025. ¿Un destino como el de Rosa o Amelia?
Afuera, el santuario permanecía inmóvil, como si el tiempo se hubiera detenido. Dentro, la atmósfera era densa, cargada de una intensidad irreal que se sentía como horas, quizá días. El aire estaba impregnado de un olor metálico, una mezcla de sangre y ozono, como si los ecos de una tormenta mágica aún murmuraran en las paredes. Las velas, casi consumidas, proyectaban sombras inquietas sobre el suelo de piedra, donde las marcas del ritual parecían vibrar como un corazón latente.
—¿De verdad vas a dejar a tu hermana tirada ahí? —soltó Elias, cruzándose de brazos, su tono cargado de reproche mientras clavaba la mirada en Alfonso.
—Claro que no. Lucy la vigilará, y un sirviente la llevará a su habitación. Avisadme en cuanto despierte. —Alfonso desvió la mirada hacia Amelia; Duncan se encontraba arrodillado junto a ella y acariciaba su pelo. Había algo inusual en su gesto, como si intentara compensar algo que nadie entendía del todo. Mientras tanto, las dos supuestas amigas de Amelia permanecían detrás de él, juntas como si temieran separarse. —¿Tardará mucho en recuperar el conocimiento?
—Por lo menos auguro un par de horas —contestó el tejedor mientras inspeccionaba sus uñas, como si el esfuerzo del ritual hubiera sido insignificante. —He borrado y reescrito todos sus recuerdos. Eso es un golpe muy fuerte para cualquiera. Solo espero no haber cometido ningún error. Eso podría hacerla enloquecer.
Alfonso apretó la mandíbula al escuchar esas palabras, pero mantuvo su expresión neutral. No podía permitirse mostrar ninguna duda frente a Elias, ni siquiera frente a Inmaculada, que observaba la escena desde un rincón con su habitual expresión de frialdad calculada. Sin embargo, un brillo en sus ojos delataba la inquietud que trataba de ocultar.
Había perdido el control, y con ello su posición; nunca debió haberse erigido como juez y verdugo en un asunto tan personal. Ahora, todo lo que le quedaba era pagar las consecuencias: cinco años alejada de los órganos de poder de la logia, sometida a la autoridad de Alfonso. Su hermana transformada en un hombre, y el destino de Roberto, dejado en manos de Alfonso, María y José Ramón.
Por un breve instante, deseó dejarse arrastrar por la ola de su derrota, pero sabía que esa no era su naturaleza. Lucharía contra todo para recuperar el control: sometería a Alfonso, resurgiría más fuerte en la logia al término de esos cinco años. Y Amelia... Amelia pagaría. No solo por las heridas de su relación pasada como Roberto, sino también por el destino al que había condenado a su hermana. Encontraría la manera de traer de vuelta a la dulce mujer que una vez fue su confidente.
—Podemos almorzar juntos. Creo que debemos hablar de bastantes cosas. —Rompió al fin su silencio Inmaculada cuando un sirviente entraba por la puerta para recoger a Amelia.
Alfonso, con su habitual eficiencia, comenzó a dar órdenes para organizar una comida privada. Mientras el santuario quedaba en penumbra, todavía cargado de los ecos mágicos del ritual, los sirvientes se apresuraron a transformar el comedor principal en un espacio adecuado para la reunión. Inmaculada y Elías aceptaron sin protestar, pero Duncan insistió en incluir a Rosa y Marina, rompiendo el ritmo de las preparaciones. La tensión creció en el aire mientras Alfonso accedía a regañadientes, enviándolas a un comedor secundario.
Había cosas a tratar por ellos solos, donde los asistentes de Inmaculada y las dos supuestas amigas de Amelia no tenían cabida.
—Sigo sin entender por qué no pueden estar Rosa y Marina aquí. —Volvió a insistir Duncan cuando se sentaron en el comedor principal. Estaba preocupado por ellas. Después del revuelo formado con Amelia, a lo mejor Alfonso las asesinaba. Él mismo, si no supiera ciertos datos, estaría enfadado con su comportamiento.
—¿Sabes dónde deberían estar esas dos en estos momentos? —preguntó mientras esperaba la comida, aunque era una pregunta retórica, donde él iba a dar la respuesta. —Ellas tenían que estar ya en un prostíbulo o, mejor aún, bajo tierra. Ambas son una posible mala puntada en el tejido de la realidad.
