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Capítulo 10: Un Chico Llamado Yamaguchi

Capítulo dedicado a: -chocolate_chips, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

—Kageyama, te buscan —proclamó una fémina del grupo del mencionado, cuando Hinata se presentó ante el respectivo salón de clases del chico, con una enorme sonrisa en sus labios y su bento en sus manos.

Muy al contrario de lo esperado, éste nunca le hizo caso. En su lugar, se dedicó a permanecer estático, cubriendo su rostro recargado sobre el pupitre con sus brazos alrededor.

«Está dormido», cruzó por la mente del de cabellos naranjas, teniendo un extraño gesto y una punzada en su pecho por su propia mente desordenada: había sido un tonto como para creer que Kageyama Tobio era como esos típicos personajes de animes y mangas tristes, donde su soledad era recalcada cada cinco minutos hasta que llegaba una persona en específico para animar las cosas, y los días de soledad se desvanecerían.

Sí, eso era lo que se esperaba, pero la realidad realmente era completamente diferente.

—Creo que está dormido —confesó la chica que lo había llamado, dando una pequeña risa nerviosa y dando un respiro pesado, antes de tomar aire al llamarlo: le daba miedo—. Ka-kageyama —repitió, con una voz cortada que se supo elevar al principio pero volvió a ahogarse.

Shoyo supo con rapidez que esa chica le tenía miedo al azabache, y las reacciones tan honestas que mostró lo comprobaban.

Kageyama siguió sin hacer caso.

—Puedes pasar si quieres —reiteró de pronto la chica, un poco pálida y dando un temblor nervioso, haciéndose a un lado para que pasara. Sí, en definitiva le tenía miedo, también el aroma a nueces que dejó escapar de su cuerpo porque su parte Omega reaccionó le volvió a confirmar a Hinata que Kageyama no era repudiado por sus compañeros, simplemente lo veían como un depredador, un Alfa al que no debías acercarte si no querías que te mordiera, te golpeara y te sacara de su círculo con su voz de mando.

Sí, sí, todo correcto, pero sólo había un problema: ¡Kageyama no era un Alfa!, y tampoco era una amenaza, era más idiota que nada, si podía poner dos problemas en el mismo carril. A pesar de todo, Hinata no podía evitar sentir lástima por él.

¡Bien, lo iba a ayudar!

El Omega le tomó la palabra y entró al aula, caminando rápidamente para poder llegar frente al pupitre del chico. Ése fue el detonante perfecto, como para que los pocos alumnos que no se habían salido del aula en ese descanso se congelaran: oh, no, alguien había entrado a la boca del lobo, por eso, las demás ovejas serían destruidas para calmar su sed de sangre.

—Kageyama —llamó sin ningún tapujo, con su sonrisa habitual de oreja a oreja al picarle con su dedo el brazo de Tobio. Tobio dio un gruñido: más que un Beta parecía un perro—. ¡Kageyama-kun! ¡Kageyama-kun! —insistió, picando con más ansiedad el brazo ajeno, sólo logrando que el mencionado no levantara su cabeza, pero sí se irritó lo suficiente como para despertarse—. ¡Kageyama-san! ¡Kageyama-san! —suplicó con más fuerza para que fuera escuchado, sólo logrando que la poca paciencia que lograba tener ese atractivo chico sólo con Hinata, y que apenas era el 1%, cayera en picada por la borda.

—¡Ah!, ¡qué molesto eres, Hinata! —proclamó, con la rabia acumulada en su cara al levantarla. Shoyo al principio dio un salto para atrás, como impulso práctico de sus impulsos de supervivencia, pero calmándose rápidamente cuando notó el rostro adormilado de Tobio.

El de hebras negras dio un claro gesto de apenas entender en dónde estaba, porque sus ojos no paraban de ir a un lado a otro y uno apenas se podía abrir. De su labio delineaba un hilo de saliva que conectaba inocentemente con el pupitre.

En otra escena, Hinata creería que Kageyama era de esos raros que se besaban con su pupitre con tanta pasión por su falta de experiencia amorosa; pero eso no importaba, no, no cuando todos los compañeros de aula de su pareja lo miraban con terror, porque había despertado a una bestia hambrienta...

Pero, ahora que lo pensaba: ¿en serio veían como una bestia a un chico que babeaba mientras dormía?

—¿Qué es lo que quieres, idiota? —preguntó de improviso, con sus pupilas empezando a adaptarse al ambiente. Hinata no le respondió al instante, pero le logró mostrar con mucha facilidad su bento y expandió su sonrisa.

