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034. Eso lo veremos

Amelia se acomodó en el despacho de Alfonso tras regresar de la logia. No deseaba estar sola, así que rogó a su hermano que la dejara acompañarle mientras él despachaba asuntos de la empresa. Se sentó en un sofá, apartado del bullicio de su jornada, observando distraídamente cómo Alfonso revisaba documentos.

De repente, uno de los demonios entró con paso seguro.

—Señor, Duncan Martí está aquí y desea reunirse con usted.

Amelia alzó la mirada al oír el nombre de su prometido. ¿Qué asunto lo traía hasta allí? Sin decir palabra, su mente comenzó a trazar escenarios posibles, cada uno más desconcertante que el anterior.

—Déjalo pasar —ordenó Alfonso con tono tranquilo.

Desde el lugar donde estaba sentada, Amelia quedaba oculta tras la puerta, lo que le permitió observar sin ser vista. Duncan entró con un porte decidido, los hombros tensos y una mirada que reflejaba una mezcla de determinación y algo de nerviosismo. Ignoró la presencia de Amelia, avanzando hacia Alfonso como si necesitara mantener el control. Este se levantó para recibirlo, estrechándole la mano con una cordialidad medida.

—Querido cuñado —dijo Duncan, esbozando una sonrisa controlada.

—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Alfonso, invitándolo a sentarse con un gesto.

—¿No puedo desear visitar a mi amigo? —replicó Duncan con tono despreocupado antes de adoptar una expresión más seria—. Vengo a solicitar que Amelia venga a vivir conmigo.

Alfonso arqueó una ceja, sorprendido por la solicitud directa. Desde el sofá, Amelia dejó a un lado el grimorio que estaba hojeando y fijó su mirada en la espalda de Duncan, sintiendo una mezcla de sorpresa y tensión.

—No. —La respuesta de Alfonso fue cortante, sin dar lugar a dudas.

—¿Por qué? Eso fue lo pactado con mi hermana —insistió Duncan, frunciendo ligeramente el ceño.

—Mi hermanita no saldrá de mi protección mientras no puedas garantizar su seguridad.

—¿Debería decírselo a Inmaculada? —preguntó Duncan con un tono de desafío apenas disimulado.

—Hazlo si lo deseas —respondió Alfonso sin inmutarse—, pero no te dejaré llevarte a mi hermana.

Duncan, con un gesto de frustración, sacó su teléfono móvil y llamó a Inmaculada. Amelia lo observaba en silencio, sintiéndose como un simple espectador en una partida de ajedrez donde ella era la pieza principal. Su prometido tenía un problema que no podía pasar por alto: nunca aceptaba un "no" como respuesta. Esa terquedad era una de las razones por las que le costaba sentir algo más que indiferencia hacia él.

—Estará aquí en media hora —informó Duncan tras colgar, cruzándose de brazos como si con ello quisiera reafirmar su postura. Mientras tanto, Alfonso simplemente asintió y volvió a concentrarse en los documentos frente a él.

Tal y como había prometido, Inmaculada apareció puntualmente. Al entrar, su presencia imponente llenó la habitación. Al girarse hacia la puerta, Duncan notó con un sobresalto que Amelia había estado allí todo el tiempo, callada, observando desde el sofá.

Amelia sintió una mezcla de alivio y expectación. La llegada de Inmaculada siempre significaba que las cosas se complicarían, pero también que tendrían un giro interesante.

—Alfonso, ¿por qué no cumples con tu palabra? —preguntó Inmaculada, sin rodeos.

—Porque tu hermano no puede garantizar la seguridad de mi hermana —respondió Alfonso con calma.

—¿De qué amenazas hablas? —preguntó ella, desconcertada.

—No lo sé con certeza, pero las predicciones sobre su futuro hablan de un gran peligro.

Inmaculada se quedó en silencio un momento, asimilando las palabras de Alfonso. Sabía bien lo que implicaba que Alfonso hiciera uso de ese tipo de magia; no lo hacía sin motivos sólidos.

—Puedo asignarle un grupo de escoltas, y Duncan también puede reforzar la seguridad —propuso Inmaculada, intentando buscar un equilibrio.

—Agradezco tus escoltas, pero prefiero que Amelia permanezca bajo mi protección en la mansión Contreras —replicó Alfonso con firmeza.

