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Capítulo VII: Futuro

Cuando abrió los ojos, vio un cruce peatonal repleto de personas y tuvo que cruzarlo al terminar arrastrada por la marea que creaba la multitud.

No recordaba ese sitio, o al menos no del todo. Parecía el cruce de Shibuya, pero los enormes anuncios de productos que jamás había visto la deslumbraban y desconcertaban. Siguió la moción de los demás, ahogándose en las olas interminables de gente y del asfixiante calor que irradiaba sobre su coronilla, hasta que pudo pegarse a una de las paredes y meterse en una pequeña cafetería con nombre pomposo en francés.

No entendía nada de lo que ocurría y necesitaba sentarse para pensarlo y dar con una respuesta. Buscó si tenía dinero y, al cerciorarse de ello, tomó asiento en una mesa esquinera alejada del resto de comensales. Una camarera se acercó con una sonrisa amable y dijo:

—¿Lo mismo de siempre?

—Uhm... ¿Sí?

La joven parpadeó, extrañada, pero se encogió de hombros y asintió, yendo a dejar el pedido.

Sacó de un bolso de tela plano lo poco que llevaba. Un libro de Murakami, las llaves de, supuso, su casa, un neceser con maquillaje y protector solar, y la billetera. Encontró una licencia de conducir a modo de identificación, de fecha reciente y con una foto de ella, pero que no era realmente ella sino una versión más adulta, con los ángulos de la cara más definidos y un peinado distinto. La mujer que le sonreía en la imagen le pareció de aspecto más bien normal, no reflejaba la madurez que pensaba que tendría de mayor y podía notar cierto cansancio en sus ojos.

Se apresuró a sacar un espejo miniatura del neceser, confirmando que había envejecido de la noche a la mañana como si estuviera en "Si tuviera 30", con la diferencia de que no era tan bonita como Jennifer Garner y de seguro tampoco tan exitosa. Se decantó porque estaba soñando, ocultando una risilla nerviosa cuando se dejó la piel del brazo en carne viva cuando no despertó después de pellizcarse.

En la billetera encontró un carnet magnético de un hospital, bajo su nombre rezaba que era psicóloga clínica y se preguntó si no debería estar trabajando en ese momento y cómo fue que terminó trabajando eso cuando las ciencias de la salud nunca habían llamado su atención. Buscó su celular, sintiendo que le hincaba la piel en el bolsillo del pantalón.

Dejó el aparato sobre la mesa, inspeccionándolo con curiosidad porque no tenía ni un solo botón. Solo era un pedazo de pura pantalla que reflejaba el pánico en sus ojos. Parecía un iPod Classic, así que probó a hundir los botones de los lados, celebrando que la pantalla se iluminara con una foto súper nítida de un gato de ojos azules.

—"Deslice hacia arriba para desbloquear". ¿Deslizar qué? —gimió, desesperada, hasta solo mover el dedo por la superficie como si estuviera en una película futurista—. ¿Mi contraseña? Nunca le puse contraseña a nada más que al correo, ¿qué demonios?

Se calló cuando la mesera dejó una taza de cappuccino con una tarta de jamón y queso que despertó al monstruo que habitaba en su estómago por el rugido que profirió. Se decantó por comer mientras probaba distintas claves, alarmándose al ver que el tiempo entre clave y clave se iba prolongando cada vez más. Probó colocar "1990", su año de nacimiento, y quiso pegarse un tiro por ser tan predecible cuando por fin se desbloqueó. Funcionaba de forma táctil y la exasperaba la sensibilidad de la pantalla, pero no tardó en acostumbrarse. Halló, entre sus fotos, el horario de su trabajo. Además, había una nueva plataforma de chat al que llegaban algunos mensajes de vez en cuando. Vio que tenía un Facebook que amasaba notificaciones y cuya interfaz había cambiado muchísimo de la que había visto por primera vez. Fue allí donde tuvo la brillante idea de ver el calendario.

—2017... —dijo, anonadada.

