Capítulo XVI: Dojo
Cuando fue hora de separar sus caminos, Emma la haló del brazo, arrastrándola sin hacer caso a sus protestas para llevarla a su casa.
La señora Matsuda le había escrito un mensaje de texto más temprano porque no estaría en casa y no le había dado tiempo de preparar nada para el almuerzo porque había ocurrido algo con su hijo. Así que (T/N) había planeado todo un menú a base de fideos instantáneos para esa tarde, pero Emma estaba empecinada en frustrar sus planes.
—¡Hoy cocino yo! —insistió Emma—. Y sabes que lo hago bien, no tienes que preocuparte. Hacer una porción extra será cosa de nada.
—No quisiera importunar.
—Eres mi amiga. Nada de eso —negó con vehemencia.
Lo cierto era que (T/N) no estaba preparada para ver a la cara a Manjiro, no después de haber sido arrastrada hasta la vorágine en sus ojos y haber soñado tanto con él, con cómo jugaba con sus manos, cómo se recostaba de su hombro y cómo su respiración cosquilleaba sobre su piel. Su estómago dio un vuelco al pensar en él y los colores no tardaron en subírsele al rostro.
Obnubilada por los recuerdos de Manjiro, no se dio cuenta del momento en el que llegaron. Se cambió los zapatos por unas pantuflas que Emma admitió haber comprado pensando en ella cuando visitara. Al menos la alivió percatarse de que no estaban los zapatos de Manjiro por ningún lado.
—Si quieres, puedo ayudarte —ofreció (T/N), pero Emma negó.
—¡Tienes que probar comida totalmente hecha por mí!
—Pero, Emma... ¿Si quieres puedo...?
Un carraspeo las interrumpió, como si vaticinara que ambas chicas iban enzarzarse en una discusión titánica porque ambas eran demasiado amables. (T/N) se encontró con un hombre pequeño, de cabello canoso y mirada severa, que cruzaba los brazos por las espalda.
—Buenas tardes, señor —saludó ella, encontrando de inmediato rasgos de él en Emma y Manjiro.
—Buenas tardes, señorita —habló en un español entendible, que necesitaba trabajo, pero consiguió su cometido de hacerla sonreír—. Creo que no hemos tenido la oportunidad de presentarnos.
—¡Es mi abuelo! —interrumpió Emma con una sonrisa—. Siempre se la pasa en el dojo impartiendo clases, así que no he tenido la oportunidad para presentarlos. No es que yo esté siendo maleducada adrede.
(T/N), con ese último estamento, imaginó que se había ganado varios regaños por su falta de etiqueta cuando era más pequeña. Se preguntó cómo sería de distraído y rebelde una versión más pequeña de Manjiro.
Emma juntó las manos con una idea estupenda, pero que a (T/N) le supo a malas noticias.
—Abuelo, ¿qué tal si le das una clase de demostración? ¡Sé que lo amara! Quizás hasta puedas ocupar el tiempo libre que te dejó el club de arte después de salirte.
—Ah... N-no es necesario...
—Parece que tienes potencial para las artes marciales, señorita —dijo, muy convencido, tanto que (T/N) casi le creyó de no ser por Emma.
—Le dice eso a todo el mundo.
El anciano acribilló a su nieta con la mirada mientras ella giraba a ver a otro lado como si no se enterara de nada.
—Como sea, deberías intentarlo. Quizás te guste más que el dibujo. —Emma se encogió de hombros—. Yo iré a probarte que la cocina es mi fuerte.
(T/N) se rindió y siguió al anciano por algunos pasillos por los que no se había atrevido a entrar, no cuando Draken le dijo que eso era parte de la academia, como si estableciera que su paso por allí era prohibido. No se fijó en los detalles, pero apreció los tatamis y las puertas recubiertas de papel de arroz, además del enorme jardín central bien cuidado y reconoció el sonido de un riachuelo y el shishi odoshi que le hacía eco. Sin embargo, a medida que se adentraban más en los terrenos, se escuchaban gritos y golpes secos, conteos y otras palabras cuyo significado no pudo dilucidar.
