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3. Liuberry

—Aguarde, aguarde —Calipso llamó, pero Odín continuó caminando sin prestarle atención—. ¡Deténgase ahí! —gritó.

—¿Sí, su Santidad?

—¿Qué es lo que pretende hacer? ¿Iremos por el camino? Así me encontrarán rápidamente —terció, tratando de poner a prueba cualquiera de sus sentidos.

Él seguía siendo un ladrón y ella solo dependía de sus apariencias y palabras para que Odín la respetara. Creyó que, si hablaba de más, aunque no supiera bien lo que decía, podría dar una mejor impresión de sí misma. Que la oyera reflexionar quizás enmendaría su sugerencia del hospedaje en Temple.

—Por sus no-tontos guardias.

—No son tontos. Pero, como su diosa, usted debería explicarme sus decisiones antes de tomar una dirección —espetó ella, inflando el pecho. Odín, que seguía dándole la espalda, se detuvo—. Yo debo revisar si es correcto.

—¿Revisar? ¿Correcto? —terció él, girándose—. Hicimos un trato en el que yo la sacaba de allí y la llevaba a Lobria. Por ende, mis decisiones solo deben ser revisadas por mí, que soy el que conoce el camino.

Calipso apretó los labios y negó.

—Un guía debe notificar y si a mí no me parece, debe escuchar mis sugerencias —retrucó ella, cuando él se acercó unos pasos. Trató de enderezarse lo más posible, para parecer más alta. Junto a él, era tan pequeña como un bicho—. Soy una diosa, no cualquier muchacha —espetó, como lo hubiese dicho el monje Jian. Odió esas palabras por años; las odió esa misma tarde, pero ahora servían y mucho.

Odín se cruzó de brazos e hizo algo parecido a un suspiro exasperado, pero antes de que ella pudiese quejarse por su falta de respeto, él asintió.

—Bien, usted debería saberlo. Planeo seguir este camino hacia el siguiente pueblo y de ahí a otro y a otro. ¿Usted qué sugiere?

—Ir al puerto.

Él sonrió hacía ella, incrédulo.

—¿El puerto?

Calipso asintió.

—Esperar a que un barco salga. Nos llevará a Lobria mucho más rápido que atravesar puerto por puerto.

—No tenemos tanto tiempo como para esperar un barco, su Santidad —replicó Odín, condescendientemente. Calipso se mordió la lengua y esperó—. Claro que sí sería más rápido, le doy un punto por ello.

—¿Un punto? —gaznó ella—. Es la opción más segura. Llegan un montón de comerciantes desde Lobria, desde Devanna, incluso, por el mar de Liuberry. Solo deberíamos subir hasta el mar Kaliano y de ahí a Lobria.

Él asintió y sacudió una mano en su dirección.

—Oh, sí, por supuesto que sí. Si uno tiene el dinero, la información justa y por supuesto no un pedido de captura por secuestrar a una diosa. Calipso, revisarán todos los barcos. Cualquier persona que quisiese, por muy desquiciado que esté, sustraer a una diosa de su templo, tendría sobre su cabeza un pedido de captura. Seamos claros, ¿sí? Si nos atrapan, usted volverá a su hogar sin más problemas que un castigo de sus tontos monjes. A mi me colgarán —le recordó.

Ella volvió a apretar los labios, pero se tragó sus palabras. Eso era indiscutible. Odín estaba poniendo su vida en peligro por ella, por sacarla, y ahora que lo decía, toda esa situación se le hacía demasiado comprometedora para un pillo que solo buscaba un collar de la diosa.

—Está bien... lo entiendo —aceptó, con esa última idea en la cabeza. La retuvo, pero se obligó a poner su atención en ese asunto luego—. Nos buscarán en el puerto y en todos los asentamientos cercanos, a menos que consigamos un barco ahora —contestó a cambio. Le daba la razón, pero agregaba otro punto—. Hasta la siguiente ciudad hay horas de camino.

—Exacto. Y como aún es temprano para los primeros barcos —contestó él, mirando la luna—, como mucho solo conseguiremos un pequeño bote pesquero que no resistiría para llegar siquiera a Devanna. No creo que sus poderes pudieran salvarme a mi de ahogarme con las tormentas de verano del mar Kaliano, ¿no?

