Capítulo LIX: Futuro (VI)
Debían esperar siete horas para abordar el avión a su hogar, así que estaban en el terminal, intentando matar el tiempo de algún modo. Para sorpresa de (T/N), la cabeza le dolía un poco, pero no se había transformado en la migraña usual. Aun así, estaba segura de que el viaje al futuro sería inminente una vez se quedara dormida.
En cuanto a su mamá, se había tomado mejor de lo que esperaba las demostraciones de afecto de Manjiro, aunque estaba molesta. No sabía si arrepentirse o no de ese beso, porque lo había necesitado sin saberlo, pero temía que su madre tomara alguna medida extrema como prohibirle hablar con sus amigos japoneses.
Y amigos aparte, no quería dejar Japón porque era un país seguro y tranquilo, comparado con su tierra natal. Abrazó su equipaje de mano y suspiró. No llevaba ni siquiera medio día lejos de Manjiro y ya empezaba a sentir su ausencia, la imposibilidad de encontrarlo a unos cuantos minutos.
—Voy a dormir un rato —susurró ella, sus párpados sintiéndose pesados a medida que los minutos transcurrían y su cabeza empezaba a palpitar, despacio.
—Está bien —respondió su madre sin apartar la mirada del libro que leía.
El ruido del aeropuerto no tardó en difuminarse como si estuviera hundiéndose en un profundo océano.
Cuando abrió los ojos, la luz del sol la deslumbró unos segundos. Se colaba por la ventana de un bus y tuvo que pedir disculpas cuando perdió el equilibrio en una curva. No estaba segura del idioma en el que habló, porque la mujer con la que había tropezado la observó como si hubiera perdido la cabeza.
A través de la ventana, vislumbró el paisaje de la ciudad, los edificios, las calles, los parques, las casas, el estadio, los hospitales y los centros comerciales. El aliento se le quedó atorado entre los labios al percatarse de que estaba en su ciudad, no en Tokio. ¿Entonces, en doce años no estaría de vuelta en Japón, sino que se quedaría allí? ¿Pero qué pasaría con sus amigos? ¿Con Manjiro?
Quiso sacar el celular, pero recordó que no estaba en Tokio y, por tanto, quién sabía cómo estaría la delincuencia en su país después de tantos años. Procuró mantener la calma en todo el trayecto y se bajó en una parada que estaba en una zona familiar.
Sin dudarlo, buscó un centro comercial en el que entrar para tomar asiento y revisar el celular. La impresionaba lo mucho que había cambiado la zona y también la remodelación del edificio. Había nuevas tiendas y muchas otras habían cerrado. Las personas caminaban con ligereza, con los audífonos puestos y miraban sus celulares por más tiempo del que consideraba saludable.
Descubrió que extrañaba el olor y los sonidos familiares. Vio una franquicia de panaderías que aún funcionaba y entró para comprarse su bocadillo favorito. Se sentó en una de las mesas con un chocolate caliente mientras masticaba los bizcochos. Quiso llorar por la añoranza porque, si bien la gastronomía en Japón era espectacular, había algo distinto en las especias y en la calidad de los alimentos en su país.
Sin más preámbulos, revisó lo que tenía en la mochila, descubriendo que llevaba un cuaderno, una cartuchera y otro tipo de indumentos académicos. Se cercioró de la fecha, descubriendo que estaba en el 14 de febrero de 2018. Al fondo de la mochila, vio una credencial de una de las mejores universidades de su ciudad. Al parecer, se había graduado de psicóloga, de nuevo, y se estaba especializando en psicología infantil y adolescente, lo cual le pareció curioso.
En su celular, en la aplicación de notas, no había nada relevante y tampoco en los mensajes de algo que se llamaba WhatsApp. Por mucho que buscó entre sus contactos, no encontró mensajes recientes de sus amigos. Así que, sin dudarlo, se fue al navegador del celular y buscó sus nombres. Aún seguía sorprendida porque ese condenado aparato siempre tuviera internet, pero no lo pensó demasiado al descubrir que los nombres de sus amigos no estaban en ninguna noticia de accidentes o asesinatos. Hina estaba bien y, al parecer, era maestra. De Emma no encontró demasiada información, solo algo de que, tras el fallecimiento del señor Mansaku, ella se encargaba de llevar las cuentas junto a Ryuguji Ken del dojo de los Sano. Se le anegaron los ojos al confirmar que Emma y Draken seguían juntos, aunque se cuestionó por qué Manjiro no se veía por ningún lado. Chifuyu también estaba bien, salía en un foto de un grupo de trabajadores de una empresa de muebles, aunque se le hacía raro que su amigo se dedicara a ese oficio tan anodino.