—Puedes colocarte uno de nuestros uniformes. —El anciano le pasó un uniforme de impoluto blanco bien doblado y planchado—. No hay casi chicas, pero no dejes que eso te amedrente.
—Gracias —resolló, metiéndose en el único vestidor que había luego de que él se lo indicara.
Las artes marciales le llamaban la atención, pero nunca se figuró inscribirse a alguna clase porque la perturbaba la escasez de chicas. Pasó seguro a la puerta y se apresuró a cambiarse. El vestidor le recordó a los que se veían en las películas, con los casilleros pegados a las paredes y dos bancos largos en el medio. Metió la ropa en el primer casillero vacío que encontró y se echó un último vistazo para ver qué todo estuviera en orden.
Sorprendentemente, el uniforme era cómodo y no se sentía tan expuesta como lo hubiera pensado. Se apresuró a buscar al señor Mansaku, quien le daba unas cuantas indicaciones a un niño, y se acercó.
El ambiente del dojo estaba caldeado por el ejercicio físico y, pese al ligero aroma a eucalipto, olía a sudor. Aparte del anciano, había otros instructores que parecían acoger a las personas por grupos de edad. La alivió percatarse de que no era la más vieja del sitio cuando vio a los dos hombres y la mujer que seguían las instrucciones de un instructor.
—¿Qué tal el uniforme? ¿Te inspiró? —preguntó el abuelo con buen humor.
—Uh, sí, bueno, es cómodo.
—¡Y eso es lo que importa cuando estás empezando! —animó, guiándola a un grupo de adolescentes que estaban concentrados realizando calentamiento—. Takeda, te presento a (T/N). Vino por una clase demostrativa. —Ella quiso reponer que estaba allí obligada, pero solo sonrió—. Te la encargo y cuida bien de ella porque es amiga de la familia.
—No se preocupe, sensei. —El joven se inclinó para despedirse y luego la saludó, extendiendo la mano para estrechársela—. Estamos comenzando con algunos calentamientos. Síguenos y, si tienes alguna duda, pregúntame.
La chica asintió, poniéndose al último y apenas sonriendo cuando los chicos reparaban en ella con una mezcla de curiosidad e indiferencia. Se dedicó a hacer los ejercicios repetitivos para calentar el cuerpo, avergonzándose cuando descubrió que, con tan poco, había empezado a sudar como hipopótamo, con el pecho subiendo y bajando como si se tratara de algún roedor pequeño asustadizo. Takeda le dio algunas palabras de ánimo y unas palmadas en el hombro, cerciorándose de que no muriera antes de que empezara lo bueno. Pero "lo bueno" resultó ser ejercicios aún más exigentes hasta que casi terminó molida.
—Ánimo —le susurró un chico bajito—. Ahora sí viene lo divertido.
Lo puso muy en duda, pero contempló con atención las técnicas que enseñaba el instructor, valiéndose de la ayuda de uno de los chicos más veteranos. Dio una pequeña reseña histórica y explicó para qué era útil, repitió la técnica lentamente y luego hizo una demostración en tiempo real, repitiéndola todas las veces necesarias hasta que comprendieran. Después, pasaron por parejas para practicar.
El muchacho con el que tuvo que pasar adelante era un poco más alto que ella y le lanzó una sonrisa compasiva mientras le repetía lo que debía que hacer, pese a que ella había hecho un nota mental de todo. Era un movimiento sencillo para tumbar a alguien que intentara atacarlo por la espalda. Ella corrió para apresarlo con sus brazos, pero él tomó sus manos y se inclinó hacia adelante lo suficiente para arrojarla por el aire, procurando no lastimarla demasiado cuando impactara contra el suelo.
(T/N) halló fascinante la experiencia y se quedó pasmada unos segundos en los que ignoró los llamados de los demás. Por supuesto, la experiencia no quitaba que no entendiera por qué a Manjiro y sus amigos les gustaba andarse metiendo en peleas, pero comprendió un poco por qué se llamaba "arte" marcial.
—Estoy bien —aseguró, poniéndose de pie rápidamente.
