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CAPÍTULO 10. Amigos y amantes por siempre.

«El amor, como ciego que es, impide a los amantes ver las divertidas tonterías que cometen».

William Shakespeare

(1564-1616).

A Caroline la embargaba la sensación de que se había acostado a dormir y de que había despertado cinco años después.

—¿En qué pensáis, amor mío? Os noto un poco distraída —le preguntó John y le besó el cuello para centrarla.

—En lo rápido que pasa el tiempo y en lo aburridísimo que es Somerset. Solo estando con él las horas se me vuelven siglos —le confesó la baronesa e imitó un bostezo—. Y en Winchester, siempre me ronda igual que una mosca cojonera. ¡No sé cómo desembarazarme de ese incordio!

—¿Y os parece adecuado, hermosa dama, pensar en el duque y en el marqués cuando os encontráis en el lecho conmigo?

     John la arrastró con él y la enredó en las sábanas de seda para ponérsele encima.

—Sí, por comparación. ¡Vos sois tan sensual y tan detallista, vida mía! Vuestra lengua parece la varita de un hechicero, hace magia en cada parte del cuerpo que me toca.

     Caroline tembló como una hoja arrastrada por el viento, pues John bajó con la boca hasta frotarle el ombligo... Y luego se le deslizó más abajo.

—¡Oh, sí! —exclamó la baronesa: cerró los ojos porque creyó que las terminaciones nerviosas explotarían si también lo veía.

—¿Os vuelvo loca, dulzura? —John la interrogó; subió la cabeza y la besó con los labios húmedos.

—¡Ay, amor mío, no existe un amante más experimentado y más satisfactorio que vos!

—¡Pues preparaos porque ahora viene lo mejor, corazón!

     John se trepó sobre la joven y la galopó como si fuese un potro pura sangre compitiendo en el hipódromo de Ascot, pues utilizaba la misma energía y tenía el mismo brillo en la mirada color miel. Nunca se cansaba de hacerle el amor, y, a pesar de que Caroline se debía a su acuerdo como amante de Somerset, jamás le había sido infiel. Ni siquiera sentía deseos de acostarse con otra... Y quizá tampoco contaría con las fuerzas, su mujer era demasiado exigente en la cama.

     Tenían sexo a diario, lloviese o tronara, ya que Caroline precisaba muchas dosis de la droga de su amor antes de acudir con el duque, de lo contrario era incapaz de ejercer como cortesana. Resultaba incomprensible, pues John en un santiamén la guiaba hasta el clímax y no entendía por qué su excelencia no se esmeraba en conseguirlo. Aunque, en honor a la verdad, lo prefería así. Se hubiese puesto celosísimo si Somerset se hubiera desempeñado como un protector más generoso con la extrema voluptuosidad de la chica.

—¿Os ha gustado, vida mía? —inquirió treinta minutos después.

—¡Ha sido increíble, mi amor!

     Caroline, tierna, lo besó. Le recorrió el labio inferior —bastante más carnoso que el superior— con la lengua y se lo mordió cariñosa.

—¿Mejor que con el duque? —inquirió él, orgulloso, sabía de antemano la respuesta.

—¡Claro que sí, corazón, no hay punto de comparación! Su Excelencia no sabe cómo satisfacer a una mujer —puso un gesto de sarcasmo y añadió—: Salvo que organice una de sus reuniones de cartas con los amigos. Le estimula ver bailar desnudas a las amantes de los otros, y, todavía más, que se las intercambien.

—Nunca os ha intercambiado a vos —le comentó John para levantarle la moral.

—Pero no porque no me lo haya sugerido —repuso la chica, muy molesta—. Por muy duque y por muy protector mío que sea no tengo intenciones de aceptar. Imagino que no me fuerza porque soy una dama de la nobleza, a diferencia del resto.

—Me alegro de que os respete, de lo contrario me vería obligado a retarlo a duelo. —Se notaba que John lo decía en serio.

—¡Ni hablar! Jamás permitiría que pusieseis vuestra vida en peligro. Y menos, todavía, por una virtud que perdí hace demasiado tiempo. —Caroline le dio pequeños besos por el rostro—. ¿Acaso no sabéis que os adoro? ¡Os amo más que a nada en este mundo! ¡Sois mi láudano, me quitáis el dolor y me proporcionáis felicidad!

—Y yo os idolatro, dulzura. —La mirada de John era miel derretida—. Es más, estaba seguro de que a estas alturas seríais mi esposa, empero lady Margaret se empeña en no morirse aunque parezca una anciana.

—Lo que importa es que en los hechos somos un matrimonio, estáis siempre conmigo.

—Lo sé, pero anhelo presentaros como mi dama ante la alta sociedad en lugar de escondernos aquí. —John esbozó una sonrisa irónica—. Somerset se las da de poderoso y no se ha enterado de lo nuestro. ¡Hemos sido muy discretos!

—No me atrevería a asegurarlo. —La baronesa dudó: jugaba con uno de los rizos dorados y se lo llevaba a la boca—. Los sirvientes conocen mi situación y saben que siempre estáis conmigo, me extrañaría mucho que no le hayan ido con el cuento.

—Vuestra servidumbre os es leal, yo que vos no lo dudaría. —El conde jugó con el anillo del zafiro azul y puso cara reflexiva: el duque era una persona difícil, egocéntrica y muy autoritaria, ninguno la traicionaría por propia voluntad.

—Pero es probable que alguien cercano a su Excelencia os haya visto entrando o saliendo de Stawell House. ¡Sus tentáculos se extienden por todos lados!... Aunque si se enteró, es obvio que no le importa. —Caroline le clavó la vista con amor—. Si en algún momento me preguntase le diría la verdad. Y si me exigiera nuestra ruptura, milord, yo siempre os elegiría.

