Capítulo 08: Las Almas Gemelas No Congenian
Capítulo dedicado a: Shikibeibi96, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Según lo aprendido en la escuela, como concepto universal las almas gemelas eran dos personas que se tenían un sentimiento natural y profundo de afinidad. Eso, por alguna razón incomprensible, no funcionaba ni un poco con ambos jóvenes, incluso después de una semana de haber ingresado a la preparatoria, el mismo ambiente tenso seguía en el aire. Quizás ésa fue la razón por la que los padres de ambos habían tomado la decisión de obligarlos a acompañarse de camino y de regreso a la escuela.
Kageyama tenía cara de pocos amigos y la molestia tambaleaba sobre sus cejas, cuando tuvo que recordar vagamente como su madre literalmente lo había echado de la casa con una sonrisa apacible en sus mejillas, y para colmo, su padre la apoyó. Sin contar, claro, el consejo para nada sutil que le dio, quizás como una advertencia para que se cuidara las espaldas y no se pasara de listo: «la madre de Sho-chan está confabulada conmigo, así que no intentes engañarme», seguido de la voz de su progenitora, la risa malévola de ella se grabó en la mente de Kageyama.
Por eso, justo ahora, en ese instante, se encontraba de pie, frente a la casa de los Hinata, debatiéndose en si debía o no de tocar el timbre.
Una parte muy diminuta dentro de él no quería hacerlo, porque sabía que Shoyo era bastante explosivo y molesto, ésa era la primera vez que se irían juntos pero no creía tener la suficiente fortaleza para aguantarlo. De vez en cuando, cuando pasaba por los pasillos y por casualidad daba con el salón de Hinata, lo oía reír escandalosamente con sus compañeros y gritaba, y gritaba, y gritaba... y lo irritaba.
De tan sólo recordar su cara, su pánico empezó a mostrarse ante su falta de talento para expresarse, las palabras no salían porque simplemente no eran su fuerte. Su dedo temblando, listo para tocar o no el timbre no ayudaba, tampoco que algunas mujeres u hombres adultos del vecindario que iban de compras matutinas al supermercado lo ayudaban, ya que lo miraban raro y con cierta sospecha.
—¿Será un matón? —Una voz femenina le susurró a alguien, y eso por poco logró que la paciencia de Tobio volviera a deshacerse—. ¿Acaso la familia tiene deudas? ¿Estarán molestando a Na-chan y Shoyo-kun?
—No, no, es la pareja de Shoyo —afirmó el otro hombre que la acompañaba, quizá con la intención de que ésta no se alertara y llamara a la policía.
Esa última afirmación no le gustó para nada a Kageyama. Debía de aceptar que Hinata no era el problema, él no era tan malo, pero le gustaría tenerlo alejado a más de cincuenta metros de su persona fuera de las actividades del club. Ellos sólo eran el dúo raro de Karasuno, compañeros de club... y pareja que pasaría el resto de su vida juntos.
Tobio no buscaba algo romántico, siempre creyó que nunca lo necesitaba.
Así, entre pensamientos, su dedo inconscientemente golpeó el botón y el timbre sonó, con un chirrido que casi lo dejó sordo. Ojalá hubiera tocado la puerta como el día de la presentación, tomaría nota mental.
—¡Voy! —La voz infantil de una niña lo sacó de sus casillas, siendo tomado por sorpresa cuando la puerta fue abierta de par en par, dejando ver el sonriente rostro de la menor de ojos cafés y alborotados cabellos naranjas: una mini-Hinata. La pequeña deshizo su sonrisa apenas lo vio, arqueó sus cejas con mucha torpeza y lo miró con desconfianza, pronto, supo que debía de llamar a su hermano, aunque la tentación le gritaba fuertemente que le cerrara la puerta en sus narices y esperara a que se retirara—. ¡Nii-chan, Tobio-kun vino!
—¡Voy! —habló a lo lejos Shoyo, haciendo un ruido escurridizo porque las plantas de sus pies golpeaban el suelo, mientras las voces de la madre de su pareja le gritaban que no corriera en la casa, y éste se disculpaba.
En menos de dos minutos, la figura sonriente de Hinata estaba en el umbral de la puerta, quizás siendo un poco nervioso y honesto con sus emociones con mucha facilidad, al ver la imponente figura del Rey, dedicándole una mirada torpe y de reproche.
Tan temprano y Shoyo ya se estaba poniendo de malas.