Odín se giró y volvió a avanzar. Calipso corrió detrás de él.

—¿Piensa caminar hasta Fyrisse? ¿O incluso hasta Ellau? —inquirió ella.

—¿Y usted qué pensaba que iba a pasar al salir del templo, su Santidad? El trato era que yo la sacaría del palacio, usted me llevaría a La estrella de Agua y luego yo la dejaría en Lobria. Aunque pensándolo bien ahora —se detuvo—... tengo el collar, ¿por qué no la dejo aquí?

Calipso apretó las manos en dos puños. Tomó aire y se plantó delante suyo.

—No le permito... —comenzó, cuando él se dio la vuelta.

—¿Y quién eres tú para permitirme algo? —Odín se inclinó hacia ella, dejando un margen de apenas veinte centímetros. Calipso estuvo a punto de retroceder, pero recordó que los que retrocedían siempre debían ser los demás.

—No me hable así, soy...

—¿Calipso? ¿Puedes probarlo?

—Desde que me sacaste que no lo crees —contestó ella, tuteándolo también, cayendo de pronto en lo obvio de toda la situación. Él no la estaba sacando ni porque era Calipso, ni por alguna otra razón. Había algo más allí.

Bajó la mirada apenas un segundo antes de encontrarse con sus ojos otra vez. Hubo un destello confuso en la mirada de Odín, confuso para ella. Por un instante, le pareció que él la observaba con compasión.

—¿No debería Calipso haberme arrojado por la ventana por robarle un collar? —preguntó entonces, con sorna, y ella quitó esa ridícula idea de su cabeza.

—¿Es que no cree que mi ropa dice algo? ¿Mi cuarto? ¿Mi collar? —soltó Calipso, subiendo el tono de voz—. ¿O es que solo entró al azar y vio una bonita alhaja para llevarse?

Odín se cruzó de brazos, sonriendo de nuevo.

—Le contaré, su Santidad. Este collar no es para mí —explicó él, elocuente—. Era un trabajo. Entrego el collar y me dan dinero a cambio. Nunca me dijeron a quien le pertenecía. Y, a decir verdad —Arqueó las cejas—... no tenía ni la menor idea de que ese era el palacio de Calipso. La verdad es que es más bien un enorme templo decorado, ¿no es cierto?

Ella boqueó, como un pez, por un segundo. Se recuperó a tiempo y sacudió la cabeza, enfadada.

—¿Pensó que los monjes eran solamente muy aficionados a los lujos? —Calipso sonó hasta irónica. No tuvo tiempo de sorprenderse de sí misma por su excelente tono de voz porque, enseguida, Odín se alejó un paso y sonrió peligrosamente.

—¿No cree que soy muy vulgar para comprender algo como eso?

Sintiendo que el desafío de sus palabras se le escapaba de las manos, Calipso avanzó.

—Soy Calipso y usted, señor —murmuró fríamente—, hizo un trato conmigo.

—¿Por qué simplemente no me da las joyas que tiene atadas a su cadera a cambio de que la escolte a Devanna? Eso está más cerca y lo que tiene guardado equivale ese precio.

—Yo dije Lobria —dijo ella, entre dientes, llevándose una mano a la bolsita, por encima de la capa de lana.

—Y también dijo que iba a llevarme a La estrella de Agua. ¿Y dígame, dama, por qué Calipso me entregaría su propia piedra mágica? ¡Eso no tiene sentido! —replicó, riéndose mientras se alejaba de ella, otra vez, por el camino a oscuras.

Calipso casi que rechinó los dientes. Después de haber contestado casi todas sus frases con la misma intensidad, con la misma inteligencia, Calipso por un instante se había quedado sin palabras.

Sólo le había ofrecido la estrella porque conocía su impresionante valor entre los cazadores de tesoros y piratas. Había gente dispuesta a entregar reinos por esa joya o cualquier otra que perteneciera a las nueve diosas. Las leyendas y mitos alimentaban el valor de los objetos antiguos. Si se decía que una diosa, en su vida espiritual, la había usado, valía todo el oro del mundo.

