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020. Todo perfecto

Amelia perdió de vista a Alfonso, absorbida por la riqueza del lugar. Los candelabros de cristal bañaban el salón con una luz cálida, mientras el murmullo constante de las conversaciones se alzaba como una sinfonía lejana y envolvente. Estaba tan absorta en los detalles que no se dio cuenta de la llegada de Inmaculada y Duncan hasta que estuvieron justo frente a ella.

—Buenas tardes, Amelia. Me alegra encontrarte aquí —dijo Inmaculada con una sonrisa que ocultaba cualquier traza de espontaneidad. Su voz tenía ese tono controlado y elegante que siempre parecía calcular el impacto de cada palabra. —¿Has venido con tu hermano? —agregó con un aire despreocupado. Antes de que Amelia pudiera responder, continuó: —Permíteme presentarte a Duncan Martí, un buen amigo de la infancia y el CEO de Aurum de Alba.

Amelia levantó la mirada hacia Inmaculada, notando a su diablilla posada sobre su hombro con una expresión que casi parecía burlona. Tragó saliva antes de dirigir su atención a Duncan. Su presencia era imponente, con ese aire que solo alguien acostumbrado a tener el control podía proyectar. Dudó un instante, pero finalmente le extendió la mano.

—Encantada de conocerle, señor Martí. Soy una fiel clienta de Aurum de Alba; me encanta su ropa, como puede ver —dijo con una sonrisa que intentaba ser relajada, aunque el contacto visual con Duncan la hacía sentir incómoda. Había algo en él que la inquietaba, aunque no podía precisar qué era.

Duncan tomó su mano con una leve inclinación de cabeza, su mirada fija en ella con una intensidad que parecía atravesarla.

—El placer es mío, Amelia. Conocer a una mujer tan encantadora, y además clienta de nuestra boutique, es todo un honor. Dígame, ¿ha venido sola?

La pregunta hizo que Amelia tensara los labios un instante. Entendía perfectamente el juego. Por supuesto, debían fingir no conocerse. La impostura era necesaria, y ella debía interpretarla a la perfección.

—Oh, no —respondió finalmente, con una ligera inclinación de cabeza hacia Inmaculada. —Disculpad que no contestara antes. Vine acompañada de mi hermano, pero parece que se adelantó hacia nuestra mesa.

Miró a su alrededor, intentando localizar a Alfonso, aunque la multitud dificultaba la tarea. Sin embargo, algo llamó su atención. Una figura oscura y amenazante, el demonio de Alfonso, permanecía cerca de una de las mesas. Amelia no pudo evitar sonreír.

—Está por allí —dijo, señalando en la dirección donde había visto al demonio.

Inmaculada ladeó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa apenas perceptible. Era evidente que Alfonso no estaba a la vista desde su perspectiva, lo que la llevó a concluir que Amelia había hecho algo que le permitía ver más de lo que debería. Un pensamiento que guardó para sí, pero que no pasó desapercibido para su diablilla, que ladeó la cabeza con curiosidad.

—Entonces, vayamos juntos a su encuentro, ¿te parece? —sugirió Inmaculada, su tono tan amable como calculador.

Amelia asintió con una leve inclinación de cabeza, y el grupo avanzó hacia la mesa donde Alfonso conversaba con otro hombre. Al acercarse, las palabras del desconocido se hicieron audibles.

—Como le decía, nuestra firma podría defender mejor sus intereses comerciales —dijo el hombre, con un tono que denotaba exceso de confianza.

Amelia reconoció al instante a Jaime Villanueva, un directivo que conocía demasiado bien. Su pasado con él no era precisamente amigable, y al oírlo hablar, no pudo evitar intervenir.

—¿Y ya han aprendido a defender intereses comerciales sin cometer ilegalidades? —espetó con frialdad, sin molestarse en ocultar su desdén.

La sorpresa de Villanueva fue palpable, pero su tono se tornó condescendiente en un intento de retomar el control.

—Disculpe, Amelia. Puede que sea asistente de la señora Montalbán, pero no debería entrometerse en conversaciones de negocio que no le incumben.

Amelia llevó una mano a su pecho, fingiendo indignación mientras hacía un pequeño puchero.

—Hermano, este señor es un grosero. Además, él y sus subordinados me tocaron el trasero en otra ocasión —dijo con una mezcla de candidez y acusación directa, dejando que sus palabras cayeran como una bomba en la conversación.

Alfonso se giró hacia Villanueva con una expresión sombría y helada que hizo que el empresario se encogiera ligeramente en su asiento.