Elias e Inmaculadas asentían las palabras de Alfonso, provocando la desesperación de Duncan. Que los miraba frustrados. Inmaculada vio la cara frustrada de su hermano; incluso no siendo la misma de cuando era mujer, sus gestos no habían cambiado.
—¿Qué propones entonces? —Inmaculada alzó una ceja, su tono afilado—. No olvides que drogaron a tres chicas y violaron a dos. —Extendió la mano hacia Duncan en un gesto conciliador, pero él la apartó con brusquedad.
—Son las únicas amigas que le quedan a Amelia. ¿De verdad vais a destrozarlas más? Ya han perdido todo: su cuerpo, sus vidas... ¿No es suficiente con eso?
Los ruegos de Duncan hicieron caer a todos los comensales en el desasosiego, mientras pensaban en distintas opciones. Entendían las palabras de Duncan, pero cada uno tenía motivos para condenarlas.
Inmaculada, como había dicho, se había erigido como juez y verdugo por lo ocurrido en su local. Alfonso no las soportaba tras haber visto cómo hacían daño a su hermana coqueteando con su prometido. En cuanto a Elias, había visto sus recuerdos y sus personalidades. No eran trigo limpio y, en especial, Marina podría ser muy perjudicial para Amelia.
—¿Crees que son amigas? Sé tu secreto con ellas, pero no las he visto muy amigables. — Elias miró a Duncan mientras tomaba un sorbo de su copa de vino.
Duncan jugueteó con un trozo de carne en su plato, evitando las miradas inquisitivas de los demás. Sus pensamientos se arremolinaban, confusos. En realidad, nunca había sentido simpatía por Diego y Martín cuando eran amigos de Roberto; siempre le parecieron arrogantes e insensibles. Pero ahora, como mujeres, estaban asustadas y desprotegidas, y eso despertaba un impulso inesperado de protegerlas. ¿Quién más le quedaba? ¿Quién quedaba para Amelia?
—Ellas no son... No, como hombres eran despreciables, pero ¿no hay ninguna salida? —Debía pensar en las chicas que violaron, pero Duncan solo podía ver a las dos chicas asustadas ante su destino.
—Quizás haya una salida —dijo Elías, levantando su copa con una sonrisa torcida—. Podrían quedar bajo la tutela de un hombre. ¿Qué tal tus asistentes, Inmaculada? Dos problemas resueltos de un golpe. Además, Amelia parece tener cierta debilidad por uno de ellos, ¿no? —Su mirada se deslizó hacia Duncan, buscando una reacción. El ambiente en la mesa se tensó, las implicaciones de sus palabras flotando en el aire.
Las palabras del tejedor hicieron a Inmaculada levantar la mirada de su plato, Daniel. Era una sospecha, pero sin duda era él. Seguramente, a la hora de reconstruir toda la memoria de Amelia, lo había visto. Al igual que pudo ver en Rosa, Marina y Duncan.
—Podría ser una salida, pero deberían hacer algo. Tenerlas encerradas en las habitaciones de Daniel y Luis sería una solución, pero ¿cuánto tardarían en suicidarse si no les damos una vida?
—¿Y entregarlas al servicio de la logia en su sede? —propuso Elías, sus palabras deliberadamente ligeras mientras terminaba de tragar su bocado. —Amelia ya está destinada a ser la discípula-mascota de José Ramón. Rosa, quizás, podría servirme como mi propia mascota. Y Marina... —Elías hizo una pausa, dejando que la sugerencia flotara en el aire antes de continuar. —Si nadie la quiere, siempre queda la opción de un sacrificio ritual. Aunque, siendo sinceros, es bastante mona; alguien encontrará un buen uso para ella.
Duncan sintió asco de la conversación. Su hermana se jactaba de castigar a hombres por su forma de actuar contra las mujeres, pero aquí estaban ellos decidiendo un destino atroz para dos mujeres. Sí, como hombres podrían haber sido unos violadores, pero ahora eran mujeres. ¿De verdad debían ser castigadas con un castigo tan desproporcionado?
—¿Qué harás con Rosa? —se atrevió a preguntar la exploradora.
—Esa chica ya está rota; será servicial. No sé si me casaré con ella; la tendré como asistente o como discípula. Ahora tú deseas que sea tomada por un hombre contra su voluntad. Te aseguro que yo disfrutaré de los placeres de la carne con ella, pero como los obtenga será asunto mío.
