Capítulo 07: Monstruos
Capítulo dedicado a: Erika_0798, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!
Hinata dejó escapar un grito de vergüenza, cuando la reacción que tuvo su cuerpo se detuvo lo bastante para poder hacerlo. Sus mejillas estaban ardiendo poderosamente en el color rojizo, y se tuvo que tapar con ambas manos su rostro. Estaba rojo, completamente asfixiado: ¿acaso era tonto? ¡No podía ser!, Kageyama lo había visto excitado, y él lo había visto a él, ¡qué vergüenza!
—No te preocupes, Shoyo —respondió su madre con una sonrisa, colocando su mano sobre su hombro para intentar calmarlo—. Era algo natural e inevitable, todos pasamos por eso.
—No quería saberlo —chilló con dramatismo, aunque una parte muy dentro de él ya se lo esperaba.
—Tobio-kun todavía sigue en la habitación, no se ha calmado, ¿verdad? —Ahora fue la madre del azabache quien se atrevió a preguntar a la funcionaria del gobierno que cuidaba la habitación donde el mencionado residía. La fémina sonrió con torpeza y la intentó tranquilizar.
—No se preocupe, es natural que los Betas reaccionen un poco más lento, y por ende dure sólo un poco más. Como sus cuerpos no están muy acostumbrados a los celos. —Encaró, ni siquiera atreviéndose a mirar al interior, pero ya acostumbrada a lo inocente que llegaba ser esa hormona en el cuerpo de cualquiera de los tres rangos—. No creo que sea necesario decirlo, pero al ser una unión entre un Beta y un Omega, ambos deberán de estar demasiado cerca del otro, aproximadamente con que pasen toda esta noche juntos servirá para que sus sentidos se puedan mezclar con el aroma del otro y la marca sea permanente. ¡Con eso, cuando menos se lo esperen, su parte animal querrá estar cerca del otro de manera inevitable!
—¡Vaya, es cierto! —Aplaudió con una sonrisa la madre del chico invitado, con una enorme sonrisa de oreja a oreja que deslumbraba a todos los presentes—. No hay ningún problema, ¿o sí? ¿Podríamos dejar a Tobio-kun aquí para no mostrar inconvenientes? —cuestionó la mujer Beta, con una alegría intensa. Su esposo y Natsu realizaron casi a la par un gesto de descontento—. Tengo entendido que los Omegas se sienten más seguros en su propia casa.
Los padres de Hinata fueron tan amables como de costumbre. La madre de Tobio era una mujer bondadosa y amable, extrovertida y fuerte, tanto así, que no perdió la oportunidad para tomar con una de sus manos la mejilla de Shoyo para pellizcarla.
La pequeña hermana del quejumbroso chico no pudo hacer más que mostrar un gesto aterrador. ¡No, en su casa no!
—No nos molestaría tenerlo aquí para nada, puede dejarlo aquí sin ningún problema... —aseguró el Alfa de la casa, dando una risa un tanto amable que contagió el ambiente con facilidad. El de cabellos naranjas tuvo que tomar un largo respiro antes de suspirar con tranquilidad al ser soltado por su futura suegra, sobando su mejilla—. También pueden quedarse ustedes si quieren, tenemos un cuarto para las visitas.
—¡No, no! ¡No nos gustaría causar inconvenientes! Además, Tobio-kun ya es demasiado grande... —La alegre fémina siguió hablando, con una enorme curva abierta hacia arriba que contrastaba perfectamente al serio hombre que le había tocado como pareja.
El de orbes cafés se escondió en su propio mundo, pensando seriamente en las cosas que habían pasado. Su vista gacha conectó a tientas con sus dedos buscando la marca de dientes ajena cerca de su cuello, lo habían marcado como si fueran destinados realmente. Bien, odiaba ese sistema impuesto, pero debía de aceptar que el gobierno se tomaba muchas libertades que buscaban beneficiar a los ciudadanos: la evolución había llegado a un punto donde los seres vivos buscaban sobrevivir, frenando la intensidad del celo conforme las generaciones pasaron.
Con las parejas seleccionadas, donde el celo se neutralizaba al ser marcados para que otros depredadores no pudieran reaccionar ante las feromonas; y de igual forma, hace menos de veinte años había debutado una carrera profesional donde Omegas y Betas trabajaban como auxiliadores que rondaban por las calles por si alguien tenía complicaciones y anomalías en el celo, buscando su protección inmediata.
Aun así, y a pesar de las cosas buenas, no podía decirse que realmente amara la realidad verdadera. Había dos caras de la moneda, no todo era alegría y felicidad, había llanto y tristeza. Si quería vivir tranquilo, posiblemente no podía obligarse a amar a alguien al que no quería, pero sí podía intentar llevarse bien con él.
¡Sí, eso haría!
Hinata se llevaría bien con Kageyama.
Los padres de Tobio se habían marchado poco tiempo después de que su hijo recuperara su habitual comportamiento tras el incentivo artificial que le inyectaron. La funcionaria del gobierno también se había despedido de ellos en cuanto los padres se marcharon, muy amablemente y con una reverencia larga, aconsejando que al día siguiente asistieran a una revisión médica por si las dudas.