Esperaba de verdad que su idea de que si bien no quería enamorarse de Kageyama, al menos estaría bien llevarse bien entre ellos. Como buenos compañeros, a lo mucho amigos. Aunque lo incómodo de esa relación era la regla impuesta por el país de que debían de tener mínimo un hijo, máximo dos: ¡ah! ¿Tendrían que hacer... eso?
Suerte que se puedo recuperar con rapidez, al sacudir su cabeza y darse ánimos; ya se preocuparía por eso en el futuro.
—¿Nos vamos? —preguntó, tratando de no molestarse y forzar una sonrisa en su cara. Tobio asintió, no muy de acuerdo con esa decisión pero no había opción. No había opción porque Shoyo ya había dado un brinco afuera de su casa, para caer sobre el pavimento y estar ahora frente a frente. Tras realizar esa acción, miró a Natsu, y sonrió con mucha seguridad—. ¡Nos vemos más tarde, Natsu!
—¡Sí! —declaró la menor, con el enojo acumulado en su cara y un poco indecisa por dejar ir a su querido hermano mayor... con Tobio.
Shoyo amplió más su sonrisa ante la respuesta afirmativa y empezó a adelantarse estirando sus piernas lo más que podía, como si jugara. Tobio lo miró y volvió a sentirse desafortunado. El olor tenue a naranjas del cuerpo ajeno llegó a sus fosas nasales, haciéndolo sentir ansioso: la falta de tacto de ambos ahora cobraba las consecuencias, su parte animal reclamaba que debía de tocarlo.
Kageyama tenía que dejar de jugar y aceptar la realidad, no dándole más rodeos. Antes de partir, le dedicó una mirada a la pequeña niña que daba la impresión de querer encontrarle un defecto.
—Nos vemos, mocosa —despidió a la niña, dando una reverencia y siendo serio a la hora de soltar ese apodo con mucha facilidad. Natsu se quedó congelada ante el apodo, y sus mejillas se tiñeron de un fuerte color rojizo.
—¡Me sé limpiar mis mocos! —gritó, un poco efusiva y con miedo. Sorprendente, eso era lo que realmente le preocupaba a la de hebras naranjas.
Kageyama la ignoró y siguió de largo hasta lograr alcanzar el movimiento lento de pasos que Shoyo había tomado cuando escuchó sus palabras. El Omega lo miró raro, completamente molesto y con la duda sutil al límite.
—¿Cómo le dijiste a mi hermana? —cuestionó, azuzando un poco su vista, sólo para no dejar escapar ninguna de sus acciones. El Beta fue simple.
—«Mocosa» —repitió sin darle vueltas al asunto.
—¡¿Por qué?!
—No sé su nombre —asimiló ante los reclamos de su acompañante. Hinata explotó en el color rojizo y lo volvió a mirar amenazante, antes de señalarlo directamente con su dedo, en modo de disputa.
—¡Si no lo sabías, debiste de decirle un apodo más bonito! —reclamó, dando un gruñido al final de su oración que fue casi similar al de un perro—. ¡Y se llama Natsu! ¡No es una mocosa, es muy linda!
El de ojos azules lo observó de reojo, y antes de dar vuelta por una esquina, logró estar de acuerdo con esa afirmación tras dar un asentimiento. Lo tomaría en cuenta: el nombre de la hermana de Hinata era Natsu.
—Le diré mini-Hinata —declaró al final de cuentas y como decisión final. Shoyo estuvo más de acuerdo.
—¡Se oye mejor! —citó con una enorme sonrisa de par en par que podía dejar ciego a cualquiera si es que llegaba a mirarlo de frente. Suerte que Tobio ni siquiera se interesaba en sus acciones.
—Y el tuyo será «idiota». —Tobio completó su idea central, anidándolas en su mente para que se establecieran y ya nunca se fueran.
—¡Oye, tú!, ¡yo también tengo nombre! —Hinata tronó sus dientes al querer afirmar lo último, con la rabia acumulada en su cara por los apodos y el carácter mismo de ese colocador asocial.
No pudo hacerlo, porque Tobio señaló hacia la parada de autobús donde el transporte ya estaba detenido frente a ésta, abriendo sus puertas para que los pasajeros (la mayoría estudiantes del Karasuno), abordaran. Hinata entró en pánico y no tardó en correr, Tobio le siguió el paso por mero impulso y la extraña necesidad competitiva que lo carcomía cuando estaba cerca de ese Omega, donde pudo sentirse un poco culpable porque su llegada tarde había sido sin duda por culpa su indecisión al tocar el timbre.
