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22. Los cuentos del pasado

Una detrás de otra, con decenas de acompañantes, flores y diseños intrincados en banderines y telares, desfilaron las diosas. La primera, por supuesto, fue Calipso. Alex sintió que veía su rostro por primera vez.

No se parecía a la estatua que estaba en su pueblo. Tenía un aire de grandeza en sus facciones y, de alguna manera, estuvo segurísima de que ese era su aspecto real. No sabía si lo estaba sacando de la cabeza de Celery o de alguien más, pero la información estaba clara: alguien alguna vez había tallado el rostro de la diosa del agua con ella misma como modelo. Y ese rostro se había replicado infinidad de veces, hasta llegar a ese que esta presenciando.

Después vino Candace. No pudo estar segura si la cara que observaba se parecía o no a la hermana que había encarnado siglos atrás. En aquel entonces, Candace había sido una conocida guerrera, famosa por sus hazañas. Pero también, había desaparecido del ojo público cuando ya no quedaron conflictos en los que intervenir.

Miró a Celery para preguntarle si sabía algo, pero se encontró con que la niña estaba seria y fruncía cada vez más el ceño. Cuando regresó la vista a la procesión, comprendió que la tercera diosa en camino era nada más y nada menos que la misma Eleni y la crítica en la mirada de la Diosa de la luz en carne y hueso ahora era muy obvia.

—¡Esa no se parece a mí! —chilló, con una expresión desencajada. Eivor dio un respingo cuando tres personas se giraron a verla, estupefactos.

—Ay, por favor, Celery —soltó Anneke, de pronto, palmeándole la piernita que colgaba del hombro de Eivor, como si fuese un perrito—, cuando te dije que te parecías a la Diosa de la luz no lo decía en serio. Además, esa es una mujer adulta —replicó, en voz alta también y la gente a su alrededor volvió su atención a las estatuas.

Los únicos que mantuvieron los ojos en la niña fueron ellos, llenos de reproches, pero Celery no movió ni un musculo. No se dio por enterada.

—¿Quién es el responsable de hacer esas cosas? —se quejó y Anneke, junto a Eivor, se cruzó de brazos.

—Algún pobre artesano, ¿le cortarás la cabeza?

Los ojos de la diosa se clavaron en ella, desde la amenazante altura que le proporcionaba estar sentada en los hombros de Eivor.

—No vuelvas a palmearme —le advirtió, en un susurro tétrico. Anneke frunció el ceño, pero Alex no pudo determinar si se lo creía o no. Se pasó una mano por la cara y estiró otro pedazo de pan hacia la boca de su hermana—. ¡Oye! Que yo no te pedí más —le espetó entonces, intentando esquivar la comida que Alexandria intentaba darle.

Ella negó, sonriéndole con ternura fingida.

—Cierra la boca, oh, toda poderosa criatura —la reprendió, con sorna. Otra vez, tenían miradas encima y necesitaban disimular. Dudaba que alguien creyera que esa niña de campo fuera una diosa, pero tampoco eran lindo llamar la atención.

Eivor miró a su hermanita con una expresión casi suplicante.

—Déjalo estar.

—Pero si...—Celery abrió la boca y Alex aprovechó y le metió un pedazo de pan entre los labios. En seguida, esos mismos ojos dorados que se dirigían a ella siempre con chispa y cariño, se oscurecieron.

Alexandria arqueó las cejas, esperando que la amenazara a ella ahora también. Pero Celery no le dijo nada mientras masticaba. Solo se miraron a la cara durante un minuto entero, diciéndose cosas sin palabras hasta que Ikei carraspeó y giró a Alex hacia la procesión. Ya había pasado Zephir y se la habían perdido por intentar acallar a Eleni.

—Ahí vienes tú —le susurró.

Observó la siguiente estatua de yeso y se sorprendió al notar que era un poco más pequeña que las demás; pero, además de eso, no había tanta gente con telares y flores alrededor de ella. Mantuvo la boca cerrada mientras intentaba dilucidar las razones y no irse directamente a lo que ella sabía de Nyx.

Apretó los labios cuando la mano de Ikei se relajó en su hombro, tal vez pensando lo mismo que ella. Nadie hizo ningún comentario, ni siquiera la gente del pueblo y que disfrutaba del evento puso demasiada emoción. Los cantos bajaron un poco su entonación y Nyx siguió su camino sin que nadie se sintiera mal por ello.

