022. A esta niña la cogeré yo como mi gatita
Amelia despertó con un sobresalto, los ecos de un murmullo lejano llenando sus oídos mientras luces y sombras se deslizaban por los confines de su habitación como figuras etéreas. Parpadeó varias veces, sacudiendo la cabeza como si intentara despejar los restos de un sueño confuso; sin embargo, lo único que encontró fue la figura de Lucy, suspendida en el aire con una expresión de inquietud.
La luz tenue de la mañana se colaba por el balcón, bañando la habitación en un resplandor helado. Lucy flotaba de un lado a otro como un espectro errante, su rostro un reflejo de preocupación tan intensa que parecía impregnar el aire de una tensión palpable. Amelia volvió a mirar por todo el cuarto, pero solo era su habitación. No había nada extraño en ella, solo la cara angustiada de Lucy.
—Me estoy volviendo loca. Pensé escuchar ruidos parecidos a voces y ver formas y sombras escabullirse a través de las paredes —comentó Amelia a Lucy con voz tranquila.
Lucy flotaba más bajo de lo habitual, como si intentara ocultarse en la sombra de la cama. Su inquietud era palpable, y cada movimiento suyo parecía cargar el aire con más tensión.
—¿Pasa algo, Lucy? —Amelia observó cómo Lucy se dirigió a los pies de su cama, pero sin quedarse quieta, dando vuelta de una esquina a otra. —¿Lucy? Por favor, dime, prometo no asustarme por oír tu voz en mi cabeza, pero me está dando miedo tu actitud. Pasa algo y lo sé.
De repente, una voz suave resonó en la cabeza de Amelia. "Lo siento, Amelia. El señor tiene visita. También han convocado a la señora Montalbán y a tu prometido. Deberías ducharte y bajar. No estás loca; lo que percibiste eran los familiares de varios hechiceros. Seres que no suelen ser vistos por quienes no son de su mundo."
Amelia tragó saliva, sintiendo un nudo formarse en su garganta mientras su respiración se volvía errática. Su mente, aún adormilada, luchaba por procesar lo que Lucy acababa de decir, como si cada palabra quedara suspendida en el aire. Aunque Lucy no había mencionado peligro, el tono de su voz transmitía una advertencia sutil, suficiente para hacer que cada palabra pesara como una amenaza. Algo estaba pasando e incumbía a su futuro. Ni un día había durado la tranquilidad en casa de Alfonso. Ella esperaba aprovechar el día para ir acostumbrándose a ver seres terroríficos a su alrededor y ahora debía acudir a una reunión, la cual parecía importante para su futuro.
Tras arreglarse, Amelia avanzó por el pasillo con pasos vacilantes. Cada eco que resonaba en la fría soledad parecía burlarse de su incertidumbre, recordándole que estaba a punto de enfrentar lo desconocido. A cada paso, el peso de la incertidumbre parecía crecer, apretándole el pecho. Inspiró profundamente frente a la puerta y, al abrirla, el murmullo en la sala cesó al instante. Al entrar, Amelia observó a Alfonso y a otras seis personas. De ellas solo reconoció al Custodio de los Sellos, aunque no recordaba su nombre. Por un momento, Amelia dudó en la entrada.
—Disculpad. Lucy me informó que debería venir. —Amelia dudó si debía presentarse o esperar a su hermano.
Alfonso se levantó de su sillón y se acercó con paso firme hasta Amelia mientras esta evaluaba a los distintos guardianes, familiares o simplemente demonios de cada uno de los invitados. A su lado, Lucy parecía insignificante como entidad sobrenatural.
—Bienvenida, hermana. Permíteme hacer las presentaciones. —La intento tranquilizar Alfonso, quien veía cómo miraba con cierto temor hacia los presentes.
—Ahórrate las formalidades, Alfonso. Aquí nadie se traga tus historias. —El tono cortante del custodio de los sellos rompió el tenso silencio, su mirada fija en Amelia como si ya la hubiera sentenciado.
