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018. La carga de las decisiones

—Hermana, ¿cómo pudiste permitir que Alfonso se llevara a Amelia? ¡Era mi momento para estar con ella! —exclamó Duncan, con la furia y la confusión desbordándose en su voz, mientras observaba cómo Alfonso y Amelia desaparecían junto a Luis.

Inmaculada alzó una ceja, estudiándolo con incredulidad, aunque una sombra de preocupación cruzó su rostro. Era extraño verlo así. María, incluso Roberto, jamás había mostrado esa intensidad posesiva. Algo en el cambio parecía haber despertado un lado de su hermano que nunca había visto antes.

—¿Te estás oyendo? —respondió, con un tono gélido que cortaba como un cuchillo. —Amelia será tuya... pero no con esa actitud. Estaba temblando de miedo frente a ti. Si sigues así, lo único que conseguirás es que te rechace. —Su mirada recorrió los restos del vestido que se encontraban en el suelo, hechos jirones de tela. Chasqueó la lengua con disgusto. —Póntelos como una toalla, por lo menos así cubrirás tu indecencia —replicó con un toque de sarcasmo, señalando hacia los restos.

Duncan apretó los puños, pero obedeció. El peso de sus emociones chocaba con la firmeza de las órdenes de su hermana. Inmaculada, por su parte, dejó escapar un suspiro de impaciencia. Había tantas cosas por hacer antes de la presentación de ambos esa noche...

—Daniel, préstale uno de tus trajes. Lo agrandaré con magia. Luego espérenme en mi habitación —ordenó, su tono marcando el final de la discusión.

Sin esperar respuesta, giró sobre sus talones y subió las escaleras, su mente ya ocupada con la logística de las tareas pendientes. Mientras se alejaba, Daniel intercambió una mirada incómoda con Duncan, quien todavía parecía debatirse entre la ira y la incertidumbre. Ambos sabían que la conversación con Inmaculada no sería la última palabra en este asunto.

La habitación de Amelia estaba impecable, como si su antigua ocupante nunca la hubiera ocupado. Inmaculada cerró los ojos por un momento, dejando que una ola de nostalgia la invadiera. Transformar a Roberto había sido una decisión necesaria, pero las implicaciones de aquel acto se extendían más allá de lo que había anticipado. Duncan no solo había ganado un cuerpo, sino una presencia que alteraba el delicado equilibrio que ella había construido. Lo que había comenzado como una lección para Roberto había culminado en la creación de Duncan, un hombre cuya presencia alteraba por completo el equilibrio que Inmaculada había planeado y el cual parecía alguien distinto a su hermana María.

Con un gesto de su mano, invocó un portal interdimensional. Del vórtice surgieron varias sombras informes que pronto tomaron forma: demonios de apariencia grotesca, con garras afiladas y movimientos sinuosos. Los demonios se desplazaron hacia el vestidor de Amelia, comenzando a recoger cada prenda y accesorio. Para un no iniciado, parecería que las cosas flotaban hacia el portal, pero Inmaculada sabía bien que esas criaturas estaban haciendo el trabajo. Como exploradora del eterio, hacía tiempo que ella veía a las criaturas de otros planos sin necesidad de recurrir a pociones.

Mientras observaba el proceso, su mente vagó hacia María. Como Duncan, su hermana parecía haber cambiado. Era más directa, más intensa. Una parte de Inmaculada temía que esa nueva actitud pudiera convertirse en un obstáculo para el futuro que habían planeado para Amelia y Duncan.

Dime, ¿hay alguna esperanza de que pueda recuperar su forma si este plan fracasa? —preguntó, dirigiéndose a su diablilla personal, con una mezcla de preocupación y cautela.

La pequeña criatura, de ojos brillantes y un cuerpo que se movía sinuosamente como si fuera una serpiente o un felino, dudó por un instante antes de responder.

—Sólo si hay amor verdadero entre ambos, y realizan un pequeño sacrificio... tras tener un hijo juntos.

Inmaculada soltó un suspiro pesado.

—¿Puro e incondicional por parte de los dos?

La diablilla asintió, aunque su expresión reflejaba dudas. Sabía que las palabras "pequeño sacrificio" podían tener un significado aterrador para los humanos. Pero esa preocupación era secundaria comparada con la tarea inmediata: preparar la transición de María a Duncan.

Cuando el último vestido desapareció por el portal, Inmaculada movió la mano para cerrarlo. Se quedó un instante en el centro de la habitación vacía, sumida en sus pensamientos. Era difícil ignorar la sensación de que, con cada paso que daba, se alejaba más de la hermana que había conocido.