—Quiero más pan —dijo Celery, estirándose en los brazos de Eivor para alcanzar a Alex. Le tocó el hombro y ella, como si nada hubiese ocurrido, le dio todo lo que le quedaba.

En seguida apareció Kaia y la alegría volvió al público. El grupo se mantuvo en silencio a partir de entonces y no dijo nada aun cuando Daphne, Xanthe y Rhodanthe hicieron sus rondas. Cuando todo terminó, Ikei volvió a tocar a Alex y a proponer dar unas vueltas por las ferias y aprovechar el ambiente festivo para relajarse.

—¿Vienes conmigo? —le dijo, bajando un poco la mano por su brazo—. Más allá vi un lugar donde vendían algunos vestidos y túnicas y podríamos usar un poco de lo que tengo para conseguirte una que sea de tu talla de verdad.

Ella le tocó la mano y sonrió, tratando de dispensarlo de la obligación.

—No te queda mucho dinero, no lo malgastes.

—No salían caras, anda —insistió el muchacho, apropiándose de su muñeca. Tiró de ella hacia el gentío.

Comprendió enseguida sus intenciones. No se trataba solo de abrigarla, de darle ropa decente y de su talla, sino de alejarla de los festejos que no estaban dirigidos a la diosa de la oscuridad. Fue por eso que lo siguió, conmovida por su gesto y por la manera en que se preocupaba por ella.

Se encontró sonriendo todo el trayecto por las calles del pueblo. Lo oyó hablar sin parar de los panes que habían probado, de que quizás la comida en la posada sería mejor, de que sería bueno descansar una noche tranquilos sin preocuparse por los bandidos o por la lluvia.

Le prestó atención, por supuesto, hasta que él se detuvo en un puesto que tenía preciosas telas y diseño. Arrugó un poco la frente ante los precios.

—Ikei —le dijo, con calma. Él todavía sujetaba su mano, así que le dio un leve apretón—. No es necesario que gastes esto en mí. Puedo arreglármelas con lo que tengo. Además, sería injusto para Anneke que me compres ropa a mi y no a ella.

Ikei se apresuró a recuperar la alegría. Un poco fingida, claro.

—Pensaba comprarles a las dos —aclaró—. En esa posada hay gente rica. No me gustó como las miraron.

Alex chasqueó la lengua. Sí, había sido incómodo, pero...

—La verdad es que nos miraron a todos mal —le indicó, con un encogimiento de hombros—. No cambiarán su opinión sobre nosotros. Simplemente saben que no somos ricos, y ya.

A Ikei se le congeló la sonrisa. Se inclinó un poco hacia ella, para que nadie más los escuchara.

—Pero eres una diosa. No está bien que lleves harapos.

Ella tuvo ganas de reir.

—Nadie sabe eso —le recordó. Y la verdad, es que tampoco se le antojaba que nadie lo supiera. Esa gente no se alegraría si supieran quién era. Tendrían miedo, lo sabía. Por más que Ikei intentara distraerla con banalidades, en su pecho se arremolinaba la certeza de que la repudiarían.

Él la llevó entonces de puesto en puesto, buscando mejores precios. Casi que estaban llegando al final del pueblo cuando encontraron uno pequeño, montado con barriles y una manera vieja y agujereada. Una señora de mediana edad cocía con maestría del otro lado y, pese a la humildad de su negocio, las telas se veían pulcras.

Soltó la aguja al verlos y les sonrió con alegría.

—Buenos días —saludó Ikei—, ¿tendrá algo que pueda funcionarle?

La señora la observó, apretando un poco los labios, pensativa.

—Lo más barato, incluso aunque no sea adecuado para mi tamaño —aclaró Alexandria. Cuando él se giró a verla, cuestionándole la mención del tamaño, ella le señaló los vestidos—. Dijiste que necesitábamos dos.

—Tengo buenas opciones —contestó la señora y extendió dos vestidos. Estaban hechos con un telar y parecían abrigados y fuertes, bastante rústicos, pero también bastante grandes. Eso a Anneke le quedaría gigante—. Se pueden ajustar atrás, en la cintura —Les explicó, volteándolos, al notar sus expresiones de duda. En la espalda, las prendas tenían una innovadora moldería que Alexandria no había visto jamás. Un sistema de cordones y ojales que, al tirar, ajustaban la tela—. Dan muy buenos resultados, se los aseguro. Y son baratos. Baratos y de buena calidad, muy duraderos para el invierno y los inviernos que vengan. Puedo hacerles un descuento si se llevan uno más

Ikei sacó su bolsita con monedas y aunque realmente los vestidos valían bastante menos que en los otros puestos, igual se gastó casi todo lo que tenía. Él no pareció mortificado por gastarse todo, pero mientras la señora les envolvía las compras con un moño de tela vieja, Alex sí se sintió mortificada.