Alfonso se volvió hacia Salvador con una mirada que parecía helar el aire a su alrededor, un aura de autoridad oscura emanando de cada movimiento. Este era el Alfonso de cuando lo conoció, pensó Amelia cuando vio cómo irradiaba un aura tenebrosa y su demonio parecía agrandarse, oscureciendo toda la habitación.
—Si el vínculo de sangre no es suficiente para ti, considérela mi hermana adoptiva. Pero ten claro algo: Amelia Contreras está bajo mi protección, y no permitiré que nadie la toque sin enfrentarse a mí primero. —La presentó pasando su brazo por el hombro de Amelia y atrayéndola hacia él en actitud de protección.
Amelia intentó sonreír, pero el miedo congeló sus facciones. Optó por inclinar ligeramente la cabeza, una reverencia que apenas ocultaba su temblor, mientras sus ojos buscaban desesperadamente la seguridad de Alfonso.
—El imprudente que ha hablado es Salvador Gallego, Custodio de los Sellos, y uno de los miembros más antiguos de nuestra orden. A su derecha está Elias Moreno, Tejedor de ilusiones. El resto son los miembros del círculo interno. Mónica Pérez, guardiana del umbral. Eva Guerrero, maestra de los ritos; Luis Burgos, oráculo del velo; y nuestro líder, Jose Ramon Vera, arcanista supremo. —Fue presentándolos mientras los señalaba.
—Encantada de conoceros.
—Dejaos de pamplinas. Esa mujer debe ser sacrificada, y Alfonso e Inmaculada deben pagar el precio de su desobediencia siendo desterrados de la orden.
Las palabras de Salvador hicieron tambalearse a Amelia, pero Alfonso la sujetó con fuerza.
—¿Aun sigues sin entender por qué jamás conseguirás llegar al círculo interior? —Las palabras de Jose Ramon hicieron torcer el gesto a Salvador. —Sin embargo, habéis operado de forma muy imprudente. A la exploradora del eterio ya se le advirtió sobre jugar con esas... criaturas. En cuanto a ti, archista eterno, actuaste de forma muy imprudente. Si solo la hubieras mantenido en casa, no sería un problema, pero presentarla públicamente... Eso es un gran error.
Alfonso acercó a Amelia a donde él estaba sentado, dejando que se acomodara, y se sentó en el brazo del sillón, queriendo ofrecer apoyo ante los miembros de la logia a su falsa hermana.
—Asumiré el castigo, pero ruego dejar al margen a mi hermana.
Los ojos de todos se centraron en Amelia; ella era un problema. Demasiado peligroso para dejarla libre, aunque injusto castigarla cuando ella no había pedido ser convertida en mujer ni convertirse en hermana de Jason.
Amelia sintió el peso de todas las miradas clavarse en ella, el pavor congelando sus pensamientos mientras su cuerpo, casi por instinto, cedía al gesto de arrodillarse. Su corazón martilleaba en su pecho como si fuera a romperse. Resistirse sería inútil. Ellos eran poderosos hechiceros, adonde podía ir ella. Podría rogar por su vida, pero eso ya lo había realizado Alfonso. Amelia miró al arcanista supremo; sabía que la última palabra la tendría él. Aunque hubiera votación, su voto inclinaría el de otros. Se levantó del sillón y dio un paso hacia él. Se arrodilló e inclinó la cabeza antes de hablar con una voz baja y temblorosa.
—Señor, no quiero morir. No pedí esto, ni ser mujer, ni estar aquí. Pero sé que eso ya no importa. Si hay algo, cualquier cosa, que pueda hacer para compensar a la logia, lo haré. Solo pido una oportunidad.
Alfonso maldijo la acción de Amelia en su interior. Estaban en una posición de desventaja, pero esto era declarar oficialmente su impotencia para salvarla.
Jose Ramón deslizó su mano sobre la cabeza de Amelia con lentitud calculada, su gesto entre la ternura paternal y la posesión fría, como si estuviera domando a una criatura herida. En verdad era digna de lástima. Desvió su mirada hacia el tejedor de ilusiones.