Doce años en el futuro que explicaban muchas cosas, desde el cambio en su apariencia como la sociedad tecnológica que pregonaban en las noticias por allá a inicios del nuevo milenio. Se convenció al fin de que no estaba soñando porque dudaba tener una imaginación tan activa y tampoco era muy fan de las películas de ciencia ficción. Había tenido suficiente después de ver "Yo, Robot". Sin embargo, no terminaba de procesar que había viajado en el tiempo porque se escapaba de cualquier rastro de racionalidad que pudiera aún existir dentro de ella.

Aunque no pudo seguir pensando en ello cuando las noticias se escupieron del televisor:

«La pandilla Tokyo Manji, o ToMan, sigue en investigación por el incidente ocurrido el pasado 1 de julio que cobró la vida de varios inocentes. Las fuentes informan sobre una disputa interna entre los miembros de la banda, pero la cabecilla de esta, Sano Manjiro, no ha dado señales de vida desde hace varios meses. ¿Es este quizás un indicio de que finalmente falleció? Trajimos con nosotros al detective Nakayama para...»

El televisor se apagó, siendo la responsable la mesera que lucía una expresión devastada.

—Siempre son malas noticias —explicó.

(T/N) asintió para no dejarla con el estamento al aire, pero no terminaba de comprender cómo era que el nombre de Manjiro había aparecido en noticias sobre homicidios intencionados en un ataque aparentemente terrorista. Lo que hacía unas cuantas horas había confundido con "toman", resultaba ser el apodo de Tokyo Manji, una temida pandilla doce años en el futuro.

«Hacía unas cuantas horas...»

Recordó que llegó a casa y fue directo a su cama para dormir después de que la señora Matsuda le diera unas pastillas para la migraña. No sabía en qué momento había viajado al futuro ni qué había causado que lo hiciera. Se cuestionó, sobre todo, cómo regresaría.

Antes de continuar cavilando sobre preguntas sin respuestas, su celular vibró con una notificación de algo que se llamaba Line. El remitente estaba guardado como "Honda Takeo" y le escribía para preguntarle si se reunirían esa noche. La chica no entendía nada, pero terminó aceptando porque quizás podría descubrir algo más de su versión adulta.

Para su suerte, Takeo le envió un mensaje con la ubicación que, con solo pulsarla, desplegó las indicaciones para llegar desde la cafetería. Esperó que se acercara más la hora, cuando el ocaso llegó a su fin, y pagó. Todo ese tiempo estuvo probando las diferentes opciones que ofrecía el celular y buscó en internet —no entendía cómo tenía internet sin ningún módem— el final de Harry Potter, también de Naruto y Bleach, y quiso gritar cuando descubrió que Hunter x Hunter no había terminado y tampoco One Piece. Curioseó los libros guardados en la memoria infinita del aparato y se sorprendió al descubrir algo llamado "Pokémon Go".

Guardó el celular cuando llegó a un pub de esos que siempre la intimidaban cuando estaba en su país. A pesar de que encarnaba el cuerpo de una adulta, se amedró frente al establecimiento de altas puertas negras por donde se colaba el ritmo pegajoso del jazz. Decidió entrar, considerando sacar su identificación, pero queriéndose golpear al recordar que no era una adolescente. El guardia de la entrada casi no reparó en su presencia y se limitó a abrirle la puerta.

El interior era cálido, aunque no sofocante como todo el recorrido hasta allí. Las personas estaban reunidas en mesas bajas, dispersos en los sofás de cuero, riendo y brindando. Prefirió ignorar a las parejas que se magreaban sin pudor y las risillas de algunas mujeres al ver su atuendo casual, poco acorde al ambiente. Caminó directo a la barra, procurando sentarse al otro extremo de donde había un sujeto encapuchado y agazapado sobre su bebida.

Se apresuró a escribirle a Takeo que ya estaba allí, recibiendo como respuesta que lo esperara porque había tenido algunos inconvenientes en el trabajo.

El barman se acercó a ella para que ordenara. (T/N) buscó algún indicio de un menú, pero no halló ninguno. Incapaz de pensar algo mejor, dijo:

—¿Una limonada?