Volvieron en silencio, esquivando personas que bailaban en las calles o que se apuraban a hacer otras compras. Cuando estuvieron cerca de la plaza otra vez, ella le tomó la mano.

—Gracias —le dijo—. Aunque más que por la ropa, por intentar alejarme de ahí —Ikei la miró como si no supiera de que hablaba y Alex bufó, despacito—. Por no querer que vea que la gente no aprecia a Nyx, que le tiene miedo.

Él asintió, rápidamente. La cara se le había puesto un poco roja.

—La gente es tonta —le dijo—, así que ignóralos. Y la ropa no es solo para animarte, es porque realmente la necesitas y tenemos un largo camino hasta llegar a la Orden. El invierno durará todavía más, Alex. Y no remitirá hasta que avancemos más hacia el norte. Pero... ignóralos, ¿sí? No saben nada.

—Yo tampoco sabía nada —admitió ella, soltándole la mano y agarrando el paquete de los vestidos contra su pecho—. En mi pueblo solo se hablaba de Nyx para hablar de la muerte, así que lo entiendo.

Lo entendía, sí, pero igual le sabía extraño. Casi tanto como aceptar que ella era la diosa de la oscuridad. No se veía a sí misma como una deidad, se veía como algo más, raro y monstruoso, que no sabía dónde estaba parada, qué debía hacer y cómo debía actuar ahora que ya no era más una esclava.

—¿Qué entiendes? —le preguntó Ikei—. ¿Entiendes que son ignorantes, no?

Alex arrugó la nariz.

—Tenerle miedo a Nyx no me parece descabellado —admitió, recordando los horribles sueños en donde ella destruía y mataba a todo el mundo—. Tiene lógica.

—No, no la tiene.

Con seguridad, Ikei volvió a tomarla de la mano y la apartó de la calle principal. Terminaron en un callejón bastante amplio y vacío, lo cuál era un alivio porque uno podía respirar con calma.

—¿Cómo que no la tiene? —replicó ella—. Tiene tanta lógica como ser devoto de Calipso. Ella sí es buena, ella fue una diosa increíble.

Por supuesto, eso él no se lo negó.

—La mayoría es devoto de Calipso hoy en día —estuvo de acuerdo—. Cuando las diosas reencarnan, la fe en las personas se restaura. Cuando ellas pasan mucho tiempo lejos de nosotros, en algunas partes la humanidad se siente abandonada y sus sentimientos hacia las creadoras disminuyen —explicó. Ambos se apoyaron en la pared de una de las casitas—. Y ahí, los humanos crean sus propios cuentos y conjeturas. Pero, ¿de dónde salen, al final? —Cuando ella no le respondió, él sacudió la mano—. Tienes razón en que no sé muchas cosas. No sé, por ejemplo, porqué la gente ha ideado en sus mentes que Nyx es una diosa malvada. La oscuridad si puede dar miedo, porque uno no puede ver en ella, pero es necesaria. La noche es necesaria para que las personas y los animales descansemos, para que otras criaturas despierten. Si todo fuera luz, todo el tiempo, el universo estaría desequilibrado. Sin luz no hay oscuridad, sin oscuridad no hay luz. Son las dos caras de una moneda y ninguna es mala. Son lo que son.

Alex se quedó callada, procesando sus palabras.

—Pero Eleni, con su luz, habla de vida. Es a la diosa a la que se le agradece cuando una mujer pare. "Dar a luz" —señaló—. Es la diosa de la vida. Por lo tanto, Nyx es muerte.

—No —insistió Ikei, separándose de la pared y moviendo las manos para puntualizarlo. En sus ojos brilló algo extraño—. La diosa de la vida es Calipso, no Eleni.

Alex frunció el ceño, confundida.

—Eleni es, en todo caso, la diosa asociada simbólicamente a los nacimientos.

—Entonces, si somos las dos cara de una misma moneda —caviló ella, poco dispuesta a rendirse con sus propias verdades—, si Eleni está asociada a los nacimientos, Nyx está asociada a la muerte.