—Me temo que, si le faltó al respeto a mi hermana, no merece mi tiempo ni mis negocios —dijo Alfonso, su tono cortante como una hoja afilada. Luego miró hacia Inmaculada con una ligera sonrisa, ignorando por completo al aturdido Villanueva. —Buenas noches, Inmaculada. Veo que ya has encontrado a mi hermana. ¿Está haciendo un buen trabajo como tu asistente?

La tensión en el rostro de Villanueva era evidente. Cada palabra de Alfonso y Amelia lo hundía más, y cuando Inmaculada presentó a Duncan como CEO de Aurum de Alba, su incomodidad alcanzó un nuevo nivel. Cualquier posibilidad de redimirse parecía desvanecerse.

Amelia no perdió la oportunidad de dar el golpe final.

—Por cierto, señor Villanueva, ¿cómo van los problemas legales de su empresa? —preguntó Amelia, con una dulzura venenosa que no dejaba espacio a la duda. —Por cierto, su acompañante no parece ser su esposa. ¿Quizás sea su nueva amante?

El comentario provocó un murmullo entre los demás asistentes en la mesa. Las miradas se desviaron hacia la mujer que acompañaba a Villanueva, cuyos ojos parecían buscar desesperadamente una salida. La vergüenza era palpable, y Villanueva supo que esa noche su reputación había sufrido un golpe del que tardaría en recuperarse.

Jaime había movido cielo y tierra para conseguir un lugar en la mesa de Alfonso Contreras e Inmaculada Montalbán. Había presionado a contactos, intercambiado favores y prometido alianzas estratégicas. Todo eso para recuperar una reputación que, aunque maltrecha, aún le permitía mantenerse a flote. Pero Amelia, con apenas cinco minutos, lo había reducido a cenizas.

Ser hermana de Alfonso Contreras y asistente de Inmaculada Montalbán la vinculaba directamente con dos de los empresarios más influyentes del país. Ahora, gracias a su afilada lengua, no solo había saboteado cualquier posibilidad de reconciliación con Montalbán, sino que lo había desacreditado frente a dos gigantes más en la mesa: el señor Antúnez y el señor Montiel, figuras clave en los sectores de energía y telecomunicaciones. Y para colmo, ahora estaba bajo el escrutinio del CEO de Aurum de Alba, cuya reputación por ser implacable en los negocios solo añadía peso a la humillación de Jaime.

Durante la comida, Jaime apenas pudo probar bocado. Cada vez que intentaba emitir una opinión, Amelia lo interrumpía con comentarios cargados de información que parecía imposible que ella conociera.

—Es curioso que mencione eso, señor Villanueva —dijo Amelia con una sonrisa que era todo menos inocente, mientras dejaba con cuidado su copa de vino en la mesa. —Porque, según recuerdo, su empresa fue multada el año pasado por utilizar información privilegiada en la compra de activos inmobiliarios en Madrid. Claro, siempre es fácil invertir cuando ya sabes cómo va a jugar la partida, ¿no?

Jaime se atragantó con un sorbo de agua, y todos en la mesa giraron sus cabezas hacia él. El señor Antúnez levantó una ceja, claramente interesado en lo que acababa de escuchar.

—Es una acusación grave, señorita Contreras. Estoy seguro de que el señor Villanueva tiene una explicación convincente para aclarar ese asunto —dijo Antúnez, con un tono que no ocultaba del todo su escepticismo.

Jaime intentó responder, pero Amelia se adelantó con rapidez.

—Oh, no lo llamaría una acusación, señor Antúnez. Es información pública, aparecida en varios medios. Aunque claro, imagino que la prensa a veces "malinterpreta" los hechos, ¿verdad, señor Villanueva? —dijo, inclinándose ligeramente hacia Jaime, su sonrisa ampliándose.

El rostro de Jaime se puso rojo como un tomate, y Alfonso dejó escapar una ligera risa, claramente disfrutando del espectáculo. Duncan, sentado a un lado, observaba la escena con una mezcla de diversión y sorpresa. Amelia no solo estaba controlando la conversación, sino que lo hacía con una precisión quirúrgica.

Cuando Jaime intentó recuperar algo de dignidad lanzando una crítica al manejo financiero de Aurum de Alba, Amelia volvió a arremeter con una precisión que dejó a todos boquiabiertos.

—Interesante punto de vista, señor Villanueva. Aunque resulta curioso que alguien cuya empresa tuvo que liquidar activos a pérdida el trimestre pasado se atreva a hablar de estrategias financieras. —Amelia hizo una pausa, como si estuviera considerando algo, y luego agregó con fingida inocencia: —Oh, cierto. Eso no era público, ¿verdad? Mis disculpas. Supongo que ahora lo es.