—La fidelidad no formaba parte del contrato —le recordó John y le dio besitos en la nariz.

—¿Queréis saber la última ocurrencia de Somerset? —le preguntó la baronesa, perpleja al recordar—. Desea que el pintor George Romney me haga un desnudo.

—¡¿Romney?! Él no hace desnudos, prefiere las poses clásicas. Su musa es Emma Hamilton, le ha hecho decenas de cuadros. ¡Está fascinado con ella!

—Se supone que lady Emma ha dejado de ser cortesana y que ahora es respetable. —Caroline lanzó una carcajada—. Ha conseguido que sir William se case con ella.

—¡Buf! William Hamilton ha perdido un tornillo igual que el rey, por algo a ambos los alimentó la misma nodriza y son hermanos de leche. Todos nos acordamos, además, de cuando Emma era la protegida de Henry Fetherstonhaugh. En las fiestas que sir Harry organizaba en Uppark bailaba desnuda sobre la mesa del comedor. Dicen las malas lenguas que Harry la dejó tirada cuando la preñó y que Charles Greville, el segundo hijo del conde de Warwick, se hizo cargo de ella. Eso sí, puso como condición que alguien se hiciera responsable de la niña que nació.

—Un calco de las reuniones que celebra el duque. —Caroline efectuó un puchero.

—Que no os extrañe, cielo mío. Harry, el príncipe de Gales y Somerset son inseparables y pertenecen a la misma logia masónica... Y, como os decía, Greville se quedó a Emma. Y más adelante se la cedió a su tío, sir William, que ha sido tan torpe como para casarse con ella. —Remató John el chismorreo.

—Pero sir William no le ha pedido a Romney que la pinte desnuda, como lo ha hecho el duque conmigo. Imagino que el hombre es demasiado mayor para tener fantasías —se quejó Caroline y le besó el pecho—. No sé qué respuesta darle, no me agrada la idea.

—Podéis ponerle como condición que si rompéis os lleváis el cuadro con vos. —Los ojos de John le destellaban—. Así luego me lo regaláis a mí.

—¡Excelente! No lo había pensado, amor mío. —Caroline largó una carcajada—. Sería una especie de compensación por lo mal que se desempeña como amante.

—¡Sin duda! Solo está acostumbrado a las meretrices y a las mujeres vulgares... Claro que vos debéis comprender, milady, que ningún caballero os hará alcanzar la plenitud que os proporciono yo, pues he roto el molde al nacer —John se vanaglorió y le mordió los pechos con ternura.

—¡Fanfarrón! Ahora os exijo una demostración. —Caroline se le colocó a horcajadas de modo que las partes íntimas se rozasen.

—¿No os lo he demostrado ampliamente, dulzura? —Y el conde fingió cansancio.

—Pues se nota que la edad hace mella en vos, milord. Ya no sois el amante insaciable de años atrás —bromeó la chica.

—¡Solo tengo veintisiete, bruja desagradecida, no me difaméis! —John, brusco, la giró y se le situó encima—. Estoy en la plenitud de mi vigor. Y como podéis apreciar, vuestros frotamientos han estimulado a mi enorme amigo. ¡Gozadme de nuevo, damisela!

—¡Vanidoso! ¡Enorme, ja!

—¿Acaso el de Somerset es más grande? —John le guiñó el ojo, sabía la respuesta.

—No, es más pequeño... Pero solo un poco, milord, no encendáis los fuegos artificiales aún. —Caroline se rio.

—Estoy preparado para vos y perdéis el tiempo regañándome. —John puso cara de dolor.

—Pues si vuestro miembro funcionase como el del duque os bastaría un minuto para acabar. —Lo halagó.

—Porque solo yo sé cómo seduciros, vida mía. —Y le succionó las aureolas de los pechos.

—¡Ay, esa lengua! —gimió la joven, se sentía hecha un flan—. ¡Deberíais patentarla! Es un invento más importante que el de la máquina a vapor.

—¡Vuestro cuerpo debería ser patentado, belleza mía! ¡Inflama los sentidos!

     John volvió a dedicarle atención a los senos y la desarmó: las piernas le pesaban y el corazón le palpitaba más rápido por el intenso placer.

—¡Sois magnífico, alma mía!

—¿Sabéis, hermosura? Haría un mapa de vuestra figura y no lo compartiría con nadie, pues sé dónde hay que pulsar para que lleguéis al clímax de manera instantánea. Por supuesto, vuestra vulva sería el centro del mundo.

—¡Qué vulgar que sois, milord! —Caroline lo reconvino, si bien la complacía su devoción.

—Sois la única para mí, mi amada. —La mirada no escondía el fervor que lo embargaba.

—¡Ay, mi alma, cuánto odio acostarme con el duque! ¡Deseo ser solo vuestra! Os juro que pronto, cuando venza el contrato, seréis mi único amante. —Caroline se puso sobre John: lo acarició con la rubia cabellera y lo recorrió con los labios—. Solo os necesito a vos. ¡Amo vuestro sabor a sal, vuestro perfume a almizcle! ¡Os amo por entero, vida mía! ¡Sois la única droga que necesito!

—¡Y yo os amo más allá de la razón, corazón mío!

     Ante esta promesa, repetida durante años, el conde empezó a temblar: un amor correspondido era un diamante difícil de encontrar en la alta sociedad. Y faltaba muy poco para concretar los planes.

     John la poseyó, ansioso, y se prometió que nunca la compartiría de nuevo con nadie. Al fin y al cabo, la baronesa había conseguido el poder y los contactos que necesitaba para protegerse... Y el coste había sido enorme para ambos, aunque jamás volviesen a aprovecharse de ella.



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