Por un instante, pareció que él iba a darse la frente contra la pared.

—En ningún lugar se dice que Nyx esté asociada a la muerte. En ningún escrito, ni en ninguna leyenda —Ante la mirada críptica de Alex, él suspiró—. ¿Nunca has oído la leyenda de cómo nacieron todas ustedes?

—La verdad, es que no.

No hacía falta aclararle de nuevo que realmente en su pueblo no se contaban esas cosas. Simplemente se adoraba a las diosas que pudiesen ser funcionales y se temía a las que no.

—¿Nada? —replicó él, sorprendido.

—Apenas si le pedían cosas a Calipso y le agradecían a Eleni. Salvo, claro, cuando hablaban de Nyx para culparla de algo. Cuando Pietro murió, dijeron: "Nyx se ha llevado a esta pobre alma inocente al otro mundo" —Entonces, se le escapó una risa entre tonta y amarga—. Créelo o no, tenían razón, ¿verdad?

Ikei puso los ojos en blanco y espantó todas sus penas con otro movimiento de su mano, que fue a parar a su mejilla. Ella dio un respingo y se quedó quieta cuando él le pellizcó el cachete.

—Que ya te dije que no fuiste tú —dijo, entre dientes, apretándole con las yemas de los dedos, juguetón. Alex hizo una mueca y amagó para quitárselo de encima—. ¿Vas a parar algún día de echarte culpas?

—¿Cómo podría si todo el mundo me la echó en primer lugar? —musitó cuando Ikei la soltó—. La frase completa fue: "Nyx se ha llevado a esta inocente alma al otro mundo. Y la maldita de la esclava Alexandria ha envenenado su cuerpo para dárselo de comer a los buitres".

Ikei bajó la mano.

—Escucha: Todas las diosas pueden matar. No eres la única, ¿sí?

Ella soltó una risa lúgubre.

—¡Qué consuelo! ¡Porque es tan linda la muerte! —irónizó.

—La muerte no es algo malo. Las personas siempre mueren. Tienen que morir. Todos moriremos algún día. Es un ciclo natural. Unos nacen y otros mueren... —Entonces, Ikei se quedó callado un momento. Alex esperó, arqueando las cejas, esperando que continuara con sus intentos de convencerla—. Quizás ser Nyx si tenga que ver algo con la muerte —admitió él, de pronto—, pero como un proceso natural. No es necesariamente algo espantoso si es preciso que las personas y los animales fallezcan. Si nadie muriera, ¿cómo entraríamos todos en este planeta? Yo creo que morir está bien, también es salvarse.

Se hizo un silencio entre ambos, mientras ella pensaba sobre la manera en la que él se refería a la muerte, como algo normal. Incluso, como algo pacífico.

Hasta ahora, nunca había presenciado una muerte así. Todas las muertes que vio fueron crueles y horrorosas, llenas de sangre y de dolor. De la mayoría, era la culpable, así que le costaba comprender que pudiese haber de salvación en la muerte.

—¿Y entonces cómo es que es Calipso la diosa de la vida, eh? —preguntó, casi una eternidad después—. Si yo puedo matar y Eleni salvar...

—Calipso es el origen de la vida —Contestó Ikei, con los ojos clavados en una niña que correteaba en el inicio de la calle principal—. Porque la vida comenzó en el agua. Es algo que ella misma explicó cuando estaba entre nosotros. Toda la vida de este planeta comenzó en el agua. El primer sitio humano habitable fue Acalli, el lugar donde ella pisó cuando descendió de los cielos hace miles y miles de años. Sin agua, las platas no crecerían y nosotros y todos los seres vivos moriríamos de sed.

Así, tenía sentido. Alex también observó a la niña, que corrió a su madre y le pidió, justamente, agua para beber. La señora tenía un puesto de decoraciones de madera.

—¿Quieres oír la leyenda? —propuso él—. Quizás te ayude a entender cómo es que funciona ser tú.

—Claro —dijo ella. Ikei miró el cielo azul y lo imitó.