El ambiente en la mesa se tensó aún más. Villanueva parecía un hombre al borde del colapso, mientras el resto de los presentes intercambiaban miradas que iban desde el asombro hasta la incredulidad.

—¿Qué clase de prácticas realiza su empresa, señor Villanueva? —preguntó Montiel, su tono casi aburrido, como si ya supiera la respuesta. —He oído rumores sobre ciertos conflictos internos, pero parece que hay mucho más detrás de esos rumores.

Amelia no perdió la oportunidad de añadir más leña al fuego.

—Oh, sí, los conflictos internos son bastante conocidos. Especialmente después de que uno de sus directivos renunciara alegando "diferencias éticas". ¿Cómo era su nombre? Ah, claro, señor Gómez. Un hombre brillante, aunque parece que no compartía la misma visión de negocios que usted, ¿verdad?

Jaime apretó los labios, claramente al borde de un ataque de nervios. Cómo conocía todos esos datos, esa maldita cría se preguntaba sin parar. Inmaculada, que había permanecido en silencio hasta ese momento, se inclinó ligeramente hacia adelante.

—Amelia, querida, tienes una memoria impresionante. Aunque me pregunto, señor Villanueva, si esa "visión de negocios" incluye traer a una acompañante que no es precisamente su esposa. —Sus palabras eran suaves, casi dulces, pero el veneno detrás de ellas era innegable.

La mujer que acompañaba a Jaime, que hasta entonces había intentado mantenerse discreta, palideció notablemente. Un murmullo recorrió la mesa, y las miradas de desaprobación hacia Villanueva se hicieron aún más evidentes.

Jaime no pudo soportarlo más. Murmuró una excusa y se levantó de la mesa, llevándose consigo a su acompañante, que apenas podía mantener la cabeza en alto.

Cuando se alejaron, Amelia tomó un sorbo de su vino, satisfecha. Había disfrutado dando una paliza a su antiguo jefe, pero sobre todo vengándose de lo ocurrido en el edificio de las empresas de la Inmaculada Montalban. Esto sí era una venganza; en la reunión solo actuó haciendo bien su trabajo.

—Creo que al señor Villanueva le vendría bien una copa. Aunque tal vez debería evitar el alcohol; con tanto estrés, podría no sentarle bien —comentó, provocando una risa contenida de Duncan.

Alfonso se inclinó hacia ella, susurrándole con una sonrisa aprobatoria:

—No sabía que tenías un lado tan despiadado, hermanita.

Amelia le devolvió la sonrisa, aunque su mirada aún estaba fija en el lugar donde Jaime había estado sentado.

—A veces, hermano, simplemente hay que devolver lo que recibes.

Alfonso sonrió ante las palabras de Amelia.

—Aunque en esta ocasión haya sido multiplicada por mil.

Amelia se llevó la mano al pecho y puso cara de puchero.

—Ahora yo tendré la culpa de que Villanueva sea un mal empresario, un mujeriego y un ser despreciable con las mujeres —bromeó Amelia, adoptando un tono ligero, aunque en sus ojos aún danzaban las brasas de su reciente ataque.

Las otras damas asintieron con gestos aprobatorios, como si compartieran un entendimiento tácito sobre la naturaleza de hombres como Villanueva. Pero para Amelia, la conversación había perdido interés. Su mirada vagó nuevamente por la sala, saltando de mesa en mesa. A primera vista, el lugar parecía un escenario de normalidad: hombres y mujeres bien vestidos, brindis elegantes y sonrisas impecables. Pero cuando afinó su percepción, vio lo que los demás no podían.

Pequeños demonios y sombras etéreas se deslizaban entre las mesas, encaramados a los hombros de empresarios y esposas por igual, como parásitos invisibles. Otros flotaban cerca de las lámparas, proyectando siluetas inquietantes que parecían moverse independientemente de las luces. Amelia tragó saliva, intentando ignorar el escalofrío que le recorría la nuca. ¿Cuántos de ellos pertenecían también a la Logia de la Luna Roja? ¿Qué secretos se cocían en este lugar mientras las copas de vino chocaban con elegancia?

—¿Amelia? —La voz de Magdalena, la esposa del señor Antúnez, la sacó de sus pensamientos.

—Sí, disculpe, estaba pensando en la trama de la novela que estoy leyendo —mintió rápidamente Amelia, forzando una sonrisa. —¿Me decía, Magdalena?

—Preguntaba si hay algún joven afortunado en su corazón —respondió la mujer con una calidez sincera, aunque sus ojos la examinaban con una curiosidad afilada.

Amelia desvió la mirada hacia Alfonso e Inmaculada, enfrascados en una animada discusión sobre las nuevas reformas fiscales. Luego, sus ojos se posaron en Duncan, quien escuchaba atentamente a Montiel. Algo en su postura, en su calma contenida, la hizo estremecerse. Parecía un depredador en reposo, acechando a su presa sin mover un solo músculo.

—En realidad, mi hermano e Inmaculada ya me han organizado un matrimonio —respondió Amelia con una sonrisa amarga, aunque su voz apenas ocultaba el peso de aquellas palabras. Volvió la mirada hacia Duncan, cuyas facciones permanecían impasibles. —Apenas lo he conocido; quizás deba darle una oportunidad.

Magdalena arqueó una ceja con sutileza, visiblemente intrigada.

—Estoy segura de que es un joven encantador. Pero si no congenias, querida, hay muchos otros que estarían encantados de conocerte.

La calidez en la voz de Magdalena era sincera, pero Amelia apenas pudo devolverle una sonrisa débil. La amabilidad de aquella mujer era un bálsamo extraño en medio del caos, aunque Amelia sabía que no podía confiarse en exceso. Era un mundo donde las decisiones se tomaban en susurros, donde su vida ya no le pertenecía.

Mientras fingía escuchar, su mirada vagó hacia la multitud con cierto aire distraído. Alfonso e Inmaculada seguían conversando animadamente, como si nada pudiera perturbar su aparente control. Duncan, sentado al otro lado de la mesa, también parecía ajeno a todo, atento únicamente a Montiel. Por un instante, Amelia se permitió pensar que quizás aquella noche transcurriría sin más sobresaltos. Que la humillación de Villanueva sería suficiente.

Sin embargo, lejos de su atención, en el otro extremo del salón, Jaime Villanueva apenas podía mantenerse en pie después de lo ocurrido. El brillo arrogante que lo había acompañado al inicio de la velada se había extinguido, reemplazado por un aire de derrota. Apenas notó la presencia de dos hombres que se acercaron con paso decidido y rostros impasibles.

—Señor Villanueva —murmuró uno de ellos, su tono grave pero educado, como si se dirigiera a un socio de confianza. —Me temo que esta noche no ha sido la mejor para usted.

Jaime alzó la cabeza lentamente, sus ojos aún turbios por la vergüenza. La voz del hombre tenía algo que lo anclaba, una calma peligrosa que parecía prometer soluciones.

—Lo que ocurrió en su mesa ha sido... desafortunado —continuó el otro, con un tono más calculador. —Pero los momentos difíciles crean oportunidades, ¿no le parece?

Jaime miró a ambos hombres, desconcertado pero esperanzado. ¿Quiénes eran? ¿Por qué se acercaban a él en ese momento de debilidad?

—¿Qué clase de oportunidades? —preguntó finalmente, con un hilo de voz.

—Intereses compartidos, señor Villanueva —respondió el primero, con una sonrisa apenas perceptible. —A veces, tener un enemigo común puede llevar a una alianza muy beneficiosa.

Mientras aquellos murmullos peligrosos se desarrollaban, Amelia seguía ajena a la conversación. Su atención estaba en su copa de vino, que giraba lentamente entre sus dedos. La velada parecía haberse calmado, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió cansada. El peso de las últimas semanas, de la transformación de su vida y de las expectativas impuestas sobre ella, comenzaba a asentarse.

—¿Todo bien, hermanita? —La voz de Alfonso interrumpió sus pensamientos. Su hermano la observaba con una mezcla de afecto y curiosidad, como si intentara leer en ella algo que no terminaba de comprender.

Amelia forzó una sonrisa mientras asentía.

—Todo perfecto —respondió con voz suave, tomando un pequeño sorbo de su vino.

Alfonso pareció aceptarlo, regresando a su conversación con los empresarios. Amelia, por su parte, dejó la copa en la mesa y se reclinó ligeramente en su asiento. Tal vez, por una noche, podría dejarse llevar por la ilusión de que todo estaba bien.

En el otro extremo del salón, las miradas de los dos hombres se cruzaron fugazmente. Una sonrisa oscura se dibujó en los labios de uno de ellos mientras Villanueva asentía, casi imperceptiblemente, a lo que le estaban proponiendo.

Amelia seguía ajena a los movimientos oscuros que se tejían a su alrededor. Las sombras danzaban en silencio, trazando una red invisible que pronto se cerraría sobre ella. La calma que sentía era una ilusión frágil, una tregua engañosa antes de que la tormenta reclamara su lugar.

Pero por ahora, ella no podía verlo. Y quizás eso era lo más peligroso de todo.

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