El hombre parpadeó, estupefacto, pero le sonrió de forma condescendiente, yendo a servir su orden. Vio una vez más su celular con un mensaje de Takeo asegurando que estaba en camino. El tiempo lo pasó releyendo algunas conversaciones con familiares y amigos, poniéndose al día de lo que había ocurrido en doce años. Se sorprendió al no hallar nombres familiares y quizás la entristeció comprender que los amigos que empezaba a hacer desde su llegada a Japón no perdurarían hasta su adultez. Le hubiera gustado que Emma y ella continuaran su amistad por más de doce años.

Sin saberlo, la etiqueta de "doce años" empezaba a parecerle más una maldición que la realidad.

El barman escanció unas cuantas bebidas dramáticamente hasta que le colocó la limonada frente a ella con azúcar en el borde y un sorbete en forma de sombrilla. Por el olor, supuso que también tenía hierbabuena. Por un instante, no se sintió en Tokio sino en alguna playa, y no pudo evitar evocar la tarde en la que Manjiro y ella se habían encontrado.

Manjiro...

Suspiró. Tenía sentimientos encontrados por él, por un lado, lo hallaba refrescante como ningún otro, como si pudiera revelarle sus más íntimos secretos mientras él prometía tácitamente guardarlos; pero la violencia que había exhibido con tanta facilidad, sumado a que en un supuesto futuro se convertiría en el jefe de una pandilla famosa por motivos torvos, la hacía cuestionarse cuál era el verdadero Manjiro, y si una de sus facetas compensaba a la otra.

Exhaló de nuevo y tomó el vaso alargado con una curvatura en la base, pero respingó, derramando un poco de la bebida cuando una mano pálida se interpuso entre ella y el borde acristalado, obligándola a asentarlo en la barra. Livideció al pensar que se trataba de algún sujeto dispuesto a ligar con ella de formas indecorosas, pero tuvo que parpadear varias veces para reconocer a la persona frente a ella.

Su cabello carente de brillo, sus ojos apagados, la nariz respingada, las ligeras ojeras en sus párpados, el dragón reptando por su cuello.

—No debes despegar tu mirada de lo que pides en los bares.

Su voz... Su voz era un poco más grave, pero continuaba siendo suave y algo volátil, como el chico que se acostaba en los juegos infantiles a ver las nubes pasar hasta dormirse.

Descubrió que el Manjiro frente a ella y aquel con el que siempre se encontraba por casualidad eran la misma persona, desplegando los tantos matices de su personalidad. Aunque aún se hallaba reacia a la idea de amistar con alguien que fácilmente podría ser tildado de delincuente.

—Estás muy delgado, Manjiro...

Manjiro parpadeó despacio y curvó los labios, conflictuado.

—Últimamente no tengo apetito.

—Oh... ¡¿Acaso tú eres Takeo?! —decidió cambiar de tema por cómo él parecía más interesado en que la conversación girara en torno a ella.

—No. —Agitó la cabeza, señalando a un sujeto en traje que entornaba los ojos en dirección a Mikey—. Vi que le dio dinero al barman en cuanto te sentaste en la barra.

—... O sea que...

—No diré que le pagó para que pusiera algo en tu bebida, pero...

—Pero es mejor prevenir, antes que lamentar. —Empujó el vaso lejos de ella.

Manjiro agitó los hielos en su propio vaso, el alcohol difuminado en el hielo derretido. La vio por muchos minutos, como si quisiera capturar ese instante para que su memoria recreara la escena cientos de veces antes de dormir y en sus sueños.

—Nunca pensé que me llamarías por mi nombre si llegábamos a vernos de nuevo.

—¿Por qué no lo haría? —Curvó una ceja, dubitativa.

—¿No lo recuerdas? —Manjiro arrugó el entrecejo—. Por alguna extraña razón, siento que no has cambiado casi nada.

—¿E-en serio? Porque tú, bueno, estás diferente.

—Es por tu forma de hablar. Me recuerda a cuando éramos adolescentes —explicó, dejando unos cuantos billetes sobre la barra.

