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Capítulo LXVII: Alma

A veces Mikey se hallaba dudando. No estaba del todo seguro cómo debía asesinar a una persona. Quería hacerlo con los puños para ser consciente del peso de sus actos, pero ¿y si no aplicaba la suficiente fuerza para matarlo o si lo acababa demasiado rápido? ¿Acaso había un tiempo adecuado para definir si un asesinato había sido demasiado rápido o lento?

—Es tu turno.

Mikey despertó de sus cavilaciones y observó el tablero de ajedrez frente a él. Kokonoi había movido su alfil y amenazaba una de sus torres. Aún recordaba la expresión de Koko cuando le dijo que sabía cómo jugar ajedrez, aunque no era de sus pasatiempos favoritos. Sin embargo, le había tomado el gusto porque hacía que rememorara las veces que jugó con su novia —exnovia, se recordó—. Al final, él le había contagiado a ella algo de su osadía, y ella a él algo de lo nerd que era.

—¿Alguna vez has matado a alguien, Koko? —Movió el caballo para hacer presión al alfil.

—No. Se supone que yo soy la mente que hace el dinero, así que no. Aunque de presentarse el momento, lo haría. ¿Por qué? ¿Te estás echando para...?

—¿En serio te atreves a insinuar eso? —Mikey le obsequió una sonrisa torcida, disfrutando del terror que le generaba a Koko—. Solo era curiosidad. Aún no estoy seguro de cómo lo haré. Supongo que, cuando llegue el momento, veré qué pasa.

—Tómate tu tiempo —Koko susurró—. Si hacemos bien esto, podremos abrir el casino que había propuesto. Amasaremos tanto dinero que pensaríamos que estamos hartos hasta decidir producir más.

—¿Y qué piensas hacer con todo ese dinero?

—Es por Aka... —Koko se reprendió por haber dicho eso, ya había zanjado ese asunto, pero, a veces, se le olvidaba—. Me gustaría intentar apostar. Inupi decía que era el diablo cuando jugaba juegos de carta. ¿Y tú, Mikey? ¿Algún gran sueño?

—No lo he pensado.

—Te gustan los autos y las motocicletas, ¿no? Podrías tener todas las que quisieras.

—Aunque eso, al final, no me dará lo que más quiero —susurró Mikey, moviendo a la reina en su tablero para después pararse—. Voy a hablar con Sanzu.

Koko intentó responderle, pero se quedó viendo el tablero. Eso era jaque mate. Iba a estudiar más la jugada, cuando el celular sonó. En cuanto leyó el remitente, se sintió traicionado por sí mismo cuando su corazón dio un vuelco.

Mikey cerró la puerta con cuidado. Aún recordaba la discusión que había tenido con (T/N) porque le parecía ridículo tener que proteger al rey en todo el juego, que la partida se acabara con él, y que fuera tan débil. Prefería a la reina, que podía moverse cuanto quisiera, y el caballo tenía cierto encanto inexplicable. Sin embargo, ella le había dicho que el rey era el jugador, el que estaba a cargo del tablero y comandaba todo. Le había dicho que, si eso fuera ToMan, él sería el rey —aunque mucho más proactivo, añadió Manjiro enfurruñado—. Entonces, a él se le metió en la cabeza que ella debía ser su reina porque siempre defendía y protegía su lado más vulnerable: su alma.

Cruzó la sala con pasos silenciosos, una habilidad que había adquirido con el paso de los años. Lo sorprendía que ya no era capaz de armar el alboroto que hacía con Kenchin cuando realizaban sus fechorías, niñerías inocuas que permanecían encapsuladas en el pasado. Ahora, si hacía el menor ruido, si tenía un traspié, todo estaría acabado.

Y era estúpido porque creía que todo estaría mejor con él muerto, pero era incapaz de ir contra su instinto de supervivencia.

Sin tocar la puerta, entró en la habitación que había destinado al entrenamiento de sus artes marciales y a mantenerse en forma. Aunque Sanzu se había dado las libertades de imponer un espacio para sus prácticas de kendo. Si bien el uso de una katana era una forma poco eficiente para el asesinato, a Mikey le gustaba verlo entrenar. La forma en la que blandía el arma era sublime, aunque jamás se lo diría porque sabía que no lo dejaría en paz.

—Sanzu —lo llamó sin importarle que aún no acabara con la sesión. Sabía que él interrumpiría cualquier cosa por atenderlo.

Pese a la pátina de sudor perlando su piel, su respiración agitada y el cabello amarrado en una cola alta, Sanzu no se había retirado la mascarilla. El chico bajó la katana y la apartó con cuidado para que Mikey no se lastimara, aunque era una precaución inane.

—¿Ocurre algo? No sueles iniciar las conversaciones.

—Quítate la mascarilla.

