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7. Aptitudes de guerrero


—¿Quién eres? —preguntó Calipso, apenas puso los pies sobre el agua calma. No veía a nadie allí, como siempre, así que no sabía a dónde mirar. Bajó los ojos hacia sus dedos, que en la realidad estaban magullados y doloridos, y se sorprendió cuando llegó a ver heridas que se sanaban al contacto con el agua.

—¿Lo recordaste? —preguntó su hermana a cambio—. Lo que la sangre de una diosa toca, lo purifica —añadió la diosa, mientras Calipso levantaba la cabeza, agradecida de que el sueño le calmara los daños del viaje.

—No sé qué es lo que quieres que recuerde —admitió—. Lo he intentado. Pero hay muchas cosas que no recuerdo como para saber exactamente qué es. ¿No puedes darme una pista?

La voz se demoró unos segundos.

—Ya te la he dado, Calipso.

Calipso miró las nubes rosadas que deambulaban a su alrededor, arriba y a los costados del mar en calma, cambiando de forma y volviéndose doradas durante algunos instantes.

—Me siento perdida —le dijo—. Ayúdame.

—Sería muy fácil así.

Calipso hizo una mueca.

—¿Qué tal si me das una pista no tan fácil?

Ella volvió a quedarse en silencio.

—¿Por qué siempre intentas salirte por la tangente? —indicó y Calipso no tuvo más dudas de que era otra diosa.

—Desearía poder decir algo sobre ti —contestó Calipso—. Pero no tengo idea de cuál de todas eres. Como mucho, puedo decir que eres bastante reacia a cooperar —agregó sin humor.

Las nubes se oscurecieron a su alrededor, señal de que eso no le había agradado a la otra diosa. Pero Calipso recordó rápidamente que no debía tenerle miedo. Se suponía que eran iguales y que, además, la diosa del agua siempre había sido muy poderosa, incluso más que otras de sus hermanas.

—No puedo ayudarte. No puedo mostrarte este mundo —murmuró ella, ablandándose. Las nubes volvieron a ser rosas. El sonido de su voz se volvió dulce.

—¿Y entonces por qué haces esto? —insistió Calipso, extendiendo los brazos—. No sé si estoy haciendo lo correcto con nada de esto.

—¡Porque estás llegando al final del camino y no has hecho nada aún! —Ella sonó hasta casi infantil. Calipso sonrió, más cómoda con su tono de voz. Ahora había algo más que reconocía. Sintió como si hubiesen estado viéndose a la cara hace poco

—¿Estás rompiendo las reglas? —tanteó, mientras esa posibilidad aparecía en su cabeza como un recuerdo fugaz.

—Ninguna diosa tiene recuerdo de su vida espiritual cuando está encarnada —se limitó a contestar su hermana—. Al menos no de primera mano.

—Entonces sí estás rompiendo las reglas.

—¡Basta, Calipso! —soltó la diosa, con voz cada vez más aguda—. ¿Puedes intentar recordar de una vez? No tienes mucho tiempo. Y no puedes ser tú si no recuerdas lo que debes hacer.

Calipso arqueó las cejas y las nubes volvieron a oscurecerse.

—Ya, Rhodanthe, entendí. Lo intentaré —contestó, de corrido, sin darse cuenta del nombre que había dicho. La voz enmudeció, y Calipso se quedó esperando una respuesta.

—Eres capaz de hacerlo —dijo ella al final—, lo sé.

Y todo se disolvió.

—Rhodanthe, Rhodan... the —balbuceó.

—Espero que estés alzando plegarias —murmuró Odín en su oído—. Lo cual no servirá si no te levantas ya.

Calipso abrió los ojos; lo miró primero a él y luego prestó atención a las voces roncas que se acercaban a ellos.

—¿Qué pasa?

—Bandoleros, muévete —indicó él, tirando de sus brazos.

