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Capítulo XXI: Halloween

A (T/N) no dejaba de sorprenderla cómo Manjiro y Draken hacían todo lo posible para que Emma no se enterara de los problemas en los que estaban metidos. Ella misma no quería mencionarle nada sobre ToMan y Valhalla, prefería que ella siguiera viviendo en una mentira feliz.

—Sería más divertido si los chicos estuvieran aquí... —Emma hizo un mohín mientras Hina dibujaba unas calabazas de Halloween en sus uñas con pulso de cirujano.

—¿Insinúas algo? —repuso Hina con una sonrisa maliciosa, disfrutando de cómo las mejillas de su amiga se encendían.

—Lamento no ser tan buena compañía —apoyó (T/N) con dramatismo.

—¡No era eso lo que quería decir! —se quejó—. Sino que ellos seguro llamarían más la atención que nosotras.

Las tres chicas se observaron, ataviadas con sus sencillos disfraces. La señora Matsuda había adornado el frente de la casa y las tres jóvenes estaban sentadas en una pequeña mesa con sillas de mimbre para esperar a que alguien fuera a pedir dulces. (T/N) sabía que la señora Matsuda lo había hecho para que se sintiera más a gusto, pero no estaba segura de que alguien en Japón decidiera seguir las costumbres de occidente y salir a pedir dulces. Así que, mientras hablaban, se iban robando los dulces de la pequeña canasta.

—La señora Matsuda compró chocolates caros... —mencionó Emma, chupándose el pulgar donde se le había embadurnado el chocolate y poniendo mala cara al saborear el esmalte.

—Son Kisses, ¿no? Papá me trajo unos de un viaje de negocios en Estados Unidos —dijo Hina, tomando otro con felicidad infantil.

—Aunque yo creo que el chocolate japonés tiene un toque más amargo que me gusta —comentó (T/N)—. Podría vivir de Meijis. Aunque a veces extraño los dulces de mi país...

—Seguro podrás conseguir algunos pronto —dijo Hina después de compartir una mirada insegura con Emma—. ¡Y hasta eso nosotras llenaremos tu corazón!

—¿Qué? —(T/N) rio, pero asintió, agradecida, al percatarse de las mejillas encendidas de Hina—. Al menos estoy tranquila por haberlas conocido a ustedes. Por un momento, pensé que me quedaría sola.

—Si tú no me hubieras hablado, quizás yo seguiría aislada de los demás... —dijo Emma, pensativa.

—Y yo no pensé hacerme amiga de chicas fuera de mi escuela y se lo agradezco a Takemichi. —Hina sonrió, radiante.

Emma esgrimió una sonrisa maliciosa y empezó a molestarla con Takemichi para que le soltara algún detalle jugoso. Sin embargo, Hina les dijo que, después del beso que compartieron bajo la lluvia, Takemichi apenas era capaz de tomarla de la mano.

A (T/N) la sorprendía escuchar a Hina hablar de su novio y de lo tímido que era porque Takemichi no le mostraba esa faceta a los demás. Y también estaba Hina, con sus pupilas brillantes, la leve sonrisa y el más tenue de los sonrojos espolvoreado en sus mejillas. Se preguntaba si ella llegaría a sentir un amor de ese tipo por alguien, porque en su mente solo estaba Manjiro y lo mucho que la preocupaba.

—Aunque... —Hina se interrumpió unos segundos, insegura, pero Emma la animó a continuar—. ¿A veces me pareciera que hubiera dos Takemichis? Sé que suena ridículo, pero lo noto en la forma en la que me mira... No sé... No tiene sentido porque Takemichi es...

—A mí me parece que siempre está igual —opinó (T/N)—. Es un buen chico.

—Uhm... —Emma se frotó la barbilla—. Es cierto que a veces es un poco diferente, aunque no le he prestado demasiada atención, quizás es un poco más tímido alrededor de la chicas.

—¡No es solo eso! Es como si se volviera más seguro, más confiable —insistió Hina—. ¡A veces me parece tan guapo, que me exaspera!

Emma y (T/N) se vieron con sorpresa mientras el rostro de Hina enrojecía aún más, haciéndolas reír. Sin embargo, a (T/N) le parecía extraño porque a ella siempre le parecía igual. Takemichi traía consigo un aire un poco más maduro de lo que esperaba para alguien de su edad y, pese a que a veces lo había visto tonteando con sus amigos, parecía estar muy seguro de lo que quería con su vida.

