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18. Perdón

Se quedaron allí hasta que Celery dejó de hablar y se completamente sobre ella. Alex la sostuvo, sorprendida de que se durmiera tan rápido y pensando que lo ridículo de todo era que ella hablara como un adulto y luego se hubiese desmayado como un bebé.

Antes de que pudiera siquiera pensar qué iba a hacer con ella, Eivor apareció para llevarse a su hermana devuelta a la cama que había armado entre las raíces del árbol.

—No te sorprendas, es que ya ha aguantado demasiado —explicó, con una sonrisa agradable. Alex asintió y dejó que se la llevara.

Sintió el espacio vacío a su costado, la falta de su calor, pero no sintió que la angustia y la desesperación se apropiaran de ella tan pronto, tan audaz. Miró la noche delante de sí con un montón de sensaciones nuevas. No era que aceptaba así, llanamente que era una diosa, pero aunque sus pesadillas seguían presentes en su cabeza, no se sentía tan aterrada.

Una de las sensaciones nuevas era el arrepentimiento. Había discutido con Ikei, le había gritado también y él no se merecía, después de que intentara explicarle lo que él sabía, su destrato.

Levantó la cabeza. Las estrellas parpadeaban en el cielo y allí se percató que no solo la tormenta se había esfumado, sino que tampoco había luna. Se pasó las manos por las mejillas pegajosas y se recordó que, durante mucho tiempo, noches como esas habían sido sus únicas compañeras.

De pronto, después de semanas sin escribir, ansió tener un papel y un poco de tinta. Necesitaba explotar de alguna manera y no solo llorando, pero no estaba segura de lo que iba a escribir. No le alcanzarían jamás los trocitos de pergamino que robaba de la casa de su antigua ama. Tendría millones de cosas que expresar, que dejar asentadas para el futuro, por si llegaba a olvidarlas.

Entonces, se dio cuenta de que si todo eso era verdad, si ella era Nyx, no había perdido la memoria. Varias veces había escuchado cómo Calipso fue encontrada siendo una niña en unas ruinas, muy lejos de su reino. Y la misma Celery lo había dicho: las diosas no nacían. Ella no tenía padres que la hubiesen abandonado ni la hubieran perdido o robado.

Esa noción tiró abajo todos los discursos que Maeve le había soltado en tantos años. Tal vez debería haberse sentido más vacía que nunca, pero sintió que más bien estaba cerrando una gran incógnita en su vida. Siempre creyó que saber escribir era algo que evidenciaba una educación superior de los años que no recordaba, pero, si era una diosa, tenía lógica que supiera hacerlo. No significaba que había sido rechazada.

Pero entonces, ¿cómo una deidad había terminado siendo una esclava? ¿Cómo lo habían permitido sus hermanas? ¿Por qué la dejaron sufriendo tantos años antes de darle la oportunidad de escapar, a costa de la inocente vida de Peony? Porque de no haber estado ella en el camino de Thielo, Alex habría sido atacada. ¿Por qué no dejaron que ella matara a Thielo antes, si estaba en su responsabilidad quitarle el regalo de la vida a seres humanos tan despreciables?

Lo único que pudo responderse fue lo último. Ella había huido. Fueron sus decisiones las que la alejaron de matar a Thielo y pusieron a Peony en su camino. Contuvo el aire al darse cuenta de que podría haberlo resuelto, que podría haberlo enfrentado y salvarla, como salvó a Ikei, pero en cambio no había hecho nada.

«Pero no lo sabías», le dijo una vocecita en la cabeza. Era una amable, dulce, que sonaba igual que ella. No tenía el tono oscuro y malévolo de la otra voz, la que se regodeaba con el exterminio. «Y Thielo ya lo ha pagado. Lo hiciste pagar».

No sabía si era un consuelo, pero estaba claro que Thielo había recibido su maldición y que le esperaba la desolación eterna, como había dicho Celery. Y eso era mejor que seguir con su vida, impune.

Suspiró. Podría haberse sentido sumamente infeliz otra vez, pero no lo hizo. Se miró las manos, las que usualmente veía llenas de sangre, y se alegró de verlas limpias, como si se hubiese quitado el pañuelo rojo de encima de los ojos. Tenía que agradecer que la hubiesen ayudado a atravesar ese momento tan duro.

Giró la cabeza hacia el grupo. Anneke ya se había acomodado para dormir, muy cerca de Celery e Eivor, pero los muchachos seguían despiertos. Ikei se había parado y estaba estirando las piernas unos metros más allá. Tenía los hombros rígidos y parecía muy frustrado, hasta enojado.

