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Capítulo 22: Sueños & El Romance Adolescente

Capítulo dedicado a: dukitamo, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Hinata no tardó en notar el evidente cambio de actitud de Kageyama con él. Al principio fue sutil, como la vez anterior en la que éste quiso tomarlo de la mano para cruzar la calle o su insistencia pasiva de querer descansar en su regazo. Pero, sólo con el pasar de los días, se había hecho más que evidente las actitudes que éste estaba teniendo hacia él, hasta el punto de que simplemente ya era difícil de ocultar.

Kageyama le siguió el paso en silencio, estando completamente apegado a su cuerpo, como si lo hiciera a propósito. Hinata no pudo decir nada, más bien, no podía acusarlo por eso para comenzar. Esa tarde todo el club masculino de voleibol se había puesto de acuerdo para llegar a la tienda cercana del entrenador Ukai, donde por invitación de Daichi habían comprado unos bollos caseros sorpresa. Uno para cada uno.

Cuando Hinata recibió la comida, con sus ojos brillando por la emoción, pudo tocar el cielo al sentir sus manos atrapadas por el calor del alimento, junto con el delicioso aroma que desprendía y con la sorpresa delatada en la punta del paladar por no saber de qué estaba relleno.

—Habían dulces y salados, así que les puede tocar uno de los dos —advirtió el capitán, extendiéndole el último bollo al alcance de Asahi. Eso emocionó más a Hinata: ¡doble sorpresa!

Y lo mejor para mantener las sorpresas era guardarlas para más tarde, saber cuánto aguantaba su impaciencia y cuánto podía resistir ante el delicioso alimento que tenía en manos. Fue ésa la razón por la que no le dio ni una mordida a su alimento, sólo hasta que el equipo de voleibol llegó a la intersección principal donde usualmente se separaban en las tardes y en las mañanas se encontraban si corrían la suerte de verse.

—¡Hasta mañana! —despidió a todos Hinata, dando unos pequeños saltos emocionado, alzando sus manos al aire y abriendo sus pies más de lo que una persona normal podría hacerlo. Tobio guardó silencio ante las acciones ajenas, sólo demostrando su lado más discreto a sus demás compañeros del club con reverencias bien definidas.

En esa separación, el ambiente diario que Hinata había notado empezó a caer poco a poco, en picada, realizando pequeñas pausas cuando su mirada café logró toparse con la azul ajena, tan seria y directa, sin mostrar palabra alguna más que el lenguaje que trataba de transmitir con su mirada.

—¿Nos vamos? —cuestionó Shoyo, con una pequeña sonrisa alegre que logró sacar alivio puro en el ser más interno de Tobio. La calidez volvía a inundarlo y tuvo la pequeña tentación de declarar mentalmente que era la persona más afortunada del mundo, porque tenía a su lado a Hinata Shoyo.

—Está bien —reconoció Tobio, dando un pequeño asentimiento y sacando de su propia piel el color delator de los enamorados. Pintaban demasiado, hacían ver su rostro brillante y con la oscuridad de la noche, sólo lo hacían más notable entre los faroles encendidos. Shoyo dilató sus pupilas, al notar esas acciones, sólo tratando de encontrar sus propias palabras en el silencio al iniciar su camino por la pequeña calle estrecha que daba a un pequeño claro colindando con una ladera antes de llegar a la estación. Kageyama lo volvió a seguir, esa vez, no midiendo sus propias acciones, logrando llegar a caminar a la par, al mismo ritmo y demasiado pegado a él—. Te acompañaré hasta que tomes tu autobús...

Ni siquiera la felicidad que sintió Tobio cuando Sawamura le entregó el bollo, se comparaba con lo que estaba sintiendo en ese momento. Con su comida a medio camino por ya haber sido masticado (le había tocado de curry esa vez), los minutos pasaban lento, sus ojos observando de reojo la silueta más pequeña de su pareja asignada, de un Omega irritante que daba la impresión de estar a gusto a su lado, disfrutando comer su alimento que por lo que alcanzaba a notar, y los pequeños rastros que ensuciaban su pálida mejilla, era mermelada. A Shoyo, una buena persona, le había tocado un sabor dulce.

—Es raro que me acompañes hasta la parada del autobús —habló Hinata, dando primero un vistazo al cielo estrellado nocturno con pocas nubes sobre éste; luego, sus rasgados ojos cayeron sobre el chico.

