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039. ¡Haced algo, va a morir!

Salvador Gallego observaba el despacho del Guardián de los Pactos con una mezcla de respeto y calculadora inquietud. Las paredes, forradas con estanterías de madera oscura rebosantes de libros antiguos, exudaban un aroma a pergamino y cera de vela. Una suave luz dorada se filtraba a través de las ventanas altas, iluminando parcialmente los documentos que Rubén, el Guardián, revisaba en silencio.

El aire estaba cargado de tensión, un eco de los innumerables acuerdos sellados en esa sala a lo largo de los años. Salvador, de pie junto a un pesado sillón de cuero, esperó pacientemente a que Rubén alzara la vista.

Finalmente, Rubén dejó los papeles sobre la mesa con un gesto meticuloso y levantó la mirada.

—Buenos días, Custodio de los Sellos. ¿Qué le trae por aquí? —saludó con cortesía, pero sin abandonar un matiz de autoridad en su tono.

Salvador inclinó ligeramente la cabeza, devolviendo el saludo. Su expresión era tranquila, pero sus ojos reflejaban el ardor de una ambición cuidadosamente contenida.

—Buenos días, Guardián de los Pactos. Quizás sea momento de reconsiderar la estructura de poder de la logia. —Su voz, suave pero cargada de intención, rompió el silencio.

Rubén entrecerró los ojos, evaluando las palabras de Salvador antes de responder.

—Salvador, sabes perfectamente que necesitarías el respaldo de dos tercios del círculo exterior para influir en las vacantes del círculo interior.

—Por eso hablo de revisar los órganos de poder de la logia. En la actualidad, el círculo interior está actuando deficientemente en defender nuestros intereses —replicó Salvador, dando un paso hacia adelante.

Rubén alzó una ceja, su curiosidad despertada. —¿A qué te refieres exactamente?

Salvador se tomó un momento para organizar sus pensamientos. Sus dedos tamborilearon brevemente sobre el respaldo del sillón antes de detenerse. —Han excluido de la toma de decisiones a Alfonso Contreras e Inmaculada Montalbán. ¿Eso no te parece significativo?

—¿No te beneficia esa exclusión? —Rubén ladeó la cabeza, estudiando el rostro de Salvador.

—No si no se hace correctamente. Deberían haber sido expulsados de la logia, no apartados de manera ambigua. Encima, esas... creaciones de la exploradora han sido premiadas siendo admitidas como discípulos de varios hechiceros.

Rubén cruzó los brazos, apoyándose en el respaldo de su silla. —Es curioso, Salvador. Han pasado años desde que mostraste interés en el círculo interior, y ahora sugieres lo que podría interpretarse como un golpe de estado. ¿Estás poniendo en duda la legalidad de sus decisiones?

Salvador, por primera vez, vaciló. Había subestimado la agudeza de Rubén.

—Por supuesto que no. Solo creo que, como Guardián de los Pactos, podrías estar interesado en garantizar que se cumplan las leyes internas de la logia.

—Salvador, ¿por qué no lo planteas tú directamente? —Rubén apoyó los codos sobre la mesa, su mirada incisiva fija en él. —Tu reputación, después de todo, ya habla por ti.

Salvador mantuvo su compostura, aunque el sudor frío comenzaba a acumularse en su espalda.

—Si lo hago yo, levantaría sospechas. Todos conocen mi lucha con el archivista por el puesto de Alquimista Supremo. Pero tú, Rubén, tienes una reputación intachable. Nadie cuestionaría tu imparcialidad.

Rubén lo observó en silencio durante unos largos segundos. Finalmente, se reclinó en su silla, adoptando un aire más relajado.

—Estoy de acuerdo en que ha habido mala praxis por parte del Archivista y de la Exploradora. Incluso apoyaría una moción para degradarlos y retirarles sus títulos. Pero no estoy dispuesto a cuestionar al círculo interior.

Salvador inclinó la cabeza, como si aceptara la respuesta, pero en sus ojos brillaba una chispa de cálculo. Sabía que no había logrado convencerlo por completo, pero vislumbraba una oportunidad. Rubén no era un aliado incondicional de Alfonso.

—De acuerdo. Propondré una revisión exhaustiva que contemple esas degradaciones. Ha sido un placer hablar contigo. —Salvador extendió la mano para estrechar la de Rubén, quien aceptó el gesto con una leve sonrisa. Cuando Salvador abandonó el despacho, su mente ya estaba trabajando en cómo aprovechar aquella "brecha" recién descubierta.