Las tres chicas siguieron hablando hasta el atardecer, cuando Emma recordó que debía salir a hacer las compras con su abuelo y Hina que su padre regresaba ese día de un viaje a otra prefectura y debía ir a saludarlo. Decidieron ir a la parada más cercana y se despidieron con abrazos breves mientras compartían un par de bromas más hasta que el bus llegó.

(T/N) se quedó bajo el cobertizo de la parada y observó los pocos dulces que descansaban al fondo del tarro. Quizás, para no hacerle un desaire a la señora Matsuda, podría darse una vuelta por el vecindario y repartir el resto de los dulces a algunos niños. No quería verse sospechosa, pero creía que los niños que jugaban en el parque los aceptarían con gusto.

Así que emprendió el camino hacia el parque del vecindario a solo un par de cuadras de su casa. Saludó a unos cuantos vecinos que se encontró en el camino, notando cómo forzaban sus sonrisas y, al pasarla de largo, cuchicheaban entre ellos. A pesar de que la lastimaba saber que estaban hablando de ella, que, pese a sus esfuerzos, aún no lograba mezclarse entre la sociedad conservadora de los japoneses, se convenció de que no podía desanimarse. Después de todo, su beca no era permanente y quizás pronto tendría que irse de Japón, y quería llevarse las buenas memorias.

Repartió los chocolates entre un grupo de niños que la miraron como si se tratara de un hada que los premiaba por sus buenas acciones. Decidió sentarse en un banco que chirrió por su peso para observar cómo el cielo empezaba a tornarse cada vez más oscuro. Recordó la noche del viernes, la forma en la que los ojos oscuros de Manjiro reflejaban las estrellas, recreando decenas de galaxias.

El corazón se le estrujó al recordar la sonrisa que siempre le dirigía, su mirada cálida, su mano aferrada a la de ella, sus dedos trazando los rasgos de su rostro...

La cara le ardió y decidió que era hora de regresar a casa. No quería seguir pensando en Manjiro y en las emociones nuevas que descubría cada vez que compartían su tiempo juntos y tampoco en aquel tiempo en el que, a pesar de estar lejos, parecía anhelarlo más que nunca.

El camino pareció hacérsele un poco más largo por las calles oscureciendo y la actividad decreciendo en el vecindario. Por eso respingó sin querer cuando se percató de la figura que caminaba hacia ella, se dejó llevar por las vorágines de sus orbes, hacia un vacío que parecía consumirlo. Meses atrás sus piernas no la hubieran obedecido, se hubiera quedado paralizada por la incertidumbre, pero en esa ocasión se arrojó hacia adelante.

—¡Manjiro!

Creyó que gritó su nombre, pero sonó en sus oídos como un resuello. No sabía qué hacer ante la imagen frente a ella. Con la piel pálida manchada de sangre, el cabello claro enmarañado y oscurecido, con su rostro inexpresivo, con las manos magulladas y la ropa sucia.

No supo por dónde empezar a revisar sus heridas, pero solo cuando sus miradas se encontraron, creyó atisbar una ínfima parte de la calidez al fondo del abismo. Se dio cuenta de que Manjiro intentó tomar su mano, pero pareció arrepentirse y solo susurró:

—¿Qué es lo que llevas puesto?

—Intenté ir por un estilo de Gatúbela, pero no me salió... ¡Pero ese no es el punto! Es: ¡¿qué demonios pasó contigo?! Hay que ir al hospital y...

—¿Puedo ir a tu...?

(T/N) sintió sus dedos encerrarse alrededor de los suyos, fríos, ásperos. Sus labios quisieron dar una respuesta, pero la puerta de la casa se abrió y escuchó a la señora Matsuda decir:

—¡Por todos los dioses!

Manjiro hizo amago de marcharse, pero la chica afianzó su agarre y no se lo permitió.

—Pero ¿qué te ocurrió, cariño? —La señora Matsuda hizo un mejor análisis que la joven de todas las heridas—. Querida, lo mejor será que pasen.

—E-está bien.

