Desastre
A Oliver se le heló la sangre cuando el radio de la tienda emitió la alarma, durante su encierro había escuchado el teléfono de la tienda sonar repetidas veces, luego un poco más levemente su celular que se había quedado en la mochila que había armado para la caminata, pero el ruido de la sirena fue como una sentencia de muerte.
Todo él se estrujó en miedo y preocupación mientras sus manos golpeaban con fuerza la madera que sabía de sobra no cedería. Pero al menos le quedaba el consuelo de estar ahí encerrado y no en el camino rumbo al mirador Bratt. Reki regresaría mañana temprano y él pensaba agradecerle y disculparse. De no haber sido por él, seguro estaría corriendo por su vida junto a esos excursionistas.
No tenía forma de saber cuanto tiempo había pasado, cuanto menos porque en algún punto después de haber terminado de comer la sopa y el café, se arropo con las mantas y se quedó dormido en una de las desvencijadas sillas del almacén sintiendo un gran alivio.
El ruido de la cortina de metal al ser abierta y las campalillas de la puerta de la tienda lo arrancaron de su sueño, se escuchaban voces atropelladas que gritaban y gemían. Aun no era de día, así que Oliver pensó que se trataba de Anna y Reki, seguramente ella lo estaba regañando por lo que hizo.
Pero pronto Oliver se dio cuenta que no eran ellos, al menos no Reki, porque la voz de Anna se escuchaba entrecortada y muy angustiada mientras casi gritaba la ruta que Oliver pensaba seguir el día de ayer.
―Anna, estoy aquí ―grito Oliver poniéndose de pie de un salto corriendo a golpear la puerta para que lo escucharan.
―Oliver ―exclamó ella mientras abría y cerraba cajones y luego hacia tintinear las llaves en busca de la que necesitaba para esa puerta. ―Oliver ¡Oh, señor! Oliver. Reki, ¿Reki está ahí?
A Oliver se le detuvo por un instante el corazón justo cuando la puerta que lo había mantenido no preso como pensó, sino a salvo, se abría.
―Él no está aquí.
Apenas salir Oliver reconoció al equipo de búsqueda y rescate que se había formado, muchos de ellos eran instructores de las diferentes tiendas. Todos ellos expertos en los senderos de esa montaña, sin embargo, si lo que estaba deduciendo era cierto entonces...
―No tengo ni idea a donde los condujo Reki ―jadeó al comprender que era verdad y que por lo tanto no sabía por donde empezar a buscar.
―El alud se produjo apenas hace tres horas, así que si pensamos sacarlos de ahí con vida debemos movernos ya ―apremió uno de los instructores.
―¿Qué tan grande fue? ―cuestionó Oliver, si había ocurrido en la punta o al menos no llegó a cubrir la mitad era seguro que Reki estaba bien, pues el muchacho no era tonto y seguro solo llevó al grupo por la ruta más simple.
Una idea que perdió fuerza al ver la cara de angustia que todos dibujaron.
―Oliver, se desgajo toda la cara sur. Las pistas están completamente sepultadas.
A Oliver le temblaron las piernas y luego sin poder evitarlo se desplomó ahí mismo. ¿Cómo pudo pasar?
De haber estado en la montaña y por la hora que ocurrió era seguro que estaría muerto, sepultado bajo kilómetros y kilómetros de nieve. Reki había intentado decírselo, pero él orgulloso de su experiencia ni siquiera le prestó atención.
―Reki ―jadeó sintiendo como una gota gruesa y salada bajaba por su mejilla. ―Niño tonto, no tenías que...
―Oliver, será mejor que te vayas a casa, Nanako y Langa están destrozados, ellos piensan que...
Y la sola idea del dolor de Nanako y Langa le hizo casi arrastrarse a su mochila y sacar el teléfono para llamar a su familia. Dos tonos y pudo escuchar a su esposa llorando aliviada y feliz de oír su voz.
