Capítulo 23: ¿Es Amor?
Capítulo dedicado a: Mile_H, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Una pequeña luz en la oscuridad emergente. Kageyama sabía que había sido salvado por Hinata desde ese partido de práctica. Por más que levantaba el balón, no había nadie en ese sitio, nadie estaba ahí para rematar el balón en movimiento y todos lo excluyeron cuando su peor forma de actuar que se había cultivado, explotó.
Kageyama supo al instante que estaba en un sueño, al encontrarse a él mismo en medio de la oscuridad, sin nadie alrededor. Alguien se estaba burlando de él, para hacerlo revivir momentos vergonzosos, porque incluso estaba usando su antiguo uniforme de voleibol de secundaria, el número 2 que osaba danzar entre el color azul y el blanco, recreaba de nuevo la escena donde sus brazos se alzaban para levantar el balón detrás de él.
Una vez más, el golpeteo del material redondo al caer de lleno contra la cancha trazó un golpe que ensordeció sus oídos. Al girar una vez más, sus nervios volvieron a llenar sus sentidos, su corazón hecho pedazos y al ser pisoteado sin darse cuenta durante todos los años de soledad, volvieron a llenarlo. De repente ya estaba inmóvil, con la respiración pesada, una opresión en su pecho, y la oscuridad se tragaba todo a su paso.
Kageyama Tobio, la persona aburrida y para nada divertida, había vuelto a estar sola, en la oscuridad.
Sus piernas perdieron equilibrio y terminó cayendo de rodillas al suelo. Cerró sus ojos para no asustarse tanto por la oscuridad en la que estaba envuelto, y trató de calmarse. Toda su vida había estado solo, no habría diferencia algunas esa ocasión.
—¡Kageyama! —Su pánico detuvo todo cuando esa voz alegre e infantil volvió a sacarlo de su trance. La luz se volvió cegadora, tanto que a Tobio le dio la impresión de que pasaba a través de sus párpados cerrados. Tuvo que abrir sus ojos, sólo encontrándose en primera plana con el lugar todavía oscuro, pero Shoyo estaba frente a él, en algún punto que no vio, éste se había agachado para estar a su altura y lo tomaba de los hombros. Cuando sus ojos se encontraron, Shoyo terminó por sonreír, enseñando esa mueca molesta pero demasiado bonita que sólo animó el tétrico ambiente—. Estás aquí —formuló, dando una pequeña carcajada que sólo logró que Tobio dilatara sus pupilas. Todo seguía oscuro, pero por alguna razón, podía ver con claridad a Hinata.
Ese Omega alegre que se había esforzado tanto para quedarse a su lado.
Kageyama se estaba volviendo loco, sí, era lo más seguro.
Esa buena persona que brillaba demasiado, con sus cortas pestañas, piel nívea, ojos cafés rasgados, la curva alegre y toda la atención puesta sobre él. Sí, Hinata seguía siendo alguien de apariencia normal y de actitud no muy original, pero le hacía sentir algo como: «poooooosh», entre los rápidos latidos de su corazón.
Ahí Tobio pudo entender una de las muchas cosas que lo tenían desprotegido cuando se trataba de Hinata.
«Ah, ya lo entiendo... —pensó, no pudiendo apartarle la mirada al chico y recordando vagamente la afirmación que le había dicho cuando Shoyo le pidió un halago—. Hinata es mi Sol».
Al terminar por aceptar eso, de repente, todo se volvió borroso, y la lluvia de pequeños fotogramas empezó a cambiar, todo a color. El pequeño gris opaco empezaba a ser absorbido por el naranja, y él se dejaba sumergir entre el delicioso aroma a naranja que creía detectar en sus fosas nasales, indicándole que Hinata estaba cerca.
De repente, su campo de visión en esa pesadilla convertida en un sueño cualquiera, sólo consistía en pequeños recuerdos efímeros de Hinata: sus pequeñas sonrisas durante los partidos, sus movimiento a ágiles y veloces al correr, sus pequeños cachetes que se inflaban un poco cuando comía con él en la azotea durante los descansos, sus ojos que brillaban cuando algo le gustaba, lo inquieto que eran cuando caminaban juntos hasta la estación se autobuses, las estupideces que decía y como nunca se apartó de su lado.
«Te prometo que te haré sonreír», todavía no lo lograba, se preguntó si Hinata ya olvidó esa promesa o si todavía la tenía en cuenta.