—¿Eh? —Sanzu alzó las cejas, pero no tardó en obedecerlo.

Respingó cuando Mikey tomó su rostro con una sola mano, acercándolo de tal modo que podía sentir su respiración. Se sintió expuesto ante su mirada oscura y no comprendió qué pretendía cuando, con la misma brusquedad con la que lo aproximó, lo apartó.

—Esas cicatrices... —Manjiro apartó la mirada—. ¿Cómo están tus hermanos?

Sanzu separó los labios y se llevó una mano al hombro, como queriendo acomodarse el cabello, sin recordar que lo tenía recogido.

—¿Por qué sacarlos a colación?

—Porque me enteré de que Senju andaba por allí causando problemas. Es una chica, no debería meterse en este mundo —dijo Mikey, tomando la katana enfundada y comprobando su peso.

—No me importa —espetó—. No voy a estar detrás de ella cuidándole el trasero. Si tanto quiere unirse a una pandilla, pues debe apañárselas sola como todos nosotros lo hemos hecho.

Mikey lo contempló unos segundos y suspiró. Dejó la katana a un lado. Ni siquiera sabía a dónde había querido llegar con eso. Había perdido su amistad con Sanzu desde hacía mucho tiempo, pero lo recordaba como la sombra de Mutto. ¿Cómo podía olvidarlo si él le había infligido las terribles cicatrices en su boca? Intentar apelar a un rastro de bondad en su corazón no tenía sentido, del mismo modo en el que él debería empezar a olvidarse de ser considerado.

Aun así, sin percatarse, se escuchó diciendo:

—Lo siento por lastimarte cuando éramos pequeños, Haruchiyo. Quizás las cosas serían diferentes si no hubiera ocurrido eso.

—¿Qué...? ¿Qué demonios dices? —masculló Sanzu—. Sí, tú me hiciste así como soy, pero no me arrepiento ni un poco. ¿Tú sí? Mikey, eres fuerte y tienes todo el potencial de devorarte el mundo, de regirlo, de ordenar tu voluntad. No voy a permitir que te doblegues a nimiedades como esta. ¿Que te disculpas? No es necesario, porque por estas cicatrices he logrado llegar hasta aquí y ser fuerte para ti.

Mikey parpadeó lento y meneó la cabeza. No sabía qué responder para no ponerse en evidencia. Sabía que con Sanzu no podría mantener una conversación decente, no cuando parecía idolatrarlo de un modo que lo asfixiaba.

—Es porque te viste con esa mujer, ¿verdad? Voy a matar a esa perra y...

El puño de Manjiro impactó con la pared de la que se apoyaba Sanzu, a milímetros de su rostro. Sanzu pudo escuchar la pintura resquebrajándose, su respiración agitándose apenas mientras la piernas le flaqueaban ante la mirada impenetrable de Mikey. Siempre lo fascinaba lo poco que podía dilucidar sus pensamientos, cómo era un enigma dispuesto a resolver.

—Te dije que esto es entre nosotros, este es nuestro mundo. Déjalos a todos en paz. Te mataré si me entero de que les pusiste un solo dedo encima. —Manjiro lo observó de soslayo y lo empujó con su otra mano por el pecho—. No creas que no se me olvida lo que hiciste el 22 de febrero de 2006, Sanzu. No me tientes.

Mikey lo empujó otro poco más, sacándole el aire, para después alejarse. Odiaba que, para seguir adelante, tuviera que valerse de Sanzu y de Koko y de todas las personas que, en algún punto, habían sido sus enemigos. Sin embargo, le ofrecían un camino que lo haría olvidarse de sus errores a cambio de algo que, al final de todo, no valía nada: su alma.

Inui Seishu era, de todos los amigos de Takemichi que había conocido, el más apuesto, a pesar de la cicatriz que marcaba su rostro. Rivalizaba entre la versión adulta de Naoto y Manjiro, aunque quizás su criterio estaba sesgado con él porque lo quería. Sin embargo, la perturbó lo fríos que lucían sus ojos.

—Mucho gusto —dijo él y rechazó la mano que ella le extendía porque estaba manchado con aceite de motor.

—Lamento que nos conozcamos en estas condiciones, pero...

—Oh, tu japonés es bueno —comentó, apenas en ese momento rompiéndose un poco su impresión inicial—. No me molesta, aunque este idiota tenía tiempo que no se pasaba a hablar conmigo.

Inui le dio una suave patada a Takemichi en la pantorrilla. Se excusó para irse a lavar las manos mientras los demás curioseaban por el taller. Parecía que le iba bien, pese a que el taller no era de él, por todos los autos y motocicletas que estaban en espera. Cuando regresó, les ofreció jugo de naranja.

—Tú eras la novia de Mikey, ¿no?

—Sí, yo...

