Capítulo 14: Una Promesa Puede Romperse Fácilmente
Capítulo dedicado a: rafagauzumaki, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
El silencio inundó el espacio donde ambos jóvenes estaban, Kageyama a sólo un paso de bajar por completo las escaleras y sintiendo como el sudor corría a una velocidad impresionante por su cara, dando una clara expresión que no buscaba esconder su vergüenza ni siquiera por simple disimulo.
La gente rara, extraña y tal vez de otro planeta existía. Shoyo bien podría ser uno de ellos y llegó a la Tierra para conquistarla mientras se hacía pasar por un pequeño Omega infantil que jugaba con sus sentidos. Desde el principio, siempre ha sido así. ¿Cómo luchar contra algo que te tentó desde el inicio?
—¿Qué tratas de decirme? —Encaró sin nada de tacto e improviso el de hebras negras, frunciendo todavía más su ceño, buscando querer leer cada una de las acciones de Hinata. No daba indicios de estar jugando, ni tampoco de sólo adornar sus palabras para conmoverlo: su pequeña nariz arrugada y sus cejas arqueadas al traspasarlo con ese color café que lo aterraba y su instinto le pedía a gritos huir de él—. ¿Estás haciendo una promesa?
Shoyo parpadeó un par de veces ante esa afirmación, al ver la reacción tranquila de Tobio aun cuando éste le reveló sus sentimientos. Tal vez, el milagroso consejo de su madre y de Sugawara no aplicaban para alguien tan peculiar como Tobio.
—Sí, puedes tomarla como tal... —murmuró, creyendo que debía de renovar todo para buscar una verdadera forma que de verdad hiciera emocionar a Kageyama—. Pero más que un promesa, ¡es una verdad adelantada! —aseguró sin nada de tapujos al afirmar lo último, volviendo a su posición en guardia tras resignarse rápidamente en su mente, acerca de que si ya le había dicho todo, ya no tenía nada que perder.
Otra vez, el mayor de ojos azules se mostró un poco desprevenido ante las afirmaciones sin sentido. Tuvo un pequeño escalofrío que se calificó como un temblor ligero en su exterior. Shoyo lo notó, pero creyó por unos instantes que fue una proyección sin razón de su imaginación al jugarle una broma.
Para volver a cuestionar a Shoyo de su imaginación y sus extrañas visiones, se topó con la suerte de que ese chico serio y reservado soltó un diminuto carraspeo en modo de recuperar todo lo que ese imprevisto comportamiento con el que se topaba cada vez que estaba con Hinata lo ataba de manos y no le permitía avanzar.
—¿Eso es lo que planeas? ¿Que sonría? —dijo, restándole un poco de importancia al asunto, como si no se creyera ese tipo de palabras hasta verlas completadas.
—¡Sí!, ¡puedes tomarlo así! —gritó el menor sin mostrar cohibición alguna, sólo dando como resultado que el de hebras lacias se molestara un poco más y diera un diminuto gruñido, antes de volver a darse la vuelta, dispuesto a irse.
—Una promesa puede romperse fácilmente —acreditó lo ya visto en más de una ocasión, donde esas bellas promesas que aparecían en los dramas románticos no eran más que historias superficiales donde fingían y jugaban a amarse al cumplir promesas que bien podrían quedar en el olvido—. Así que haz lo que quieras. —No dijo nada, ni siquiera intentó mostrar una pequeña pizca de querer que Hinata lo acompañara hasta su salón, sólo retomó el camino hasta el aula tras los tres minutos que pasó con Shoyo hablando de una tontería.
Sin embargo, cuando estuvo alejado y a una distancia prudente, sólo sintiendo la infecciosa mirada color café sobre su espalda, como si buscara penetrarlo en la lejanía, entrar por algún lado como mero impulso ante lo desconocido; no pudo evitar un suave color rojizo en sus mejillas, teniendo que tratar de cubrirlas al posicionar su brazo izquierdo sobre esa parte.
