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Capítulo 35: ¿Amigos?

Capítulo dedicado a: losvegetalesylafruta, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

«El Rey ha regresado».

Esa verdad se extendió por toda el aula del adolescentes que estuvo algunas semanas fuera, y el pánico los empezó a inundar. ¡La persona aterradora llegó de nuevo para gobernar el aula!

Cuando Tobio entró al salón al día siguiente, todo el lugar estaba estático, sin prueba de error en medio de los chicos que estaban de pie o en sus pupitres, esperando a que las clases iniciaran. El cuchicheo paró y la pesadez del ambiente empezó a tronar dentro de la mente de Kageyama. ¿Cómo cambió todo apenas ingresó al aula? De un momento a otro, el ambiente alegre al encontrarse a Asahi y Nishinoya en la entrada, junto con la calidez de Shoyo, desaparecieron cuando ingresó a su propio salón.

—¡M-me alegra que haya llegado, Kageyama-sama! —saludó una chica en la lejanía, sin acercarse y mirándolo con un claro gesto aterrado en su cara. La chica Omega temblaba en su saludo, y Tobio pensó que por las reacciones de las facciones finas de la chica, atrapadas en el terror de ver a su depredador natural, no eran muy felices.

Tobio arqueó una de sus cejas, dando un asentimiento a medio camino que se destruyó cuando supo que no podía entenderlo.

Lo mismo de todos los días.

Sí, lo mismo de todos los días, excepto...

—¿Qué pasa, hombre? ¿Eres nuevo igual que yo? —Una voz desconocida de un chico nuevo llegó a los oídos de Tobio, y por alguna razón, tuvo la pequeña sensación de que el desconocido le habló. Cuando giró, pudo toparse con un chico que nunca antes había visto, un joven que olía a uvas, con su aroma disperso en el ambiente y sus orbes cafés y sus hebras azabaches lacias, le generaron un escalofrío apenas Tobio se topó con él: un Omega.

¿Tal vez era nuevo?

—¡Kento-kun! —regañó otro chico que ya estaba en el aula al instante, acercándose corriendo hasta donde estaba el chico azabache y lo tomó del brazo, antes de taparle la boca.

Tobio no dijo nada y se les quedó mirando. El otro chico correspondió el gesto. Un chico nuevo que llegó mientras él estaba en el campamento.

Lo miró con sus rasgados ojos azules mostrando cierta curiosidad plasmada, captando como ese chico desconocido alejaba la mano de su compañero de su boca, que le susurraba unas cuantas cosas, para que entendiera su lugar. Lo que sea que éste le susurró, logró emocionar a Kento, sus pupilas brillaron, y en menos de un segundo, el desconocido compañero del aula ya había alejado al aterrado chico de su cuerpo, dibujando una gran sonrisa.

—¿Tú eres el Rey del Aula? Oh, ¿así que sí existes? —comentó con seguridad, dando una gran sonrisa de su boca y colocando su mano sobre su barbilla, empezando a pensar. Los gritos alarmados del aula no se hicieron esperar, cuando Tobio se congeló ante la última pregunta expulsada con demasiado descaro: «¿así que existes?»

Kento era imprudente.

—¡Idiota, no le hables así! —exclamó una chica alterada, sólo permitiendo que el azabache regresara de su viaje estelar, sólo para encontrarse de nuevo con la alta figura del Omega.

—Yo no soy el Rey del Aula —atisbó de improviso con esas palabras Kageyama, mirando hacia el suelo ante la pregunta expresada por Kento. Como era de esperarse, todos creyeron que Tobio se enojó, mandando una advertencia pasiva que luego se volvería en una amenaza hasta llevar al pobre chico nuevo a un lugar alejado para golpearlo; o quizás le haga lo mismo que a su pareja y lo terminara colocando como un esclavo.

El mismo chico que intervino tiempo atrás, volvió a tomar del brazo a Kento y lo jaló, lejos de la vista de Kageyama y de su punto de agarre, para que no pudiera hacerle nada. Seguido de eso, la chica que tiempo atrás le gritó a Kento para que supiera su lugar en esa aula, se colocó frente a Tobio. Ella temblaba de pies a cabeza y rápidamente le dio una larga reverencia en modo de disculpa, antes de alejarse lo más rápido que pudo.

Kageyama ni siquiera pudo expresar palabra alguna: lo trataban como si fuera su Rey, y lo evadían. Vaya regreso tan extraño.

Kageyama cuando abrió su mochila para sacar su bento que su padre preparó para él, se topó con la no tan grata sorpresa de la leche en caja que salió de la máquina expendedora del Nekoma. Se quedó helado y completamente quieto, sacándola con lentitud y con sus rasgados ojos abiertos de par en par, se empezó a preguntar si esa leche todavía seguía sirviendo. Pasó varios días en su mochila, olvidó dársela a Hinata por el problema, y esos días estuvo haciendo calor. En definitiva, un desperdicio de tan impresionante premio doble, pero tampoco podía dársela a Hinata.