—Cuando no había nada y todo estaba silencio, hubo un estallido —empezó, con un aire de misterio que logró que Alex baja la cabeza de inmediato, para concentrarse en su perfil. No había esperado que la historia comenzara así—. Un grito, una energía inquieta que bailó de un lado al otro, desperdigando el éter a su antojo. Rhodanthe fue la primera y de su energía emergió el fuego y el agua, en Candace y Calipso, que pelearon entre ellas una y otra vez, prendiéndose y apagándose continuamente. Con el fuego nació la luz y con el agua nació la Oscuridad, y Eleni y Nyx chocaron y se complementaron al igual que sus hermanas mayores. —Él la miró y esperó, pero Alexandria no dijo nada, muy metida en sus palabras—. En contacto con el agua, el fuego se solidificó y nació la tierra rica y prospera. Con el nacimiento de Kaia, el mundo se cargó de vientos y brisas y así nació también Zephir, que llevó el agua de los ríos y mares a los cielos...

—Entonces llovió... —completó Alex, justo cuando algunas nubes se arremolinaban en el firmamento azul, como si Zephir estuviera escuchando el cuento con ellos. Entre ambos, sopló una brisa, fresca y perfumada con los inciensos y los aromas de la comida del festival.

Ikei sonrió.

—Llovió —corroboró—. Y con la lluvia el mundo se llenó de fauna y flora. De la flor más hermosa, nació Daphne.

—La diosa más bella de todas —acotó ella, sonriendo también, como si de pronto se supiera el cuento. O como si lo estuviera extrayendo de la cabeza de Ikei, en realidad.

—Es cierto —dijo él, abandonando brevemente el tono de cuenta cuentos—. Se dice que es la diosa más bonita de todas. La que tiene piel suave como pétalos de rosa, los ojos como los bosques más fértiles y que su risa es como el sonido de pequeñas flores campanas chocando entre sí.

Eso la hizo reir. Se tapó la boca con las manos.

—La verdad es que no creo que Daphne se ría como flores —replicó ella.

—Yo tampoco —Él también se rió, pero bajito, como si temiera que la diosa pudiese escucharlo y reprenderlo—. Y si somos sinceros, tampoco creo que sea la más bonita de todas.

Alex ladeó la cabeza.

—¿Ah, no?

Con la cara roja de forma inesperada, él negó. No la miró a los ojos, pero aún así dio su explicación.

—¿Cómo podrías comparar eso si no tienes a todas una al lado de la otra? Teniendo en cuenta de que eso sería épico, en serio. Pero hasta hace veinte años, todo el mundo afirmaba que no había mujer más bella que Calipso. ¿Y ahora? —La miró de reojo y ella puso los ojos en blanco. Sin embargo, la sugerencia en la mirada de Ikei le dio un vuelco en el corazón.

—No estarás diciendo que ahora Celery y yo somos las más bellas del mundo... ¿o sí? —preguntó, con un pequeño sentimiento de histeria creciéndole por el pecho. Se esforzó en sonar despreocupada y divertida.

—Bueno, Celery no es una mujer aún. Tú sí. Podríamos decir que ella es la niña más bonita de todas, al menos.

Alex bajó la cabeza. La histeria se le había desplazado a la garganta. Estaba a punto de echarse a reír de nuevo, pero ahora como una idiota. Entonces, se dio cuenta de que las manos le sudaban. Se las frotó contra las caderas y cuando el silencio fue imposible para ella, se mojó los labios y susurró:

—¿Y cómo sigue?

Él seguía con la cara roja, pero se aclaró la garganta antes de continuar la leyenda.

—Volvió a llover y a llover, alimentando al mundo. Las tormentas agitaron las nubes y en un choque mordaz, cayó a la tierra un rayo, la tenaz Xanthe —entonó—. Entonces, todo se detuvo. Todo ya estaba creado. Las diosas observaron y disfrutaron de su trabajo un tiempo desde la paz inquebrantable de todos sus hijos, hasta que decidieron marcharse. Dejaron nueve collares mágicos, tallados por ellas mismas, para su regreso en algún momento de dolor y pena —Esta vez, él estiró los dedos hasta aferrar su mano con fuerza—. Todas ellas volverían cuando estuviésemos en peligro. Por eso, ninguna encarna porque sí. Si alguna de las hermanas pisa nuestra tierra, significa que tiempos oscuros agobiaran nuestra existencia.

Alex no movió la mano ni un centímetro, dejó que el calor le acrecentara la histeria que ya sentía en la punta de la lengua. Mantuvo una expresión seria y sus ojos se quedaron fijos en la pared de enfrente mientras la niña del puesto volvía a correr.

—¿Por qué sería Nyx peligrosa si ella encanaría solamente para salvarnos de alguien? —le dijo él, entonces, apretando su mano una vez más—. ¿Es que no lo ves? Tú estás aquí porque te necesitamos.

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