Amelia observó la conversación en silencio, notando cómo cada palabra reafirmaba el control de su hermano sobre su vida, aunque le gustaba sentirse protegida para variar. Su mente comenzó a divagar sobre la posibilidad de un cambio, pero las palabras de Duncan la trajeron de vuelta a la realidad.

—¿Y podría yo ir a vivir con Amelia? —preguntó él, dirigiéndose a Alfonso, sin considerar los deseos de su prometida.

Amelia sintió cómo su irritación inicial se mezclaba con una chispa de curiosidad. La propuesta de Duncan era audaz, y aunque su ego le decía que debía negarse, había algo en su tono que sugería una lucha interna. Quizás, solo quizás, compartir espacio con él revelaría más de las verdaderas intenciones de su prometido.

Pero Alfonso, como era de esperar, no estaba dispuesto a ceder.

—Dime, Duncan, ¿te atrae físicamente mi hermanita? ¿Alguna mujer? —preguntó con un tono neutro, aunque cargado de curiosidad y expectativa.

La pregunta pareció tomar a Duncan por sorpresa. Se giró lentamente hacia Amelia, sus pensamientos divididos entre el presente y los recuerdos. Había tenido un par de experiencias lésbicas en la universidad, cuando aún era María, pero aquello no simplificaba su nueva realidad. Amelia era sin duda atractiva. Su figura proporcionada, su porte elegante y esa chispa de determinación en sus ojos la convertían en una mujer fascinante. Además, su diferencia de tamaño despertaba en él una inesperada ternura; era como un pequeño cachorrito que deseaba proteger y abrazar. Sin embargo, cuando soñaba, los rasgos de Roberto todavía aparecían con frecuencia en sus fantasías, un reflejo de los vestigios de su antigua identidad.

—Eso es indiferente —respondió finalmente, con un deje de incomodidad en la voz. —Quiero a Amelia, y me terminarán gustando las mujeres, no los hombres. Solo necesito tiempo y esfuerzo.

Amelia escuchó con atención las palabras de Duncan y una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Si aún no le atraían las mujeres, se aseguraría de que cambiara de opinión. Después de todo, había sido un hombre, y sabía exactamente qué teclas tocar para despertar el deseo en él. Era un desafío que, lejos de intimidarla, la motivaba.

La sala quedó en silencio durante unos instantes, roto solo por el crujir de los dedos de Alfonso, quien no apartaba la vista de Inmaculada. Su expresión mostraba un pensamiento calculador, como si estuviera atando cabos.

—Duncan es mi primer caso de mujer transformada en hombre —explicó Inmaculada, respondiendo a la mirada interrogativa de Alfonso. —Pero hasta ahora, todos los hombres convertidos en mujeres han terminado deseando tener sexo con hombres. No creo que sea diferente para mi hermano. Tarde o temprano, su atracción cambiará.

El comentario flotó en el aire, cargado de implicaciones. Duncan apretó los labios, incómodo, mientras Amelia entrelazaba sus dedos sobre su regazo, analizando las palabras de Inmaculada. Por mucho que la magia pudiera alterar el cuerpo, Duncan tenía una voluntad férrea y un corazón lleno de contradicciones que lo diferenciaban de otros casos.

Alfonso dejó escapar un suspiro y miró a Amelia, su semblante más relajado, aunque con un brillo de protección en sus ojos.

Amelia sostuvo la mirada de Duncan por un momento más, evaluando la sinceridad de sus palabras. Había algo en su resistencia que la desafiaba, que la invitaba a probar los límites de su autocontrol y del suyo. Decidida a tomar el control de la situación, dejó el grimorio en el sofá con un gesto deliberado y se levantó. Caminó hacia él con paso lento, casi felino, hasta quedar justo frente a su silla. Sin decir palabra, giró la silla para enfrentarlo, y con un movimiento elegante, se sentó a horcajadas sobre él, acercando sus cuerpos hasta que no quedó espacio entre ambos. Sus ojos se clavaron en los de su prometido con una mezcla de desafío y sensualidad.

Con suavidad, deslizó su mano izquierda por el cabello de Duncan, enredando sus dedos mientras lo miraba intensamente. Su otra mano bajó lentamente por su pecho, deteniéndose apenas lo suficiente como para que él sintiera cada caricia. Sin apartar la mirada de la suya, Amelia inclinó la cabeza hacia su cuello, sus labios comenzando a recorrer su piel con besos que alternaban ternura y pasión. La calidez de su aliento subió hasta la oreja de Duncan, donde murmuró con un tono suave pero cargado de intención.

Finalmente, mientras sus labios se movían con una precisión calculada, su mano derecha descendió más allá del cinturón de Duncan. Con un toque firme y seguro, exploró hasta alcanzar su evidente reacción. Su mástil, al principio tímido, comenzó a endurecerse bajo su tacto experto, hasta que no quedó ninguna duda de su estado. Solo entonces, con un gesto fluido, retiró su mano y se separó ligeramente de él, lo suficiente para mirarlo a los ojos con una sonrisa maliciosa.

Amelia estaba haciendo un esfuerzo descomunal para no romper los botones y dejar el torso de su prometido al descubierto. Aunque su intención era excitarlo a él, ella estaba sucumbiendo demasiado rápido. Deseando arrancar sus pantalones y besar ese mástil.

—Ahora, Duncan —dijo Amelia, su tono gélido y desafiante, aunque sus labios aún dibujaban una sonrisa y el color de su rostro rompía la fachada—, repite que no te gusto... y que no me deseas.

Duncan permaneció en silencio, paralizado. Sus manos, que habían estado quietas a los lados, apretaron los brazos de la silla, y sus ojos se debatieron entre la tentación y la incomodidad. Quería más, cada fibra de su ser se lo pedía, pero la presencia de Inmaculada y Alfonso lo mantenía anclado en la realidad. La mirada de su hermana era como un cuchillo que lo atravesaba, mientras Alfonso se mantenía sereno, aunque una ceja arqueada delataba su atención a la escena.

Duncan no estaba dispuesto a detejarse humillar. Se inclinó mientras sus manos se deslizaban a las caderas de Amelia, acercando sus labios a los de ella hasta que apenas los separaba un suspiro.

—Esta noche, Amelia —murmuró con una provocación calculada—, voy a robarte tu inocencia.

Duncan sentía que cada fibra de su ser estaba en guerra. Amelia lo conocía demasiado bien, sabía exactamente cómo retarlo y hacerle perder el control. Mientras intentaba recuperar el control, un pensamiento persistente lo atormentaba: ¿cuánto de su deseo por Amelia era real y cuánto era el reflejo de una necesidad de reafirmar su nueva identidad? Esa línea entre la atracción y el desafío parecía desdibujarse cada vez más.

De todas formas no podía permitirse ceder del todo, no allí, no frente a su hermana ni al hermano de Amelia. Cerró los ojos un momento, luchando por calmar el torbellino de emociones y deseo que lo consumían. La intensidad del momento los atrapaba a ambos, pero su orgullo y la presión del entorno los empujaban a resistir. Su voz salió entrecortada, más como un ruego que como una afirmación.

—¿A mí? —respondió finalmente, intentando recuperar el control—. Duncan... puedes estrenarme, pero de inocente no tengo nada, cariño.

Amelia dejó escapar una carcajada baja, casi ronroneante, mientras retrocedía un poco y posaba sus manos en el pecho de su prometido, notando cada músculo solo separado de sus dedos por la fina tela de la camisa de Duncan. Su sonrisa permanecía en sus labios, pero en sus ojos brillaba el fuego de la victoria y la pasión. Sabía que había ganado esa ronda, y Duncan lo sabía también.

—Oh, mi pequeña Amelia, no estoy tan seguro de eso —contestó con un guiño. —Quizá deberías prepararte, porque esta vez seré yo quien marque el ritmo. Mañana no podrás caminar bien.

Desde su posición, Alfonso observaba con calma, aunque sus ojos se afilaban con cada movimiento de su hermana. Inmaculada, por su parte, mantenía una expresión inmutable, aunque sus labios formaron una sonrisa apenas perceptible.

Duncan cerró los ojos un momento, tratando de recuperar el control de su respiración y sus pensamientos. Pero el calor que Amelia había despertado seguía ardiendo, una llama que ni la presencia de los demás podía apagar. Ella lo conocía demasiado bien, y eso lo aterraba tanto como lo excitaba.

—¿Entonces Duncan se queda en la Mansión Contreras? —preguntó Inmaculada, aunque su tono era más una afirmación que una consulta.

—Eso parece —respondió Alfonso, dejando que su mirada recorriera a Duncan con cierto aire de advertencia. —Pero bajo una condición. No quiero escándalos ni dramas en mi casa. Si algo se descontrola, te irás al instante. ¿Entendido?

Duncan asintió, todavía afectado por el calor de la escena con Amelia. —Entendido. No habrá problemas, lo prometo.