Calipso se puso torpemente de pie y atajó sus sandalias por escasos segundos. Pensó en sus pies lastimados, pero no tuvo otra opción que seguir los pasos de Odín descalza sobre la tierra. Se agacharon detrás de unos altos matorrales y esperaron, inmóviles, mientras la oscuridad de la noche todavía los ayudaba.

—No hagas ni un sonido —le advirtió él.

Ella asintió y se pasó los manos por los dedos, descubriendo que la caminata apurada no le había aquejado las heridas. Entonces, mientras se encogía junto a Odín, los hombres llegaron hasta donde habían estado durmiendo y entendió por qué tuvieron que moverse rápido. Eran al menos doce. Portaban espadas enormes y gastadas, pero seguro con ellas podían talar hasta árboles. Algunos parecían borrachos.

Pero la alarma pasó rápidamente. Ellos siguieron sin percatarse de su presencia y Odín suspiró, aliviado.

—Vaya guerrero —bufó Calipso, sentándose en el suelo y acomodándose las sandalias.

Odín frunció el ceño y se rascó la barba. Bajó la vista hacia sus pies y se quedó viéndola mientras ella se las acomodaba y pasaba una vez más los dedos por las magulladuras de los tobillos.

Calipso no podía ver, por la oscuridad, pero la falta de dolor y la piel lisa la dejaron muda. Sabía que estaba curada, pero no podía entender cómo. El alivio que había sentido en su sueño, de alguna manera se había trasladado a la realidad.

—¿Disculpe, su Santidad? ¿Estás criticando mis dotes? —terció él, sobresaltándola y recordándole que hacía segundos se había burlado de él.—. ¿Y porqué te sacaste las sandalias?

Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.

—Si eres un guerrero tan increíble, ¿por qué tuvimos que escondernos? —dijo, nada más. Nunca le había dicho a Odín que estaba lastimada. Tampoco dejó que lo notara, así que, decirle que creía que el sueño con su hermana la había sanado, no tenía sentido.

—¿Por qué deberíamos habernos abalanzado sobre ellos? —replicó Odín—. No es inteligente; lo inteligente es evitar los problemas. Solo se pelea cuando no quedan más opciones.

Odín se levantó, estirando las piernas y Calipso no le discutió. Ella tenía otra imagen mental de lo que hacía un verdadero guerrero, un soldado, pero estaba todavía tan sorprendida que no deseó estirar esa conversación. Mientras Odín la llevara a destino, no le importaba. Si había podido sacarla de ese palacio, seguramente podía con eso.

Lo preocupante para ella ahora era no volver a lastimarse así. Tenía que agradecer el regalo de su hermana y atesorarlo. Podría volver a caminar a buen ritmo, pero no exigirse. Eso debía hablarlo con Odín y pedir que fuesen más cuidadosos.

Se quedaron entre esos matorrales hasta que amaneció. No fue capaz de volver a dormir, por lo que moverse por fin era algo bueno. Aprovechó la luz del día para revisar sus heridas y, en efecto, estas estaban completamente sanas. Solo quedaban los rastros de suciedad y sangre del día anterior. Rhodanthe no había explicado lo ocurrido, pero Calipso sabía que, en algún otro momento, en otro sueño en el que se enfrentara a sus terquedades, lo conversaría.

Sonrió, notando que había descubierto cuál de sus hermanas era. ¿Eso significaba algo, verdad? Tal vez sí tenía recuerdos de su vida pasada, o estaba ligada a ella fuertemente en su subconsciente. De todas formas, cuando Rhodanthe encarnara, tenía decidido que se encargaría de molestarla tanto como ella lo estaba haciendo. También, sería generosa en ayudarla para devolverle el favor por sus pies.

Brincó detrás de Odín cuando emprendieron el camino y probó su resistencia durante algunos minutos, antes de volver a caminar lento y cuidado.