¿Qué hubiera hecho Nanako de haber muerto? se habría quedado ahí o tal vez hubiera considerado volver a Okinawa, se llevaría a Langa con ella o lo dejaría en manos de sus abuelos por un tiempo mientras ella intentaba sobreponerse a la pérdida. Y Langa, ¿cómo lo habría tomado su niño silencioso?
―Papá ―gimió Langa cuando Nanako le pasó la bocina.
―Langa ―sollozó Oliver aferrándose al aparato. ―Mi niño estoy bien, yo estoy bien, no llores ―dijo deseando atravesar al otro lado y abrazar a su pequeño. ―Papá estará pronto en casa.
―Y Reki, ¿Esta ahí Reki?
Oliver no supo que contestar.
Los esfuerzos de los rescatistas y los voluntarios parecían no rendir frutos, sin saber por donde comenzar, era como buscar una aguja en un pajar. Y mientras más avanzaban las horas, disminuía la posibilidad de encontrarlos vivos.
Los Kyan lloraban desconsolados, en especial Koyomi y las gemelas, las niñas pequeñas gritaban el nombre de su hermano y desde que se habían despertado esa mañana se habían negado a comer hasta no ver a Reki. Le preocupaba que se enfermaran.
Langa miraba por la ventana como si el mundo se hubiera sumergido en la oscuridad más profunda y estuviera esperando ver salir el sol. Nanako se mantenía a su lado intentando consolarlo a pesar de que por fuera parecía tan ecuánime como siempre.
Oliver se preguntaba ¿Qué hubiera sido mejor?
Si Reki jamás hubiera llegado a Vancouver y él hubiera muerto por ese alud, quizás cuando se conocieran Langa estaría deprimido y roto, pero con el tiempo y la calidez de Reki, Oliver estaba seguro volvería a ser feliz. Casi podía adivinar que Reki convencería a Langa para aprender skateboarding, sería un amigo que lo apoyaría en todo y le brindaría aun sin saberlo el cariño y la comprensión que tanto necesitaría. Langa mejoraría de a poco hasta que llegara el momento en que volvería a reír, fuerte, estridente y sin inhibiciones. Y luego cuando al fin encontraran el punto de equilibrio ellos... comprenderían el verdadero sentimiento tras su fuerte amistad.
Langa tal vez no actuaría de inmediato, se permitiría agonizar un poco mientras alejaba a cualquier pretendiente que deseara acercarse a Reki; y Reki con sus hermosas mejillas rojas y esa inseguridad tan extraña que lo hace perder de vista sus mejores cualidades, también bailaría alrededor de Langa. Hasta que llegara el punto álgido, cuando ninguno de los dos soportaría más y ellos...
Ahora... Oliver estaba a nada de pensar que Langa jamás se recuperaría, porque era como si una parte de él, de su alma se hubiera desvanecido.
El reloj marcó las once de la mañana y luego las dos de la tarde sin noticias, las gemelas para ese punto ya se habían quedado dormidas de tanto llorar. Para las cuatro de la tarde los de rescate ya se estaban resignando a que solo hallarían los cuerpos.
A las seis el mundo se cubrió de luto, aun Langa que hasta el momento parecía haber estado esperando un milagro estaba a nada de desmoronarse.
―Reki es muy fuerte, valiente y genial ―gritó Koyomi a su padre, Oliver pensó que Toshio había intentado hacerle ver que quizás ya era demasiado tarde. ―Tal vez tú y todos los de aquí no lo crean, pero yo... yo estoy segura que él volverá. Porque me prometió que siempre iba a cuidar de Chihiro, Nanaka y de mí. Que iba a aprender snowboard y luego me enseñaría. He íbamos a participar en el torneo de parejas y a patearle el trasero a todos... y... ―Koyomi estaba llorando desesperada. ―Reki es muy listo, se que volverá, él es demasiado ingenioso para dejar que una tonta avalancha lo venza...