Cuando sus ojos se encontraron con los del chico, él le sonrió, como si entendiera perfectamente la serendipia que ella acababa de experimentar. Luego, todo pasó muy rápido, ella lo arrojó al suelo, pese a no estar segura de poder hacerlo por sus diferencias de peso. Se abochornó cuando todos en su grupo aplaudieron su demostración.
—¿En serio es tu primera vez practicando artes marciales?
—En el colegio nos dieron un pequeño curso de defensa personal, pero nada más que eso...
—Tu técnica, aunque no es impecable, es muy buena. Entendiste a la perfección cuando les dije que no usaran la fuerza bruta y que el movimiento de la cadera es la clave.
—Deberías considerar entrar a las clases. Puede parecer intimidante al principio, pero luego... —El chico bajito se quedó callado, viendo quién se acercaba por la zaga de la joven.
Todos lo imitaron y guardaron silencio. El instructor entendió lo que ocurría de inmediato y se giró hacia el recién llegado con una sonrisa.
—¡Sano! Qué bueno es verte por acá.
—Solo estaba de paso.
—Y se nota, mira que estás con ropa normal.
—Bueno, es que ver a (T/N)cchi llamó mi atención —admitió, curvando los labios—. Pensaba que no te interesaba esto.
—Creo que me equivocaba —repuso ella, controlando los latidos de su corazón al descubrir que Manjiro seguía viéndola igual que siempre; quizás solo se había hecho ideas raras anteriormente.
—¿Quieres que practiquemos juntos?
—Acaba de empezar, no creo que sea buena idea —repuso Takeda, escuchando los murmullos que se elevaban entre sus estudiantes que habían sufrido pérdidas aparatosas frente a Manjiro.
—Me servirá para repasar las bases —porfió.
—No hay problema —dijo ella al notar los roces que parecían haber entre ambos.
—Cualquier cosa, me avisas —cedió Takeda—, créeme cuando te digo que soy capaz de darle una paliza a este niño engreído.
Mikey le sacó la lengua y movió la barbilla para indicarle que lo siguiera a una esquina más apartada. Una vez se encararon, Mikey le lanzó una mirada apreciativa a su uniforme.
—El blanco te queda bien.
Ella rio y él curvó una ceja.
—Eso es algo que le dirías a una chica con un vestido de bodas.
—Pues a mí me gustan más las chicas con trajes de artes marciales.
—A-ah.
(T/N) se sonrojó un poco, pero no tuvo tiempo de pensarlo demasiado cuando él le indicó que alzara los puños. La enseñó la mejor forma para golpear a alguien sin lastimarse las manos, aunque, tal y como ella lo había visto, los nudillos en una verdadera pelea terminaban magullados. Le explicó cómo protegerse, cómo caer y los sitios más certeros para incapacitar a alguien. A pesar de que Manjiro parecía tener la cabeza en las nubes, de ser temperamental, y un poco infantil, era un buen profesor, sorprendentemente paciente. Él mismo había admitido que era alguna clase de prodigio, pero parecía saber cuáles eran las fallas más recurrentes de los novatos.
—Golpéame. Sin miedo.
—No. —Agitó la cabeza, bajando los puños—. A ti, no quiero golpearte.
—Es solo para practicar.
—No me importa. Creo que ya te han golpeado lo suficiente como para que yo también venga a hacerlo.
Mikey suspiró y puso los ojos en blanco, quiso insistirle, pero sonó el gong que anunciaba el final de la clase. Empujó levemente su frente con el dedo índice cuando ella celebró haber ganado la discusión.
—Si alguna vez tienes que golpearme, hazlo... Ese día me daré cuenta de que hice algo tan terrible que tuviste que recurrir a eso.
Sin saberlo, Manjiro le había dado un voto de confianza, uno de tal envergadura que (T/N) no se dio cuenta hasta que, mucho tiempo después, tuvo que recurrir a eso para hacerlo entrar en razón.
—No eres tan mala, para ser alguien que anda profesando el pacifismo —bromeó, acompañándola al vestidor.
—Muy gracioso.
—Esa era la intención.
—... Como sea, no me voy a cambiar allí adentro con todos.