En cuanto Salvador abandonó el despacho, Rubén dejó escapar un suspiro pesado y se reclinó en su silla de cuero, mirando fijamente el teléfono sobre su escritorio. La lealtad era un concepto complicado dentro de la logia, un hilo frágil que podía deshacerse con un simple tirón. Traicionar al Archivista Supremo no era una decisión menor, pero permitir que Salvador avanzara con su agenda sin obstáculos sería, en sí mismo, un acto de negligencia.

Tomó el teléfono con manos firmes, aunque su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. Podía ignorar la advertencia, permitir que Salvador continuara conspirando, o bien alertar a la Exploradora del Eterio. Inmaculada no era solo una figura respetada; había sido la discípula más destacada del Arcanista Supremo, y su influencia en la logia seguía siendo inquebrantable. Si ella hubiera querido el puesto de Alquimista Supremo, ya lo habría obtenido sin esfuerzo. Entonces, ¿cómo podía Salvador atreverse a socavar su posición y, al mismo tiempo, la del Archivista?

Rubén tamborileó los dedos contra la mesa, sus ojos clavados en el teléfono como si esperara que tomara una decisión por sí mismo. En el fondo, sabía que no podía mantenerse al margen. Sin embargo, la cuestión más preocupante era: ¿quién era realmente el responsable de este caos? ¿El Archivista, por encubrirlo todo, o Inmaculada, por haber convertido al hermano del Archivista en una mujer? La línea entre culpabilidad y responsabilidad se desdibujaba, y cualquier acción tomada en ese momento podría inclinar la balanza de poder en la logia.

Finalmente, Rubén marcó el número de Inmaculada. La llamada tardó en ser atendida, y cada tono parecía alargar su indecisión. Pero cuando escuchó la voz de la Exploradora del Eterio al otro lado, supo que había hecho lo correcto.

En el despacho de Jorge, el ambiente era denso, cargado con la presión de los preparativos para el ritual de Marina. La tensión flotaba en el aire, y cada palabra era cuidadosamente medida. Inmaculada, sin embargo, se encontraba distraída, con la mirada ocasionalmente desviada hacia su teléfono, que descansaba sobre la mesa.

El sonido del timbre rompió el flujo de la conversación como un cuchillo. Inmaculada lo tomó y, al ver el nombre reflejado en la pantalla, su ceño se frunció ligeramente antes de descolgar. Su rostro pasó de la neutralidad a la preocupación, y luego al desagrado absoluto, mientras escuchaba lo que Rubén tenía que decir.

Cuando finalmente colgó, se permitió unos segundos para recuperar la compostura antes de interrumpir la discusión.

—Tenemos un problema —anunció con un tono firme, deteniendo de inmediato el intercambio entre Alfonso y Jorge.

Los presentes volvieron su atención hacia ella, conscientes de que la gravedad en su voz no era común. Inmaculada procedió a relatar lo ocurrido en el despacho de Rubén, tal como él se lo había descrito.

Alfonso se tensó visiblemente. Su mandíbula se apretó, y su mirada, que había estado fija en Inmaculada mientras hablaba, se oscureció con preocupación.

—Salvador no va a dejar esto pasar —murmuró, más para sí mismo que para los demás. Pero lo que realmente lo carcomía era otra cuestión. —¿Por qué Rubén decidió informar a la Exploradora y no a mí?

Sus palabras cayeron pesadas en la sala, llenando el espacio de una duda que no se atrevía a expresar directamente. Inmaculada lo miró de reojo, captando la punzada de reproche implícita en su tono, pero eligió no responder de inmediato. Había algo en los ojos de Alfonso, una mezcla de desconfianza y herida, que añadía una capa más de complejidad a la ya tensa situación.

Jorge, quien hasta ahora había permanecido en silencio, entrelazó las manos sobre la mesa y fijó su mirada calculadora en ambos.

—Si Salvador busca un enfrentamiento, es porque cree tener algo que ganar. La pregunta es: ¿qué está buscando exactamente? ¿Y cómo planea utilizar esta situación para su beneficio?

Inmaculada asintió lentamente, su mente ya trazando los posibles escenarios.

—No podemos permitir que Salvador controle la narrativa. Si sigue empujando, tendremos que actuar antes de que la logia lo considere un desafío al círculo interior. —Su voz era firme, pero en su interior sabía que las cosas se estaban complicando más de lo previsto.