Alex volvió a encogerse, algo que, ahora que lo pensaba, estaba haciendo seguido. Ella se había encogido de niña por miedo, sí. Miedo a los gritos, a los latigazos y golpes. Pero lejos de Maeve, siempre había sido lo bastante valiente como para salir adelante. Había hecho cosas que otras esclavas jamás se habían animado, siempre trató de buscar algo más que solo ser una andrajosa. Creer en el amor de Petro, crear sus memorias, siempre había sido más de lo que cualquier habría aspirado. Huir y buscar libertad también era una muestra de que era valiente, de que tenía la fuerza para salir adelante.

—Antes no tenías opciones... —se dijo, y al instante cayó en la cuenta de que ahora tampoco. Si era Nyx, ser una diosa era lo único que tenía por delante. La vida tranquila que ella había aspirado no estaba en su destino.

Miró las estrellas una última vez antes de ponerse de pie. Probablemente, ser una diosa era mejor que morirse de hambre o seguir los mandatos de organizaciones de brujos. Tal vez significaba que nadie más podría pisotearla nunca, que nunca nadie la lastimaría.

Sí, sus visiones eran una amenaza constante, pero mientras caminaba de regreso al campamento, sus ojos se posaron primero en Celery, que como Eleni había prometido acompañarla y aclararle que jamás dejaría que cometiera esos actos. Luego, se posaron en Ikei, que también prometió detenerla.

Avanzó despacio hasta él. Se detuvo a sus espaldas en silencio y apreció su silueta en la oscuridad y la forma en la que bajaba la cabeza, lleno de conflictos de los cuales ella era culpable. Apretó los labios al notar que él no se había dado cuenta de su presencia y carraspeó, llena de vergüenza.

Ikei se volteó de golpe.

—Hola —lo saludó ella, balanceándose sobre sus talones—. ¿Te gustaría hablar conmigo ahora?

—Yo... Lo lamento —dijo él, adelantándose, sin contestar su pregunta. Alex abrió grande los ojos, sorprendida.

—¿Lo lamentas? Yo soy la que tiene que disculparse, Ikei —respondió.

—¿Tú? ¿Por qué? —replicó él, tensando más los hombros—. Yo estaba insistiéndote para que aceptaras algo para lo que aún no estás lista. Te dije que lo comprendía, que sabía que era mucho para ti, pero no fui lo suficientemente empático...

Alex se adelantó y le puso las manos en los hombros. Despacio, con una ligera presión, se los bajó. Ikei la miró con la boca abierta, cortado.

—Yo no quería escucharte. Y te levanté la voz, cuando solo querías ayudarme.

—No es justo, Alex —musitó él—. No tienes que disculparte...

Ella se mojó los labios.

—Entonces, déjame agradecerte. Porque desde que esto empezó, has estado para mi y no te lo he retribuido.

—¡No tienes nada que retribuirme! —exclamó Ikei, agitando los brazos. En la oscuridad, Alex pudo ver cómo se había puesto colorado. Su expresión era casi tierna y eso le dio una ligera puntadita en el pecho—. Yo jamás hice nada esperando que me retribuyeras. Solo quiero que salgas adelante, por la vida que te mereces tener...

Alex guardó silencio. Los dos se miraron, diciéndose muchas cosas que no se podían expresar con palabras. Él no mentía. Lo sabía no solo porque estaba en su esencia, sino porque lo había demostrado una y otra vez.

—Nunca tuve un amigo —le dijo, con un nudo en la garganta—. Nunca nadie había sido tan bueno conmigo y se había preocupado tanto por mí. Nunca nadie me había cuidado. Eres... la primera persona que de verdad me aprecia. —La cara de Ikei se puso aún más roja y Alexandria lo ignoró para animarse y darle un abrazo. Apenas apoyó la mejilla en su pecho, sintió que la cara que ardía era la suya—. Gracias.

Ikei tembló y tardó en responderle el abrazo, así que Alexandria se alejó de él antes de que pudiera corresponderle el cariño. Cuando lo observó a los ojos, lo encontró pasmado.

—Yo...de verdad... Quiero decir... —balbuceó él. Se puso las manos en las caderas e intentó respirar bien, pero no le salió. Alex lo esperó, pensando que tal vez había sido demasiado confianzuda. Sí, eran amigos, pero hacía poco que se conocían—. Digo, que me alegra poder apoyarte. Claro que me preocupo por ti... ¡por todos! Quiero decir... que, ya sabes, por Anneke también. Pero también por ti porque dices que nunca te han tratado bien... Exacto.

Se calló y exhaló abruptamente, nervioso y Alex ocultó muy bien el hecho de le molestaba que se preocupara por Anneke al mismo nivel que ella. Sobre todo, porque no deseaba compararse más con ella.