Se puso en pie, mirando con cierta satisfacción cómo ella se apresuraba a seguirlo, intrigada de una forma inesperada. Después de todo, luego de la discusión que habían tenido y de que ella se marchara a su país, no la había vuelto a ver. Quiso reírse de sí mismo cuando rememoró la emoción que experimentó al vislumbrarla sentándose en la barra. Creyó, pueril, que sería capaz de bañarse en la luz de su presencia luego de tantos años de solitaria oscuridad.

Dejaron el bar y Manjiro tomó una calle poco concurrida mientras ella lo seguía de cerca, viéndolo como si se tratara de alguna clase de ánima.

—Uhm... —Llamó su atención.

—¿Sí?

—Yo... —La mujer bajó la cabeza, deteniéndose mientras él la encaraba—. La verdad es que no sé qué decirte. Siento como si una enorme brecha nos separara.

—Y lo hace —apoyó, guardándose las manos en los bolsillos—. Es algo que debo hacer. Me refiero a lo de la brecha. Si dejo que los demás se acerquen a mí, siempre salen lastimados y yo... —Su mirada se nubló unos segundos y agitó la cabeza—. No esperaba verte de nuevo en Japón.

—Ah... Trabajo en un hospital —dijo, procurando no sonar tan insegura al respecto.

—¿Eres doctora? —habló, impresionado.

—Psicóloga.

—Creo que te sienta bien.

—Habrías dicho lo mismo si te hubiera dicho que soy, no sé, profesora de preescolar.

—Probablemente. —Curvó los labios de la misma forma que lo hizo cuando se vieron en el parque, aunque esta vez notó cierta nostalgia inconmensurable.

Caminaron un trecho en silencio. Mikey seguía con las manos en los bolsillos, su andar había cambiado a uno más cauteloso mientras que su mirada buscaba sombras sospechosas entre la oscuridad. A (T/N) le pareció ridículo que estuviera caminando con el jefe de una mafia y que se tratara del chico distraído que había conocido hacía unas semanas.

—¿Sabes? Pensé que me llamarías por mi apellido —dijo Manjiro, rascándose la mejilla en un gesto casi tímido—. Me hizo un poco feliz escucharte decir mi nombre. De hecho, hacía mucho tiempo que nadie lo decía.

—Pero... —Curvó una ceja, asaltada por preguntas—. Pero, Manjiro...

—Fue bueno verte —interrumpió con sutileza, girándose de pronto hacia ella con una sonrisa más alegre mientras caminaba de espaldas—. Creo que estás más bonita de lo que recuerdo, aunque lo cierto es que tu cara empezaba a ser una memoria difusa...

—Como acuarelas.

—Sí. —Sonrió, alegre de que lo recordara—. Como acuarelas.

—Manjiro...

El joven se detuvo bajo un poste de luz titilante, su rostro llenándose de sombras incomprensibles.

—Me hizo bien hablar contigo —agregó, alejándose más en la oscuridad de una bocacalle—. Ten una buena vida.

—¡Espe...!

Su imagen de difuminó como un sueño, en un caleidoscopio iridiscente que fragmentada esa última sonrisa. Las palabras se ahogaron en el nudo de su garganta, convirtiéndose en insensatas palabras inconexas, en esquirlas de una distante memoria.

No comprendía qué había ocurrido, pero a las cuatro de la mañana había despertado con el rostro empapado de lágrimas y con una epifanía repentina:

No quería que Manjiro desapareciera de su vida. No tan pronto.

Continuará...

¡Muchas gracias por leer!

N/A: Bien, declaro que estos capítulos, los del futuro, son los que disfruto más escribiendo xD

Recuerdo que cuando se me ocurrió esta historia, quería hacer algo que tuviera que ver con viajes en el tiempo, pero Takemichi ya lo estaba haciendo del futuro al pasado, así que pensé que podría hacerlo al revés. Así que aquí estamos.

Ahora, me gusta el Mikey de esta línea temporal, aunque creo que el Mikey depresivo de la línea temporal posterior al conflicto con Black Dragon es superior jajaja 

Ahora sí, nos leemos la siguiente semana~

¡Tengan una excelente semana! >.<

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