El despacho de Jorge quedó en silencio por unos instantes, roto solo por el crujido de la madera bajo el peso de la situación. Afuera, la mañana avanzaba lentamente, como si reflejara la incertidumbre que llenaba el aire dentro de esas cuatro paredes.

—Es una acusación muy grave —rompió finalmente el silencio Mónica Pérez, la Guardiana del Umbral. Su voz era firme, pero en su mirada se percibía una mezcla de escepticismo y cautela—. La primera intención de Salvador parece ser atacar a los miembros del círculo interior. Sin embargo, hasta ahora son solo palabras. No tenemos pruebas concretas.

El ambiente en el despacho se tensó aún más, y fue Jorge quien tomó la palabra, visiblemente preocupado por las implicaciones.

—Marina no puede ser entrenada por la Exploradora del Eterio —declaró con firmeza, dejando entrever su preocupación por la que sería su futura esposa.

Mónica asintió lentamente, sopesando la situación antes de responder.

—Por supuesto que no. Quizás el golpe contra el círculo interior nunca llegue, pero vosotros dos sois un objetivo más accesible. El maestro de Marina será el Oráculo del Velo.

Jorge dejó escapar una sonrisa de satisfacción al escuchar el nombre de Luis como maestro de Marina. Era una elección estratégica excelente. Tener a un miembro del círculo interior con una reputación impecable como mentor aseguraría no solo una formación adecuada para Marina, sino también una conexión invaluable con los altos círculos de poder.

—¿Estás segura? —preguntó Jorge, sin disimular su interés—. ¿Marina podría ser tu hija?

Mónica dirigió una mirada evaluadora hacia Elías. Este ya le había informado de los eventos previos a la transformación de Marina y Rosa. La propuesta era brillante desde el punto de vista político. Jorge, con un solo movimiento, se aseguraba múltiples influencias clave: Marina estaría vinculada a Inmaculada por la sangre, tendría a Mónica como madre adoptiva y contaría con Luis como maestro. Además, Elías y Alfonso también quedarían en deuda con él. Era una red de alianzas que pocos podían igualar.

—Solo si Rosa acepta que Marina sea su hermana —respondió finalmente Mónica con tono cortante, dejando claro que esto no era una decisión unilateral. —Y Rosa debe conocer toda la verdad. No pienso aceptar a Marina como hija sin el consentimiento de su hermana.

Mientras tanto, afuera, Rosa y Marina se abrazaban, ajenas a la tensa discusión que tenía lugar en el despacho. Tras la confesión de Marina y el inicio de un perdón por parte de Rosa, ambas mujeres compartían un momento de frágil reconciliación. Pero la calma no duró mucho; la puerta del despacho se abrió, y ambas fueron invitadas a entrar.

Rosa y Marina se miraron con inquietud antes de cruzar el umbral, conscientes de que lo que se diría en esa sala podría cambiar sus vidas para siempre.

—Rosa, Marina fue muy cruel contigo. Ella... —Elías comenzó a explicar, pero Rosa lo interrumpió con determinación.

—No es necesario, ya lo sé. Me lo ha confesado —declaró con voz clara, sorprendiendo a los presentes.

Mónica, sin perder el tiempo, avanzó con la siguiente pregunta, su tono directo como una daga.

—¿La aceptarías como tu hermana?

La pregunta quedó suspendida en el aire, cargada de peso y significado. Rosa giró la cabeza hacia Marina, estudiándola detenidamente. Ser amigas era una cosa, pero aceptar a Marina como hermana era algo completamente diferente. Requería una confianza que aún tambaleaba, un perdón más profundo del que había otorgado hasta ahora.

Marina, sintiendo el peso de la decisión, tomó las manos de Rosa entre las suyas. Sus ojos suplicaban, llenos de arrepentimiento. Aunque no había verbalizado su disculpa formalmente, su postura y su mirada transmitían su profunda necesidad de redención. Rosa podía sentir la súplica implícita en cada gesto, y aunque quería imponerle algo, sabía que Marina ya había pagado un alto precio: su transformación en mujer. ¿Qué más podría pedir?

Finalmente, Rosa exhaló un suspiro largo y asintió lentamente.

—Marina, me lo vas a tener que compensar mucho, pero voy a aceptarte como hermana.

El rostro de Marina se iluminó con una mezcla de incredulidad y alivio. Sin pensarlo dos veces, besó las manos de Rosa repetidamente antes de lanzarse a abrazarla con fuerza.

—No te defraudaré —murmuró entre lágrimas mientras apretaba a Rosa contra sí—. Haré cualquier cosa por ti.

Rosa, aunque aún cautelosa, permitió el abrazo. Sentía que esta era una oportunidad para reconstruir lo que Marina había destruido. Una pequeña llama de esperanza se encendía entre ambas, aunque el camino por recorrer sería largo y lleno de desafíos.

Mónica observó la escena con los brazos cruzados, un destello de satisfacción cruzando fugazmente su rostro. Jorge, por su parte, permaneció en silencio, pero en su mente calculaba las implicaciones del acuerdo. Con cada nuevo vínculo, su posición se consolidaba más.

—Realicemos ya el ritual. Si Marina muere, nada de lo demás tendrá importancia —rompió el tenso silencio Inmaculada, su voz cargada de una mezcla de pragmatismo y resignación. Aunque en el fondo casi esperaba su muerte, sabía que, si sobrevivía, el infierno que le esperaba como mujer sería un castigo mucho más largo.

Alfonso deslizó la mano dentro de su chaqueta y sacó su daga ritual, alzándola con un gesto teatral.

—Cuenta con mi daga —declaró, parafraseando La comunidad del anillo con una sonrisa divertida, convencido de que acababa de hacer una broma brillante.

Inmaculada suspiró y negó con la cabeza, exasperada por la infantilidad de su amado en un momento tan crítico.

La mesa de Jorge quedó despejada con rapidez. Dibujaron un pentagrama rodeado de complejas runas utilizando sal fina, un método que garantizaba la pureza del ritual. En el centro, colocaron un vaso de cristal impecable. Con movimientos precisos y fluidos, Inmaculada tomó la daga que Alfonso le ofrecía, y en un hábil corte, el líquido rojo comenzó a fluir, llenando el vaso gota a gota.

Cuando la cantidad fue suficiente, Alfonso cerró la herida con un leve susurro mágico, inclinándose para besar con delicadeza la muñeca de Inmaculada antes de pasar la lengua por la hoja de la daga y devolverla a su funda.

—¿Ahora eres un vampiro? —preguntó Inmaculada con una ceja alzada, devolviéndole la broma.

—Todo lo tuyo es delicioso —respondió Alfonso con una sonrisa traviesa.

—Ya está bien de tonterías, tortolitos —gruñó Mónica, empujándolos con firmeza para comenzar una plegaria.

El ritual estaba listo. La sangre, consagrada con las palabras de Mónica, parecía vibrar levemente en el interior del vaso, una señal de que la magia había surtido efecto. Marina observaba el vaso con una mezcla de fascinación y terror. Sus manos temblaban mientras lo tomaba, consciente de que ese acto podía costarle la vida. Elías se posicionó detrás de ella, listo para sostenerla si caía. Jorge permanecía a su derecha, preparado para utilizar sus habilidades en caso de que su alma intentara abandonar el cuerpo.

Finalmente, Marina reunió el valor suficiente, cerró los ojos y se llevó el vaso a los labios. El sabor metálico y espeso invadió su boca mientras tragaba rápidamente. Apenas unos segundos después, su cuerpo comenzó a convulsionar violentamente.

Elías y Alfonso actuaron al unísono para evitar que cayera, llevándola con cuidado al suelo mientras los espasmos aumentaban en intensidad. Marina temblaba descontroladamente, y pronto comenzó a sangrar por los oídos, la nariz y los ojos, pintando un cuadro aterrador.

—¡Haced algo, va a morir! —gritó Rosa, su voz desgarrada por el pánico.

Inmaculada reaccionó primero, seguida de cerca por Mónica, ambas lanzando conjuros de sanación mientras miraban de reojo a Jorge, quien parecía paralizado ante la escena.

—¿Y vosotros qué hacéis? —vociferó Rosa, dirigiéndose con furia a los tres hombres que se mantenían inmóviles—. ¡No podéis dejarla morir! ¡Aún tiene que expiar sus crímenes! Por favor, salvad a mi futura hermana.

Sus palabras rompieron el trance de los hombres, quienes se unieron al esfuerzo. Durante casi un cuarto de hora, los cinco hechiceros lucharon por estabilizar a Marina. Las convulsiones finalmente comenzaron a disminuir, y el sangrado cesó. Marina quedó inmóvil, cayendo en un sueño profundo, mientras su respiración se estabilizaba poco a poco.