Se pasó los minutos buscando información de Manjiro, en vano. No había casi nada sobre ToMan y no reconoció ningún nombre de las pandillas que dominaban el bajo mundo en Japón. Curvó una ceja al encontrarse con una llamada Bonten y reconocer a Kokonoi, quien Manjiro se lo había mostrado en una foto borrosa. Si bien no había hablado nunca con el chico, el corazón le dio un vuelco al reconocer a alguien más. Pese a que Koko exhibía una leve sonrisa torva, la persona a su lado llevaba una mascarilla negra que contrastaba con su piel pálida. Reconoció el cabello largo y lacio, y los ojos claros.
Era Sanzu, quien había intentado abducirla el 22 de febrero. No la sorprendía que siguiera en una pandilla, pero la preocupaba que personas cercanas a Manjiro estuvieran inmiscuidas en actividades ilícitas. Con dedos temblorosos, buscó más información sobre Bonten, su rostro palideciendo al descubrir que no distaba demasiado de lo poco que se había enterado de la ToMan de la primera vez que viajó al futuro.
Respingó cuando el celular vibró con una notificación. Aún sobresaltada, pinchó la notificación, cuestionándose de quién había sido la brillante idea de inventar un celular sin botones y una pantallita tan exasperante.
La notificación se abrió en una nueva ventana que mostraba la bandeja de entrada de su correo.
El remitente era "[email protected]" y a (T/N) se le aceleró el corazón al reconocer la miniatura de una foto de Hina. Posaba sonriendo con la mano alzada a un lado de su rostro y eso era...
La chica quiso gritar de emoción y más cuando abrió el archivo adjunto en el correo después de batallar con el celular unos segundos. Era una invitación a su boda, que, por supuesto, sería realizada en Tokio. Le estaba dando más de un mes para decidirse a ir. Quería responderle que iría, que ni siquiera tenía que pensárselo dos veces, pero su ánimo decayó un poco al leer lo escrito en el cuerpo del mensaje:
"Querida amiga,
Sé que no hemos hablado en muchos años, pero no puedo imaginarme este gran día sin ti. Takemichi y yo no estaríamos juntos de no ser por ti y por Emma. Me gustaría rememorar los viejos tiempos e intentar acortar la brecha que el tiempo ha abierto entre nosotras. Te guardo cerca de mi corazón como una de las mejores amistades que la vida me ha podido dar. Así que deseo con todo mi ser que asistas. Si tienes problemas para hospedarte, estoy más que dispuesta a recibirte en mi apartamento. Es pequeño, pero podremos arreglárnoslas.
Te deseo el mayor de los éxitos y una respuesta favorable.
Con amor,
Hina."
Entonces...
Suspiró.
Entonces no había continuado en contacto con ella ni con Emma ni con nadie, al parecer. Bajó la mirada al chocolate a medias, ya frío, y se percató de algo inusual en sus manos. Nunca le había gustado llevar anillos porque se los sacaba para lavarse las manos y los dejaba olvidados. Así que se sorprendió al encontrarse con uno, plateado y con una pequeña piedra azul brillante. Curvó una ceja y se lo sacó. En el interior encontró grabado los kilates, así que supuso que debía tratarse de oro blanco, pero tampoco era experta. Al girarlo un poco, descubrió que había algo más grabado. Estaba su inicial más una eme.
Parpadeó, sintiendo su corazón cimbrar con un alborozo inimaginable. ¿Eso significaba que Manjiro y ella...? Sonrió. ¿Acaso se habían comprometido? Quizás él fue el que se lo propuso. Se lo imaginó hincándose en una rodilla, aunque era Manjiro y era más plausible que lo hiciera de forma casual, en una conversación informal. ¿O tal vez había sido ella quien dio el paso? Podía verlo completamente porque a veces Manjiro tenía la cabeza en otro lado. Pero si Manjiro y ella estaban comprometidos, ¿por qué no lo encontraba en sus contactos?
¡Ah, claro!
¡Quizás le había puesto algún apodo cursi! Buscó entre sus conversaciones hasta encontrarse con alguien llamado "Amor". Entró al chat y leyó las últimas conversaciones, en español, y usando modismos que Manjiro jamás usaría. Pese a que su novio había aprendido un poco de español, habían descubierto pronto que los idiomas no se le daban bien. Por lo tanto, ni con doce años de práctica podría escribir de ese modo, dándose libertades con el idioma. Lo que significaba que no era Manjiro... No iba a casarse con él.
La noticia le dejó un sabor amargo en la boca que ni siquiera el chocolate se lo quitó. Fue a la galería y pasó la vista por las fotos guardadas, tan nítidas que aún le parecía impresionante.
Había fotos de informes y datos de pacientes, de ella dando charlas y conferencias. Le pareció muy genial lo profesional que se veía, contrario a su experiencia con su anterior yo que le gustaba el alcohol en cantidades preocupantes. Luego, encontró algunas fotos con su supuesto amor.
