PARTE ÚNICA
John era un hombre paciente. Oh, claro que lo era. De otra forma no sería capaz de soportar todo lo que representaba pasar más de veinticuatro horas en la misma habitación que Sherlock Holmes.
Y nadie nunca podría ponerlo en duda. Bastaba sólo mantener una conversación de no más de cinco minutos con el detective para saber lo tolerante que debía ser el doctor.
Pero el asunto iba más allá de eso, mucho más allá de la manera tan natural en que sus personalidades se entrelazaban, más allá de la espontaneidad de Watson al pedir disculpas instantáneas cuando Holmes decía algo fuera de lugar. El detective podría ser un genio, pero en su fascinante cabeza no había cabida para buenos modales. Precisamente por eso era tan entretenido verlos por ahí, con un Sherlock de pasos y palabras apresuradas y un John detrás siempre tan dispuesto a todo.
John a veces se veía irritado, sí, era imposible no irritarse de vez en cuando, pero se lo veía igual de cómodo. Como si no hubiera otro lugar en el mundo en que encajara mejor que sentado frente a la persona más diferente que pudo haber conocido.
Muy poco se sabía de lo que Sherlock pensaba al respecto. Cuando se trataba de sentimientos, el hombre era un misterio para todas las personas a su alrededor. Seguirle la corriente al detective podría ser considerada una de las actividades más difíciles del mundo.
Aún con toda esa incertidumbre de ¿qué demonios tiene Sherlock en la cabeza la mayoría del tiempo? o ¿acaso Sherlock tiene corazón?, no cabía duda para nadie que tenía cierto favoritismo con John. Lo llamaba en sus monólogos rápidos, lo nombraba en sueños y lo veía en su palacio mental más de lo que alguna vez vio a alguien allí. Incluso cuando Watson era usualmente abandonado por un muy concentrado Sherlock en medio de la resolución de algún caso, el detective volteaba siempre en busca de su presencia.
Siempre quería su presencia. Y sus maneras de demostrarlo eran extrañas y poco halagadoras, a decir verdad. No conocían a Sherlock por ser sutil con sus deseos, ni por las formas en que los pedía. Corrección, demandaba. John era a quien más solían afectarle los caprichos del detective. No le alcanzan los dedos de ambas manos -y pies- para contar las veces que Sherlock interrumpió sus citas, o las veces que fue víctima de algún operativo cuyos detalles tuvo que descubrir sobre la marcha en situaciones incómodas.
Pero, reiteradamente, John era un hombre paciente. La mayoría del tiempo.
—Oh, vaya...
Cualquier otra persona hubiera vuelto sobre sus pasos y abandonado el país para nunca tener que ver a Sherlock en su vida, pero John era-
—¡John, por todos los cielos! ¿Dónde estuviste? Necesito que me ayudes a limpiar esto.
Paciente. Él era paciente, incluso si Sherlock interrumpía sus pensamientos.
—Estuve en... Cristo, Sherlock, ¿ni siquiera vas a explicarme esto?
Sherlock lo miró a los ojos, luego a la mesa, luego al suelo, y de vuelta a sus ojos, completamente inmutable a su tono.
—Ciencia.
Por supuesto.
Entonces, y como muchas veces anteriores, John ayudó, o mas bien, se encargó enteramente de la limpieza de una mesa llena de algún líquido viscoso del que no volvió a preguntar porque hey, es ciencia. Cuando se dio cuenta, Sherlock ni siquiera estaba a su lado, por lo que sólo pudo maldecir en voz baja y seguir trapeando lo que había caído al suelo. ¿Dónde estaba la señora Hudson cuando se la necesitaba?
Luego de reprenderse mentalmente por ese pensamiento, John fue a darse un baño porque había vuelto del trabajo cuando tuvo que hacer toda la cosa de la limpieza, y sentía que apestaba y que sus manos se pegaban y su pies dolían y... Un sinfín de cosas que se deslizarían de su cuerpo al instante en que el agua cálida lo tocara.