Kageyama entró en pánico ante esa afirmación, no pudiendo hacer más que atinar a tratar de evitarle la mirada. ¿Hinata lo había atrapado viéndolo? Su cara empezó a calentarse y su pecho explotaría en cualquier momento por los golpeteos de su corazón. Estaba latiendo demasiado fuerte, qué extraño. Su mano temblorosa empezó a pasear por su pecho, teniendo el impacto de que podría ser escuchado por Shoyo en cualquier momento. No sabía que estaba pasando, todo era tan extraño...

De repente, sólo quería estar por siempre al lado de Hinata.

—¿Kageyama? —Su trance volvió a romperse, volviendo a chocar contra la mirada ajena que le dirigía el menor, como si quisiera capturar cada una de sus acciones en la preocupación bien plasmada en su cara. Tobio ahí reaccionó, sintiéndose el ser más extraño porque incluso la voz de Shoyo había empezado a sonar como melodía para sus oídos.

La razón instintiva de querer adueñarse del calor de ese carismático Omega fue el que lo obligó a retroceder, aterrado. Sólo pudo reaccionar dando un pequeño gruñido, y chasqueando su lengua a la par, como si quisiera restarle importancia al asunto.

Sabía lo que estaba sintiendo pero no podía explicarlo con palabras.

—No es nada raro, nada me cuesta acompañarte —relató sus pensamientos en alto, como si no le preocupara esconder sus verdaderas emociones. Hinata lo miró, con la sorpresa contenida en su cara y su boca un poco abierta al oírlo ser sincero. No, no era su imaginación que Kageyama empezaba a ser un poco más calmado cuando estaban juntos—. Además... —Guardó silencio por su cuenta, y Shoyo pudo notar con mucha facilidad como sus labios estaban temblando. Ya le estaba empezando a costar trabajo expresarse, por eso se había quedado mudo.

—¿Además? —Para colmo, Hinata era el ancla que lo incentivaba a seguir.

Kageyama no respondió al instante, pareciendo notablemente intranquilo cuando todo lo que quería decir simplemente no sabía cómo formularlo. Su mirada iba y venía hacia la expectante mirada de Shoyo, luego era apartada y su cara que ya estaba tintada empezaba a ser más visible, colándose por sus orejas el color rojo.

—Creo que quería estar más tiempo contigo... —susurró Kageyama, después de varios intentos bien marcados en su propia tranquilidad que trataba de ser escupida. Shoyo ahora sí no pudo evitar dejar escapar su euforia, abriendo sus ojos como platos y sintiendo que el corazón empezaba a escaparse de su pecho. El color naranja también había empezado a tratar de unirse con el gris.

Lo único que podía hacer Hinata para mantener en alto la conversación, era dar una pequeña sonrisa burlona en su cara, tratando de aligerar su propia vergüenza.

—Kageyama, no sabía que yo te había empezado a agradar —reveló, haciendo un mohín con sus labios y riéndose con mucha facilidad ante el gesto irritado que sacó el susodicho, sin poder esconderlo.

—¡No es eso, idiota! —transmitió Tobio con un obvio tono alterado, acercándose más a Shoyo en un arranque desesperado y lo empujó con sutileza. El menor sacó un pequeño grito ahogado, teniendo que hacer un esfuerzo sobrehumano con sus pies para mantenerse estable y no caer de lleno en el suelo.

Kageyama se congeló, al darse cuenta de lo que había hecho. Sus pupilas se dilataron y detuvo sus pasos, esperando a que Shoyo mantuviera la compostura, al verlo mantenerse quieto, creyó haberlo lastimado, y Hinata no dijo nada, sólo se limitó a verlo, sorprendido por esa acción. También lo vio mirar con preocupación su propio bollo, deseando que no se hubiera caído, sería un desperdicio: cierto, recordó que a Hinata le encantaban las cosas dulces.

—¡No me empujes así de nuevo, estaba a punto de caerme con todo y bollo! —reclamó Hinata, dando un pequeño golpe en el pecho a Tobio sin buscar lastimarlo pero sí para llamarle la atención. Algo inesperado para Hinata, creyendo que le volvería a seguir la pelea como en su primer encuentro, pero, todo lo contrario: Kageyama se había quedado estático, como si una gran alarma dentro de su pecho empezara a sonar. Pronto, todo su interior destrozado tomó forma, para que la alteración muda llegara a su cara con un gesto preocupado y su única mano que no sostenía su alimento a medio comer se movía de arriba a abajo, queriendo arreglar su error.