—¿Regresaste para salvarlo? ¿En serio crees que puedes hacerlo? Quiero decir, y disculpa si sueno rudo, pero una de las razones por la que terminó así es por ti.

(T/N) parpadeó y apretó el vaso entre sus manos. Negó la cabeza hacia Chifuyu cuando intentó reclamarle.

—No podía hacer demasiado en ese momento. Solo tenía quince años y Manjiro es un obstinado sin remedio —dijo ella con suavidad—. Aunque eso no me excusa. Quiero ayudarlo tanto como él me lo permita porque lo quiero, no porque considere que debo cargar con algún sentimiento de culpabilidad... Él tomó sus decisiones en plenas facultades, Inui; yo no tengo potestad sobre su albedrío.

Inui tomó un sorbo del jugo y alzó la mirada hacia el techo. Soltó un suspiro y se giró a ver a Takemichi.

—¿Tú estás de acuerdo con esto? Quiero decir, tú también lo viste tomar ese camino... Todos lo vimos y no hicimos nada.

—Si Draken no pudo persuadirlo... —susurró Takemichi—. Los demás no hubiéramos podido hacer gran cosa.

—Quizás te habría escuchado —comentó Chifuyu—. Aunque ya sabemos cómo es Mikey. Mitsuya también intentó persuadirlo, pero solo se ganó una golpiza.

—No respondes mi pregunta, Takemichi —dijo Inupi, cruzando una pierna, haciendo que la atención cayera sobre las sandalias con tacón que usaba.

—Yo... No quiero tener problemas. —Agitó la cabeza—. Puedo ayudarlos tanto como pueda, pero tengo un límite y es cuando vea que no podré estar junto a Hina.

—Ya te dije que no tenías por qué acompañarnos hoy —repuso Chifuyu—. Tienes a alguien importante, así que es totalmente entendible. Ahora, Inupi, ¿por qué le preguntas eso?

—Porque pensé que también estaría desesperado por salvar a Mikey. Es raro —susurró él y se percató de la mirada confidencial que compartieron la chica y Chifuyu—. ¿Y qué quieren de mí? Yo no sé nada de pandillas desde hace como tres años, aunque...

—¿Aunque? —lo animó (T/N) a continuar.

—Koko me quiso invitar a "un gran proyecto". Intenté disuadirlo, pero ese también es medio idiota de lo obstinado, así que separamos nuestros caminos. —Inupi bordeó con el dedo el vaso.

—Creo que está involucrado con Mikey en una nueva pandilla llamada Bonten —dijo ella y enfrentó su mirada acerada—. Solo quiero que te comuniques con Kokonoi.

—¿Solo? —Él rio entre dientes con sorna—. Lo que pides no es tan fácil.

—Lo sé. Si partieron en malos términos, seguro que...

—Si lo llamas, puede que logremos sacarlo de ahí —ofreció Chifuyu—. No pierdes nada.

—No pierdo nada —resopló y puso los ojos en blanco, sacando el celular—. Eso es solo si tiene aún el mismo número y si responde después de ver quién lo está llamando.

—Bueno... —Takemichi respingó cuando los otros tres, que parecían todos adultos y él se sentía como un mocoso, giraron a verlo—. Yo creo que Koko sí te responderá... —se quedó callado unos segundos, pero Inui le pidió que elaborara—. Es que, bueno, no sé si te diste cuenta antes.

—¿De qué? —Chifuyu inclinó la cabeza, frotándose la barbilla como si quisiera recordar algún detalle que se le hubiera pasado por alto.

—De cómo te veía —esclareció Hanagaki mientras removía el hielo en el vaso.

—¿Qué? —repuso Inupi, sorprendido.

—Koko siempre te veía. Solo eso... Era como si buscara tu aprobación de todo lo que hacía. No sé si sea admiración u otra cosa, pero estoy seguro de que, si lo llamas, te responderá.

(T/N) no pasó por alto que Inupi, por un instante, lució azorado, pero logró guardar la calma. No estaba segura de qué insinuaba Takemichi, pero pareció surtir efecto cuando Inupi empezó a marcar un número. Se lo sabía de memoria, a pesar de los años.

Hubo un segundo tenso en el que Inupi pasó saliva con dificultad, todos contuvieron el aliento y a él le temblaron los labios apenas, sin tardar en recobrar el aplomo.

—Koko, cuánto tiempo.

Continuará...

¡Muchas gracias por leer!

N/A: No me pude resistir y terminé escribiendo Kokonui por culpa de esta escena xD

Sanzu me da miedo jaja Quiero escribir un extra de cómo Mikey aprendió a jugar ajedrez porque yo creo que, mientras logre concentrarse, lo haría muy bien.

Tengan un lindo fin de semana.

¡Cuídense mucho! >.<

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