—¿Puedes arreglar este desaguisado? —preguntó el arcanista supremo a Elias Moreno.
Este miró dubitativo hacia el custodio de los sellos. Mirada que no pasó desapercibida ni a Alfonso ni a Jose Ramón.
—Si no eres capaz, quizás debiéramos pensar en otro para el puesto de Tejedor de Ilusiones —intervino la maestra de los ritos.
—Las lealtades deben ser para la logia, no hacia un miembro. —Añadió la guardiana del umbral, viendo las dudas de Elias.
El tejedor de ilusiones se rindió ante la presión de tres miembros del círculo interior.
—Puedo arreglarlo. Necesitaré sangre de la exploradora del eterio, del archivista eterno y los dos cambiados de sexo. —Elias dirigió su mirada hacia Alfonso. —Ah, si me hubieras consultado desde el principio, podríamos haber evitado esta... escena. Pero claro, supongo que tus decisiones tienen su encanto. —En el tono de estas últimas palabras había reproche.
De repente, una risa hizo que todos se volvieran hacia la puerta. Inmaculada acababa de entrar en la sala y con una mano había parado a Duncan, que al ver a Amelia arrodillada y tratada como una mascota por el arcanista supremo, hizo ademán de lanzarse sobre él.
—¿Por qué exactamente necesitas mi sangre y la del archivista eterno, Elias? Sabemos que las historias a cubrir son las de mi hermana y Amelia. ¿O acaso hay algo más que no nos estás diciendo?
—Soy el tejedor de ilusiones, ¿dudas de mis habilidades?
—Para nada, dudo de tu lealtad.
—Si no utilizo vuestra sangre, vosotros no sabréis la verdad. Por ejemplo, si solo uso en el ritual para tapar la historia de esa inútil su sangre, solo ella y yo sabremos que no es hermana real del archivista eterno. Ni siquiera recordarás haberla convertido en mujer.
Amelia miró con cierta esperanza al tejedor de ilusiones. Eso le daría una nueva vida de verdad, sin estar sujeta de forma falsa a Alfonso e Inmaculada.
Inmaculada reflexionó con sus ojos fijos en Elías como si intentara ver más allá de sus palabras. Había lógica en lo que decía, pero también un matiz oculto, un gato encerrado que no podía ignorar. Inmaculada cruzó los brazos, con los ojos fijos en Elias. Había algo en su tono que le provocaba escalofríos, una cadencia demasiado ensayada para ser sincera.
—Si esa es la razón, no necesitas la mía. —Intervino Alfonso, meditando también sobre el motivo. —No me importa no saber que en realidad no es mi hermana o que Duncan no siempre ha sido un hombre.
Con esto, todas las miradas se centraron en Inmaculada.
—Supongo que puedo pasar sin acordarme de cómo mi hermana era mujer y cómo esa desgraciada era un hombre antes.
Elias torció el gesto, pero asintió al no poder motivar de otra forma la petición de la sangre de ambos.
—¿No van a ser castigados? —intervino el custodio de los sellos.
—Bueno, a esta niña la cogeré yo como mi gatita.
Amelia miró hacia los ojos del arcanista supremo, sin saber cómo había terminado apoyando su cabeza en el regazo de este y él le acariciaba la cabeza, haciendo desaparecer todos sus miedos.
—Tranquila, pequeña, podrías ser mi nieta. Solo estaba pensando en adoptarte como mi aprendiz y en las reuniones simplemente estar como estás ahora.
Duncan sintió cómo la ira y la impotencia bullían dentro de él, un torbellino que amenazaba con consumirlo. Su mente repetía una única idea: Amelia era suya, y no dejaría que se la arrebataran. Amelia le pertenecia, no era de la logia ni de aquel anciano que ahora la acariciaba como si fuera su mascota. Las palabras de Jose Ramón habían resonado como una sentencia, pero Amelia era suya, no de la logia ni de aquel anciano que ahora la acariciaba como si fuera su posesión.