—Más te vale —intervino Amelia, con una sonrisa traviesa mientras se cruzaba de brazos. —Porque si me haces quedar mal con mi hermano, no te salvarás de mí.

Alfonso sonrió de lado, pero su atención volvió rápidamente a Inmaculada, quien se mantenía firme y serena, como si la conversación no fuera con ella. Con un brillo juguetón en los ojos, Alfonso se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Quizá deberías quedarte tú también, Inma, y demostrar si realmente eres tan ardiente como dices. Mi hermanita parece haberte dejado en desventaja en este juego. —Su tono estaba cargado de burla, pero también de deseo.

Inmaculada inclinó la cabeza ligeramente, evaluando a Alfonso como si él fuera un participante inesperado en un juego que solo ella conocía. Había algo en su tono, una mezcla de desafío y auténtico interés, que la hizo sonreír. —Oh, Alfonso, mi querido archivista eterno, tu hermana es un témpano de hielo en comparación conmigo. Regento un "club" de chicas cariñosas, no lo olvides. Pero para probar las llamas de este volcán, necesitas trabajar mucho más. —Su desafío estaba lleno de intensidad, como si disfrutara del poder que tenía sobre él.

Amelia observaba la interacción con una mezcla de diversión y curiosidad. Ver a su hermano, siempre tan controlado, enfrentarse a alguien tan audaz como Inmaculada era un espectáculo en sí mismo.

—Bueno, Inmaculada —continuó Alfonso, suavizando ligeramente su tono—, ya que no puedo quemarme en esas llamas aún, al menos déjame invitarte a una cena esta noche. Tal vez podamos hablar de cómo negociar un armisticio entre tú y mi hermana. — Alfonso sabía que negociar con Inmaculada era como caminar sobre brasas, pero la oportunidad de acercarse a ella, de comprender qué la hacía tan inalcanzable, era demasiado tentadora como para dejarla pasar.

Inmaculada fingió considerar su propuesta por un momento, disfrutando de la espera antes de responder.

—De acuerdo, Alfonso. Pero te advierto, si quieres mi atención, tendrás que ganártela esta noche. Y no estoy hablando de simples palabras. —Su mirada chispeaba con malicia.

—Eso ya lo sabía —respondió Alfonso, inclinando la cabeza en un gesto de aceptación. —Te recogeré a las ocho.

—Perfecto. Entonces será mejor que me retire por ahora. Tengo asuntos que atender antes de nuestra... velada. —Inmaculada se giró hacia Duncan y Amelia. —Cuídense, niños. Y, Duncan, no la pierdas de vista. —Su voz llevaba un toque de advertencia, pero también algo que sugería que disfrutaba de lo que había presenciado.

Amelia observó a su hermano mientras se despedía de Inmaculada, y una sonrisa satisfecha cruzó su rostro. Aunque todavía no entendía del todo lo que Inmaculada significaba para él, podía ver que su habitual máscara de control estaba un poco resquebrajada, lo que siempre era interesante.

Cuando la puerta se cerró tras Inmaculada, Alfonso se quedó en silencio por un momento, observando a Duncan y Amelia con una expresión que mezclaba exasperación y diversión. Finalmente, se inclinó hacia ellos, su tono adoptando una calma calculada. —Recuerden, esta casa tiene reglas. Y yo me encargaré de que se cumplan.

—Lo sé —respondió Duncan, con más seriedad esta vez. —No haré nada que la incomode.

Amelia no pudo evitar reírse. —¿Y quién dijo que soy yo la que se incomoda? —Su mirada desafiante cayó sobre Duncan. —Solo asegúrate de mantener el ritmo, cariño.

Alfonso negó con la cabeza, reprimiendo una sonrisa. —Por lo visto, tengo más de lo que negociar esta noche. —Y con un suspiro, se giró hacia la puerta. —Voy a preparar la cita. Mientras tanto, recuerden que en esta casa las reglas no son opcionales.

Amelia y Duncan se quedaron en silencio mientras Alfonso salía, hasta que finalmente Amelia rompió el momento con una sonrisa juguetona.

—Bueno, parece que te has ganado un lugar aquí. Espero que estés listo para demostrar que vales la pena.

Duncan la miró con una mezcla de desafío y diversión. —Y tú, ¿estás lista para que esta noche me redima por completo?


Amelia levantó una ceja, provocadora. —Eso lo veremos.

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