Avanzaron un largo tramo y cuando él no dijo ni una sola palabra en más de una hora, a Calipso le pareció que Odín estaba ofendido por su apreciación de guerrero, pero, de nuevo, ella no pensaba ni discutir ni disculparse por eso. No tenía mucho sentido si, al final, no sabía a ciencia cierta cómo eran los guerreros. A ella le parecía que Odín no era uno muy bueno.

Al final del día, llegaron a Asos, exhaustos. Por lo menos, ella arrastraba los pies que, aunque sanos, estaban adoloridos por el trayecto. El pueblito era pequeño y encontraron a una mujer muy amable que les prestó el establo para dormir. Calipso encontró la paja demasiado cómoda y se rio de sí misma al darse cuenta de ello. Antes que el suelo, cualquier cosa era divina a esa altura.

Se durmió, pero no mucho después despertó sobresaltada, entre gritos y llantos. Se enderezó, con la paja pegada al cabello, que estaba sucio después de días caminando y huyendo por bosques.

Odín estaba a su lado, mirando hacia la puerta del establo, sacando su espada. Había luz anaranjada reflejándose en las casas de en frente y ella lo supo enseguida: había fuego en algún sitio.

—Hay que irnos —indicó Odín, poniendo la espada por delante al levantarse—. Esto no es solo un incendio.

—¿Qué quieres decir?

—Están atacando el pueblo.

Sin fijarse mucho en lo que hacía, le tomó la mano. Calipso miró sus dedos con un vuelco en el corazón. ¿Por qué eso se sentía tan extraño? Había tocado a Odín antes. Ignoró la sensación, cuando Odín tironeó de ella para sacarla del establo. El peligro y el miedo ocupó toda su atención y se olvidó rápidamente de sus dedos entrelazados.

Afuera, todo era un desastre. Bandidos mataban y golpeaban hombres, incendiaban casas y chozas, arrastraban mujeres y niños fuera de ellas, si es que el fuego no los hacía salir.

—Mierda, ¡nos vamos pero ya! —gruñó Odín, pero en cuanto lo dijo, se fijaron en ellos. Era el único hombre con un aspecto diferente, que se despegaba de la imagen de pueblerino, y el único que tenía una espada de verdad. Y, además, tenía a una chica con él. Era un objetivo precioso.

Rápidamente, él la empujó hacia atrás. Calipso tropezó y vio, embobada, cómo él bloqueaba la espada de un atacante con la suya y ágilmente lo volteaba y lo cortaba en el estómago. El hombre cayó al suelo, inerte, y, en seguida, Odín tuvo que vérselas con dos asaltantes más.

Odín sí era un excelente guerrero. Sabía manejar la espada con maestría y sus golpes eran duros y precisos. No cualquiera resistiría frente a un oponente así y cuatro hombres claramente no pudieron con él.

En cuanto pudo bajar la espada, viendo que los demás estaban ocupados con otras cosas, él corrió hasta ella, la levantó del suelo del brazo y la hizo correr hacia el bosque.

—¿Y esa gente? ¡Los están matando!

—No puedo pelear contra todos, ¿estás loca? —gaznó Odín, cortando ramas al correr. Calipso lo siguió, ahora que él la había soltado, esquivando las ramas rotas.

—Pero ellos...

No es que no lo entendiera. Por más que Odín fuera bueno, no era lógico ponerlo a pelear con todo un grupo. Lo mejor para ellos era marcharse y salvar sus vidas. La culpa subió por su pecho en un instante. Se suponía que su papel no era el de huir. Era el de la diosa magnifica y poderosa y estaba abandonando a personas inocentes en manos de gente despiadada. ¿Qué clase de diosa era? ¡Ella debería protegerlos!

—Calipso —Odín tiró de su mano y allí se dio cuenta de que se había detenido—. ¡Por las diosas, mujer! ¡No hay nada que puedas hacer! —le espetó él, sujetándola de los hombros y dándole un pequeño sacudón—. Muerta no le servirás a esa gente. ¿Y no es lo que querías al final? ¿Escapar de tu vida como diosa?