Pero Calipso no conocía el real valor para sí misma de la estrella. En primer lugar, no creía ser Calipso. En segundo, si lo era, no recordaba por qué ese collar debía ser importante para ella o si valía algo en verdad.

—¿Qué... qué le importan a usted mis razones? ¡Y nadie sabe si es mágica o no! —contestó, titubeando por primera vez, retomando el camino detrás de él.

Odín ensanchó la sonrisa y volteó la cabeza, a verla.

—Podemos hacerlo así: o me das las joyas y aceptas que te lleve a Devanna. O me llevo las joyas y te dejo aquí sola en medio del camino. Tú eliges, Calipso.

A pesar de todos sus intentos, las cosas se habían dado vuelta rápidamente. Estaba atrapada, irónicamente, fuera de su templo con un ladrón y la había acorralado antes de que comprendiera lo que pasaba. Tenía mucho que aprender del mundo real, pero, observando de reojo el palacio que dejaban atrás, se dijo, de nuevo, que no tenía más opciones. No iba a regresar y tampoco Devanna era un mal lugar. Era más cerca que Lobria, si es que iban a ir caminando, y la ciudad era gigantesca. Jamás nadie la hallaría ahí, podría empezar su nueva vida sin problemas.

—Llévame a Devanna —aceptó.

Estaba segura de que no iba a poder dar un paso más. Llevaban caminando dos horas y no se atrevía a pedir que pararan. Aquello significaría más su derrota y su debilidad que otra cosa. Se recordaba a si misma que cada paso era unos centímetros más lejos del palacio y que, si se quedaban quietos allí, los atraparían en la mañana.

En un momento, sus pies se enredaron con el vestido y cayó de rodillas al suelo. No se quejó. Aguantó el dolor y apretó los dientes. Odín se había dado la vuelta y la observaba, cuatro metros más adelante. Sin necesidad de parecer una mujer débil, Calipso se puso de pie.

—¿Estás bien?

—Lo estoy —contestó, dándole alcance, cuidando de no cojear por el dolor. Seguro se le pasaba en unos minutos.

—¿De verdad? —inquirió Odín, viendo sus rodillas negras—. ¿No quiere buscar algún cómodo pino? —añadió, tratándola de usted de nuevo.

—Si nos detenemos, corremos el riesgo de que me quede dormida y de que nos acorralen en la mañana —dijo ella, deteniéndose junto a él—. Y no quiero eso.

—Por supuesto, pero creo que me he pasado, pequeña Calipso. Usted no es una mujer de campo. Caminar durante tanto tiempo la agotará.

—Solo han sido dos horas —replicó ella. Sí, habían sido dos horas terribles para alguien a quien jamás le habían dejado dar más de dos pasos juntos. Pero si quería alejarse de todo, debía aguantar. Si otras personas podían hacerlo, ella también, aún cuando no viera por dónde iba.

—De acuerdo —Odín sonrió y continuó caminando en plena oscuridad. Conteniendo un suspiro, Calipso se puso detrás de él.

El dolor de la rodilla se mitigó pronto y se entretuvo contando las pisadas de su guía. Prefería eso a que mirar el oscuro bosque a su alrededor, tan vasto y poblado. Pero tan desierto de humanos...

—¿No hay ladrones aquí?

—¿Y yo qué soy?

Calipso tardó en contestar. Ya estaba cansada como para que le tomara el pelo. Después de todo el viaje a Piulo, sus escapadas y los golpes que se había dado para llegar a la bahía, más lo poco que había dormido y esas horas caminando, más bien sentía que su cerebro no iba a poder seguir el hilo de sus discusiones.

—Además de usted, señor Odín.

—Pues, puede ser. Pero sería poco probable en realidad. Liuberry no es una zona que goce de ricos habitantes. Exceptuándola, claro.

—¿Y qué tal en Fyrisse?

Calipso siempre había oído hablar de Fyrisse. La gran ciudad que estaba en el límite de Liuberry. Más bien, la misma era como un pequeño reino de unos poquísimos kilómetros de ancho. Tal vez dos o tres. Ella sabía muy bien que la ciudad tenía mejor fama que los pequeños pueblos que se afianzaban en los valles y en las orillas de Liuberry, pero estaba segura de que tampoco tenía el nivel económico que tenía Lobria, la capital de Terranova, o incluso Devanna, la ciudad más importante de aquel reino centro de sus tierras. Devanna tenía el mejor puerto, el más impresionante, de toda la región.