Por suerte, lograron subir a tiempo, y al poner un pie dentro del autobús que ya cerraba sus puertas y se ponía en movimiento, lograron respirar tranquilos. El más bajo ahí pudo pensar en varias cosas, entre ellas algunas que no había tomado en cuenta hace unos segundos atrás que lo habían conducido directamente a una pelea con Kageyama: ¡no podía ser! ¡No aprendía! Su plan de querer al menos forjar una buena relación amistosa se iba yendo por el caño.
Pero es que había insultado a su hermanita, no podía quedarse de brazos cruzados.
Frunció su ceño y antes de poder decir o pensar en algo más, un pequeño empujón que no buscaba ser ni brusco ni en modo de pelea, sólo uno que lo ayudó a reaccionar, lo saboteó de golpe, y perdido por sus propias acciones, sólo atinó a dar unos cuantos pasos por el pequeño pasillo para caminar y buscar donde sentarse.
Sin muchas vueltas y sin realmente quererlo del todo, sus pupilas se iluminaron inocentemente ante la idea que cruzó su mente: una forma en la que ambos podrían ser más íntimos era sentándose juntos. Les daría puntos ya que no estaban juntos en las aulas y sólo se veían en el horario del club. Por eso, con una sonrisa inexplicable y una aura infantil, se sentó en uno de los asientos donde estaban libres dos juntos.
—¡Vamos, Kageyama! —llamó con una enorme sonrisa, sentándose en el que estaba a un lado de la ventana, colocando su mochila en sus piernas y su mano en el otro asiento vacío para que no lo ignorara.
Todo saldría bien...
Tobio observó el lugar de reojo, quieto, por alrededor de unos diez segundos, pensando en la mejor decisión incluso al agudizar su vista.
Al final lo decidió: pasó de largo, sólo para sentarse un asiento atrás del de cabellos naranjas.
El más bajo se sintió humillado.
¡No había salido bien!
—Maldito Kageyama —murmuró con la cara completamente roja.
—¡Shoyo! —El grito de un chico de estatura mucho más baja que la del mismo susodicho, llamó la atención de ambos jóvenes que ya entraban al territorio escolar al ingresar por la puerta principal.
El Omega a duras penas pudo girar sobre sus talones, antes de que los fuertes brazos del líbero de la preparatoria Karasuno lo atraparan en su delgado cuerpo y por poco lo tiraran al suelo.
—¡Noya-san! —No tardó en corresponder los gritos del castaño, junto con el abrazo y la sonrisa en sus ojos llorosos. Ambos empezaron a llorar mientras se abrazaban dramáticamente, siendo el punto de mira de varios estudiantes que iban directo a sus aulas, Tobio se sintió ansioso—. ¡Buenos días, Noya-san! —Los dos Omegas se trataban con cariño, se restregaban entre ellos y Yuu cuando tomaba confianza era de esas personas que saltaba sobre los demás y se colgaba de ellos. Como un mono.
—¡Hola, Kageyama! —saludó Noya al verlo a un lado del pequeño chico. Tobio se puso recto al ser saludado por su Senpai, y dio una reverencia respetuosa.
—Buen día, Nishinoya-san.
Nishinoya Yuu, un chico enérgico y alegre que rara vez se encontraba molesto. Cuando se unieron al club de voleibol, él había sido el primero con el que Shoyo había forjado una amistad; y si se lo pudieran preguntar, realmente nunca negaría que agradecía que ese chico que era mucho más bajo que él hubiera llegado a su vida.
—Tan temprano y ya estás haciendo mucho escándalo —habló la pareja de Yuu, que en un principio daba las apariencias de ser una persona que te detendría en una calle abandonada para asaltarte, con su piel levemente bronceada, una diminuta barba apenas creciendo en su barbilla, y sus largos cabellos marrones que según a palabras de un Noya orgulloso: ¡su cabello era el más largo de su clase! ¡Tal vez de toda la escuela, chicas incluidas! Sí, Asahi Azumane era el único que lograba sacarle ese tipo de brillo en las pupilas a Yuu cada vez que se encontraban sus miradas—. Si Daichi nos escucha o encuentra, se enojará demasiado por todo el ruido que estás haciendo...
