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CAPÍTULO 25. ¿Un traidor entre los nuestros?

«Es fácil esquivar la lanza, mas no el puñal oculto».

Proverbio chino.

John besaba a Caroline con tanta veneración que a esta se le hizo un nudo en la garganta por la angustia, pues podría haberse visto obligada a prescindir de sus caricias para siempre.

—¡Cuánto me anhelabais! —exclamó el conde, demostraba con esta afirmación que continuaban en la misma línea de comprensión mutua que en el pasado—. Nuestros corazones laten sincronizados y no dejamos de mirarnos uno a otro.

—Es que habéis conseguido acariciarme el alma, vida mía. —Le enredó, juguetona, la cabellera oscura mientras él le frotaba el ombligo con la húmeda lengua—. ¡Necesito tanto que seáis feliz, John!

—¡Y lo soy más que nunca! —apasionado, le confesó—: No he podido dejar de pensar en vos todos estos años. Vuestro amor era el láudano que me calmaba el dolor espiritual y que me curaba las heridas físicas mientras estaba en la prisión.

     La joven no aguantó más. Se le escurrió, estremecida, entre los fuertes brazos y se situó a horcajadas sobre él. Le sujetó el hinchado miembro, se lo colocó en la entrada y con una rotación de la cintura permitió que se le deslizara dentro y que la colmase.

—¿Veis? Vuestro complaciente amigo sabe lo que tiene que hacer y dónde tiene que estar. ¡No os podéis imaginar cuánto os amo! —Caroline bajó los párpados y se concentró en las sensaciones que la llevaban al borde de la locura, en tanto lágrimas de dicha le regaban las mejillas—. Con este compás suave siento que me llenáis más, esposo mío.

—¡Sois única, mi vida! —gimió John, extasiado, cuando la muchacha contrajo los músculos vaginales de forma rítmica—. ¡Por favor, dadme más, haced que nuestra noche de bodas siga siendo tan increíble!

     Y mientras le suplicaba la sujetó de la cadera con su única mano y la hizo subir y bajar con más energía. Dejaron de hablar y permitieron que los cuerpos expresaran la infinita gama de sentimientos que los avasallaba. Como siempre había ocurrido entre los dos, las palabras tenían un espectro muy limitado y no plasmaban el inmenso amor que los unía.

     Se corrieron juntos. Acto seguido Caroline se desmoronó sobre John y lo abrigó como si fuese una cálida manta. Así, saciados, se durmieron en una intensa calma que ambos llevaban cinco años sin disfrutar.

     No obstante, horas después, John gritó dormido:

—¡No, por favor, no lo hagáis!

     Se revolvía de un lado a otro en brazos de Caroline, sudoroso, sin que consiguiera salir de la pesadilla.

—¡Despertad, mi vida, es solo un mal sueño! —le susurró la joven en el oído—. ¡Estáis conmigo, has vuelto a casa! —Recién ahí John abrió los ojos.

—¡Os encontráis a mi lado! —suspiró él, en tanto la abrazaba como si nunca fuese a soltarla—. Creía que todavía seguía allí y me martirizaba pensando que jamás os volvería a ver, amada mía.

—¡Nunca os dejaré! —Caroline lo besó en los labios con ardor para que se diese cuenta de que era real y se puso la mano de John en uno de los pechos—. Tocadme y esta pesadilla se esfumará para nunca más volver. Entrad en mí y nuestro deseo se convertirá en una barrera frente a los malos recuerdos. ¡No permitiremos que la maldad nos venza, corazón mío! —Y, arrebatado por la pasión, el conde la poseyó y exorcizó de este modo un pasado de amarguras, que amenazaba con consumirlos y con transformarlos en cenizas.

     Media hora más tarde, emocionado, John la acarició y le comentó:

—Nunca hubiese imaginado que guardaríais toda mi vestimenta y mis posesiones.

—Era lo único que me quedaba de vos, vida mía. ¡Necesitaba respirar vuestras prendas y sentir vuestro olor! Por desgracia, a medida que el tiempo pasaba se hacía más difuso...