A pesar de todo lo que había dicho, a pesar de que creía en las promesas que sólo estaban ahí por emociones del momento, su corazón latió demasiado rápido porque era la primera vez que alguien mostraba ese tipo de interés en él.
Él era color gris, demasiado opaco y aburrido que sólo brillaba cuando otro color se mezclaba a su lado. Al tener al alcance de su mano un vívido color alegre como lo era el naranja, algo le pidió que se adueñara de esa calidez.
Eso lo aterró demasiado.
Las parejas destinadas era lo más magnífico que podía existir en ese mundo lleno de incertidumbre sobre lo que deparará el futuro al día siguiente. Se hablaba con mucha cotidianidad que cuando dos personas estaban destinadas a estar juntas, tarde o temprano terminarán por encontrarse. Nishinoya era la prueba viviente de eso, demostrándose con tanta facilidad cuando ingresó al club de voleibol por primera vez, y una sensación similar al vertiginoso golpeteo de mariposas en su estómago al encontrarse por primera vez con su verdadera alma gemela lo orilló a pensar que el destino era magnífico.
Asahi Azumune era un Alfa dócil y amable, tranquilo, apacible, y con muchos rumores golpeando su espalda. Si podía ser honesto, no le molestó que él fuera su persona destinada. Conocer a tu alma gemela significaba felicidad eterna, alegría pura. Entonces, no importaba todo lo que construiste con otra persona, tu destino seguirá jugando en tu contra si decidías simplemente no aceptar lo que éste tenía preparado para ti.
Asahi había sido unido a una bella chica llamada Kiyoko Shimizu antes, también conocida por él como la mánager del equipo masculino de voleibol. A simple vista y a palabras de Sugawara, él sabía que ellos se llevaban muy bien, a pesar de que nunca se mostraran como una pareja real. Algo de esperarse, esa pareja se destruyó por completo cuando los padres de ambos aceptaron cambiar los resultados obtenidos por la pareja destinada. Recordó vagamente que Asahi y él habían estado de igual forma de acuerdo.
«Las parejas destinadas son la esperanza del futuro para nosotros. Saber que alguien nos está esperando en algún lugar del camino, ¿no es maravilloso?», las palabras empalagosas de su madre al dar por hecho la suerte magnífica que ella obtuvo por encontrar a su pareja destinada en sus días de juventud en la universidad, lo habían educado para creer en eso sin cuestionar nada. Su padre también proclamaba lo feliz que fue al conocer por primera vez a su madre.
Eran un par de tórtolos que amaban el destino porque habían encontrado absoluta alegría al estar juntos. Nishinoya creyó en su infancia que si alguna vez llegaba a conocer a su alma gemela, se sentiría igual de eufórico y por fin entendería las palabrerías de sus padres.
Y sí, había logrado confirmar gracias a su encuentro con Asahi que la primera vez que veías a tu persona destinada se sentía como si tu corazón fuera a estallar, y muy al contrario, no era como el mito que alguna vez fue realidad, acerca de sentirse excitado y probando un celo repentino por el esperado encuentro (eso se podía explicar por la vacuna obligatoria que se les colocaba a todos los jóvenes Alfas y Omegas al descubrirse su segundo género: Anti psychiko syntrofo —o Anti Soulmate en términos menos técnicos—).
Se afirmaba la felicidad eterna, y por esa razón, Noya lo había aceptado.
Era cierto, con Asahi eran la pareja perfecta, eran buenos amigos, se llevaban bien, y no le molestaría para nada compartir el resto de su vida con él. Era feliz...
Entonces, ¿por qué en el segundo descanso se estaba escondiendo de él?