—Iré por tus cosas y puedes hacerlo en casa —aceptó y escuchó las indicaciones que ella le dio.
La joven, por un resquicio que dejó la puerta, observó cómo varios de los chicos se alejaron cuando Manjiro entró en su campo de visión. ¿Qué les había hecho que generaba tal terror? Se lo preguntaría más tarde, porque estaba más preocupada por ocultar la vergüenza que le generaba que Manjiro le pasara su ropa, y más cuando no había tenido la decencia de doblarla. Pero no le dio tiempo de excusarse y Manjiro tampoco sacó el tema a colación, simplemente prefirió entablar una conversación superflua sobre Takemicchi y su novia en todo el trayecto de regreso a la casa.
—¡No puedo creer que quieras robarme a mi amiga, Mikey! —reclamó Emma, que había ido a buscarlos porque se estaban tardando demasiado.
—También es mi amiga.
—¡Es mi mejor amiga!
—Yo no te digo nada cuando te robas la atención de Kenchin.
—¡Eso no...!
—¿Qué conmigo? —Draken emergió detrás de Emma, saludando a la recién llegada con un movimiento de la cabeza.
Emma enrojeció y alargó el brazo para llevarse a (T/N).
—¡Eres insufrible, Mikey!
Manjiro le lanzó una sonrisa de diablillo y le sacó la lengua, pasando a todos de largo, siendo seguido por Draken que parecía no entender nada. Ambas chicas estaban en un estado catatónico por distinto motivos.
—No puedo creer que Mikey sea tan tonto —bufó Emma, intentando controlar el rubor espolvoreado por su rostro—. Debería empezar a cocinar algo que no le guste, con lo caprichoso que es, pues...
—Emma —llamó ella, conmovida—. ¿E-es cierto que soy tu mejor amiga?
—¿Eh? ¿Pensé que era obvio?
—No. Es solo que... —Quiso golpearse porque sí, era bastante obvio, con la diferencia de que ella se había llevado tantas decepciones con supuestos amigos que no se atrevía a suponer cuestiones de esa índole tan a la ligera.
—¡Somos las mejores amigas! —aseguró, tomando sus manos con suavidad al notar la turbación en sus ademanes.
—Emma... —lloriqueó—. ¿Puedo abrazarte?
—¡Las veces que quieras!
(T/N) se arrojó a sus brazos y la estrechó con fuerza, embotada de felicidad. Emma rio y le devolvió el gesto con la misma efusividad, haciéndolas dar vueltas con pequeñas saltitos.
—Por cierto, ¡el uniforme te queda súper lindo!
—¿Eso crees? —repuso con una sonrisa—. Estaba pensando que, quizás, podría tomar unas cuantas clases.
—¡Le diré al abuelo que te haga un descuento!
—Eso no será necesario.
La voz del anciano las hizo brincar, obligándolas a encararlo.
—Emma me ha contado que la ayudas con matemáticas; creo que una forma perfecta de pagar esas tutorías es dándote tantas clases como desees, señorita.
—N-no podría...
—Oh, ¡sí que puedes! —negó Emma, sonriendo con emoción—. Es un trato justo, si me lo preguntas.
(T/N) pasó la mirada entre ambos hasta que cedió con una sonrisa derrotada. Al parecer, su estancia por la casa Sano sería más frecuente.
Continuará...
¡Muchas gracias por leer!
N/A: Me encanta que nuestra prota y Draken no tienen idea de qué diablos está pasando y aún así se lanzan miradas de apoyo porque solo se tienen a ellos para lidiar con los cambios de humor de los dos Sano xD
Entre una de las cosas que me cuesta mucho hacer es poder considerar a alguien un amigo por los issues en mi infancia, así que quería poner un poquito de eso aquí. Además, Emma es un ángel y se merece todo el amor del mundo.
Como se me ocurrió la brillante idea de participar en el flufftober de este año, espero editar algunos capítulos para tenerlos listos para publicar y no dejarlos abandonados, solo aviso por si hay una ausencia inesperada xD
Nos leemos en otra ocasión.
¡Lávense las manos! >.<
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro