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Capítulo 16: Estereotipos De Alfa, Prejuicios Color Azul

Capítulo dedicado a: hibouToo, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

Kageyama apuró su paso, con sus cejas temblando por el pánico que sintió y la resignación de entender que por culpa de su pareja no había podido dormir nada. Se sintió muy tranquilizante, se creyó protegido y se dejó llevar por los impulsos del momento, incluso tomando su mano. Pero, ¿de qué había servido si no podía dormir bien?

No pudo hacerlo, su corazón fue mentiroso y traicionero, latió con demasiada fuerza. ¿Cómo podía dormirse en condiciones como ésas? Sacudió su cabeza, cuando a su mente llegó con rapidez la mirada sonriente de Shoyo, tan apacible y a la vez ruidosa que lo mareó en su primera intervención. Frunció más su ceño al no entender ese tipo de sentimiento, con el ardor entre las ropas de su uniforme que recordaban el vago intento ajeno de cubrirlo de un frío inexistente. Para colmo de sus males, se sentía mareado, porque al alejarse del chico, pudo notar que su aroma se le había impregnado más de lo esperado, y con cada paso que daba, su cuerpo alborotaba esa fragancia a naranja y se introducía dentro de sus fosas nasales.

Eso era malo.

Sus pies golpeaban el piso en un ruido sonoro, sus manos eran movidos de un lado a otro con completa decisión y violencia, su vista era afilada y no tenía que preocuparse por chocar con alguien en su camino porque todos se apartaban del camino apenas lo veían. Qué amables eran.

Así logró llegar a su aula, con la expectante mirada de los demás sobre su nuca, con el terror atrapado en sus ojos y no queriendo toparse con un Alfa dominante que tal vez estaba enojado. ¿Qué estará ocurriendo dentro de la retorcida mente de Tobio? ¿Estará pensando una forma de dominar la escuela por su precioso segundo género con el que nació? ¿Qué había de su pareja? ¡Pobre de él!

Tobio apretó más sus dientes, volviendo a tener otro debate mental porque no entendía para nada las actitudes de Shoyo hacia él, y la extraña calidez en su pecho cada vez que lo notaba tan interesado por querer acercarse a él.

Realmente, no entendía nada.

Kageyama tomó la pequeña manija hundida para abrir la puerta corrediza de su aula, esforzándose más de lo previsto antes de siquiera tomar una decisión. Ahí fue cuando lo escuchó todo...

—¿Kageyama-san no te da miedo? —Una voz femenina que contenía una pequeña risa nerviosa, mantuvieron al mayor en su lugar, sin atreverse a abrir la puerta porque esas afirmaciones lo había tomado desprevenido. ¿Había hecho algo?

—Bueno, realmente parece un Alfa egoísta y dominante, no sé qué intenta queriendo dominar un pequeño salón. —Alguien más subió un poco el volumen de su plática y Tobio dilató sus pupilas ante esa afirmación.

«¿Quiero dominar el aula? ¿Para qué?», pensó con completa seguridad, ladeando un poco su rostro hacia un lado, queriendo entenderlo. No pudo hallar una respuesta, pero sí entrando en pánico porque podía existir la posibilidad de que, tal vez, sin que él se diera cuenta, el Rey egoísta emergía de las sombras —cual película de terror— y trataba de dominar todo.

—Nunca lo he visto con alguien a parte del chico Omega, así que no sé si tenga amigos...

—Hablando de eso, ¿no crees que lo está obligando a estar con él? Es decir, el chico siempre es el que viene a buscarlo, no creo que sea una buena persona —respondió ahora una voz masculina, logrando que el corazón de Kageyama cayera de lleno al hueco de vacío que creía enterrado cuando en el partido de práctica del primer día del club, Hinata le mostró su apoyo.

Vaya, así que no era una buena persona.

Entonces todos sus esfuerzos por cambiar eran completamente inútiles. No pudo hacer más que tragar un poco de su saliva, no entendiendo el pequeño temblor que invadió su cuerpo al tratar de abrir la puerta: sus fuerzas se le habían escapado. Debía de esforzarse más y ser una mejor persona, una persona que borrara lo horrible que era en la actualidad.