—¡Pero mientras no esté aquí no pasa nada! —aludió, citando sus ideas y dando a entender fácilmente que él era ese tipo de persona con personalidad casi idéntica a la un delincuente juvenil, a pesar de esa apariencia y ser un Omega, realmente era todo lo contrario: ¡Noya creía fielmente que en su otra vida había sido un Alfa!—. Además, seremos cómplices, ¿no? —coqueteó con cierta sorna a su pareja, dando un jugueteo con sus cejas al subirlas y bajarlas.
Asahi se avergonzó rápidamente, con un diminuto rubor en sus mejillas e intentó apartarle la vista. Él tampoco se notaba que fuera un Alfa, pero sí se notaba a kilómetros que estaba enamorado de Yuu.
Asahi y Noya eran ese tipo de parejas extrañas que conformaban a un tipo un año o dos mayor que otro (en ese caso sólo era un año de diferencia), de un sistema de parejas de la misma edad. Eso se explicaba bajo ciertas circunstancias, y Hinata en algún momento había llegado a escuchar de Sugawara —su superior más amable del club—, que antes de que Yuu entrara a la preparatoria, los dos tenían a otra persona seleccionada como su pareja destinada, de su misma edad; sin embargo, como orden natural de las cosas, ellos eran destinados. Así que apenas se vieron, se formó un tremendo lío que la mejor forma de solucionarlo fue uniéndolos a ambos, gracias a la autorización de sus padres y de sus parejas seleccionadas de ese entonces.
Ellos eran la pareja viviente que lograba proclamar que el destino sí existía, que estaban destinados a encontrarse en algún punto del camino y debían de estar juntos. Incluso su forma de actuar era un tanto cariñosa y burlona, para colmo, por parte de Asahi había sentimientos románticos.
Eran perfectos, sólo tenían un problema...
—No importa cuántas veces salte sobre ti y te huela —dijo de pronto el más bajo del grupo, dando un abrazo demasiado fuerte al diminuto cuerpo de Hinata y pasaba su nariz por su cuello. Shoyo se estremeció, entendiendo a la fuerza que el menor no conocía lo que era el espacio personal. Yuu le dedicó una mirada de reojo al Beta que la mayoría del tiempo se la había pasado callado, antes de continuar—. No tienes el aroma de Kageyama. ¿Será porque es un Beta? Sólo hueles a naranjas, y Kageyama tiene un pequeño aroma a chocolate —razonó para sí mismo, queriendo atrapar la lógica al asunto. Tobio chasqueó su lengua ante esa afirmación, siendo algo de esperarse porque no pasaban gran parte del tiempo juntos, y cuando lo hacían era sólo para pelear.
—Bueno, supongo que eso es algo bueno... —murmuró Kageyama, por fin rompiendo su propio silencio. Hinata asintió, estando de acuerdo.
Pero Yuu no quedó satisfecho con esa respuesta, ya que, después de todo, a él le habían enseñado que las personas que se resistían a sus destinos no eran felices...
Él no quería que dos personas a las que apreciaba fueran infelices, por lo que trató de ayudarlos. Sin ocultar sus intenciones y comportándose como usualmente sólo él podía hacerlo, se alejó del cuerpo de Shoyo, y entre una sonrisa amistosa al tomarlo de la mano, lo hizo girarse para quedar frente a frente ante el malhumorado de Kageyama. Antes de que alguno de los dos pudiera huir, tomó la mano de Tobio con mucha facilidad y las acercó entre sí.
Las pieles de ambos rozando entre sí les generó una corriente eléctrica que los puso ansiosos y enrojecidos de vergüenza. Los dos buscaron a toda costa alejarse, al sacudir sus manos y soltándose.
Era normal que reaccionaran así, después de no estar tanto tiempo cerca del otro, y sin mucho tacto íntimo, su parte animal era como un gatillo que jalaba de la pistola y dispararía. Su cuerpo les ordenaba estar juntos sólo por una marca consumada.
Kageyama debía de alejarse.
Así que, todavía con la cara roja y la pena acumulada por su actuar un tanto ansioso por el tacto, le dio una mirada a Hinata, le sacó la lengua y se dispuso a caminar solo hacia su aula, sin decir palabra, abrazando con su mano la otra que había reaccionado a Shoyo.
El de cabellos alborotados y rasgados ojos no quiso detenerlo, simplemente se limitó a mirarlo, viendo como avanzaba a lo lejos: a pesar de la falta de habilidad social de Kageyama, realmente creía que él no era una mala persona.
Quizás no podía amarlo, pero sí estaba decidido a ser su amigo. El único problema era que le avergonzaba admitirlo.
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