—Y-yo-... —Trató de articular palabra alguna, remplazando su gesto inquebrantable por el pánico certero de haberlo lastimado. Ésa no era su intención. Había sido tan malo como para empujarlo con su cuerpo, ¿y si lo lastimaba? No pensó en eso en el momento, debía de frenar sus conductas, y justo ahora, ni siquiera podía decir nada ante la mirada interrogante del chico—. L-lo siento... —recalcó por fin, soltando de su boca el peso de las palabras ante la mirada ansiosa de Tobio por querer arreglar sus errores.

Hinata al principio no dijo nada, temiendo que algo le hubiera pasado a Kageyama como para llegar al extremo de alterarse tanto. Sí había estado mal que lo empujara, pero tampoco era para tanto. ¿Algo le había pasado? Aceptar sus disculpas y guardar silencio no sería algo bueno. Además, tampoco era como si él pudiera controlarse, con ese desespero intacto que antes nunca creyó verlo plasmado en su cara.

Sin querer, terminó por sonreír, y con unos cuantos pasos hacia adelante, logró atrapar con uno de sus brazos el de Kageyama. Por supuesto, Tobio se congeló, se quedó quieto y sintió que moría ahí mismo por la evidente cercanía. Tragó grueso, al ver al chico de menor estatura demasiado apegado a él, mezclando su tenue aroma a chocolate por su condición de Beta con el aroma potente a naranja, pero había algo diferente, algo extraño, algo raro, algo que Kageyama no podía detectar porque un olor desconocido que lo cautivaba empezaba a golpear sus fosas nasales. Tal vez si fuera un Alfa, podría saber de qué se trataba. Tal vez si fuera un Alfa, ¿Hinata realmente sería su pareja destinada?

—¡No te preocupes por eso, Kageyama! Te perdono, a veces es normal que los amigos se empujen al jugar y por eso se lastimen —contó parte de su propio conocimiento, recordando vagamente cuando había jugado con Izumi y Koji de camino a casa tras salir de la secundaria. Una cosa había llegado a otra, decidieron ir al parque, y creyeron que sería buena idea subirse a los columpios de pie y...—. Una vez Izumi me empujó demasiado fuerte en un columpio, salí volando y me salió mucha sangre de la cabeza, ¡pero estoy bien! —Sus experiencias fueron expulsadas de su boca como si fuera lo más divertido del mundo. Kageyama sólo pudo palidecer.

—¿Cómo es que sigues vivo? —preguntó con demasiada facilidad, logrando que Shoyo inflara sus mejillas en señal de ofensa, en un arranque de rabia que trató de disimular lo mejor que pudo.

—Tengo mucha resistencia —insinuó, inflando su pecho con orgullo y apretando más el agarre que mantenía en su brazo.

Tobio podía tener esa tonta duda con el perfecto beneficio de la duda, ya que él no sabía lo que los amigos hacían. Toda su vida se la había pasado acompañado de sus padres, su querido abuelo y su hermana mayor, pero de nadie más, porque había dedicado la mayor parte de su vida al voleibol, y creyó que todo estaría bien aun si estaba solo.

Eso era lo que creía. Pero toda esa creencia se colocaba patas arriba cuando miraba el rostro alegre de Hinata, cayendo sobre sus ojos en su primer vistazo y no pudiendo hacer más que entender que la compañía de Hinata no era tan mala. Tenía una radiante sonrisa, una alegría pura, un entusiasmo voraz y una determinación que le atraía sin querer. Él sólo era una polilla tratando de llegar a un farol de luz, él era el que estaba siendo absorbido, él quería adueñarse de esa luz naranja en medio de tanta oscuridad, de tanta soledad.

—¿Somos amigos? —Fue lo único que pudo articular Kageyama, un poco perdido. Hinata rio ante la pregunta tonta que soltó el menor, y lo hizo volver a avanzar entre la calle oscura y solitaria para llegar al pequeño claro que colindaba con la estación de autobús.

—Tonto, Kageyama tonto —aseguró, con unos insultos no tan inofensivos pero que lograron poner la piel ajena de gallina. Shoyo seguía siendo una molestia a pesar de todo—. Somos amigos, rivales, compañeros y pareja, ¿no es eso genial? ¡Soy cuatro en uno! —sintió su propia felicidad al expresar esas palabras, y Kageyama no pudo evitar quedarse mudo al ver esa radiante escena donde el pequeño chico de menor estatura ampliaba su sonrisa y la dirigía sólo para él.