Por fin, después de un rato de tratar de recuperar sus fuerzas al jalar la puerta, se abrió de par en par, por fin y después de un rato. Pero el sonido salió más largo de lo que se podía permitir, haciendo una presión intensa que se desató con la puerta abierta siendo azotada. Todos los alumnos presentes dieron un pequeño brinco, y se tensaron con el terror a flote cuando la mirada oscurecida del bello joven azabache de ojos azules se presentó. Todos los que habían hablado de él guardaron absoluto silencio, tal vez creyéndose escuchados y viendo su cercana muerta a la vuelta de la esquina.

«Así que no soy una buena persona, ¿qué debería de hacer?», Tobio sudaba de todos lados, tratando de ser amable con todos con completa facilidad. ¿Qué se suponía que debía de hacer una persona buena?

¿Podía seguir el ejemplo de una persona buena que él conociera?

—Hinata —murmuró en un impulso. Sí, él era la definición perfecta de una buena persona, sólo que muy irritante y que le lograba sacar canas verdes. Pero fuera de eso, era alguien amigable y alegre que siempre estaba rodeado de personas en su aula.

¿Qué haría Hinata en esa situación? Tal vez... ¿saludar?

Sí, una buena persona era alguien que saludaba cada que llegaba a un lugar, y él haría eso ante las críticas de sus compañeros que le hicieron saber que no era una buena persona.

Su mano fue alzada al aire, temblaba y Tobio descubrió un lado nervioso que antes nunca creería que tenía.

—Ho-hola —pronunció, con los nervios escapándose de su boca y logrando hacer con éxito un saludo casual. ¡Bien, lo había logrado!

Lástima que nadie la respondió, en su lugar, toda el aula quedó en silencio. Lo máximo que logró obtener, fue que una de las chicas Beta alzara su mano para corresponder el saludo, un poco indecisa. Kageyama tuvo la impresión de que seguía siendo una mala persona y por eso nadie le hacía caso.

—¡Kageyama! —gritó la inconfundible voz de Hinata, dejando congelado al mencionado ante los gritos amigables y felices que sólo eran su nombre en un volumen demasiado alto. Cuando por fin Tobio pudo girar para ver al chico que corría con una enorme sonrisa en su rostro y agitaba su mano al aire para que fuera tomado en cuenta, el chico se acercó lo suficientemente a él, logrando tomar su brazo con una de sus manos y le impidió que se fuera—. Qué bueno que tu maestro todavía no llega —exclamó con alivio, asomando con timidez su rostro en el aula que cambió un poco de ambiente cuando el alegre chico la atrapó.

—¿Tú qué haces aquí? Las clases van a iniciar, vete —mandó sin nada de tacto, sólo permitiendo que Shoyo diera un mohín con sus labios ante su actitud.

—Qué responsable eres, Kageyama —confesó, alzando sus hombros al aire. Pronto, amplió su sonrisa ante la interrogante mirada de Kageyama, con sus pupilas demostrando abiertamente que no entendía para nada el corazón de alguien brillante, pero aceptó sin rechistar que Hinata apretara más su mano contra su brazo, obligándose a aguantar su reacción ante el cercano celo, y se inclinó cuando el menor lo sacudió para poder alcanzar su oído—. Mañana no debes de traer tu bento —susurró cuando tuvo la inclinación perfecta y Tobio pudo escuchar esas palabras junto con la pequeña y diminuta sensación de cosquilleo en esa parte.

—¿Qué? ¿Por qué no? —Y él rápidamente no tardó en ponerse a la defensiva. Hinata rio al ya esperarse esa reacción.

—No te lo diré porque si no, no sería sorpresa, pero sólo no lo traigas —pidió, dándole una pequeña palmada en el hombro en modo de apoyo. Kageyama frunció más su ceño pero ya no dijo nada—. Entonces, ¿qué dices? —Esa calidez que Hinata le transmitía, por alguna razón desconocida, le gustaba. Lo calmaba, lo revolvía y lo hacia caer a un mundo desconocido.

¿Debería dejarse envolver?

—Está bien —dijo por fin, logrando que Hinata diera un enorme salto de la emoción. El más alto pudo notar un brillante color en los rasgados ojos ajenos, y un rubor eufórico en sus cachetes lo delataba: qué persona tan extraña, tan resplandeciente y de un hermoso color naranja.

—Entonces, es un trato, no lo vayas a romper —aseguró, con la emoción a flote, teniendo todo listo en cuanto a lo que quería decirle. Tobio lo vio claramente listo para irse, con esa curva de un lado a otro tan perfecta, y su mano siendo sacudida de un lado a otro, con júbilo.

Kageyama entendía que era una mala persona, y tal vez no se mostraría tan alterado si afrontaba que era odiado por todos... pero, ¿y si Hinata Shoyo también lo veía como una horrible persona?

Esa duda se coló por las rendijas de su corazón. Oh, no.

Natsu por fin pudo entrar a la pequeña cocina de su casa, asomando tímidamente su rostro cuando notó a su hermano demasiado animado, esa tarde apenas regresó a la escuela tras la práctica de voleibol. La menor arqueó un poco más sus cejas aferrándose a la idea de querer indagar en la procedencia de esa enorme sonrisa que en la actualidad se paseaba por sus labios, como una curvatura que con seguridad, era una señal de que a su querido hermano mayor ya le había llegado la primavera.

Además, a parte de la curiosidad, su madre la había mandado como una espía encubierta porque por instantes, a veces salía un olor quemado del cuarto donde Shoyo estaba maniobrando un almuerzo casero.

Lo vio dar un pequeño sonido que bien podía ser como una pequeña melodía desafinada, mientras por fin apagaba la estufa y dejaba que los trozos de carne mal cortados y levemente quemados, cayeran sobre uno de los platos vacíos de bentos. No era difícil deducir que se veía orgulloso de su creación aunque prácticamente no era para nada perfecto. ¿Para quién era ese almuerzo? ¿Era para ella? ¿Para uno de sus amigos? ¿Su hermano había decidido iniciar un negocio de bentos caseros y por eso los realizaba con tanto esmero? ¿O era para... Tobio?

La sola imagen del serio chico que la había llamado mocosa la golpeó con demasiada fuerza, al recobrar su clara imagen seria entre un fondo negro y opacó: ¿se lo estaba haciendo a Tobio? ¿Por qué? ¿Estaba enamorado de él? Tobio tenía cara de pocos amigos, con ojos profundos que te hacían temblar tras el primer vistazo y nunca sonreía... no le encontraba el atractivo.

—Kageyama-kun ha hechizado a mi hermano —aludió la pequeña niña, dando un gruñido un tanto temperamental que a veces sus padres atribuían al de un Alfa—. No puedo permitirlo, no puedo dejar que sigan juntos... ¡a mí nunca me preparó un almuerzo! —chilló la pequeña, desde la entrada de la cocina, con las lágrimas traicioneras tratando de escaparse de sus ojos cafés.

¿Sabían qué era lo peor? ¡El evidente sonrojo en su cara, lo agitado que se veía, y que estuviera tan ensimismado en su propio mundo, que ni siquiera se percató de su presencia! El amor lo traía mal, de seguro Kageyama le hizo un amarre...

Apretó más sus dientes y continuó con sus quejidos y lloriqueos más que evidentes, que poco a poco se transformaban en pequeños gruñidos que iban subiendo de intensidad. Ahí fue cuando por fin, Hinata notó su presencia, tras el basto ruido que ésta hacia conectaron miradas.

—¿Natsu? —cuestionó, un poco perdido por verla en esa condición tan extraña de hostilidad. La niña, muy al contrario, recobró su compostura y dibujó una radiante sonrisa, olvidando sus preocupaciones porque por fin su hermano la había notado—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Necesitas algo?

—No, sólo que oía a quema-... muy bien y quería saber qué estabas cocinando —afirmó con completa seguridad alegre, tomando la suficiente confianza para acercarse, y mostrarse entusiasta en todo momento. El de hebras alborotadas la recibió con los brazos abiertos, a la vez que una exhalación salió de su boca en un jadeo y la temperatura de su cuerpo que desde un par de horas había estado subiendo y bajando: pero debía de terminar lo que le había prometido a Kageyama antes de irse a la cama a descansar como se debía—. ¡Se ve delicioso! ¿Para quién es? —No quiso dar desviaciones ni jugar con las palabras (más bien porque no sabía hacerlo), la pequeña Natsu soltó de su boca lo que quería saber, con tanta casualidad, que Shoyo no sospechó.

—Para Kageyama, le dije que mañana no trajera un bento pero no le dije por qué —comentó, dando una pequeña risa amigable y para sí mismo porque tal vez eso le provocaría una sonrisa. Pero sería completamente lamentable porque no podría verla.

«Lo sabía, se lo iba dar a él. Está enamorado», sus pensamientos la hundieron más, rechinando sus dientes y recargando su pequeño mentón en la barra de cocina donde Shoyo estaba preparando su preciosa (desastrosa) creación.