—Si te la entrego, darle un pasado será asunto tuyo.
—Me comprometo a crearles un pasado a las dos en cuanto encontremos destino, también a Marina. Desgraciadamente, de la segunda no confiaría mucho. Ella aún está dispuesta a morder y morir matando.
Alfonso atendía a la conversación; él tenía a su hermana deseada. Por alguna razón, siempre había deseado ver a Roberto como una chica. Podría darle a Marina como juguete, pero ahora mismo ya tenía muchas complicaciones. Su castigo en la logia y debía conquistar a Inmaculada. Todo ello sin olvidarse de atender sus negocios. No tenía ningún asistente humano para organizarle sus negocios; podría entrenar a Marina, pero quedaba la opción de ser entregada a un hombre.
—¿Cuál es tu propuesta para Marina? —preguntó al fin, tratando de encontrar alguna manera de tenerla controlada, pero pudiendo estar cercana a Amelia.
—Seguro que alguno de tus partidarios podría encargarse de ella. No sé cómo sentará entre ellos haber entregado a tu hermana a Duncan. —La sonrisa maliciosa en Elias dejaba a las claras cómo había montado algún problema al respecto con sus partidarios.
El silencio se adueñó del comedor, tan pesado que cada bocado parecía un esfuerzo. Las palabras de Duncan aún flotaban en el aire, desafiando las decisiones que los demás ya parecían haber tomado. El destino de Rosa y Marina, aunque casi decidido, seguía siendo una sombra que se cernía sobre todos en la mesa. Marina, con su espíritu indomable, era una bomba de tiempo. Rosa, rota y dócil, era un reflejo de las decisiones que nadie quería reconocer. Y mientras Duncan seguía luchando con su conciencia, Alfonso y Elías parecían más preocupados por mantener el control del tablero que por las vidas que estaban moldeando.
Duncan, con el ceño fruncido, clavaba el tenedor en su plato, su frustración palpable. No podía sacarse de la cabeza las miradas aterrorizadas de Rosa y Marina. Sabía que habían cometido crímenes terribles, pero también sabía que ahora no eran las mismas personas. Y, sin embargo, si quería estar al lado de Amelia, no podía arriesgarse a mantenerlas cerca. ¿Cómo justificaría esa decisión frente a Amelia, frente a su hermana? Rosa parecía no tener un destino muy malo, pero en manos de quién terminaría Marina.
Inmaculada consideró, por un momento, si Alfonso podría encargarse de Marina, liberándola de esa carga. Pero la idea era absurda. Alfonso había dejado clara su obsesión por ella, y aunque ambos manejaban sus sentimientos con frialdad, esa obsesión no iba a permitir su libertad a cambio de Marina. En ese caso deseaba seguir mandándola al club. Diego había sido el peor de los tres y encima se había mostrado rebelde todo el tiempo. Odiaba dejarlo sin castigo, pero después de lo realizado por su hermana no se atrevía a seguir contrariándolo.
Elias miraba a los tres divertido; Marina era una bomba a punto de estallar. Albergaba odio hacia Inmaculada por haberla convertido en mujer y hacia Amelia, por haberse librado y olvidado de ella. Si de él dependiera, la reseteaba borrando toda su memoria para convertirla en alguien nuevo y sin esos odios.
En el comedor secundario, Rosa y Marina se miraban en silencio, sus expresiones cargadas de incertidumbre. Marina, con los labios apretados, parecía contener una rabia latente que apenas podía controlar. Rosa, en cambio, se mantenía con las manos entrelazadas, su mirada fija en la puerta como si esperara que alguien viniera a rescatarlas. Ninguna se atrevía a hablar, pero ambas sabían que su futuro estaba siendo decidido en otra sala, y temían que la sentencia ya estuviera dictada.
El silencio en el comedor secundario se rompió con el sonido de la puerta al abrirse. Marina y Rosa se tensaron al instante, como si esperaran un golpe que no podían evitar. Las figuras de Elias, Inmaculada, Alfonso y Duncan aparecieron, sus miradas cargadas de juicio, ignorando por completo a los asistentes que les seguían. La mirada de los cuatro cayó sobre ellas ignorando a los asistentes. Rosa fue perfectamente consciente de cómo el tejedor la miraba con deseos; se levantó y esperó con la mirada fija en el suelo. Por su parte,Marina, en la cual se fijaban los otros tres, devolvió la mirada desafiante sin alzarse de la silla.