Era la primera vez que alguien lo llamaba «amigo».

Kageyama entendía por qué la gente realmente nunca se le acercaba. Lo había escuchado en incontables ocasiones, y por eso creyó que su pareja seleccionada no tendría una gran suerte sólo porque fue él quien le tocó. Por eso, había prometido disculparse con esa persona cuando realizara la mordida en su cuello.

Kageyama había entendido dos cosas a lo largo de su niñez: la primera se trataba de que era una persona aburrida, y la segunda, que estar solo realmente no era algo tan malo.

Tobio nunca ha tenido amigos, dedicó su vida por completo al voleibol, nunca se llegó a sentir solo porque de vez en cuando su hermana mayor, Miwa, practicaba con él. Cuando ella no estaba, tenía la inquebrantable compañía de su abuelo, su mejor compañero, con el que se divertía y quien le enseñó demasiadas cosas importantes en torno al voleibol: entre ellas, por supuesto, fue su propia salud. Le había enseñado grandes regímenes de entrenamientos, lo que debía de comer para mantenerse saludable, el cuidado de las partes de su cuerpo que tocaban el balón para no lastimarse, y una interminable lista más. Kageyama, por supuesto que estaba eufórico, la cosa que más amaba en su vida la impulsaría a seguir adelante.

Pero también dicen que para obtener algunas cosas, debías de sacrificar otras.

Tobio lo hizo y ni siquiera se dio cuenta, hasta que lo perdió completamente.

Un pequeño chico azabache de estatura baja, apenas cursando tercero de primaria, acababa de comprar una pequeña caja de leche de la máquina expendedora que estaba afuera de la tienda más cercana a su escuela, cuando iba de regreso a casa. Tras agacharse con torpeza para recogerlo, y después proseguir a introducir el popote en el lugar indicado, tal parecía que fue el tiempo suficiente como para que algunos de sus compañeros del aula llegaran a parar frente a la pequeña tienda. El pequeño Kageyama, jugador de voleibol prodigio, a quien nunca le preocupaba nada y estaba perdido en su mundo, contempló a la pequeña bola de cinco chicos formando un círculo, y el que daba la impresión de ser el líder, presumía por completo la nueva consola portátil que había salido hacía sólo unas semanas atrás.

Kageyama no dijo nada, sólo los contempló en silencio, encerrando en sus pequeños ojos azules lo que él no llegaba a entender. Todos se estaban divirtiendo después de clases.

—¡Él es el jefe final! —declaró con orgullo el niño castaño que siempre se llevaba la atención ajena sin esfuerzo, tenía sus mejillas sonrosadas hasta el tope y se le subía a la cabeza una típica arrogancia infantil al creerse un genio por pasar todos los niveles, y eso no tenía nada de malo.

—¡Eres increíble, Mahiro! —gritó otro chico ante los oídos de Kageyama.

Tener amigos de su misma edad...

No pudo hacer más que dar un sorbo a su leche, queriendo acabar con el contenido demasiado rápido antes de tirar el cartón vacío al contenedor correspondiente. Ese tragó tal vez fue el que condenó su reputación que llevaría a partir de ese instante, ya que ni siquiera pudo apartar la mirada del pequeño grupo, llevándose como resultado que el jefe, Mahiro, detectara su presencia. Tobio se sobresaltó y casi se atragantó con el líquido que ingería al ver como ese castaño de estatura considerablemente más alta que él le sonrió de par en par.

Era la primera vez que alguien que no era su familia le dedicaba ese tipo de sonrisas, por lo que ni siquiera supo qué hacer, sólo se quedó congelado, con un pequeño rubor en sus cachetes algo abombados y con sus labios temblorosos, presos del pánico.

—Tobio, ¿has jugado este juego? —Trató de hacerle plática a una distancia prudente, sin alejarse de su grupo de amigos. El mencionado se congeló más de lo que ya estaba, todo por la potente mirada de todos los chicos al ver que el más extrovertido le estaba dirigiendo palabras a alguien solitario.

Alguien raro.

Kageyama fue preso del pánico, pero tampoco lo demostró en su cara. Nunca supo que lo tuvo y fue por una ocasión tan trivial, que no la pudo asociar a su notable tranquilidad al jugar los partidos de voleibol en el equipo infantil en el que estaba.