—Me sobró un poco, así que puedo compartirte si quieres. —Encaró Hinata con mucha facilidad, logrando que todas las preocupaciones de Natsu cayeran por la borda en un santiamén. Su pequeño corazón dio brincos de felicidad, y su alegría desmesurada la atrapó.

—Sí, ¡sí quiero! —exclamó con completa alegría, al verlo envolver con un tierno envoltorio de unos tigres caricaturizados el recién terminado bento que constituía de verduras, arroz y carne quemada. La menor de la familia ni siquiera pensó por un momento que su estómago podría terminar hecho un desastre tras comer la comida de su hermano, sólo quería que éste le prestara la atención que se merecía.

Dio pequeños saltos de la emoción y no tardó en tirarse con los ojos cerrados hacia el cuerpo de su hermano, con sus brazos abiertos de par en par, rodeándolo con mucho cariño y empezando a restregar su mejilla con el delgado abdomen de su hermano, bastante común en un Omega. Ahí fue cuando por fin lo notó: el intenso aroma a naranja que antes apenas y era visible había empezado a desprenderse más de la cuenta. No era tan fuerte como el de las otras ocasiones, y ella no sabía mucho de aromas (por ejemplo, ella sabía que su propio aroma era de jazmín, todos los niños de la prefectura olían a lo mismo por circunstancias geográficas y convivencia diaria, junto con pequeñas variaciones personales), pero su madre le había pedido que si notaba que su hermano tenía una pequeña alteración, debía de avisarle de inmediato.

—Nii-chan, ¿has entrado en celo? —habló en un pequeño movimiento sutil de sus labios, permitiendo que el mayor dilatara sus pupilas porque su hermana ya lo había notado. Él no pudo evitar reír nervioso y asintió tan pronto como la interrogante mirada preocupada de su hermana cayó sobre él.

—Me has descubierto...

Si Natsu podía decir que odiaba algo más que al mismo Tobio, sería el celo de su hermano, porque sus padres los separaban y Shoyo se encerraba en su cuarto por casi tres días. En ese lapso de tiempo, ellos no podían hablar ni tampoco jugar juntos. Una desgracia tras otra.

El mágico mundo de la medicina actual hacía que su trágica historia de amor de: «no ver a esa persona importante sólo por un día debido al celo», ahora ya no era más que una vieja realidad.

Por obligación, los Omegas y Alfas durante sus celos no debían de estar presentes en la escuela, pero tampoco les impedían la entrada. Hinata había rogado, casi llorado a su madre, tras tomarse un supresor de menor alcance (tres horas de aguante como promedio) en pastilla y con la coartada de que el día anterior se había tomado el jarabe especial para frenar impulsos sexuales que duraba todo un día, para que le permitiera ir a la escuela a dejarle algo importante a Tobio.

Para su suerte, y después de mucha insistencia de su parte, su madre accedió, pero obligándolo en el acto a que su padre lo acompañara por si acaso algo llegaba a pasar. Eso lo llevaba a la situación actual: un pequeño Hinata caminando por los pasillos del instituto Karasuno, con bento en mano y sin mochila; sin contar, por supuesto, que no se dirigía a su aula.

Al llegar al salón designado, se asomó en la puerta abierta de par en par con timidez, y buscó el asiento de Kageyama entra la multitud de alumnos dispersos esperando el inicio de clases. Como lo pensó, todavía no había llegado: no, más bien, sí estaba en la escuela pero lo más seguro era que justo en ese instante estaba en las prácticas matutinas junto con Sugawara y Tanaka. ¡Qué suerte tenía Kageyama como para librarse de los celos!

Él pronto empezaría a sufrir dolores de cabeza cuando el efecto de la pastilla pasara, y con honestidad estaba un poco nervioso porque era la primera vez que pasaría un celo teniendo pareja: ¿le dolería no tenerlo cerca? Si bien las personas tenían permitido la posibilidad de faltar a clases sólo para hacer compañía a sus respectivas parejas durante el celo, si se trataba de su pareja, bueno, las posibilidades daban con números negativos: Kageyama no dejaría pasar un día de práctica sólo para estar con una persona a la que acaba de conocer hacía menos de dos semanas.

—Hinata, ¿verdad? —mencionó una chica su nombre, logrando que el menor diera un pequeño brinco avergonzado antes de asentir con la cabeza.

—Sí, soy yo. —Era increíble que las personas ya lo conocieran sólo por estar unos días viniendo a buscar a su pareja.