―Eso es ―grito Langa respingando, en sus ojos había un brillo de esperanza que Oliver jamás pensó vería, era como si una descarga de mil vatios le recorriera el cuerpo, como si hubiera estado flotando sin vida y de repente le inyectaran una dosis de adrenalina.
―Langa, cariño ―llamó Nanako deseando apaciguarlo, pero Langa se desembarazó de ella y corrió hacia su padre.
―Reki ―dijo como si la idea en su cabeza fuera un rompecabezas que ya tiene una forma, pero aun no terminaba de armarla. ―Sé en donde puede estar Reki ―jadeó con tal rapidez que Oliver temió que la existencia se le hubiera escapado en ese solo aliento.
―Vamos ―Oliver lo apremio sin detenerse a informar a nadie, estaba siendo arrastrado por la urgencia y necesidad de Langa.
Apenas y tuvieron cabeza para ir a Big Kicker ponerse el equipo y tomar ropa abrigadora, así que mientras caminaban hacia la pista de los principiantes Oliver pareció recobrar algo de cordura, la suficiente para preguntar a donde iban y así poder informar de su ruta en caso de que en verdad los encontraran. O para que los buscaran si no regresaban, porque la alerta de alud seguía latente.
―La semana pasada durante el trayecto hacía el snowpark, Reki me preguntó si tenía un lugar secreto, un lugar especial. Le respondí que no. Pero luego recordé que cuando era niño me escondía en una pequeña cueva.
―Creo que la recuerdo, ―intervino Oliver comenzando a seguir el hilo de ideas de su hijo. ―La que está entre las pistas de principiantes. Aunque en realidad no es una cueva sino un boquete que se formó cuando mejoraron las bajadas de Snowball y Glaciar.
―El caso es qué, cuando Koyomi dijo que Reki era demasiado listo se me ocurrió que él nunca se aventuraría a la montaña de noche, porque no conocía los senderos y no se iba a arriesgar a perderse, cuanto más si había escuchado los avisos de deslizamiento. Y luego ella dijo que era ingenioso, por lo tanto, lo más probable era que buscara una forma de salir al paso, y...
―Pensaba engañar a los excursionistas... ―jadeó Oliver.
―Exacto ―exclamó Langa. ―Y el único lugar despejado para ver las estrellas sin ir muy lejos es...
―La colina Glaciar ―al fin comprendió Oliver.
―Si estamos en lo correcto, el alud lo sorprendió no muy lejos y Reki siendo tan ingenioso...
―Se acordó de la cueva.
Con toda esta nueva información Oliver había recuperado parte de la esperanza y ahora caminaba más aprisa y con mayor seguridad, así que no perdió tiempo y llamó por radio a Anna para informarle de todo eso.
Las pistas habían sido prácticamente borradas, sin embargo, Oliver encontraría cada una de ellas con los ojos cerrados. Así que cuando llegaron no dudó ni un segundo en empezar a cavar junto a su hijo.
Veinte minutos después el equipo de rescate y varios voluntarios se apersonaron en el lugar. Langa estaba exhausto, palear nieve no era tan fácil como se veía y las manos las tenía tan frías que temía se le cayeran, y la nieve suelta se escurría como arena por los lados hacia el agujero que deseaba abrir.
Estaba tan desesperado, aferrándose a esta única oportunidad que una hora después cuando al fin lograron llegar a la entrada de la cueva, Langa estaba seguro que si Reki no estaba ahí iba a morir de dolor.
Un silencio se extendió ante la expectativa al ver que uno de los rescatistas fue deslizado hacia abajo con una cuerda.
Los segundos que precedieron al grito que confirmaba que estaban ahí los seis fueron largos, aunque no más a los que siguieron después de que el hombre pidió que le ayudaran para sacarlos porque parecían no estar respirando.
Continuará...
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