Era un hombre bastante normal, si lo comparaba con la belleza etérea, rayana en surreal, de Manjiro. Al parecer llevaban tres años juntos y él le había propuesto matrimonio —él sí se había hincado en una rodilla y se había asegurado de tener espectadores que tomaran fotos—. La llevaba a comer, paseaban, iban de viaje. No estaba mal, pero no era Manjiro. En las fotos en las que salían juntos, su sonrisa no parecía genuina. Pero, a fin de cuentas, tendría que preguntarle a Hina, quien alguna vez había dicho que ella miraba diferente a Manjiro. Probablemente toda su opinión estuviera sesgada porque quería a Manjiro, quizás esa versión suya del futuro realmente amaba a ese hombre. No lo sabía, pero...
Sus ojos se fijaron en todos los archivos que tenía guardados en una carpeta a la que no supo cómo llegó porque, al presionar la pantalla, simplemente se había abierto. Al parecer, eran historias clínicas de sus pacientes. Ojeó los nombres, acompañados de un diagnóstico al lado con curiosidad, hasta que se encontró con una que solo decía "Mikey", sin apellido ni ningún diagnóstico.
Su corazón dio un vuelco y no dudó en abrirlo. El archivo se tardó unos segundos en los que comprendió que, pese a querer ser profesora, sus otras versiones de las demás líneas temporales habían decidido estudiar temas afines con la psiquis humana por eso, para comprender a Manjiro.
El documento de Word, con muchas modificaciones que la hicieron dudar sobre qué presionar porque podría terminar borrando todo, se abrió y lo primero que reconoció fue uno de los bocetos que había hecho de Manjiro. Apretó los labios, su corazón acelerándose a la expectativa de lo que iba a descubrir.
Aunque lo cierto fue que no entendió mucho. Las ciencias naturales no le gustaban y había términos que jamás había oído, pero comprendió que se trataba de un análisis de Manjiro, de sus actitudes y de lo que le había contado de su pasado. Exploraba la relación con sus padres, el trauma de la muerte de su madre y de la negligencia de su padre, hablaba del efecto que tuvo la muerte de Shinichiro al perder a otra figura de autoridad, de la relación con el señor Mansaku quien no había podido cumplir un buen papel como criador, limitándose a ser solo un proveedor. Mencionaba los sentimientos de traición hacia Kazutora y, en parte, Baji. Y exponía sus posibles sentimientos hacia Izana, una relación repleta de paradojas. Toda esa cadena de eventos desembocaba en una depresión crónica con mecanismos de protección inadecuados.
Hacía un extenso análisis de la represión de sus sentimientos, que luego fluían al exterior en accesos de ira que explicaban sus comportamientos impulsivos. Lo comparaba con un globo que se inflaba de toda clase de pensamientos y sentimientos hasta estallar.
Su corazón se encogió cuando leyó sobre la posibilidad de que Manjiro se odiaba a sí mismo, pero su sentido de autopreservación y de soportar todas las desgracias con la excusa de que se las merecía evitaban que atentara contra su propia vida, lo cual podría generar una tendencia a la autodestrucción.
Recordó que el Manjiro de cabello negro se había quitado la vida y la preocupó que Manjiro hubiera llegado a algún extremo. Sin embargo, no tenía cómo contactarlo.
Regresó la mirada al texto para fijarse en lo que siempre había sospechado sobre su tendencia a crear vínculos de dependencia. En el análisis de su yo psicóloga, que escribía con una propiedad que la hacía enorgullecerse por todo su potencial, mencionaba que tenía un lazo de dependencia con Emma, al ser su hermana y sentirse responsable de su bienestar, aunque no estaba segura de cómo la fractura de esa relación por el accidente lo afectaría a largo plazo. Luego, estaba Draken, más permisivo, pero que no dudaba en contraponer sus ideas cuando no estaba de acuerdo; sin embargo, era una relación que estaba destinada a seguir caminos diferentes por el surgimiento de intereses distintos entre ambos. Después, se mencionaba a sí misma, quien, en su momento, había escuchado y dialogado con él, manteniéndose al margen de los prejuicios para comprenderlo, había sido un apoyo fundamental y alguien a quien Manjiro empezó a considerar clave para su supervivencia. Perderla a ella seguro había sido un golpe duro que lo llevaría a primera base, a cerrarse de nuevo con sus emociones y su rabia.
(T/N) repasó el último fragmento. ¿Por qué la había perdido si ella se iba a asegurar de hablar con él pese a la distancia? A menos que...
Leyó un pequeño fragmento que, por último, hablaba de su relación con Takemichi, pero no pudo avanzar más cuando el celular empezó a vibrar. Entró en pánico al ver el remitente: Amor.
Continuará...
¡Muchas gracias por leer!
N/A: Cuando me gradúe, mi tesis será sobre Mikey xD Encontré algunas teorías fuertes sobre Mikey y Tokyo Revengers en general en internet, y la mayoría me dejaron traumada jaja
Me acabo de dar cuenta de que casi no hay diálogo en este capítulo, lo siento por los bancos de texto xD
Tengan un provechoso día.
¡Cuídense! >.<
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