—Era una esclava... nunca me trataron bien. Pero sobreviví —contestó, girándose hacia el campo—. Mi ama no trataba bien a nadie, pero a menudo me golpeaba y me insultaba más que a otros. Nunca supe bien por qué, pero cuando crecí empeoró porque Thielo se sentía atrai... —Se calló justo a tiempo. Ikei alzó las cejas, esperando, pero en ese momento ella no deseaba decirle que había sentido algo por ese hombre y que él sólo se había fijado en ella como un objeto más. No quiso decirle que fue tonta al pensar que él la querría aunque sea un poco—. En fin, es que no he tenido verdaderos amigos nunca, ¿sabes? Todos los esclavos solo nos preocupamos por nosotros mismos, no tenemos otra. Es la ley de nuestras vidas.

Ikei asintió. La cara ya no la tenía colorada y se cruzó de brazos.

—Yo nunca crecí con esas dificultades y aunque sé lo que pasa la gente que es esclava, pero claro, no puedo entenderlo en profundidad. Me resulta mucho más duro verlo en ti que verlo de lejos. Contigo... Sé que es ridículo y superficial, pero siento que a veces lo vivo a través de ti.

Ella miró el campo en silencio. No lo hubiera juzgado así tampoco. Entendía lo que quería decir. Nadie en ese grupo se había relacionado con esclavos antes y era muy distinto escuchar lo sufrido por la boca de uno que solo verlo desde un lugar de privilegio, donde estaban a salvo. Ikei, además, había visto cómo la trató Thielo, escuchó las cosas que le dijo.

—A veces siento que soy una carga —musitó, en un arranque de sinceridad—. Sé que soy una mina de problemas. Ojalá fuera más fácil para ti, para todos ustedes. Entre mi pasado, mis miedos y pesadillas... les he dado dolores de cabeza.

—No me haces doler la cabeza —retrucó Ikei—. No tienes ninguna culpa de lo que te ha tocado vivir. Así que no te la eches.

—Es que siempre soy el origen de los conflictos —contestó ella y, en ese instante, se preguntó desde cuándo. No era solo desde que se enfrentó a Thielo para proteger sus memorias. No, en realidad, toda la vida le habían dicho que ella era una molestia y un incordio que no servía para nada—. O al menos es lo que me dijeron.

—No nos molestas, Alex. A ninguno. Jamás creas eso.

Ella no le discutió. Probablemente sí hubiese molestado a Anneke, pero no se atrevió a decirlo. Pasaron un rato más viendo el campo, los pastizales agitarse bajo el viento helado. Fue un instante de paz y de tranquilidad.

—Y pensar que hace unas semanas hacía calor —musitó ella, abrazándose, aun cuando no estaba incómoda con el silencio entre ambos.

—El invierno siempre llega rápido en este país —contestó Ikei, justo antes de girarse hacia ella. Chasqueó la lengua y luego apretó los labios—. Con respecto a tu verdadero tú...

—Con respecto a eso —lo interrumpió ella, con calma—, no quiero hablar de ello ahora. Por favor, creo que todavía voy a vomitar. Tengo mucho miedo y nervios. Y la verdad es que me cuesta creerlo porque... ya sabes por qué —añadió, con soltura, como si nunca hubiese estado gritando y llorando como una loca por ese tema horas y minutos antes—. Estoy tratando de mantenerme tranquila. Porque jamás habría imaginado algo así.

Él asintió.

—Está bien. Lo siento —se disculpó—. Es que... solo quería decirte que, cualquier cosa que necesites, estaré para ti.

Alex no lo miró. Continuó con los ojos en el campo. No se refería a ella en sí esta vez, se refería a la diosa Nyx. Así como le dolió antes que se aferrara a su identidad, le dolió que ahora se ofreciera a la diosa.

—Gracias —contestó, con un hilo de voz. No quería recriminarle nada, no se lo merecía—. Eres muy amable. Y bueno.

Se preguntó si él se sentiría emocionado de escuchar esos cumplidos de la boca de una deidad, pero se dijo que no quería saber la respuesta.

—No soy tan bueno... —respondió Ikei, para su sorpresa. Ella ladeó la cabeza hacia él.

—Sí, lo eres —terció Alex—. ¿O me vas a decir que alguna vez hiciste algo malvado en tu vida? No lo creo.

Ikei se puso colorado otra vez. Miró fijamente sus botas.

—No he hecho cosas malas. En serio que no, pero tampoco soy un impune a los pecados.

Alexandria frunció el ceño.

—No me lo creo.

Él arrugó toda la cara. Seguía con los ojos fijos en las botas, incapaz de verla. Parecía tan consternado que Alex creyó que haría una rabieta para dejar el tema atrás.

—No hago cosas con malas intenciones, si es lo que preguntas. Pero a veces pienso cosas que no debería.

Alex silbó. Le dio una palmada en el brazo y eso lo sobresaltó.

—Sí, claro —hasta se burló—. ¿Qué cosas podrías pensar tú?

