparentar. Con una sonrisa tímida en su rostro, se dejó llevar.

La música comenzó y, como una muñeca en manos de un niño caprichoso, Timandra siguió los pasos del vals que ya conocía de memoria. El vestido verde menta con brillos morados alzaba vuelo cada vez que giraban, sus faldas ondulando como las olas del mar. La presión de la mano del vampiro en su cintura le recordaba su falta de libertad en ese momento. Sin embargo, mantenía su sonrisa, una máscara que ocultaba su verdadero deseo de estar en su habitación, pintando.

Sus pies se movían automáticamente, siguiendo el ritmo de la música, mientras su mente vagaba lejos de allí. Imaginaba los lienzos que pintaría esa noche, los paisajes verdes y serenos que tanto anhelaba. Cada giro y cada paso eran una oportunidad para planear su próxima obra.

Los vampiros alrededor murmuraban y la observaban con admiración y envidia. Para ellos, ella era una belleza etérea, inalcanzable. Para ella, ese momento era solo una obligación más, un sacrificio en nombre de su familia. La música continuaba, y ella seguía bailando, esperando ansiosa el final de la pieza para poder regresar a su mundo de colores y sueños. Finalmente, la música cesó y el vampiro la soltó con una reverencia.

—Gracias por el baile, Timandra —dijo con una sonrisa encantadora.

Ella le devolvió la reverencia, manteniendo la sonrisa en su rostro.

—Ha sido un placer —respondió con voz suave, aunque en su interior solo deseaba volver a su refugio.

Mientras se alejaba del centro del salón, volvió a mirar la mesa de bocadillos. Quizás ahora podría llegar hasta allí sin ser interceptada. Con pasos gráciles y elegantes, se dirigió hacia su objetivo, su mente ya volviendo a los paisajes que pintaría esa noche, buscando un momento de paz en medio del bullicio.

imagen hecha por mi


ficha del caso:

nombre: Timandra Rosenthal

fecha de nacimiento: 2683

edad actual en el año 2700: 17 años

raza: Vampira

 clase social: noble antigua

ocupación: pintora

titulo principal la dama de las rosas

familia: madre y padre, varios tios


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