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EPÍLOGO. Memorias.

«La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos».

Cicerón

(106-43 a de C.).

Caroline analizó desde todos los ángulos la tierna carita de Sophie, su hija recién nacida. Esbozó una sonrisa de regocijo, pues a primera vista parecía que sus rasgos predominaban. Sin embargo, eran una mezcla perfecta de las fisonomías de ambos.

     Muchos se centraban en el pelo rubio nórdico e ignoraban los ojos miel igualitos a los de su esposo. Pero si alguien tenía la suficiente agudeza advertiría, también, que la carnosidad del labio superior y el grosor del inferior constituían un calco de la sensual boca del padre.

     ¿Quién hubiera dicho que su útero fuera tan democrático y que hubiese rechazado siempre todo rastro de nobleza? John tuvo que malvivir en una celda republicana durante años y luego aparecer vestido de plebeyo para preñarla.

—¿Cómo está mi pequeña glotona? —preguntó su marido, entrando en el dormitorio.

     Le quitó a la bebé de los brazos y luego la contempló arrobado. La meció con destreza, pues le dedicaba largas horas a la pequeña. Mientras le acariciaba el diminuto estómago para hacerla sentir protegida, Sophie le sonrió.

—¡Sois igualita a vuestra madre, mi amor! —pronunció el conde, orgulloso.

—Discrepo, milord, es igual que vos. Acabo de darle de comer y no me soltaba los pechos. ¡Se aferraba como si nunca me fuera a dejar escapar! —bromeó Caroline, ciñéndolo por detrás y poniéndole la mejilla sobre la fuerte espalda.

     La chica había alterado las tradiciones también en esto, pues se negaba a que una nodriza alimentase a la niña, práctica habitual entre las damas. Es más, John y ella estaban decididos a romper los moldes en todo. Porque su esposo le cambiaba los pañales, una tarea que le encantaba, y tampoco deseaban que Sophie se criara en manos de niñeras. Y, menos todavía, cumplir como padres el papel frío y distante que mantenían los miembros de la alta sociedad con sus hijos. Los apartaban en el día a día y los lucían de vez en cuando en alguna reunión, como si en lugar de individuos formaran parte del decorado. Por el contrario, pretendían educarla en sus valores liberales para que se convirtiera en una persona completa y no en la prolongación de un indiferente marido y con la única finalidad de darle una extensa prole. Si Sophie en algún momento desease asistir a la universidad se dedicarían a romper las barreras existentes para que pudiera cumplir su sueño. Y, con ello, ayudarían a todas las mujeres que vendrían detrás. Porque el progreso era imparable y nada ni nadie podría detenerlo.

—Me siento feliz estando aquí con mis dos amores —repuso John: la giró y le dio un dulce beso, que a Caroline le supo a gloria.

—He estado pensando, cielo, que dentro de un tiempo prudencial me gustaría volver a tratar. Quiero tener más bebés vuestros.

     Utilizaban preservativo desde que se había acabado la cuarentena post parto, pues sospechaban que la volvería a embarazar enseguida.

—¿Os parece oportuno intentarlo tan pronto con vuestras nuevas obligaciones en la Orden? —la interrogó John, necesitaba estar seguro.

—Ahora que sois aprendiz, vida mía, será una tarea compartida... Sentaos en el sillón —le pidió, lo observaba con arrobo.

     Y cuando el hombre se acomodó, siguiendo sus instrucciones, se le sentó sobre las piernas de modo que él las pudiese abarcar a ambas.

—¡Ah, lo siento, estáis ocupados! Vuelvo después —se disculpó Elsie, que se asomaba a la puerta que John había dejado abierta.

—No, cariño, entrad —la invitó Caroline—. En unos minutos íbamos a ir a buscaros. Tenemos algo que deciros.

—Venid, Elsie, acomodaos aquí. —John le señaló la silla pegada a ellos.

     La joven avanzó con rostro solemne. Además de haberse convertido en una joven muy guapa —la esbelta figura, los ojos almendrados y la larga y brillante cabellera negra llamaban la atención de todos los caballeros— había demostrado tener un talento especial para los números. Por eso John y Caroline la aleccionaban para que los ayudara en las tareas administrativas.

—Como sabéis, a lo largo de los años habéis demostrado ser una hija para Caroline y los dos os queremos como tal —le anunció John y clavó la vista en la muchacha—. ¿Os gustaría que lo hagamos oficial? Nos ha llevado varios meses reunir toda la documentación necesaria para poder adoptaros. ¿Querríais tenernos por padres y ser la hermana mayor de Sophie?

—¡Claro que sí! ¡O quiero como si lo fueseis! —Y Elsie se puso de pie y los encerró en un amplio abrazo.

     Horas más tarde y ya sola en el escritorio, Caroline cogió la pluma y escrutó la hoja en blanco. Quería guardar cada uno de sus recuerdos y cada una de las experiencias vividas, para que más adelante Elsie y Sophie las pudiesen leer. Porque sus almas se hallaban conectadas: eran aristócratas y también las hijas de la cortesana. Tal vez después de su muerte, inclusive, alguna de ellas u otro descendiente suyo se atreviera a publicarlas.

     Reflexionó un segundo y escribió:

     ¡Qué martirio! Caroline prefería la tortura medieval «el arranca senos» o ser ahorcada por bruja que volver a escuchar el trigésimo «¡qué triste debéis de estar por la muerte de vuestro marido!» o el enésimo «os acompaño en los sentimientos, milady».

     ¡Falsos! ¡Todos sabían que en realidad festejaba haberse liberado de él! Según su opinión particular, Nigellus se había demorado demasiado en abandonarla e irse al otro mundo a tocar el arpa con San Pedro y con el coro de ángeles. O, lo más probable, a susurrarle maldades al Diablo en el Infierno para continuar con sus costumbres, ya que en vida había sido la persona más perversa y más ruin que había conocido...




https://youtu.be/4mFW7Yi_KkQ





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