—Rosa, a partir de mañana yo cuidaré de ti. De momento te quedarás con Amelia en esta mansión y ella te llevará a la logia donde yo te recogeré. —Le informó el tejedor, agarrándola por la cintura y sujetándola contra él.
Rosa levantó la cara sonrojada. Su transición estaba ya casi completa, pero Elias se había asegurado de introducirle varias fantasías en su mente al respecto. Finalmente, ella también lo rodeó con los brazos.
—Será un placer, solo espero no decepcionarte y tener una vida tranquila junto a ti.
Marina miraba la escena con los ojos desencajados. Habían vendido a Rosa y esta parecía encantada con la venta.
—¿Cómo podéis hacerle esto a Rosa?
—¿Prefieres que la destine como a ti al Club? —preguntó con sequedad Inmaculada mientras la miraba a Marina con aire despectivo. —Elias es una persona cariñosa y la cuidará. ¿No puedes alegrarte por ella?
Marina cerró los puños con fuerza, sintiendo un ardor de impotencia subirle por la garganta. ¿Cómo era posible? Amelia, la intocable, y ahora Rosa, la hipócrita, escapaban de la pesadilla mientras ella quedaba condenada. El odio se mezclaba con una desesperación sofocante que la hacía temblar. Mientras ella pasaría de hombre en hombre cada noche. Sin poder hacer nada.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Un destino como el de Rosa o Amelia? Podemos encontrarte un hombre, pero tendrás que obedecerlo en todo. Y sabes que eso no te salvará de lo que viene después.
Las palabras de Inmaculada cayeron como un jarro de agua fría sobre la cabeza de Marina. Debía elegir entre dos latigazos cada hora o cincuenta latigazos cada día.
—Arrodillaté, suplica por un hombre y te buscaremos uno. —No le importaba mucho si elegia una u otra cosa, pero queira verla por fín humillarse. Siendo en su cabeza mucho mejor ser sumisa a un hombre que a cientos.
Marina tragó saliva. Miro a Rosa, que seguía entre los brazos de Elias, y le asentía. Después desvió su mirada hacia Duncan en busca de salvación, pero este solo se encogió de hombros. Al final, tanto para terminar humillada. Clavo una rodilla en el suelo con una lágrima corriendo por su mejilla.
—Por favor, no me obligues al Club, véndeme a un buen hombre. —Su voz realzó el "buen" y tembló al decir "hombre".
—Hablaré con el susurrador de espíritus y con el forjador de reliquias. Ambos son hombres jóvenes y pueden estar interesados en una amante, esposa o discípula sumisa. —Intervino Alfonso, sujetando a Inmaculada por la cintura. —¿Habría algún problema?
Tanto el tejedor de ilusiones como la exploradora del eterio dieron su aprobación.
—Encárgate de entregar a Marina a su nuevo amo. Duncan te dejó el coche en el cual vinieron Marina y Rosa. Tejedor, por favor, cuida bien de Rosa. — Tras esto, Inmaculada se despidió con un tierno beso en los labios de Alfonso y salió de la sala con Daniel y Luis.
—¿Deseas venir a casa o hablar con Amelia? Si quieres, mañana te puede llevar ella a la Logia y te recojo allí. De este modo pasaréis la noche juntas las tres.
Rosa dudó un momento abrazada a su nuevo amo. Deseaba conocer su nueva casa y también estar con Amelia para impedir alguna trastada de Marina.
—Mañana iré con Amelia si no es mucha molestia para vos y para Alfonso, mi señor.
Alfonso negó ante la mirada de Elías y este besó con pasión los labios de Rosa, la cual se estremeció, invadida por las imágenes metidas por este durante el anterior ritual. Con un último beso que sellaba el destino de Rosa, Elías abandonó la sala, dejando tras de sí un vacío palpable. Duncan, Marina, Rosa y Alfonso avanzaron en silencio por los pasillos hacia el dormitorio de Amelia. Cada paso resonaba como un eco de las decisiones irrevocables que habían marcado sus destinos, mientras las sombras del día parecían extenderse, envolviendo el futuro incierto de las tres mujeres.
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