—No. —Se atrevió decir después de pensarlo un poco. Mahiro se notó un poco extrañado, borrando la sonrisa de su boca y arqueando sus cejas hacia abajo, preocupado.

—¿De verdad? —Volvió a repetir, con esa inocencia que a veces llegaba a ser irritante. Kageyama asintió sin dudarlo esa vez. Mahiro guardó silencio por unos segundos, sin apartarle la mirada y como si quisiera volver a decir otra cosa. No fue extraño que alguien tan sociable lograra atrapar esa felicidad de nuevo en su boca al segundo, con una mente ágil y con la intención de conversar—. Entonces, ¿has jugado otro juego? ¿Tienes alguno que más te guste?

—No... —aseguró Tobio, todavía manteniendo las distancias y siendo cauteloso. La sonrisa de Mahiro desapareció otra vez de su cara.

—¿No tienes ninguno?

—No. —La misma respuesta tres veces seguidas. Ésa había sido la plática más larga que había tenido en su vida con un compañero de su salón, sin contar un trabajo escolar...

—¡Qué aburrido! —Y ésta terminó de esa forma, con Tobio abriendo sus ojos con sorpresa y sus pequeñas manos apretando el cartón de leche al no saber qué más decir.

Ésa fue la primera vez que alguien le dijo eso, pero no fue la única.

Kageyama tenía el vago recuerdo de que en cuarto de primaria existió un chico interesado en ser su amigo. Si no mal recordaba, creía haberlo escuchado a voces de otras personas con el apodo de «Yui-chan», no recordaba su rostro ni tampoco gran característica de él, pero sí llegaba hasta él el vago recuerdo efímero de una conversación que tuvieron.

Preguntas con obvias indirectas amistosas que cualquier niño podría utilizar para volverse más cercano a alguien de interés, compartir momentos alegres y vivir una historia tan fantástica como la de las películas que salían en la televisión y él rara vez veía.

Al principio lo veía animado, y todo el día se la pasó pegado a él. En el segundo día, lo notó más normal y un poco distante. En el tercero ya no le prestaba atención y cada vez que éste trataba de hablarle, sólo era con frases simples y que podían ser respondidas fácilmente. En el cuarto día, Yui-chan lo trató como si fueran simples desconocidos.

«No es divertido», llegó a escuchar de la boca del niño por casualidad un mes después.

Justo ahora, todo se podía considerar patas arriba. Primer año de preparatoria y tenía a su propio Sol personal que le regalaba sensaciones cálidas todo el tiempo que pasaban juntos. Cuando llegaron a la parada de autobús, Shoyo había soltado el brazo de Kageyama, para enfocarse en comer su propio alimento.

—Kageyama, ¿quieres un poco? —Invitó el menor, volviendo a tomar desprevenido al de lacios cabellos cortos cuando éste colocó su mano sobre sus hombros, y se esforzó para ponerse de puntitas, mientras le mostraba el bollo dulce a medio camino de acabarse.

Shoyo se esperaba una negación de nuevo, alegando que ya se estaba comiendo uno él y no necesitaba otro. Pero no, muy al contrario, Tobio miró la comida sin decir palabra por algunos segundos que parecieron una eternidad. Y, sin nada para que Hinata se preparara, ocurrió lo imposible: Kageyama le dio una mordida al bollo de fresa demasiado grande que éste le había ofrecido; acto seguido, Kageyama le extendió a su altura el pequeño pedazo de su propio alimento que sólo dejaba rastros de verdura en la textura del bollo para que mordiera. Shoyo no pudo evitar mostrar su extraña confusión en su cara, pero siendo remplazada al instante con ese brillo característico en sus orbes cafés y aceptó gustoso la oferta.

Todo apuntaba a que empezaban a llevarse mejor. Tobio se estaba abriendo más con él, y Hinata no pudo evitar mostrar su felicidad reflejada en su boca llena de pequeñas manchas de curry con una sonrisa de oreja a oreja.

Kageyama al notarla, no pudo evitar detener el lento masticar de su boca de improviso, tuvo un diminuto respingo y su cara empezó a arder en rojo.

El color gris había empezado a aceptar que el color naranja brillaba demasiado, de un rojo intenso, un fuego muy difícil de apagar, y que aunque era violento, no quemaba, sólo era calidez. Quería adueñarse de ese calor.

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