Kageyama quería más de Hinata. Tal vez por eso lo entendió cuando a su mente llegaron escenas que realmente nunca habían sucedido, sus manos entrelazadas, besos, coqueteos, momentos pervertidos, sonrisas alegres, salidas a citas, maratones de grabaciones de partidos antiguos, sólo pasarse el balón de voleibol de un lado a otro, sin decir nada. El resto de su vida con Hinata a su lado, por alguna razón, esa simple idea lograba llenarlo de una extraña dicha.
¿Eso era amor?
El despertador sonó de improviso, haciendo que Kageyama regresara al mundo real de improviso, tuvo una sacudida en todo su cuerpo y cuando sus ojos se toparon con el techo de su habitación, no pudo hacer más que soltar un pequeño gruñido demandante por ser interrumpido. Por supuesto, detrás de él siguió el evidente sonrojo en su cara por todo lo que había pasado dentro de su sueño.
No había duda...
—Me gusta Hinata —murmuró, deshaciéndose en su propia pena antes de hundirse más en sus cobijas e ignorando el despertador.
Toda el aula notó el evidente cambio de Kageyama hacia Hinata con el pasar de los días. Lo hicieron sin necesidad de hablarle a ninguno de los dos implicados en ese extraño cambio: Tobio porque su presencia todavía era aterradora, y del lado de Shoyo porque era obvio que seguía molesto con ellos, sus ojos fríos y serenos que les dirigían miradas comparables a un tímpano de hielo lo delataban aunque sus expresiones fueran amables. Shoyo seguía molesto con el aula de Kageyama.
También Hinata no tardó en toparse con el cambio de frente, a pesar de que el mayor ya había estado actuando raro con él desde que su celo pasó, el tipo de atenciones y el evidente rostro brillante de Kageyama lo ponían contra la espada y la pared. En esos instantes, era donde lo volvía a comprobar, cuando apenas llegó al aula de su pareja asignada, el chico azabache ya lo estaba esperando en el umbral, con dos bentos que eran sostenidos entre sus manos. Shoyo no pudo evitar tragar grueso, ante la evidente coincidencia acumulada que sólo se iba formando en esos días.
Lo peor era que mentiría si no aceptaba que le gustaban las atenciones de Tobio sobre él. Verlo actuar nervioso, completamente rojo, y como en ese instante, le extendía un bento que estaba envuelto en una tela de color verde oscuro, era extrañamente bonito.
—¡Es para devolverte el favor de la otra vez! —avisó Kageyama, evitándole la mirada porque realmente le aterraba un poco la idea de verlo a la cara mientras le entregaba algo que había hecho el día anterior durante la tarde con demasiado esmero. No podía preocuparse porque el sabor supiera bien, siempre fue alabado por sus padres y hermana acerca del sazón de su comida que lograba sin siquiera intentarlo. Así que estaba seguro de que a Shoyo no le causaría dolor de estómago, pero el problema era cómo lo tomaría: ¿se alegraría o le daría igual?—. Así que deberías de tomarlo, me tomé la molestia de hacerlo para ti —advirtió, dando un repaso rasposo en su propia voz y dándose un golpe mental porque eso había sonado muy demandante. No se atrevía a mirar las expresiones de Shoyo, por lo que la ansiedad lo carcomía al estar a la expectativa y la posibilidad de ser rechazado.
¿Qué? ¿Qué haría si eso ocurría? ¿Lo que estaba haciendo contaba como una confesión para iniciar? Tenía entendido que no, ya que no se había insinuado ni buscado una respuesta romántica, sólo quería regresarle el favor al enano, y sólo eso, ¡sólo eso! Ahora que lo pensaba, nunca había tratado con alguien lejos de ser compañeros de equipo que trabajaban juntos en un equipo, como había ocurrido con el Karasuno y en Kitagawa, así que no podía acertar a afirmar si lo estaba haciendo bien, o muy al contrario, estaba hundiendo todo. ¿Lo estaba haciendo? ¿Qué-...?
Sus pensamientos pesimistas terminaron por ser derribados de sólo un golpe, al sentir como Shoyo aceptaba el regalo entre sus manos. Eso sorprendió al azabache con facilidad, no pudiendo hacer más que levantar la mirada y observar las acciones de Shoyo. El menor estaba notablemente entusiasmado, con ahora él teniendo doble bento en sus manos, y dando un golpe mental a Tobio para entender que debió de haberle pedido que no llevara ninguna comida porque le daría algo. Oh, no, era tan mala persona que lo haría comer dos veces.
—¡Kageyama es una persona muy amable! —asimiló Hinata entre una exclamación alta que fue escuchada por todo el salón. Tobio al detectarla, ingresando esa voz irritante pero bonita por sus oídos, lo único que pudo hacer fue dilatar sus pupilas y sus mejillas se tiñeron de rojo: ¿era un persona amable?