—¡Kageyama! —La voz de Shoyo resonando en sus oídos lo sacaron de su pequeño trance, apurándose a sacar su bento y también la leche como por mero instinto. Al levantar la mirada, en el umbral de la puerta, la figura eufórica y alegre de Hinata se balanceaba entre sus pupilas, ese curvilíneo movimiento hacia arriba en la comisura de su boca, su mano siendo agitada con rapidez y la otra sostenía su alimento. Kageyama dibujó una torcida mueca en sus facciones que asemejaba a una sonrisa a medio trayecto y caminó a pasos pesados hasta donde se encontraba el chico Omega que olía a naranjas.

—Esta vez, Tanaka-san y Noya-san nos acompañarán a comer, ¿no te molesta? —comentó Hinata sobre lo que se enteró cuando vio a Tanaka y Noya subir a la azotea detrás de Tsukishima y Yamaguchi. Al mismo tiempo, ese extraño saludo donde Hinata pasaba su mano sobre los lacios cabellos de Tobio y le acariciaba la cabeza, se volvía a presentar una vez más entre tanta situación cursi y empalagosa que los rodeaba a vistas de terceros.

«¡El Rey del Aula se ha enamorado!», gritó todo el salón en su mente.

Al principio sólo fue un pequeño rastro de alivio de parte de todo el grupo, no metiéndose mucho en ese aspecto y no atreviéndose a decir nada a parte de ese pensamiento furtivo, pero, era curioso el cambio de expresiones que tomaba Kageyama cuando estaba con el Omega de la otra clase.

—¿Trajiste una leche? —cuestionó Hinata de improviso, viendo que en una de sus manos, Tobio portaba la leche pasada. Kageyama enrojeció con fuerza ante la historia algo patética que tuvo que vivir esa caja de leche que en un principio fue una bendición, pasándola detrás de su espalda, dibujando un puchero de sus labios y evadiendo la mirada.

—Sólo ya no sirve, la voy a tirar... —Se limitó a responder, aceptando la oferta que Shoyo le hizo sólo con el movimiento tranquilo de sus pasos hacia la azotea, y lo siguió.

Pronto llegaron a una esquina del pasillo principal donde se colocaba un bote de basura dividido en desechos orgánicos e inorgánicos. Al tirarlo en el lugar correspondiente, y que los dos trataron de llegar a la azotea como personas civilizadas que caminaban y charlaban en el proceso, sólo pudieron dar diez paso exactos, antes de que sus pies y sus instintos tomaran control de su propio cuerpo y llegaran corriendo a la azotea. ¡Querían ganar!

Esa vez, Kageyama fue el ganador, abriendo la puerta con una facilidad muy equilibrada y tropezando en el proceso por un mal movimiento de sus pies. Suerte que fue más rápido y tras unos cuantos pasos y sus manos al extenderlas al aire, terminó por lograr con éxito mantenerse en pie. Shoyo entró tras él, dando un respiro largo de su boca y soltando exhalaciones pesadas que se mezclaban en su aliento y el ambiente medianamente tranquilo que crearon los cuatro chicos ahí presentes.

—¡Así que ganó esta vez Kageyama! —celebró Tanaka con una enorme sonrisa y dirigiéndolas a Noya, quien lloró de la frustración porque el ganador no fue quien esperaba. El chico rapado terminó por extender su mano abierta al joven de segundo año que se encontraba a su lado. Yuu aceptó la derrota, dejando una pequeña cantidad de dinero en yenes en la palma del moreno.

—¡Yo había apostado por ti, Shoyo! —dramatizó sus pesares Yuu al sentir que le arrebataban el alma junto con las pocas monedas de la apuesta. El susodicho volteó a verlo, sin entender de qué hablaban.

—¿Eh? Noya-san, ¿de qué habla? —atisbó, viendo directamente al chico que lloraba con dramatismo y era recibido con pequeñas palmadas en la espalda por parte de Yamaguchi. Sobró decir que la diminuta sonrisa que apareció en los labios de Kei, era, en definitiva, por haber añadido a su elenco a otros dos monos. Cuatro monos para su disfrute.

—¿Por qué decidieron comer con nosotros? —Ahora fue Shoyo quien intervino en la plática, tomando de la mano a Kageyama para que avanzara. Tanaka empujó un poco a Yuu con su cuerpo, y el más bajo del grupo obedeció, pegándose un poco más a Yamaguchi. Tanaka se las arregló para que ahora hubiera un espacio dedicado para los dos chicos. Kageyama se sentó a un lado de Tanaka y Hinata de Tsukishima. Pronto, ya tenían un pequeño círculo hecho.