Nishinoya asomó tímidamente su cabeza fuera de los baños masculinos, mirando hacia todos lados por el pasillo poco transitado a esa hora, sólo notando a tres chicas lindas platicando a unos cuantos metros de donde él estaba, y un chico recargado de la pared al otro extremo mientras leía un libro solo: sí, bien, ¡no estaba Asahi por ningún lado! Pudo tomar aire y salir del baño, todavía dudando un poco porque no sabía bien de dónde podría salir el enemigo. Esperaba que su Alfa no le hubiera jugado una broma y todo el tiempo que él estuvo en el baño, Asahi también estaría ahí. ¡No! ¡No podía ser! ¡Ésos eran los baños de segundo grado y Asahi iba en tercero!
—Bien, Operación: Ocultarse Del Alfa está saliendo a la perfección —susurró para sí mismo, ampliando su sonrisa con mucha alegría y felicidad, creyendo que era un genio al ver que nada peligroso se acercaba a él. Fue el tiempo suficiente para que colocara sus manos en su cintura y sacara su pecho con orgullo, antes de empezar a reír como un loco desquiciado que los pocos alumnos que estaban en el pasillo lo miraron raro.
—¿Qué éstas haciendo ahora, Noya-san? —Esa voz de una criatura desconocida entrando por sus oídos lo dejó helado y sin poder mover sus músculos. Sus mejillas sintieron que el color rojizo amueblaba todos sus sentidos y la persona que alguna vez fue su pareja destinada según el gobierno, terminó por tomarlo desprevenido al darle un medio abrazo y pegar su diminuto cuerpo al de él. Yuu sintió como la respiración le faltaba y su cara empezaba a estallar con demasiada fuerza, y podía apostar lo que fuera a que su corazón estaba igual—. ¿Te estás ocultando de algo? ¡Yo también quiero jugar! —cantó con mucha facilidad su amigo de la infancia, dando una carcajada amable y feliz que congeló al pequeño chico de hebras cafés apenas la escuchó.
¡No, no! ¡Eso era malo!
—¡Sí, estoy jugando a las escondidas con Asahi-san! —comentó con un temblor bien disimulado en el tono de su voz, y el color rojizo golpeando sus mejillas todavía lo delató cuando se volteó completamente para ver al chico que lo estaba abrazando. El otro Beta le mostró una enorme sonrisa de par en par en sus delgados labios, y su piel un poco bronceada ocultó muy bien el leve rubor que obtuvo al verlo sonreír—. Además, ¿de dónde saliste, Ryuu?
—¿Eh?, estaba haciendo del baño y cuando salí te vi actuar raro —respondió con mucha facilidad Tanaka, señalando con su dedo la puerta del baño y como repasaba mentalmente cada una de las acciones extrañas que estaba haciendo Noya al esconderse—. Pensé que estabas alerta, pero al parecer sí te asusté... pero, bueno, veo que te estás divirtiendo con Asahi-san, así que todo está bien.
—Sí, es mi pareja destinada, después de todo —replicó ante la afirmación llena de seguridad que le hizo Tanaka. Fue tan real, como la sonrisa colorida que se escapó de su boca que escondía un diminuto color negro.
—Sí, lo es. —Dio la razón el chico rapado, mientras el menor daba un vistazo hacia abajo y se quedaba en silencio. Yuu ya no dijo nada, y ese silencio incómodo que antes no existía, empezó a tragar el ambiente. Suficiente para poner de los nervios a Tanaka—. Entonces, nos vemos en la clase de Educación Física. Será un trabajo de clases en conjunto. —Se aseguró de despedirse de él de forma correcta, empezando a caminar para poder alejarse de una tentación luminosa que les dio un pasaje para escapar de la realidad. Pero lo ignoraron.
—¡Sí, nos vemos, Ryuu! —correspondió con amabilidad y entusiasmo el menor. El mencionado asintió y pasó a su lado, poniendo los nervios de punta al castaño por puro impulso, teniendo ese extraño sentimientos en su estómago. Miles de cuchillos se enterraban en esa parte de su cuerpo.
Oh, no, terminaría muerto.