Shoyo lo había reconocido como una persona amable...
—Como también traje mi bento, ¡podemos compartirlo! —aludió con emoción Shoyo a un perdido Beta que se sentía en el Cielo tras haber encontrado a un ángel. No, a un ángel no... ¡más bien era un Sol!
Cuando menos se dio cuenta, había dejado las peleas de lado y sólo pudo dar un pequeño asentimiento, mientras de su boca se formulaba una curva mal hecha que delineaba sus labios, tratando de ser una sonrisa.
Hinata se quedó congelado, al notar esa facción inesperada en una situación tan trivial como ésa, sus ojos se dilataron como platos y no pudo ocultar su sorpresa: Kageyama había sonreído, ¡todavía era nerviosa e incluso aterradora! ¡Pero era real! Ver sonreír a Tobio era extraño, pero logró que la felicidad en su cara y sus latidos fuertes sobre su pecho lo delataran.
Hinata rio con fuerza, llenándose de esa pequeña forma de ser que lograba poner todo a su favor. Kageyama se sintió perdido y sin entender la situación al verlo actuar así.
—¿Qué pasó? —preguntó, sin haberse dado cuenta de lo que hizo. La sonrisa desapareció y su seriedad volvió, con sus cejas arqueadas hacia abajo y sus ojos azules afilados, pero el rubor seguía ahí, como también la euforia de Hinata.
—¡Has sonreído hace poco, Kageyama! —contó lo que había descubierto, absolutamente feliz por ese logró. El susodicho tuvo la pequeña impresión de estar siendo acorralado, teniendo que tonar la postura de enrojecer más su rostro de lo que ya estaba de forma involuntaria, y a volver a apartar la mirada, lejos del brillante Shoyo.
—¡No es cierto, idiota, fue tu imaginación! —defendió, avergonzado. Hinata negó.
—¡No, no lo fue!
Kageyama en definitiva quería decir algo, Hinata lo había notado durante el transcurso de la semana, a parte de tenerlo rondando a su alrededor por casi todo el rato en los descansos y deseoso de mimos, había ocasiones en que lo encontraba nervioso, rojo hasta las orejas y con sus labios temblorosos queriendo decir algo. Al final, parecía que se acobardaba y optaba por callarse, callarse demasiado. Shoyo dio un respiro, antes de recargarse más contra el respaldo del asiento de autobús que tomaba esa tarde para llegar a casa, literalmente tras haber sido corrido del gimnasio por Daichi y el entrenador porque quería seguir practicando remates con Kageyama.
Muy a lo esperado, esa vez no iba solo, Kageyama iba a su lado. Cambiaron demasiado su forma de tratarse, que ahora hasta el azabache lo acompañaba por voluntad propia hasta su hogar.
—De verdad, no tenías que acompañarme —aseguró el más bajo, tratando de volver a acomodar el ambiente tranquilo que mantuvieron durante todo el trayecto, hasta que se pelearon para ver quien se sentaba a un lado de la ventana.
El resultado: Kageyama fue el ganador.
El hombre de mayor estatura dio un suspiro, no diciendo nada con mucha rapidez y sólo direccionando su vista hacia el paisaje nocturno que ya empezaba a mostrar el ambiente más rural de la prefectura, con pocas casa, y más vegetación alrededor.
—Esta vez nos pasamos más de la cuenta en entrenamiento extra, ya es tarde —asimiló el azabache, direccionando su vista todavía hacia afuera, hasta que sus propios impulsos lo obligaron a mirar de reojo a su Omega. El pequeño chico que lo miraba con una curiosidad obvia en sus orbes cafés a la expectativa. Desde que aceptó que estaba enamorado de Hinata, la simple idea de decirle sus sentimientos lo tentaba en más de una ocasión, se sentía en la necesidad de ser directo, pero al mismo tiempo la cobardía lo llenaba—. No es bueno que un Omega ande solo tan tarde. Aunque estés marcado uno nunca sabe, así que me tomaré la molestia de protegerte. —Enmarcó, haciendo un diminuto mohín en sus labios por mero impulso y su cejas hacia abajo sólo reforzaron más un gesto grotesco de un delincuente juvenil.
Y una vez más, el rostro de Tobio tuvo una sacudida de extraña felicidad, cuando el pequeño chico de menor estatura se ruborizó por esa afirmación, y su sonrisa radiante se asomó en su cara.