Ella abrió la boca, pero nada salió de primer momento.

—¡Pero no quiero que gente muera! —logró decir, poco después—. Si yo... si yo soy Calipso debería hacer algo. Yo no quiero ser una diosa, pero... ¿y si no depende de mí? —gimió—. ¡Tal vez esté condenada a vivir por los demás! ¡Quizás ese es mi único deber! Debería haber pensado esto antes de huir —tembló.

—¡Tampoco tiene sentido eso! —se quejó Odín, exasperado, pues aún estaba preocupado por los atacantes. Ellos podían haberlos perseguido—. Allí encerrada no te hubieras enterado de esto. ¡Ahora mueve tu trasero o yo tendré que moverlo y no seré amable!

Calipso no se movió. Aún había algo en su pecho que no se lo permitía. No podía moverse por sí misma y no sabía por qué. No era capaz de huir, pero tampoco de regresar.

—¡AH! —Odín la había alzado sobre su hombro. Con el corazón en la boca, ella se quedó inmóvil en sus brazos, temblando como una hoja, oyendo todavía los gritos del pueblo arrasado. Él corrió hasta que nada se oyó más que el silencio de la noche en el bosque.

—Mierda... —gruñó él—. Ahora estamos más alejados de Devanna. Quién sabe cuánto nos habremos desviado.

La dejó en el suelo cuando solamente los acompañaron los chirridos de los grillos. Calipso se tambaleó y se sujetó de un árbol. El corazón le latía desbocado, pero no era eso lo que le causaba dolor en el pecho: era la angustia.

—Yo...

—Hey —Odín la sujetó antes de que se deslizara al suelo—. Niña, escúchame. Sé lo que sientes. No creas que yo no —le explicó—. Había niños ahí, por supuesto que lamento lo que están viviendo. Muchos no van a sobrevivir —añadió, con un suspiro. Calipso no podía ver sus ojos, pero el tono de su voz, sincero, la reconfortó solo un poco—. Pero no estaba en nuestras manos, ¿de acuerdo?

—Soy una diosa...

—¿Ahora estás segura de ello?

—Me lo ha dicho Rhodanthe. Que tenía que hacer algo —gimió ella, con la mirada perdida—. Quizás tenía que salvarlos.

—¿Y cómo lo harás? —retrucó él, apretándole el hombro—. Calipso, en este momento, sea lo que sea que te haya dicho Rhodanthe, eres muy mortal y ordinaria. No puedes hacer magia, no puedes usar tus poderes. No le sirves a nadie siendo violada y ultrajada por esos tipos. No vas a salvarlos y tampoco te salvarás a ti misma.

Como ella no le contestó, Odín suspiró y la soltó. Dejó que se sentara en el suelo y se alejó unos dos metros para revisar el terreno. Como estaba oscuro y había corrido en cualquier dirección, tenía que volver a ubicarse para encontrar un camino de vuelta a Devanna.

Unos minutos después, la suave voz de Calipso interrumpió el silencio.

—¿No sabes dónde estamos?

Odín miró a su alrededor antes de clavar los ojos en su rostro pálido.

—De noche no. Necesito esperar a que sea de día para orientarme. No puedo ver bien las estrellas aquí.

Calipso apartó la mirada de su figura en penumbras. Se recostó en el suelo y contuvo el llanto. Permaneció en silencio, aguantándose las ganas, mientras Odín a su lado suspiraba ruidosamente.

—No podemos tener ni una noche tranquila, ¿eh? Estoy empezando a pensar que esto viene en paquete contigo. Nunca tuve tantos problemas en una sola semana.

Ella no le respondió, estaba cansada y dolida. Así se quedó hasta que el sol salió de nuevo, adornando las hojas de los árboles con la luz de un nuevo día y pensó que ojalá que ese nuevo día no tuviera más problemas.

También pensó en las almas que no había podido ayudar y que jamás habían llegado al amanecer. 

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