     Caroline efectuó una pausa y se atrevió a pronunciar:

—Creo que sería positivo para ambos que me contarais qué sucedió después de vuestra última carta, así sabré con certeza contra qué luchamos. Me participabais que deseabais haberos escondido conmigo en un lugar recóndito donde nadie pudiese encontrarnos y que estabais harto de tanta muerte y de tantas traiciones. Porque hay algo que no entiendo: si os habían herido, ¿cómo fue posible que entrarais en combate?

—No entré en combate, vida mía. Me habían seccionado el muslo y no podía caminar. ¿Veis? —Se señaló la larga cicatriz que le cruzaba la pierna derecha—. En aquel momento daba la impresión de que sería un inválido, pero por suerte ahora no me molesta. El día antes de volver a Londres, cuando la tarde caía, un ejército revolucionario halló nuestro refugio. Siempre me llamó la atención que nos encontraran porque se hallaba en un sitio de muy difícil acceso y solo era posible dar con nosotros si alguien les había hecho un mapa. Estoy convencido de que uno de los nuestros nos traicionó.

     Realizó una pausa, le dio un cálido beso en la mejilla para tranquilizarla y prosiguió:

—Intentamos protegernos, pero contaban con una mayoría aplastante. Me defendí lo mejor que pude pese a mi situación... Asesinaron a todos mis compañeros, y, cuando un revolucionario iba a acabar conmigo, uno de los suyos lo detuvo diciéndole que el marqués me quería con vida. Por desgracia, lo frenó después de que me cortara la mano y a punto estuve de sucumbir por la infección que me sobrevino... Agonicé un día tras otro en la misma celda, solo ejercitar los músculos del cuerpo y los paseos diarios al patio me sacaban de la monotonía. Años más tarde las fiebres se cebaron entre los prisioneros de la cárcel, morían como moscas. Fingí que había fallecido y estuve varios días entre los cuerpos en descomposición... Hasta que pude escaparme y encontrar a los nuestros. El resto ya lo sabéis.

     Caroline comprendió que la explicación no le cuadraba y se lo hizo saber a John:

—No entiendo por qué se refieren a un marqués si abolieron los títulos mucho tiempo antes. ¡Es desconcertante! Además, ¿qué interés podía tener ese aristócrata en que permanecierais con vida? Resulta muy raro que se refiriera a vos como si os conociera. ¿Alguna vez lo habéis reflexionado?

—No, pero ahora que lo decís tenéis razón. —John puso cara de pasmo—. Es obvio que me conocía y que por eso efectuó tal pedido... Y si no era un marqués francés solo deja una única posibilidad: el marqués era inglés, teníamos un traidor entre los nuestros.

—Este detalle me da muy malas vibraciones. —Caroline empezó a temblar y un frío antinatural la consumió por dentro—. ¿Sabéis? El marqués de Winchester vino de noche aquí el mismo día en el que recibí vuestra última carta para decirme que habíais muerto. Indagué vuestra situación a través de lord Robert y a este le llamó la atención que estuviera al corriente de las noticias, pues recién habían llegado los últimos datos. Me acompañó a vuestro funeral y se veía muy afectado ante vuestra tumba abierta. Pensad: ¿y si Conrad era el traidor? Porque también fue el que más se benefició. Durante un lustro me persiguió sin cuartel y a raíz de vuestra desaparición consiguió que firmáramos el acuerdo... No sé qué pensar. Sé que es un mentiroso y que no se detiene ante nada para conseguir lo que quiere. Además sus barcos comerciaban con Francia y cuando prohibieron los intercambios se dedicó a traer refugiados desde allí.

—Por lo que también cuenta con conocidos en todas las esferas. —John movió la cabeza de arriba abajo—. Y si traicionó una vez y su voluntad fue tenida en cuenta lo suficiente como para que me salvaran la vida, esto nos permite asumir que sin duda traicionó más veces. Pero ¿cómo probarlo?

—Considero, cielo mío, que este tema nos supera y que va más allá de nuestras posibilidades. —Caroline lucía más pálida que nunca—. Debo comentárselo a los miembros de la logia, ellos sabrán cómo proceder.

—Estoy de acuerdo con vos.

     Y permanecieron abrazados dándose calor, como si con ello frenaran los malos augurios e impidiesen que la maldad hiciese mella en la relación.



https://youtu.be/yWrNVXokjCE


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