—Dormirán en tu cuarto, Shoyo —indicó su madre, no perdiendo el tiempo para empujarlos al interior de la habitación ajena, resbalando de la cabeza de Kageyama una toalla que cubría su húmedo cabello tras tomar un baño—. Lamento que tengas que utilizar una pijama del padre de Shoyo, pero la ropa de mi hijo no es similar a tu talla —citó la Omega sin nada de tacto, logrando herir en el orgullo al mencionado de forma honesta. Sólo pudo resignarse al observar al mayor vistiendo casi a la perfección una pijama de color azul con rayas blancas.
—Mamá, mamá —llamó la pequeña niña, hermana menor de Shoyo, jalando la mano de su madre al tocarla. La mujer respondió al llamado casi de inmediato, y de igual forma lo hizo Hinata, viendo como Natsu parecía estar un poco incómoda y no ocultaba su hostilidad al mirar directamente a Kageyama—. Yo puedo dormir con Nii-chan, y así Kageyama-san dormirá en mi habitación.
—¡No será necesario! Ambos dormirán juntos, no te preocupes —contó sin mucho esfuerzo la madre, destruyendo las esperanzas de la pequeña en un santiamén. Oh, no: un desconocido le estaba quitando a su querido hermano mayor, el que siempre jugaba con ella. ¿Ya no pasará nunca más?—. Lo entiendes, ¿Natsu-chan? —cuestionó con suavidad y una cálida sonrisa que a Tobio le pareció entender de donde la había heredado el enano, ojalá también hubiera heredado la estatura de esa alta mujer.
—Sí —dijo en un puchero, sólo atinando su pequeña mente ágil en aceptar a regañadientes. Su madre se mostró satisfecha, antes de observar a su yerno.
—Bien, en ese caso, espero y la pases bien, Kageyama. Avisa si necesitas algo...—Encomendó la madre de su pareja, cerrando la puerta lentamente.
Ahí, mientras Tobio escuchaba como Shoyo abría un extraño armario para sacar un futón, la mirada potente de color cafeína de la menor de la casa le inyectaba un potente odio que lo dejó helado. No le apartó la mirada hasta que la puerta fue completamente cerrada, y no había nada de amistad o amabilidad difundida. Los niños no fingían, a Natsu simplemente no le agradaba ese Beta.
Un ruido sonoro lo hizo despertar del trance que una niña mucho menor que él le provocó, girando su cabeza ante el grito ahogado de Hinata por tropezar directamente al suelo, rebotando con el futón doblado por pura suerte y no lastimándose. El de cabellos naranjas ni siquiera perdió el tiempo lamentándose, empezando a acomodar el lugar donde dormiría ante la mirada seria del Rey sobre su persona.
—Si quieres yo puedo dormir ahí. —Kageyama señaló con la vista el mullido y extraño colchón de piso que era alisado por la mano de Hinata, dejando escapar la imagen de una cama improvisada.
Pues claro, iba a dormir ahí, ¿qué esperaba?
Pero Shoyo, siendo alguien un tanto envidioso en algunos aspectos, realmente era alguien muy amable: no permitiría que éste durmiera en el suelo, era un invitado no muy deseado, pero al fin y al cabo un invitado, así que dormiría cómodamente.
—Yo dormiré aquí, tú puedes hacerlo en mi cama —declaró con seguridad, arqueando sus cejas y no titubeando al decir eso.
Los dos conectaron miradas, y Kageyama se deshizo de la toalla en su cabeza en silencio, antes de colocarla en el respaldo de una silla donde la madre del menor le había dicho, y no pudo hacer más que asentir.
—Está bien, tú lo has dicho. Eso quiere decir que no me quitaré aunque luego te arrepientas —reconoció con seriedad, sin inmutarse ni un poco. ¡En serio era casi como un Rey!
Shoyo se sintió helado, con el aire golpeando sus mejillas en un intento un tanto doloroso de querer hacer frente a su destino.
«Realmente me esperaba que me insistiera más antes de aceptar», pensó, un tanto perdido y no pudiendo ignorar lo cómico que era verlo acostarse directamente a la cama a dormir, ¡como si fuera su casa!
—Buenas noches —soltó de sus labios como un impulso, acomodándose en su futón, y observando con sus redondeados ojos la espalda del mayor. Había pensado honestamente en querer llevarse bien con él, pero ¿cómo lo haría?
—Descansa... —murmuró el otro, y ya no se volvió a escuchar de Kageyama otra vez. Lo más próximo que escuchó Shoyo al segundo fue un ronquido sonoro que le entró con fuerza en sus oídos, como si fuera un monstruo horrible y hambriento.
Hinata maldijo su suerte: genial, su futuro esposo roncaba y se dormía rápido, y él que planeaba hacerle plática nocturna.
—Antes que un Rey parece un monstruo —susurró, dando un puchero.
Y ahí todo conectó, al bajar la vista de la ancha espalda de ese joven de ojos azules, topándose como la principal fuente de entretenimiento la oscuridad debajo de su cama. ¡No, no, no! Sus nervios salieron a flote y la decisión de querer dormir en el futón lo asesinaron: ah, ah, ¿desde cuándo abajo de su cama era tan aterrador? Tan vacío y oscuro, un lugar indicado para que los monstruos se metieran abajo de la cama.
Ojalá los ronquidos de Kageyama los espantaran.
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