—Me siento honrada —realmente dejaría que le acariciara eternamente la cabeza, era sumamente relajante—, pero soy la asistente de la señora Montalban, estoy prometida con Duncan y Alfonso pretende poner una de las empresas a mi nombre para dirigirla. No tengo tiempo para tanto.
—Me temo, gatita, que la exploradora del eterio y el archivista eterno, uno de sus castigos será no poder hacer uso de ti. No obstante, no te lo estoy preguntando; es una orden, será tu sacrificio.
Duncan sintió cómo la ira bullía bajo su piel. Amelia era suya, no de la logia, ni de Jose Ramón. Pero, ¿cómo enfrentarse a alguien tan poderoso? Sus manos temblaban, y por un instante deseó arrancarla de aquella habitación y llevarla lejos de todos.
Alfonso se levantó para protestar, pero inmediatamente se volvió a sentar, sabiendo su posición de debilidad actual.
—¿Podrá seguir siendo mi hermana?
—Por supuesto, y la prometida del hermano de ella. Solo será mi aprendiz, no mi amante. Ya empiezo a tener una edad y necesito pasar mis conocimientos a alguien joven —contestó el arcanista supremo mientras acariciaba la cabeza de Amelia.
—En cuanto a ustedes dos, quedaréis excluidos de la toma de decisiones del círculo externo durante cinco años, aunque conservaréis vuestros títulos. Además,Alfonso, tú servirás a la maestra de los ritos e Inmaculada, tú servirás a la guardiana del umbral. Por último, cualquier falta cometida durante ese periodo de tiempo acarreará la posibilidad de expulsión de ambos. Espero que este tiempo les sirva para reflexionar. La logia no perdona errores repetidos. Y recuerden: la paciencia del círculo interno tiene límites.
Alfonso apretó los puños hasta que sus nudillos se tornaron blancos, pero mantuvo la boca cerrada. Protestar ahora no solo sería inútil, sino que podría agravar su situación. Sintiendo cómo cada palabra del castigo se clavaba como un puñal en su orgullo. Ser relegado a servir a Eva era un golpe bajo, pero necesario. Inmaculada inclinó levemente la cabeza. Seguía manteniendo el semblante frío, aunque sus labios se tensaron en una línea fina y sus ojos delataban una tormenta interna.
Elias bajó la mirada, ocultando una fugaz chispa de satisfacción. Quizás este castigo no solo sería una solución para la logia, sino también para sus propios planes.
Salvador Gallego no pudo evitar sonreír, un gesto frío y calculador. Había esperado años para ver caer a Alfonso, y esta decisión era el primer paso hacia su objetivo. Con solo expulsarlo durante cinco años del círculo exterior, Alfonso por fin quedaba fuera de la lucha por la plaza disponible en el círculo interior.
—Si no hay ninguna otra objeción y todos los miembros del círculo interior están de acuerdo, este castigo empezará a aplicarse desde la próxima reunión de la logia. Donde será anunciado a todos los miembros. —Jose Ramón despeinó un poco la cabeza de Amelia con cariño. —En cuanto a ti, gatita, quiero que vengas el lunes a la logia a las nueve de la mañana.
—Sí, maestro. Será un honor. —contestó Amelia, inclinando la cabeza con una mezcla de alivio y resignación. Mientras el arcanista supremo daba por terminada la reunión, ella permaneció de rodillas, sintiendo cómo la aceptación de su destino le arrancaba una parte de lo que quedaba de su antiguo yo. Había no solo salvado su vida, sino ganado la protección de un poderoso valedor. Sin embargo, una punzada de dolor recorrió su pecho al darse cuenta de lo que había perdido: no solo su identidad como hombre, sino también la poca autonomía que aún le quedaba. Ahora era una gatita sumisa, atrapada bajo el dominio de fuerzas que no podía comprender ni resistir.
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