Yuu Nishinoya tenía una pareja destinada que para su suerte fue un amigo de su infancia: un alegre Beta de sonrisa alegre y actitud extrovertida a pesar de no ser una persona muy agraciada. Asahi, su actual pareja, era su soñada pareja destinada, y se suponía debería de ser la persona por la cual estar locamente enamorado.
Se suponía.
Nishinoya se empezó a preguntar si el destino era el futuro como muchos lo retrataban, o era el propio pasado.
—¡Nos invitaron a un campamento que se llevará a cabo en Tokyo! —Las palabras del profesor atraparon el momento exacto en el que todos terminaban de limpiar el gimnasio para retirarse e irse a casa. Todos quedaron congelados, y el balón de voleibol que Hinata iba a lanzar para que cayera en la canasta ante la vista curiosa de Tobio y Noya, cayó sobre su propia cabeza.
—¡Ah!, ¿se refiere al evento de que muchas escuelas del país se reúnen en campamentos por medio de sorteos para poder encontrar muchos talentos pocos conocidos fuera del torneo? —cuestionó Daichi, un poco interesado por esa afirmación tan amigable del apasionado profesor al sacudir la cabeza de forma afirmativa—. Pero pensé que no estábamos inscritos...
—¡Tuve que ir a rogar por un lugar y por fin lo obtuve! —contó con facilidad, dando una sonrisa de par en par ante lo orgulloso que estaba de él mismo, y los alegres gestos de sus alumnos que estaban bajo su cargo también estaban el doble de emocionados—. Por eso, iremos al corazón de Japón en dos semanas: nuestras escuelas rivales obtenidas en el sorteo fueron el Nekoma, Inarizaki y el Nohebi. Mañana traeré los papeles de permiso para que se lo entreguen a sus padres. Alfas y Omegas, consideren también los días de sus celos para tomar precauciones a la hora de partir o si deciden quedarse aquí —advirtió con su suave amabilidad, sólo logrando que todos los chicos ahí presentes aceptaran las palabras del asesor del club sin pensarlo mucho.
—Mi celo... —Kageyama escuchó susurrar a Hinata, mientras se sobaba su cabeza que había sido golpeada hace poco con el balón—. Probablemente empiece el fin de semana, últimamente mi aroma ha ido en aumento. —Llegó a la conclusión, al recordar lo extraño que actuaba Tobio cuando lo tocaba y el comentario de Tsukishima acerca de que olía como a mandarina a medio proceso de putrefacción.
Sin querer y tras esas palabras, Tobio tuvo una imagen algo rara de Hinata, al recordar vagamente como eran los celos en la ficción: hacían caras raras, tenían el color rojizo hasta el tope, jadeaban, gemían y se masturbaban para complacer sus deseos carnales que esa etapa les provocaba. La imagen de imaginarse a un Hinata agitado no era del todo un producto de su imaginación, porque el día de la marca lo había visto así. Se perdió un poco en sus pensamientos, mientras su exterior le dedicaba una mirada afilada al Hinata real que no se parecía mucho al de su imaginación.
El Hinata real se tensó ante la mirada seria ajena, creyendo que Tobio estaba resentido con él por la promesa de que lo haría sonreír, ¿tan mala había sido?
—¿Qué pasa? ¿Te hice algo? —enfatizó de improviso, haciendo un paso para atrás y poniéndose en posición de pelea ante la mirada perdida que no era apartada de su cara. Pero, Kageyama siguió sin responder.
Pero no fue hasta que Shoyo notó claramente como el rostro de Tobio empezaba arder en rojo con una fuerza sobrenatural, golpeando sus sentidos y empezando a asimilar que salía humo de su cabeza. Había pensado algo vergonzoso que no diría, pero al menos lo ayudó a reaccionar, topándose en primera plana con un Shoyo puesto en guardia.
El mayor chasqueó su lengua y apartó la vista, todavía ruborizado.
—¡Idiota! ¡Hinata, idiota! —Fue lo único que pudo decir como método de defensa.
—¿Te molesto hasta en tus pensamientos?
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