Ikei no respondió y Alex se quedó esperando en vano. Se inclinó hacia abajo, para poder verle mejor el rostro y él se enderezó rápidamente. Dominó todas sus facciones y trató de sonreír.

—Tonterías —contestó, evadiéndose—. Vayamos a dormir.

Se apresuró a regresar al campamento y la dejó sola, ahí plantada, con una mezcla de diversión y curiosidad dándole vueltas por la cabeza. Finalmente, Alex lo siguió y se reencontró con él y con Eivor junto al fuego.

—¿Tu no duermes? —le preguntó Ikei al muchacho, cuando esté le ofreció su manta para que pudiera dormir cómodo y no tuviese que compartir la de Alex.

Mientras ella se acomodaba en su lugar, Eivor negó.

—Vigilaré el campamento hoy. Ustedes tuvieron un día estresante. Además, así me aseguro que Celery también descanse.

—¿Hace mucho que es tu hermana? —dijo Ikei, que se envolvió con la manta. Eivor asintió.

—Unos cuántos años —contó—. Ella apareció de la nada y mi madre no lo dudó. Tuve una hermana biológica mucho antes, murió al poco tiempo de nacida y creo que mi mamá no lo superó nunca. Pero entonces apareció Celery y vio en ella el consuelo que necesitaba. Obvio, esos años eran muchísimo más fáciles que ahora.

Él suspiró, estirando las piernas, y tanto Ikei como Alex lo miraron con curiosidad, sin poder acostarse. Eivor sonrió al ver sus caras y como, por educados, no preguntaban por qué.

—Cuando era más pequeña, Celery no decía quién era. Siempre fue muy inteligente, llegó hablando sin parar. Sabía escribir, algo que nosotros jamás... —Él se encogió de hombros y Alex lo entendió perfectamente. Eran gente pobre, humilde. No tenían acceso a la educación, pero ahí andaba una niña muy pequeña que escribía como una adulta educada. Igual que ella—. Por supuesto que nos tenía desconcertados. Pero Celery era feliz y se la pasaba jugando y disfrutando con los animales de la granja. Eso cambió cuando un día se paró arriba de la mesa y dijo que tenía un anunció. Creímos que estaba jugando también, pero no. Invocó un sol gigante sobre nuestras cabezas y anunció que era el momento de marcharse a buscar a su verdadera hermana, la diosa Nyx.

Alex apretó los labios, pero fijó sus ojos en Eivor con miles de preguntas.

—¿Así...nomás? —murmuró. Echó un vistazo al bultito dormido que era Celery. Seguro habría hecho un espectáculo como cuando la conoció.

—Debió haber sido impactante —dijo Ikei.

Eivor soltó una risa tranquila.

—Lo fue. Pero lo que más nos asustó no fue eso, sino que ella de verdad, de verdad, iba a irse. Sola. Mis padres entraron en crisis. Seguro dirán que es muy fácil retener a una niña tan pequeña, pero Celery no es como otras niñas.

Ikei soltó una carcajada baja y Alexandria se encontró sonriendo. Cuando se dio cuenta, se hundió más bajo la manta y borró la sonrisa.

—Ya lo creo que no.

—Teníamos miedo de amanecer una mañana y que ella ya no estuviese allí. Mi madre es muy apegada a ella, porque Celery llegó en un momento muy oscuro para ella, así que no quiso escucharla. Se negó a creerle pese a todas las señales obvias. No quería aceptarlo, ni siquiera se intimidaba cuando se volvía completamente Eleni, dando ordenes y hablando como si tuviera siglos de edad.

Alex ya la había escuchado. Casi que podía identificarse con su madre adoptiva. Qué suerte haber tenido una madre adoptiva.

—Hubo una noche en la que la atrapé cargando sus cosas en la carreta. Fue ahí cuando entendí que no iba a detenerse. Le dije que iría con ella y después de tanto negarse, mi mamá aceptó.

Guardaron silencio y Alex apoyó el mentón en las rodillas. Observó la figura inmóvil de Celery y de verdad ansío haber tenido su fortuna. Qué distinta habría sido su vida si hubiese tenido tanto cariño...

Pero no. Se tumbó, envuelta en la manta. Su destino había sido muy distinto y no podía llorar ya sobre él. No había tenido oportunidades de llorar a menudo mientras vivía cosas horribles. A esa altura, ¿qué sentido tenía? Además, ya no estaba ahí. Era libre ya.

Y su futuro iba a ser muy distinto.

—Descansa, Alex —le dijo la voz de Ikei, a sus espaldas, con una nota de afecto que ella no pudo ignorar y que aceleró su corazón. Se llevó una mano al pecho y contuvo el aire, hasta que esa sensación desapareció lentamente aplacada por el sueño y el cansancio.

Su futuro iba a ser distinto porque ya no estaba sola. Ahora también tenía personas para darle cariño. 


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