—Noya-san y yo pensamos: «deberíamos de comer con nuestros adorados Kouhai» —acreditó lo que durante las clases se les ocurrió, imitando la voz áspera de Noya y la genialidad que siempre lograba transmitir. El chico que fue imitado hace poco sacudió su cabeza, al instante en que metía a su boca un pedazo de su onigiri casero.

Yuu esperó a que terminara de masticar su alimento y tragara antes de poder revelar palabra alguna.

—¡Sí, sí! También pensamos que era buena idea venir a comer con amigos... —aludió con emoción el menor, metiendo a su boca su jugo de uva a la boca y dando unos cuantos sorbos. Kageyama sintió que su corazón dio un vuelco al oír esas palabras, sintiendo como poco a poco una extraña dicha empezaba a poblarse en el fondo de su estómago: «amigos».

Todos esperaron con paciencia a que Yuu terminara de beber y así pudiera continuar. Tal y como se esperaba, así lo hizo. El popote se alejó de sus labios y soltó una larga exhalación, antes de continuar, formulando una sonrisa a su paso.

—Normalmente yo como con Asahi-san y Ryu con Kiyoko-san... ¡hoy decidimos cambiar eso! —aseguró con decisión los hechos, sólo permitiendo que Tsukishima ampliara más su sonrisa y diera una leve reverencia ante la honestidad bruta y algo estúpida de Nishinoya.

—Muchas gracias por venir a entretenerme —agradeció de corazón el rubio, prosiguiendo a enderezar su cuerpo tras esa extraña forma de dar gracias por su presencia. Tadashi rio con levedad al entender un poco a qué se refería el mayor, y los cuatro restantes se descolocaron.

—¿Qué es lo que trajiste, Kageyama? —habló Shoyo, acercándose lo más que podía a Kageyama hasta recargarse de él, todo con la intención de querer ser su centro de atención entre el pequeño grupo de personas. Tobio, quien apenas estaba separando sus palillos y le quitaba la tapa a su bento lo miró.

—¿Por qué? ¿Quieres que te dé del mío? —Invitó Tobio, sin entender del todo esa cuestión. Hinata lo miró y asintió, Kageyama arrugó el tabique de su nariz ante esa respuesta tan silenciosa—. Sólo son sobras de la cena anterior —avisó, enseñando en su bento algunos pedazos de fruta cocida, arroz y unos cuantos trozos de sardina.

—No pasa nada, yo también te puedo dar de lo mío... —confesó, enseñando en su bento lo que daba la impresión de ser takoyaki casero—. No los hice yo, pero sí fue Natsu y mi mamá —afirmó Hinata, recordando vagamente como esa mañana al enterarse de lo que desayunarían, se colocó el mantel de su madre que tenía un pequeño gatito sonriente en el medio de color café (le quedó un poco grande; y su madre nunca lo utilizó), y apenas ingresó a la cocina, fue sacado por su madre y hermana, argumentando que tenían todo cubierto—. Aunque están algo fríos... —Rio por lo bajo, tomando uno de los palillos que traía, lo insertaba en la pequeña bola de alimento y al tenerlo entre el balance perfecto de que no cayera, lo acercó a la boca de Kageyama—. Vamos, di: «ahh»...

Tobio creyó que esa petición fue demasiado infantil, pero no se quejó más de lo necesario, aceptando el alimento y masticando con una satisfacción demasiado obvia el delicioso alimento. Seguido de eso, ahora él fue quien levantó unas cuantas verduras de su bento y con total silencio, se lo acercó a la boca del menor, quien no perdió el tiempo y lo terminó aceptando.

Ese proceso se repitió, Kageyama usaba los mismos palillos para que los dos comieran del bento y Shoyo usaba el mismo palillo, siempre.

La atenta mirada sonriente de Nishinoya estaba puesta sobre ambos, mientras Tsukishima fingía ignorarlos porque eran demasiado empalagosos para su gusto, y Tadashi y Tanaka comían con una concentración aterradora su alimento: alrededor de ellos no había nadie más que la comida (y para Tadashi existía Tsukki).

No fue que después de que Kageyama metiera a su propia boca un pedazo de arroz y después proseguía a extenderle a Hinata un pedazo de sardina, la atenta mirada Noya y su sonrisa genuina, derramó el vaso siendo la gota que caía precipitadamente hacia él al hablar.

—¡Se han dado muchos besos indirectos! —dijo con una enorme sonrisa, deteniendo todo cuando Hinata ya tenía la sardina y los palillos en la boca. Tsukishima se aguantó una risa al ver a los dos enrojecer poco a poco.

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