—Me enteré por un amigo que las parejas comen juntas durante el descanso, así que vayamos juntos a algún lugar, ¡sólo nosotros dos! —gritó, con la emoción a flote y un sonrojo en su cara porque era increíble que lo dijera sin tartamudear. Tobio arrugó su nariz ante esa respuesta tan atrevida.

—¿Qué?

—¡Dije que vayamos a un lugar donde podamos comer juntos! —repitió, con el brillo acumulado en sus pupilas cafés que reflejaban sinceridad pura. Kageyama arqueó sus cejas ante su seguridad, y pasó la manga de su suéter escolar por su boca para limpiarse y luego tallar sus ojos con sus manos. Gruñó, cuando llegó de nuevo al mundo real tras viajar por unos cinco minutos en el de los sueños, y lo primero que lo recibió fue la mirada alegre de Hinata: vaya suerte asquerosa que se cargaba—. ¿Vamos?

No quería ver a Shoyo cada vez que despertara. Era molesto y demasiado brillante.

—¿Por qué yo? Busca a alguien más... —renegó, dando un gesto de desaprobación, mientras su mano buscaba por pura costumbre rascar su nuca.

Hinata frunció su ceño ante la contestación que recibió.

—¡¿Ah?!, ¡no es como si yo hubiera decidido a mi pareja destinada! Porque si por mí fuera, ni siquiera te elegiría a a ti, ¡tonto! —objetó de forma infantil, dando un resoplido molesto al sacarle la lengua y alargar en demasía la segunda letra «o», en el insulto expulsado. Tobio volvió a perder la paciencia.

—Ah, ¿sí? Lo mismo digo —notificó, poniéndose de pie con mucha facilidad, antes de buscar en el pequeño espacio abajo de su pupitre y sacó a tientas su bento. ¡Si encontraras por casualidad a tu alma gemela, te entregaría a ella sin pensarlo!

—¡Pues muchas gracias! —agradeció el menor, dando un pequeño gesto amenazante al sacarle la lengua.

Otra vez, Shoyo entendió que posiblemente, su meta de llevarse bien con él tomaría más tiempo del que había previsto.

A partir de ese entonces, el ambiente entre ambos se quedó en completo silencio, por la tensión acumulada en sus palabras expulsadas al iniciar su riña. Casi al mismo tiempo, los murmullos de los espectadores no se hicieron esperar.

—¿Pelea de pareja?

—Sí, es una pelea de pareja —respondió otro, ante la pregunta soltada en un susurro que ambos chicos alcanzaron a escuchar.

—La personalidad de Kageyama, por más que ese chico viniera hasta aquí por él, es extraña. —Hinata alcanzó a escuchar esas palabras, dilatando sus pupilas por esa sorpresa y teniendo la sensación de que un escalofrío lo recorría. Como él lo había escuchado, era casi seguro que Tobio también lo había escuchado—. ¿Será una monarquía donde Kageyama manda?

A Kageyama nunca le gustó el apodo de Rey, y eso Shoyo lo sabía, lo sabía desde que Kageyama había revelado su terror durante el partido de ingreso al club de voleibol. Por eso también sabía que reaccionaría reacio ante las personas que lo calificaron así, con una mirada afilada y venenosa que logró que la mayoría callara.

Un Rey no podía hundirse por completo. Tobio lo sabía mejor que nadie, su cuerpo reaccionando ante los nervios naciendo en su estómago también lo sabían. Ah, eso no era bueno, necesitaba que alguien lo sacara de su trance.

—Kageyama, ¿nos vamos? —habló de improviso Shoyo, jalando de su brazo con mucha inquietud, permitiendo que el chico de ojos azules regresara de su nube de tormenta espesa donde logró captar el radiante rostro de Hinata.

Lo único que pudo hacer ante la decisión del de ojos cafés, fue asentir.

Yamaguchi sabía que no era el verdadero destinado de Tsukishima, pero tampoco era algo que le importara aunque la inseguridad de vez en cuando se aflojaba en sus entrañas. También sabía que el chico que era su pareja era atractivo: alto, de hebras rubias desordenadas que no podían arreglarse aunque las peinara, redondos ojos dorados pigmentados de marrón, lentes y uniforme de color negro.

Tsukishima era la pareja perfecta para Yamaguchi, aunque sabía de sobra que no eran destinados. También sabía que él no era tan atractivo como Tsukishima: con sus cabellos verdosos, sus ojos rasgados y la montaña de pecas en sus mejillas y cerca de su nariz.

—¿Qué trajiste hoy, Yamaguchi? —cuestionó sin una pizca de interés en su tono de voz el mayor, a pesar de que su vista decía todo lo contrario al notar como Tadashi sacaba de entre el enorme envoltorio azul que le tocaba llevar, una caja donde se guardaba un pedazo de pastel de la cafetería cercana de donde vivía.

