La vida depravada del príncipe de Gales.
En esta historia solo veremos a George Augustus Frederick de Hannover siendo príncipe de Gales y protagonizando numerosos escándalos que fueron reales, pues le encantaba organizar camas redondas a las que asistían sus amigos y las amantes o las compañeras ocasionales. Uno de sus biógrafos lo describió como «enemigo de su desventurado padre, amante infiel, amigo perjuro, fatuo sin corazón y necio sin alma». Después de su muerte el duque de Wellington le comentó a lady Salisbury: «Ninguna mujer estaba realmente unida a él, la señora Fitzherbert quizá fue la más cercana. Él era demasiado egoísta». Pero lo cierto es que su vida estuvo marcada por la locura del padre y se dedicó a exprimir cada segundo como si cada día fuese el último.
El rey George III padecía porfiria aguda intermitente. Se trataba de una enfermedad de la sangre de la que los médicos de la época no tenían conocimiento. Es más, los tratos brutales a los que lo sometieron agudizaron su demencia. Decía que se comunicaba con los ángeles, hablaba horas y horas sin hacer pausas para respirar y una vez saludó a un roble como si este árbol fuera el rey Federico Guillermo III de Prusia. En 1811 lo apartaron de sus funciones y lo recluyeron en el castillo de Windsor, nombrando como regente al heredero de la Corona. Y en 1820 parloteó cincuenta horas de corrido para luego entrar en coma y morir.
En vista del panorama familiar que acompañó al príncipe, no resulta tan extraño que este se dedicara a disfrutar cada segundo de su vida yendo de una amante a la siguiente, derrochando fortunas en el juego y organizando fiestas orgiásticas. La única mujer que lo marcó fue María Fitzherbert, a quien conoció en la Ópera de Londres en 1784. Era seis años mayor que él, dos veces viuda y muy católica. Además se negaba a acostarse sin pasar por el altar, de ahí que el joven George quisiera casarse con ella. Pero como tenía veintiún años necesitaba el consentimiento del rey, permiso que este nunca le daría.
Angustiado, el príncipe de Gales fingió un intento de suicidio para ablandar a María. Pensaba que cuando lo viese cubierto de sangre le concedería el honor de ser su esposa. Ella aceptó, forzada por las circunstancias, pero al día siguiente abandonó la isla y se escapó al continente con la esperanza de que a George se le pasase el enamoramiento. Estuvieron separados durante un año.
Sin embargo, la distancia acrecentó el amor del príncipe. Volvió a proponerle matrimonio en una carta, suplicándole que volviera a Inglaterra. Tal como se estilaba en la época, le envió su ojo derecho pintado por el reconocido miniaturista Richard Cosway, amigo personal del heredero. Al parecer funcionó porque María volvió y se casó con el príncipe el 15 de diciembre de 1785 mediante una ceremonia secreta y morganática. Se conocía con el nombre de matrimonio morganático a la unión realizada entre dos personas de rango social desigual, en el cual se impedía que el cónyuge o que cualquier hijo de dicha unión heredara u obtuviese los títulos, los privilegios y las propiedades del noble.
Tiempo después, Cosway pintó el ojo de María para que ambos llevasen la mirada del ser amado sin comprometer el anonimato. Esto en teoría, porque la unión entre ambos era un secreto conocido a voces, pues George se paseaba con el ojo de María por la Ópera de Londres colgado en un brazalete y a la vista de todo el mundo.
Si María fue el objeto de una pasajera obsesión, Carolina de Brunswick, la esposa que el padre lo obligó a tomar el 8 de abril de 1795 para que sentase cabeza, fue el objeto del más feroz odio. El heredero de la Corona se presentó borracho en la ceremonia y la novia lo hizo dormir en un canapé fuera de la habitación matrimonial. Las relaciones sexuales que mantuvieron fueron muy escasas, pero lo suficientemente aptas para engendrar a la princesa Carlota, quien nació en 1796. No obstante, su vida de disipación continuó con más brío y con más desenfreno, agudizada por la persecución a Carolina.
En 1811, cuando sustituyó al padre en el trono en calidad de regente, se dedicó a hacerle la vida imposible. Conseguía que otras personas acosaran a la esposa legalmente con querellas y con diversas demandas. Llegó a tal extremo que cuando el Ministro de Exteriores, lord Castlereagh, se presentó ante él para ponerlo en conocimiento de que habían vencido a Napoleón en Waterloo, el príncipe le replicó enfadado: «¡Al diablo con Waterloo! ¡Al diablo con Wellington! Lo único que quiero es que me libren de la princesa de Gales».
En 1816 su hija Carlota contrajo matrimonio con el futuro rey Leopoldo I de Bélgica y recién ahí Carolina se sintió libre de responderle con la misma estrategia. Empezó a viajar por Europa y participaba en desenfrenados bailes de disfraces. En 1817 se compró la Villa d'Este de Cernobbio, junto al lago Como, y contrató en el puesto de mayordomo a Bartolomeo Pergami, que había sido teniente en la reserva del ejército italiano y que era de extracción muy humilde. Pronto lo convirtió en su amante.
Así se burlaban de la pareja en los periódicos de la época:
Ambos se dedicaron a pasear por los lugares de moda sin esconderse de la vista del público, hasta que en 1820 George III murió y se convirtió en reina. Le comunicó al esposo —George IV ahora— que volvía a Londres y la respuesta de este fue proponerle recibir 75.000 libras esterlinas anuales a cambio de renunciar a los títulos y a los privilegios. Además, debía quedarse a vivir en Italia. Carolina se puso en camino a Inglaterra en el barco correo que tenía como destino Dover, pues George —ninguneándola— no le envió ningún navío oficial.
El nuevo rey demandó a la cámara alta que anulara el matrimonio con Carolina por adulterio y conducta viciosa y deshonrosa. Solicitaba que la despojasen de la condición de reina y de todos los títulos y de las condecoraciones. Aportó pruebas del Foreing Office y los lores interrogaron a los testigos sobre los hechos más escabrosos acerca de la conducta de Carolina. Majocci, un antiguo criado, testificó delante de todos que la había visto besándose en la boca con Pergami. Objione, el cocinero, que habían estado juntos en la habitación de una posada. Borzuelo describió cómo Pergami se dejaba la bragueta abierta delante de Carolina.
El abogado de la reina rebatió los argumentos: Majocci tenía un oscuro pasado, Objione había sido despedido por borracho y Borzuelo había cumplido tres condenas por robo. Además sostuvo que los testigos habían sido comprados por la policía británica, lo cual era cierto. Carolina no utilizó la bigamia como defensa porque si el matrimonio fuese declarado nulo habría acabado con George, pero su finada hija Carlota —fallecida en 1817 durante el parto de su primer retoño— sería bastarda.
Pese a que George IV presionó a los lores, la votación final absolvió a Carolina porque más libertino siempre había sido él. No obstante, ella poco pudo disfrutar de este fallo: murió tres meses después, a la edad de 53 años, sin que su marido permitiera que fuese coronada y negándole el acceso a los palacios y a los castillos reales.
Si deseas saber más lee el artículo de Carlos Berbell en ConfiLegal titulado George IV de Inglaterra: mujeriego, jugador y bígamo, llevó a su esposa a juicio por adúltera y conducta viciosa. También el de la BBC ¿Qué son los ojos de amante y qué secreto guardaban? y el libro Lady Hamilton, de Valentí Puig (Editorial Planeta, 1994, Barcelona).
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