—¿Buscas a Kageyama-san? —Incluso ella ya sabía a que venía. Al menos eso fue beneficioso, así él pudo asentir de manera afirmativa—. No ha llegado.

—Lo sé, sólo vengo a dejarle algo, ¿puedo pasar? —contó lo que haría, estirando al aire el pequeño bento que había hecho. La fémina que lo había recibido, se ruborizó al ver la actitud brillante del chico y golpeó su pecho con su mano, conmovida—. Como hoy no estaré en la escuela, no quiero que se quede sin comer —explicó sus planes con mucha facilidad, que la otra chica que también era Omega, pudo entender exactamente a qué se refería: y sintió rabia. ¡Cómo se atrevió Tobio a obligar a que su Omega le trajera un almuerzo preparado cuando claramente estaba en celo!

¡Parecía todo un Rey!

—Puedes dejarlo en su butaca —demandó la pequeña chica, señalando con su dedo el lugar que estaba en la última fila, a la mitad de siete bancas en la hilera. Por poco y a Tobio le tocaba junto a una de las ventanas que daban al exterior.

—Sí, gracias —comentó el chico, siendo optimista en todo momento por esa afirmación, hasta llegar con pasos rápidos y decididos hasta el lugar vacío, y dejó como si nada el pequeño detalle que le había preparado.

«Me pregunto si vas a sonreír cuando lo veas», comunicó mentalmente a su pareja sin necesidad de que éste le respondiera al ser imposible comunicarse por telepatía.

—Nosotros le diremos que se lo trajiste cuando llegue nuestro Rey —bramó un chico con la decisión al tope. Shoyo giró un poco su cabeza de lado izquierdo al ver que el chico le hablaba, con mucha decisión. Hinata tuvo la impresión de que su pecho se oprimía al oír ese apodo.

Él creía que Kageyama era un Rey, pero la misma definición de Rey que Shoyo concebía en Tobio no era la misma que sus compañeros de aula tenían.

—Gracias —destacó, con la voz un poco baja. Fue el tiempo suficiente como para que una chica rubia le tomara la palabra para hablar con él, siendo prudente para ser el centro de atención al recargarse abiertamente del cuerpo del Omega con un medio abrazo.

Hinata se estremeció.

—¿Es tu verdadera alma gemela? —Su tomo fue dulce pero había claros rastros de rencor.

—No —murmuró Shoyo, sin entender el punto principal pero sintiendo inquietud.

Tal y como sus instintos lo predijeron, la chica rio triunfal ante esa afirmación del chico, para luego soltarlo y darle unas cuantas palmadas en el pecho en señal de apoyo.

—¡Bueno, eso es una suerte! ¡Podrás tener la esperanza de librarte de nuestro Rey si es que la llegas a conocer! —exclamó, logrando que Hinata dilatara sus pupilas al sentir una sensación de vértigo por las afirmaciones dadas de la chica, y como recibió pequeñas ovaciones de aliento de la clase: lo trataban como si fuera lo peor del mundo. Eso, sin querer, lo hizo apretar los puños a sus costados y miró al suelo—. Sólo se pueden realizar cambios cuando se encuentra a la pareja destinada, ¿no? Eso servirá para alejarte de una mala persona.

Hinata abrió un poco sus labios ante la última palabra dada: no podía decir que lo amara, pero tampoco lo odiaba. Se estaba esforzando demasiado para llevarse bien con él, porque aunque era cierto que tenía una actitud horrible, no era una mala persona. Sólo era un pequeño cuervo con las alas rotas, tratando de alzarse y volando apenas muy cerca del piso.

Hinata no conocía muy bien a Kageyama, pero lo poco que había visto de él le daban todos los puntos a favor para poder decirlo claramente. Le nació de su ser esas palabras, arqueó sus cejas y se mostró hostil al mirar a todos los ahí presentes.

«Imposible, Kageyama-kun no tiene amigos».

—No lo digas como si lo conocieras, ¡porque ni siquiera han tratado con él realmente! —Fue un simple impulso que se alegró de decirlo, empezando por una voz débil que se extendió en un grito, una rabia acumulada en su rostro que demostraba el enojo que le causaba que juzgaran a Kageyama sin nunca haber cruzado palabras sinceras con él—. Él no es una mala persona —clamó con un chirrido similar al enojo al soltar esas últimas palabras, siendo sincero en todo momento, antes de caminar directamente a la salida, con el enojo en su cara.

Un pequeño cuervo al que la mayoría le dio la espalda.

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