—Sí, en Fyrisse puede ser.

—¿Y cuánto nos tomará llegar ahí?

—A este paso, lo que queda de la noche y gran parte de mañana.

Desanimada por lo que acababa de oír, Calipso contuvo el aire. Podía intentarlo, sí, pero no estaba segura de si iba a llegar sobre sus dos pies a Fyrisse.

—¿Algún problema con eso? —la tentó él.

Calipso negó rápidamente y alzó el mentón.

—Por supuesto que no.

Volvió a contar las pisadas, rezando por un milagro. Quizás alguna otra diosa se compadecería de ella y acortaría las distancias. Pero, si algo sabía de los dioses, era que no solían escuchar lo que se les pedía. Si no, ¿por qué ella misma no hubiera hecho un milagro con el agua del pozo antes de encarnar? La gente se desvivía por ella, dándole ofrendas, regalos, oraciones, ovaciones, ¿y no podía limpiar un simple pozo? Y hablaba de cuando era espíritu, no cuando se trataba de sí misma en un cuerpo humano, totalmente perdida de lo que se supone que era. Totalmente mortal.

Se pasó una mano por la cara, queriendo quitarse el sopor y el sueño. Se frotó los ojos y se apartó el pelo de la frente. No vio otra piedra y tropezó. Si no hubiese sido por la espalda de Odín, se hubiese ido de rostro al suelo. Él la sujetó y ella, rápidamente, se puso de pie y se alejó varios pasos por detrás. No tenía que ver con tocarlo, si no con verse, de nuevo, débil.

El tiempo transcurrió lento, entonces, llevándose pronto consigo su buena voluntad y sus deseos de fortaleza. Cuando los primeros rayos del sol tocaron su capucha de lana, aún un poco húmeda, se detuvo, incapaz de dar un paso más. Agotada, ni siquiera se molestó en llamar a Odín, que continuó caminando unos cuantos metros más.

Cuando el joven reaccionó y no escuchó sus pasos, se giró para encontrarla sentándose en el suelo, en medio del camino.

—Hora de un descanso, supongo —dijo, acercándose a ella—. Ya era hora.

—¿Ya era hora? —susurró, incrédula. Su voz parecía de ultratumba, como la de una muerta—. ¿Si ya era hora... por qué no lo propuso antes?

—Porque era usted la que insistía en seguir —Odín se sentó también, estirando las piernas musculosas, cubierta por unos pantalones de lana y cuero, por delante de ella—. ¿Entonces ya no va a intentar demostrar lo fuerte y preparada que está para esto? ¿Por qué no vuelve a casa, su Santidad?

Calipso lo miró de mala gana. Apoyó la mejilla en su mano, y el codo en la rodilla.

—Porque no pienso rendirme tan fácilmente. Soy... ¡Soy una diosa!

—¿Y eso qué? Yo la veo bastante mortal.

—Debo ser capaz de esto, ¿es que no lo entiende? No puedo seguir encerrada, con gente que no me deja en paz, que no me deja ni respirar. ¡Que pretende que haga magia por ellos! ¡Qué cure gente, que limpie pozos! ¡Qué calme océanos y traiga peces! —soltó, en plena catarsis—. Tengo que hacer esto por mí. ¡Hacer algo por mi alguna vez!

Apenas terminó de gritar, se sintió todavía más cansada. Se encorvó y miró el suelo con cariño, deseosa de poder echarse allí mismo.

Odín frunció el ceño, quizás no muy feliz con su charlatanería.

—Mira, Calipso —dijo con una mueca—. Hay cosas que no están preparadas para jóvenes como tú. No podrás hacerlo.

Ella lo miró de lleno, molesta por sus palabras. Sí dudaba de sí misma, mucho. Pero no podía simplemente aceptar su derrota tan pronto.

—Yo voy a seguir, lo juro por mí misma y por las otras ocho diosas —gruñó, enredándose de golpe y tratando de levantarse. Como fuera, no regresaría a ese templo.

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