Y era obvio que Sherlock aparecería mágicamente para decirle que buscara su abrigo porque debían salir justo ahora, parloteando sobre un caso que, por primera vez desde que se conocieron, John no escuchó en absoluto.
—Sí, sí, Sherlock. ¡Sherlock!
John tuvo que tomarlo de los hombros y hacer que lo mirara, deteniendo su avance veloz a través de la habitación.
—Estoy cansado ahora, y me dejaste solo limpiando un desastre que tú habías hecho, por lo que...
—Creí que te estaba ayudando —cortó Sherlock, casi soltándose de su agarre, pero John necesitaba su atención ahora, por lo que no lo soltó incluso cuando su ceño se frunció.
—No, no lo hiciste —suspiró John—. ¿Crees que podrías ir sin mí esta vez?
Sherlock abrió la boca seguramente para soltar algo como por supuesto que puedo sin ti o no te necesito pero la cabeza de John comenzaba a doler así que lo interrumpió.
—Por supuesto que puedes, lo sé, así que ve y cuando vuelvas estaré renovado y listo para ayudarte en lo que necesites, ¿de acuerdo?
Se miraron por unos segundos, el rostro de Sherlock una barrera de indiferencia, sólo dejó ver el amago de volver a hablar cuando John lo volvió a interrumpir, pasando por alto lo mucho que el detective odiaba eso.
—Sé que no me necesitas, quise decir que estaré listo por si lo quieres, ¿entendido?
John lo soltó sólo cuando Sherlock asintió, un movimiento lento como si tuviera algo girando en su cabeza. El doctor suspiró, volteándose para tomar una toalla e ir directo a la ducha.
—¿Acabas de rechazar un caso por darte una ducha?
La voz de Sherlock sonaba inusualmente turbada detrás de él, como cuando John escondía sus cigarros o cuando habían pasado más de doce horas sin un caso.
John no volteó para responder.
—Sí, eso creo... —Y entró al baño.
Ni siquiera fue consciente de la cantidad de tiempo que pasó debajo del agua, sólo podía pensar en lo bien que se sentía. Tampoco medía los sonidos de placer que salían de su boca. ¿Se puede disfrutar tanto de un baño?
Cuando salió, secando su cabello y con los ojos pesados por el sueño, se preguntó cómo estarían las cosas para Sherlock. No tendría que esperar mucho para saberlo porque el detective estaba sentado en su lugar de siempre, con el abrigo puesto y las manos entrelazadas en su regazo. Lo miró cuando notó su presencia.
—Oh, Sherlock. ¿Cómo fue todo? —bostezó en medio de sus palabras.
—¿Te estabas masturbando allí dentro?
Sherlock sonaba tranquilo, y no se había movido un centímetro de su posición cuando habló.
John se rió.
—No.
—Haces sonidos extraños mientras te duchas —comentó desinteresadamente, finalmente moviéndose para pararse e ir directo a la puerta de salida—. En fin, tenemos un caso que resolver, John. Andando.
John frunció el ceño.
—Creí que ya tenías uno hace una hora.
Sherlock parpadeó con algo muy parecido al desconcierto.
—Exacto. Vamos. A no ser que quieras darte otra ducha y me dejes esperándote aquí, otra vez.
Fue el turno de John de lucir desconcertado.
—¿Me estuviste esperando?
—Tenías razón, John. No te necesito.
Sherlock le tendió su abrigo, abriendo la puerta para él.
—Pero te quiero conmigo. Andando —dijo, y se fue escaleras abajo sin esperar una respuesta.
John sostuvo su abrigo con la boca aún abierta. No quiso prestar atención a la calidez en su pecho por imaginar a Sherlock allí sentado esperándolo, sólo agitó su cabeza y corrió detrás del detective.
John era paciente.
—¡Rápido, John!
Y tenía razones para serlo.
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