El grupo, agotado tanto física como emocionalmente, se permitió un momento de calma. Sin embargo, al observar a Marina, todos notaron algo peculiar: su aura mágica era palpable, aunque inestable. No era tan refinada o poderosa como la de Rosa o Amelia, pero había un potencial latente. El poder estaba ahí, luchando por manifestarse, aunque algo lo mantenía contenido, como un río bloqueado por un dique emocional.

Las miradas de los tres hombres se dirigieron a Inmaculada, buscando una explicación. Ella negó con la cabeza, tan desconcertada como ellos. Finalmente, fue Jorge quien rompió el silencio.

—Esto no es normal. Rosa lo soportó con relativa facilidad. ¿Por qué Marina ha reaccionado de esta manera?

Inmaculada cruzó los brazos, contemplando el cuerpo inconsciente de Marina con una mezcla de reflexión y cautela.

—La diferencia está en su rechazo. Marina no solo odia lo que ha llegado a ser, sino que también me odia a mí, a quien culpa directamente por su transformación. Esa incompatibilidad emocional con la sangre utilizada en el ritual... ha actuado como un freno para que la magia fluya libremente en su interior. Es como si su propio espíritu estuviera luchando contra la esencia mágica que debería fortalecerse dentro de ella.

Elías asintió lentamente, comprendiendo las palabras de Inmaculada.

—Eso tiene sentido. La magia no solo requiere energía; necesita aceptación. Si su espíritu está en conflicto con la fuente del poder, el resultado será inestable. Su rechazo hacia ti y hacia su nueva identidad está interfiriendo con su capacidad para canalizarla correctamente.

Jorge escuchaba atentamente, pero en lugar de frustración, una leve sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro. En su mente, la situación no solo no era un problema, sino que le resultaba sorprendentemente favorable. Marina poseía el poder mágico necesario para cumplir el propósito que Jorge había trazado para ella: ser una hechicera que asegurara un linaje poderoso para sus descendientes. Sin embargo, su incapacidad para controlar ese poder la convertía en alguien vulnerable y, por tanto, más fácil de subyugar.

—Esto me beneficia más de lo que esperaba —murmuró Jorge, casi para sí mismo, mientras sus ojos se fijaban en Marina. —Tiene el poder suficiente para lo que necesito, pero con esta inestabilidad... será mucho más dependiente de nosotros, más... manejable.

Rosa, que había estado observando a Marina con preocupación, intervino.

—¿Podrá controlarlo? —preguntó, su voz cargada de ansiedad. —No quiero que sufra más. Pero si el poder que tiene la consume...

Inmaculada intercambió una mirada con Elías antes de responder.

—Eso dependerá de su capacidad para aceptar lo que es ahora. Si logra reconciliarse con su situación, el poder fluirá de manera más estable. Pero mientras siga en conflicto, no podrá usarlo adecuadamente. Será un riesgo, tanto para sí misma como para los demás.

Elías añadió, con un tono más pragmático:

—Luis, el Oráculo del Velo, será su tutor mágico. Es un miembro del círculo interior, altamente cualificado. Si alguien puede enseñarle a manejar esa magia, es él.

Jorge asintió, satisfecho. Para él, el hecho de que Marina tuviera un tutor externo era irrelevante. Lo único que le importaba era que su poder permaneciera limitado en la práctica, haciendo de ella la madre perfecta para sus futuros hijos e hijas: poderosa en linaje, pero dócil y dependiente en su presente.

—Luis cumplirá con su deber, pero Marina permanecerá bajo mi dominio. Esa inestabilidad que mencionáis no es una desventaja; es su mayor virtud. El poder sin control es como el metal sin forjar... y yo seré el herrero que lo moldee a mi conveniencia —sentenció Jorge, dejando claro que no permitiría que Marina ganara independencia mágica o emocional.

Los demás intercambiaron miradas, conscientes de que Jorge veía a Marina como una herramienta más que como una persona. A pesar de ello, nadie cuestionó su enfoque. En ese momento, mantener a Marina bajo control era la prioridad, tanto por su propio bien como por el de todos los presentes.

Finalmente, los hechiceros se dispersaron para recuperar fuerzas. Sin embargo, todos sabían que las consecuencias del ritual apenas comenzaban a desplegarse. Marina, tendida en el suelo, parecía en paz. Pero en lo profundo de su ser, una tormenta mágica aguardaba su momento para desatarse, caótica e indomable. Su camino hacia el control y la aceptación sería largo y peligroso, mientras que Jorge ya planeaba cómo aprovechar esa tormenta a su favor.

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