—¡Kageyama se preocupa por mí! —declaró el número 10 de Karasuno, volviendo a estirar su mano hasta los cabellos de Tobio, y les dio unas cuantas caricias cariñosas que sólo lograron que el desastre que ya estaba hecho el de ojos azules, aumentara. Era un remolino interno, porque era la primera vez que alguien se preocupaba tanto por él, porque era la primera vez que alguien insistía tanto en estar a su lado—. Pero luego, tú tendrás que regresar solo a casa después de eso... —murmuró Shoyo, acercándose un poco más a él, siendo lo más que le permitía el lugar donde los dos se sentaron. Tobio sólo alzó sus hombros con facilidad.
—Nadie se me acerca en la noche, no sé por qué... —habló en modo de no entender la situación el Beta, sólo logrando que la mano de Shoyo que pasaba sus dedos por las hebras delgadas del chico se tensó, y sus ojos se abrieron de par en par y apretó sus labios, aguantándose las ganas de reír: así que sí existían esas personas que se daban a respetar y mantenían alejados a verdaderos delincuentes sólo con su cara, por creer que podrían ser delincuentes más rudos merodeando por las calles oscuras.
Así el pequeño trayecto a casa se pasó demasiado rápido y lo que cabía en la palabra «tranquilo», el corazón de Tobio seguía dando brincos, incluso cuando se bajaron en la estación indicada y sólo faltaban unas cuantas calles para llegar a su hogar, no había nada que lo calmara. Kageyama nunca se había enamorado, eso era algo nuevo para él. Lo sabía, lo sabía, y por eso no sabía qué hacer.
Hinata era brillante, alguien alegre y carismático, y él sólo podía entenderlo cada vez que lo miraba.
—Kageyama, tengamos la revancha —rectificó el de menor altura, poniendo un gesto de clara revancha en su cara y deteniendo su andar, forzando a que su acompañante también lo hiciera—. ¡Obtendré mi venganza y te derrotaré! —Señaló sin mostrar signos de madurez, pero ya siendo algo esperado para Kageyama por sus habituales formas infantiles de comportarse.
—¿Es una apuesta? —sostuvo conversación Tobio, alzando una de sus cejas y metiendo sus manos en sus bolsillos por mero impulso. Shoyo al principio se encontró perdido, pero luego tras un segundo y ver el gesto serio ajeno que apuntaba a que se lo tomaría muy en serio, se obligó a aceptar.
—¡Sí, podría decirse! Será una carrera, de aquí a mi casa —confesó, mostrando un claro gesto de color rojo en su cara por las palabras que diría. Lo mejor era que Kageyama sí parecía genuinamente interesado en esa extraña invitación de ataque, donde uno perdería, y el otro ganaría—. El que gane, podrá pedirle al otro lo que quiera... —Sacó a flote sus planes, con ese tono que salió más emocionado que el esperado, y una sonrisa libertina chocando en su boca y que para colmo, hasta enseñaba sus dientes en el proceso, hicieron saber a Tobio que Hinata tenía demasiada confianza en su velocidad y ya se creía un ganador.
Eso lo molestó de sobremanera, lo irritó, y la furia emergente que se procesaba en su cara, fueron lo suficientemente oportunas como para que todo el amor naciente en sentimientos enfrascados quedara en segundo plano sólo por una brevedad de segundos, ya que, ahora lo más importante eran sus instintos competitivos que le pedían a gritos ganar.
—¡Acepto! —proclamó en un pequeño volumen de voz que se alzó más de lo que realmente debió ser.
Shoyo asintió, complacido por la respuesta que logró obtener.
Después ninguno de los dijo o expresó nada, sólo se quedaron en su lugar, se vieron a la cara, meticulosos. Muy en el fondo de su pecho, los dos sabían que compartían la misma neurona, estaban seguros de eso, y había altas probabilidades de que pensaran y actuaran al mismo tiempo...
Así fue, sólo esperaron un poco y terminaron por salir huyendo del lugar, corriendo como si su vida dependiera de eso, ignorando el hecho de que pudieran molestar a los residentes con sus gritos a altas horas de la noche, para ellos sólo existía la llama de la competencia, se miraban de vez en cuando y seguían su camino. Hinata era considerablemente más rápido que Tobio, pero Tobio tenía las piernas más largas. Ventajas que lo daban todo a un posible empate. Shoyo vio la meta cerca, a sólo unos cuantos pasos, tuvo que dar unas largas exhalaciones antes de cerrar sus ojos y correr con todavía más fuerza. Kageyama también aceleró el paso.