(T/N) guio a Manjiro al interior de la casa. Bajo la luz blanquecina, se sintió palidecer al poder cuantificar mejor el daño. Tenía hematomas floreciendo sobre la piel y no sabía si la sangre seca era de él o de alguien más, aunque estaba segura de que tenía una herida en la cabeza por la sangre seca a un lado de su rostro.

La señora Matsuda, que se había adelantado, regresó con una muda de ropa de su hijo y el botiquín de primeros auxilios más completo que jamás había visto.

—No preguntaré qué pasó, pero sí necesito que me digas dónde te lastimaste.

Manjiro parpadeó, lento, pero terminó por asentir.

—¿Alguna vez has suturado una herida? —preguntó la señora Matsuda con un brillo de emoción en los ojos.

—No, yo... Lo único que sé de primeros auxilios es la maniobra de Heimlich.

La señora Matsuda sonrió y empezó a explicarle cómo debía lavar una herida, cómo se anestesiaba y cómo se suturaba. Manjiro permaneció en silencio todo el tiempo, apenas indicándoles los sitios donde lo habían golpeado mientras sostenía la mano de su amiga como si se tratara de la cuerda que lo mantenía atado a la realidad.

Entre las dos atendieron sus heridas y la señora lo hizo tomarse una pastilla para el dolor.

—Ahora, necesito que te des un buen baño caliente.

Mikey no dudó en obedecer a la señora, pero no soltó la mano de (T/N), quien lo siguió hasta la puerta del baño.

—Hasta aquí llego —dijo ella, oponiendo resistencia al suave tirón de su mano.

—... ¿Te incomoda? —Manjiro la dejó ir.

—B-bueno, ¿creo que no es correcto? Creo que necesitas algo de privacidad.

—Me hacía ilusión que me tallaras la espalda...

—¡¿Qué?! Q-quizás otro día. ¡Ahora, entra!

Manjiro dejó escapar una carcajada descompuesta, pero permitió que cerrara la puerta. (T/N) se tocó las mejillas encendidas, pero prefirió regresar donde la señora Matsuda antes de empezar a cavilar cosas indebidas cuando Mikey abrió la llave de la ducha.

Se encontró a la mujer guardando todo lo que había sobrado en el botiquín. Lucía pensativa, pero le sonrió cuando la chica se acercó para ayudarla.

—Ten cuidado con las agujas y un pinchazo —dijo.

—No sabía que era buena tratando heridas... Yo siento que perdí la calma por un momento.

—Pues me gradué de enfermera y ejercí por varios años hasta que me casé. —La señora Matsuda pareció transportarse a otra época y sonrió con orgullo—. Aunque a mí me sorprende más que aún sea capaz de recordar las técnicas; mis manos aún las recuerdan.

—¿Prefirió cuidar a su hijo a...?

—Pues sí, antes no teníamos mucha elección y lo hice por guardar las apariencias. No me arrepiento de todo el tiempo dedicado a mi hijo, pero a veces me pregunto qué hubiera sido de mí en otra vida y con otras decisiones... Y eso me lleva a... —Señaló con sutileza hacia la puerta del baño—. Sé que puedes cuidarte sola, pero desde que he visto a ese chico rondarte no sé qué pensar.

—¿Pensar en qué? —(T/N) pasó saliva porque descubría en la señora Matsuda una mujer con más capas que simple amabilidad.

—No es un mal chico, no por la forma en la que te ve y te trata, pero... Pero no hay que normalizar el estado en el que acudió a ti.

—Lo sé, pero es mi amigo y no quiero dejarlo solo cuando siento que me necesita.

—Entiendo... —La señora pareció meditar un poco más sus palabras hasta decidirse por decir—: Confiaré en tu juicio. Y si necesitan ayuda, seré su aliada.

(T/N) parpadeó, sorprendida, porque los adultos no solían decirle eso, no solían expresar abiertamente que confiaban en un niña. Así que dedicó un par de segundos a apreciar la cálida sensación que se expandía en su pecho.

Ambas redirigieron su atención a Mikey, que dejaba el baño con una expresión que la chica solo pudo calificar como tímida. Separó los labios, pero ninguna palabra rodó por su lengua.

—¿Tienes hambre? —preguntó (T/N) para llenar el silencio de él.

Manjiro negó suavemente y clavó sus pupilas insondables en las de ella, apenas dejando traslucir sus inseguridades. A la joven se le achicó el corazón y empezó a caminar para ir junto a él y tenderle una mano.

—Te prepararé un té para que puedas tomarte otro antiinflamatorio y descansar.

Manjiro asintió y se dejó guiar por la chica hacia la habitación en el segundo piso. Cuando entró, esta vez por la puerta, se sintió seguro, cobijado por su aroma y por los rastros de cotidianidad que dejaban la cama tendida a medias, las hojas desperdigadas, las fotos...

—Estás... ¿Estás bien? Tus heridas... —La chica no sabía que decir, así que solo bajó la mirada.

La sorprendía que él no hubiera pronunciado palabra desde que salió del baño. Su mirada parecía viajar entre ella y los sucesos de la tarde. Se moría de ganas por acribillarlo con preguntas, pero no sabía cómo abordar el tema, no sabía si, haciéndolo, lo estaba lastimándolo.

Así que decidió solo permanecer junto a él, afianzándolo con su mano, mientras él miraba las fotos sobre el escritorio. Ambos ladearon el rostro cuando la señora Matsuda entró y puso dos tazas humeantes de té de valeriana sobre la mesa.

—Tómate esto. —Le tendió una pastilla—. Es diclofenaco.

Manjiro no dudó en obedecerla y bebió un trago del té. Soltó la mano de (T/N) con suavidad y dijo:

—Muchas gracias.

Apenas curvó los labios, pero eso bastó para que (T/N) comprendiera que el brillo extinguido de sus ojos se debía a una congoja que lo superaba. La señora Matsuda se marchó, dejando la puerta abierta a su paso.

Manjiro exhaló ruidosamente y se dejó caer en el suelo hasta poder apoyar la cabeza del borde de la cama. La chica lo acompañó y esperó en silencio. Respingó cuando Manjiro se presionó los ojos con las palmas de las manos.

—No sé cómo voy a decírselo.

—¿Qué?

—... —Le temblaron los labios y la chica se percató de las lágrimas que se escapaban de sus manos, de los ligeros tirones de su cabello—. No sé cómo voy a decirle a la mamá de Baji que él... ¿Cómo?

La voz se le rompió y encogió las piernas, haciéndose tan pequeño como cuando creyó que iba a perder a Draken. No emitía ningún sonido, pero sus hombros sufrían pequeños espasmos.

(T/N) lo miraba, conmocionada, hasta que posó una mano en su espalda y lo rodeó solo con un brazo. No terminaba de comprender qué quería decirle, pero temía que no pudiera volver a ver a Baji. Eso le encogió el corazón porque, si bien era cierto que le había dicho a Manjiro que no le interesaba amistar con él, jamás imaginó que no estaría, que no volverían a estudiar juntos, que su existencia pasara a ser efímera, que no pudiera cumplir años de nuevo, que permaneciera eternamente de quince años.

—Quería matar a Kazutora porque apuñaló a Baji por la espalda como un cobarde, porque temía que, si seguía vivo, terminaría por lastimar a quienes aprecio. Quería sentir su sangre en mis manos, pero no podía dejar de pensar en ti, en lo decepcionada que estarías, en lo sola que dejaría a Emma... Aun así, me aseguré de darle una paliza y fue allí cuando Baji...

Su voz se cortó y la respiración se volvió trémula, pero dejó que (T/N) lo abrazara con más fuerza y agradeció que estuviera a su lado para mantenerlo con los pies sobre la tierra. No quería volver a reprimir sus emociones como con Shinichiro y no quería, por nada del mundo, ya no quería...

—Ya no quiero seguir perdiendo a las personas que me importan.

(T/N) apretó los labios, intentando contener las lágrimas, a pesar de que tenía los ojos anegados. Era difícil comprender lo que experimentaba Manjiro, pero quería acompañarlo hasta que regresaran días mejores y para evitar un futuro en el que parecía haberlo perdido todo.

Continuará...

¡Muchas gracias por leer!

N/A: De imagen iba a poner el Baji truco, pero no me atreví... Baji es de esas muertes que duelen no en ese momento, sino después, o al menos es así para mí :') Es que yo no puedo dejar de pensar en la mamá de Baji...

Lo siento por el drama y por no salvar a Baji, pero necesitaba otra catarsis para Mikey y para nuestra protagonista.

Nos estamos leyendo~

¡No olviden tomar agua! >.<


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