A veces Yamaguchi se preguntaba si todas las veces en que Kei Tsukishima iba a visitarlo a casa por órdenes de su hermano mayor (según él), para pasar por esa cafetería y comerse el pastel de fresas que tanto le gustaba en su casa, para que su hermano no se lo arrebatara.

De cierta forma lo entendía, él haría lo mismo si tuviera un hermano o hermana.

Yamaguchi tampoco se consideraba una persona muy interesante, sólo alguien normal: ¡alguien normal pero con mucha suerte porque estaba unido a Kei Tsukishima!

Lo llenaba de orgullo.

—Es un pedazo de pastel de fresa, lo compré para ti cuando iba de camino a la escuela —precisó con emoción, extendiendo la pequeña caja blanca en el regazo de Tsukki, a un lado del bento casero que traía desde casa—. ¡Sé cuánto te gusta, Tsukki! —completó su frase con una enorme sonrisa de oreja a oreja y mucha emoción acumulada.

En otras situaciones, Tadashi encontraría gratificante ver como Tsukishima enrojecía con cierta timidez casi inexistente, siendo bastante obvio por la claridad de su piel. Pero, en situaciones como ésas, en las que dos personas más se atrevían a intervenir en su tiempo a solas de pareja, se limitaba a asentir y bajar la vista al suelo, ¡sin sonrojarse!

Yamaguchi Tadashi, 16 años, clase 1-4; estaba viviendo la peor experiencia de su vida: Hinata y Kageyama, compañeros del club con los que casi no ha hablado estaban con ellos, en la azotea.

En un parpadeo, ya estaba juntos y Yamaguchi no pudo hacer más que maldecir su suerte, a pesar de que la compañía que aceptó sin dudar Kei sólo era para su pasatiempo. Sí, quizás Kei Tsukishima sólo había aceptado que esos dos se les unieran para tener un show de monos mientras degustaba su comida. Pero, aunque sus intenciones eran obvias para el chico de cabellos verdes, no lo eran para dos jóvenes que apenas y conocían hace una semana.

Su silencio al abrir el pastel y tener esa pequeña chispa en sus irises al contemplarlo, hicieron que Tadashi se cegara por completo, pero a la vez se decepcionara. Adiós a su pequeña fantasía mañanera donde su querido Alfa reposaría sobre sus piernas por aproximadamente cinco minutos antes de que la campana indicara el fin del descanso.

Adiós, fantasía.

Ojalá y sólo fuera hoy ese encuentro desafortunado.

—Ah, Tsukishima-kun, no sabía que te gustaba el pastel de fresa —transmitió sus pensamientos Shoyo, con una alegría inexplicable en el instante en que se colgó de él, colocando su mano sobre el hombro del mencionado, deteniendo la sintonía y el momento exacto donde el tenedor y la concentración de Tsukki cayeron en picada por la intervención molesta de alguien ajeno.

El ceño de Yamaguchi se desfiguró por completo, mostrando total espanto cuando otro Omega se le acercaba a su Alfa con tanta naturalidad. Frunció su ceño, arrugó su nariz ante el impulso y el impacto generado. Kei también se mostró molesto, sólo teniendo un temblor en su ceja derecha que lo destruyó por completo. Kageyama era el único ajeno a esa batalla campal, guardando absoluto silencio al comerse su almuerzo con tragos grandes, sin masticarlo bien.

—No me gusta el pastel, sólo me lo como porque Yamaguchi me lo dio —mintió abiertamente, dando un gesto simplón en su rostro al volver a enterrar el tenedor en el pedazo de pastel antes de acercarlo a su boca.

—Entonces, ¿lo que te gusta es Yamaguchi-kun? —afirmó la lógica que había utilizado Tsukishima contra él, sólo que con una clara inocencia que resultó ser peligrosa. Kei lo entendió tarde, cuando frenó en seco el camino del trozo de postre hacia su boca, y Yamaguchi se mantuvo atento, mirándolo con los ojos fijos sobre cada una de las métricas y meticulosas facciones de Kei que le revelarían la verdad.

Sabía que Tsukki lo amaba, lo amaba porque a pesar de que no eran destinados y su verdadera pareja destinada era otra chica de otra prefectura, Tsukishima había rechazado el cambio de pareja, sólo para quedarse a su lado.

—Sí, me gusta —dijo con simpleza, dando un pequeño vistazo de reojo a Tadashi, dejando que el color carmín sólo estropeara sus mejillas un poco.

Tsukishima podía ser una persona un tanto fría y reservada, pero siempre era honesto cuando se trataba de un chico llamado Yamaguchi Tadashi.

Yamaguchi pudo respirar con tranquilidad, y sonrió como un pequeño bobo enamorado.

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