Cuando la línea de meta fue tocada primero por los pies de Hinata sólo por dos segundos, ambos mostraron su entusiasmo y derrota de diferente forma. Kageyama gruñó y Hinata dio unos enormes saltos de alegría y emoción por su logro.
—Tendrás que hacer lo que yo te pida. Con esto serán 200 victorias y 202 derrotas —cantó con emoción el pequeño chico, con una enorme mueca de euforia en su rostro, no perdiendo el tiempo para tocar el timbre de su propia casa, notablemente entusiasmado. Kageyama frunció más se ceño, frustrado por la derrota. Menos mal que podía consolarse con saber que había ganado dos veces más que Shoyo —. Kageyama... —llamó de repente Hinata, al alejar su dedo del timbre tras haberlo tocado cuatro veces seguidas (era una clave entre él y Natsu por si sus padres no estaban en casa y así su hermanita no le abriera a desconocidos creyendo que podría ser su hermano), y se giró para verlo. Kageyama dilató sus pupilas al verlo, y su corazón volvió a latir como loco: sus gestos que lograba hacer cuando se burlaba de él habían desaparecido, sólo quedaba un chico sonriente que daba las gracias sin decirlas realmente sólo con su sonrisa agradecida—. Gracias por acompañarme a casa —matizó lo que su rostro decía con palabras. Tobio se quedó quieto, con las distancias que los separaban como un enorme abismo que sólo logró que el Beta detuviera su respiración de forma abrupta.
De verdad le gustaba Hinata. Hinata era su Sol que no quemaba, sólo dejaba calidez a su paso. Aunque a veces mostraba pequeños comportamientos egoístas y actitud infantil, Hinata era Hinata. No había alguien igual para Kageyama.
Si él hubiera sido un Alfa, ¿serían verdaderas almas destinadas?
—Hinata... —musitó su nombre, perdido en su rostro alegre, sabiendo que el impulso que haría sería la punta de su idiotez. Inconscientemente, sus pies empezaron a moverse en dirección al chico Sol que olía a naranjas, queriendo acortar las distancias lo más que podía.
—¡Has llegado, Nii-chan! —saludó una alegre niña de hebras naranjas, vestida con una pequeña pijama amarilla con adorable estampado de jirafas caricaturizadas que sonreían, y ella también sonreía, por darle la bienvenida a su hermano por llegar a casa.
Sonreía, del verbo pasado, porque apenas su campo de visión llegó al exterior donde estaba su hermano tras abrir la puerta, su gesto se deformó a uno de estupefacción.
Kageyama se había acercado a Shoyo sin pensárselo mucho, y en un claro impulso de tenerlo cerca, sus dos manos habían pasado a adueñarse de los pequeños hombros de su pareja asignada. Labios uniéndose por un pequeño roce inocente y que no fue cohibido por el mismo Tobio, tomándose el tiempo para dejar su marca en la comisura delgada de Shoyo. Hinata dilató más sus pupilas y poco a poco el rubor empezó a llenar por completo su cara, al sentir el ardor instintivo de sus bocas al tocarse y lo agradable que era ese tacto. Creyó que Kageyama no sabía besar, pero se esforzó lo suficiente como para mover su boca, tratando de hacer durar ese tacto.
Después de un rato de estar así, Kageyama por fin se alejó de él, con cierta lentitud y completamente rojo hasta las orejas. Hinata estaba igual. Los dos respiraron con pesadez y ante la cercanía, sus respiraciones se mezclaron.
—Dijiste que te tomara hace poco... —manifestó lo que recordaba del día del celo Tobio, pero sacándolo un poco del contexto sexual que eso ameritaba. Shoyo creyó que su corazón se saldría de su pecho y ya no podía moverse, ni siquiera sabía si debía de hacer o decir algo—. Así que... así que... ¡he decidido tomarte como mi esposo! —especificó más su decisión que había tomando.
Al declarar eso, fue que terminó por soltar los hombros del chico y le dio una pequeña mirada: el color rojizo en la cara de ambos no había bajado, y Natsu estaba devastada al haber escuchado esa confesión. Prosiguiendo todo, Kageyama no dejó que Shoyo dijera algo, sólo dando unos cuantos pasos atrás por precaución, y al estar a una distancia prudente, terminó por salir corriendo por la calle como si fuera un niño de primaria que experimentaba su primer amor.
—¡Nii-chan! —gritó devastada su hermana, sintiendo que había perdido en esa guerra, al ver a Hinata pasar su temblorosa mano cerca de sus labios, se los tocó con curiosidad y terminó por sonreír como un pequeño bobo enamorado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro