El espiritismo.
Quizá os llame la atención que en la historia haya sesiones de espiritismo y que no se utilice esta palabra en ningún momento. El motivo radica en que no existía este término en los años en los que se ambienta la novela. Sin embargo, me gustaría hacer un recorrido por los acontecimientos históricos relacionados con lo paranormal, tema que me apasiona.
Entre los antecedentes del espiritismo se encuentran el mesmerismo, las funciones en las que se utilizaba la ciencia, las demostraciones con sonámbulos y las «fantasmagorias», en las que se empleaban linternas mágicas para crear la ilusión de fantasmas y de demonios. También los médiums que actuaban como profesionales del espectáculo, a la altura de los magos y de los ilusionistas. Aunque, como es lógico, los que contactaban con los espíritus abogaban por la veracidad de los fenómenos que mostraban.
El mesmerismo surgió de la controvertida teoría sobre el «magnetismo animal» de Franz Friederich Anton Mesmer (1734-1815), quien sostenía que si el fluido magnético del cuerpo humano no se hallaba equilibrado podían producirse enfermedades. Es necesario aclarar que en ese entonces pensaban que la salud se regía por los astros y se fundamentaban en la Teoría de la Gravedad de Isaac Newton. Según Mesmer la gravedad celestial afectaba el fluido invisible del cuerpo, al igual que sucedía con las mareas. Este flujo y reflujo podía alterar el equilibrio y provocar desórdenes mentales. Su «teoría de la gravitación animal» permitió que se graduara en la facultad de medicina en el año 1766. Recordad que uno de los primeros trabajos de la futura lady Hamilton, que se relatan en la novela y que responde a la realidad, fue en un centro de este tipo sito en Londres.
Mesmer conoció a Mozart y este tocó en su casa. Una de las óperas juveniles fue estrenada en su jardín. Al joven Wolfgang Amadeus le quedó grabada la historia de una muchacha llamada Franzl Oesterlin, que vivía allí y que padecía de «debilidad nerviosa». Sufría vómitos, desmayos, ceguera transitoria, depresión y delirios. Mesmer consideró que si las corrientes del fluido invisible producían fuerzas magnéticas él podía controlarlas. Para curarla le puso imanes con forma de herradura en los pies y uno con forma de corazón en el pecho. Franzl mejoró muy pronto y contrajo matrimonio con su hijastro.
Os dejo una imagen de la época:
Años después y en otra visita, Mozart le escribió al padre:
«Estoy escribiendo esto —¿en dónde crees?— en el jardín de los Mesmer. Franzl, ahora Frau von Posch, está aquí. No te la puedes imaginar, te lo juro. Casi no la reconozco, está tan grande y fornida. Tiene tres hijos, dos niñas y un joven caballero... todos creciendo muy fuertes y sanos».
A partir de esta prueba Mesmer usó la cura magnética con otros pacientes que padecían epilepsia, histeria y melancolía, obteniendo siempre resultados positivos. Las noticias de sus hazañas se repartieron por Viena y enseguida otros médicos comenzaron a hacer curas magnéticas. Estableció una consulta en su casa y los pacientes sumergían las manos y los pies en baños llenos de «agua magnética». La fama de Mesmer creció como la espuma y se lo convocó para curar a nobles y a dignatarios de Hungría y de Suiza. En ocasiones no usaba imanes —solo las manos— porque creía que bastaba su propio magnetismo animal para curar.
También había caricaturas en los periódicos en las que se burlaban de él:
Hubo un escándalo en 1777. Aseguró que había curado de ceguera a una niña de la corte imperial austríaca —Maria Theresia von Paradis—, quien más adelante se convirtió en una de las más famosas pianistas, cantantes y compositoras de Europa. El problema radicó en que cuando Mesmer, supuestamente, le devolvió la vista la incapacitó para tocar y solo recuperó este don cuando volvió a quedarse ciega. Esto hizo que los médicos vieneses lo acusaran de fraude.
Para alejarse de la mala fama, en 1778 se mudó a París y comenzó de nuevo. Montó un exitoso consultorio donde inventó un tipo especial de baño lleno de agua magnetizada. Los pacientes se sentaban en círculo y se cogían de las manos para que el fluido magnético fluyera entre ellos. Utilizaba luces tenues y Mesmer u otro músico se sentaba en la esquina y tocaba música suave. Luego recorría la zona posando las manos o una vara magnética sobre los cuerpos de los pacientes, hablando en voz baja para que entraran en trance.
Sin embargo, en 1784 un grupo de médicos franceses persuadió al rey Luis XVI de que efectuara una investigación especial. Entre los miembros de este comité estaban Antoine-Laurent de Lavoisier («padre de la química moderna»), Benjamin Franklin (político, polímata, científico e inventor estadounidense) y Joseph Ignace Guillotin (médico, diputado y creador de la guillotina, la máquina revolucionaria de decapitación). La Real Comisión Francesa constató in situ y observó que durante los baños magnéticos algunos pacientes se mareaban y que otros se agitaban hasta convulsionar. Incluso se sometieron ellos mismos al tratamiento sin encontrar beneficio alguno. Concluyeron que la existencia del fluido magnético era imposible de probar por ser invisible, incoloro e insípido y que las curas solo funcionaban por el poder de la sugestión.
Una segunda investigación de la Real Sociedad Médica llegó a la conclusión de que las ideas sobre el magnetismo animal eran inútiles, peligrosas y que deberían prohibirse estas supuestas curas. Esto hundió a Mesmer, lo que unido a la Revolución Francesa le hizo perder la fortuna. Regresó a Austria y a Suiza buscando fondos oficiales y apoyo para continuar con la tarea, pero se lo negaron. Nunca se recuperó.
Pese al descrédito final, sus teorías sentaron las bases de la psicología moderna en las investigaciones sobre hipnotismo, sugestión y efecto placebo, porque las mentes de los pacientes inducían la curación.
El Dr. Graham, que era el jefe de lady Emma en el Templo de Escapulapio, seguía estas mismas enseñanzas y también lo echaron de Londres.
Esta es una publicidad de la época acerca de la cama celestial a la que me referí en la historia:
Fundamentándose en estas teorías surgieron videntes que intentaban contactar con el otro plano. Estos años coincidieron con una época de guerras y de epidemias que generaron una fuerte espiritualidad. Todos habían perdido a familiares y deseaban hablar con ellos. El auge de las sesiones espiritistas en Inglaterra y en Estados Unidos fue en el siglo XIX. De este modo se forjaron verdaderos liderazgos femeninos y sirvió de coartada para que estas mujeres recorrieran grandes distancias transmitiendo el mensaje de los muertos, el sufragio femenino y hasta consejos a mujeres maltratadas o contra la esclavitud.
Los médiums creaban un entorno silencioso, oscuro, misterioso, invocaban el nombre del muerto con el que iban a contactar y luego se escuchaban golpes «desde el Más Allá» y que ellos «traducían». El deseo de las familias de que esto fuese verdad les impedía ver los elementos que utilizaban los impostores, las cuerdas y las personas escondidas o darse cuenta de las vacilaciones en la información del intermediario.
Hubo un caso famoso, el de las hermanas Fox, sobre cuya base nació el Espiritismo como tal. Vivían en Rochester, Nueva York. En el hogar convivían los padres, tres hijas y un ente invisible al que las niñas llamaban Pezuñas. La popularidad y las dudas que sembraron tuvieron tal trascendencia que cuarenta años después de los acontecimientos, en 1888, Margaret Fox subió al escenario de la Academia de Música de Nueva York para reconocer que todo había sido un fraude y dar un golpe de muerte al Espiritismo revelando los métodos que había utilizado con su hermana Kate para engañar a la progenitora, a la hermana mayor —Leah, que fue manager de las otras dos— y al público en general.
Según su declaración, las dos deseaban asustar a la madre y ataron una manzana con una cuerda. Así, la hacían rodar durante la noche. Cuando la mujer no pudo soportar más el miedo llamó a los vecinos. Fue entonces que decidieron utilizar los golpes para responder a las preguntas. Kate descubrió que silbando con los dedos podía producir determinados ruidos con las articulaciones y con los tobillos y que este mismo efecto podía obtenerlo con los dedos de los pies. Ambas hermanas practicaron hasta que lo pudieron efectuar fácilmente cuando la habitación se hallaba a oscuras. Con este fraude tan simple ganaron fortunas a lo largo del tiempo.
El auge del espiritismo coincidió con la edad de oro de los espectáculos de magia, donde la ciencia, el teatro y lo sobrenatural se unían en alianza con la fotografía. Las modernas técnicas fotográficas lograron «capturar» fantasmas, que luego la prensa difundía. Ludwig Döble, un mago de Viena, encendía cien velas disparando la pistola una vez. El Gran Carter hacía desaparecer a la esposa en una nube de humo y el Gran Lafayette subía un león al escenario, lo azuzaba contra su ayudante y de improviso la bestia se convertía en el propio Lafayette. Era tal la competencia entre magos que ponían en riesgo las vidas. Cortaban a sus ayudantes a la mitad o atrapaban balas reales. De esta última manera murió William Robinson al fallar el arma trucada.
La magia y el progreso científico siempre aparecían mezclados. Jean Eugène Robert-Houdin aparecía en escena vestido de frac y acompañado de un elefante y de sus famosos hombres mecánicos que escribían mensajes. Hacía aparecer al hijo de una carpeta y los trucos eran una combinación de lo más avanzado de la ciencia y de la tecnología. Se lo considera el «padre de la magia moderna», y, años después, el famoso escapista Houdini le tomó prestado el apellido.
Si deseas saber más sobre el tema te recomiendo el libro El espectáculo de la ilusión: la magia, lo paranormal y la complicidad de la mente, de Mathew L. Tompkins (Editorial Siruela, Madrid, 2019). También el artículo del 15 de enero de 2017 de la serie Historias de Ciencia de la BBC escrito por Phillip Ball, titulado El mesmerismo, la cura para todo en la que Mozart confió y a la que Benjamin Franklin desmintió. Por último, os invito a leer Visionarias: la sorprendente historia de las médiums feministas, de Pablo Francescutti, publicado en el Diario Público el día 2 de marzo de 2020.
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