Inmaculada abrió otro portal hasta la habitación de María en casa de los padres de esta. Ella era la exploradora del eterio, pero aun así el atravesar los planos a través de portales no era algo seguro para un humano. Con un nudo en su garganta, miró a su diablilla y juntas atravesaron el portal. En la dimensión humana, apenas transcurrió un segundo al cruzar el portal, pero en el eterio, el tiempo fluía de manera distinta. Para ellas, el trayecto duró cerca de diez minutos. Cruzándose con demonios y diversas criaturas que habitaban otros planos. Cuando por fin puso el pie en el otro lado del portal, suspiró complacida por otro viaje sin problemas.

En el cuarto de María, el tiempo parecía haberse detenido. Las fotos en las paredes y sobre el escritorio narraban una vida que ahora parecía lejana. Inmaculada entró con pasos cuidadosos, como si temiera perturbar los recuerdos atrapados en ese espacio.

Se dirigió al vestidor, comenzando a transformar cada prenda y accesorio en versiones masculinas. Los vestidos se convirtieron en trajes de chaqueta, las joyas en relojes y gemelos. Mientras trabajaba, una leve sonrisa asomó a sus labios al recordar las tardes de infancia que había pasado cuidando de María, antes de saber que compartían la misma sangre.

Cada prenda que se transformaba en un traje masculino era como borrar, pieza por pieza, a la hermana que una vez había conocido y amado. Recordaba cuando María insistía en usar un vestido rojo para una fiesta de cumpleaños, a pesar de que su madre prefería algo más discreto. Inmaculada suspiró, dejando que el recuerdo se deslizara por sus pensamientos mientras observaba cómo las telas cambiaban de forma. Ahora, ese vestido no era más que un traje sobrio, sin rastro de la rebeldía que alguna vez definió a María.

Fue entonces cuando la diablilla sacó una caja de debajo de la cama. Inmaculada arqueó una ceja al ver el contenido: una colección de juguetes íntimos que, aunque comunes para una mujer adulta, resultarían desconcertantes si alguien pensaba que pertenecían a un hombre.

—Creo que me llevaré esto también. Podrían levantar sospechas. Quién sabe, quizá Duncan quiera usarlos con Amelia... —comentó, dejando escapar una leve risa.

Tras asegurarse de que no quedaba nada que pudiera comprometer la nueva identidad de Duncan, Inmaculada cerró el portal y regresó a su propia casa. A cada paso, sentía el peso de sus decisiones como una losa que amenazaba con aplastarla. Había querido controlar el destino de todos, pero ahora la incertidumbre de lo que había desatado la consumía.

En la habitación de Inmaculada, Duncan ya estaba esperando con uno de sus albornoces puesto junto a Daniel y un conjunto de ropa con todos los complementos sobre la cama. vestido con el traje que había proporcionado Daniel.

Inmaculada se sentó un momento en la cama para recuperar energía. El camino de vuelta no había sido tan sencillo; unos demonios se pusieron tontos al verla pasar por los planos y tuvo que confrontarlos. Eso, junto con la energía gastada en los portales y en cambiar el dormitorio de su hermana, le había dejado exhausta.

—Tienes que cambiar esa actitud, hermano —dijo Inmaculada con firmeza mientras recuperaba el aliento. —Si sigues comportándote como un niño que quiere su juguete ahora mismo, Amelia nunca llegará a quererte.

Duncan la miró con los ojos entrecerrados, pero no respondió. La frustración hervía en su interior, aunque sabía que Inmaculada tenía razón. Este nuevo cuerpo le otorgaba un poder físico que podría usar para dominar a Amelia por la fuerza, pero lo que realmente deseaba era algo mucho más difícil: su amor, su alma. Sabía que eso no podía obtenerse mediante imposición. Aún no entendía por completo su cuerpo, y debía aprender a controlarlo si quería lograr lo que deseaba.

—Dime lo que tengo que hacer —dijo finalmente, su voz cargada de resignación.

Inmaculada sonrió, pero no había calidez en su expresión.

—Primero, deja de pensar en Amelia como algo que posees. Ella es una persona, no un premio. Segundo, sigue mis instrucciones al pie de la letra esta noche. Si fallas, podrías perderla para siempre.

—¿Por qué? Tú puedes forzarla a estar conmigo. —protestó Duncan, enredando nerviosamente los dedos en el cinturón del albornoz.

—Ahora es la hermana de Alfonso. ¿Crees que será tan sencillo arrebatarle a alguien que acaba de presentar en sociedad? —Inmaculada dejó escapar un suspiro cansado. —Además, hay un pacto mío con Alfonso. Debo aceptar sus citas. ¿Sabes qué tan terrible podría ser si hago o permito algo como secuestrar a Amelia para entregártela?

Duncan asintió, sabiendo que no tenía otra opción.

—Entonces, empecemos.

—No tan rápido. Aun debo recuperar algo de energía para arreglarte esa ropa. Después debemos ir a comprarte ropa de hombre; supongo que para cuando lleguemos ya te reconocerán en "Aurum de Alba". Al fin y al cabo, eres su diseñador estrella, CEO y principal accionista.

Duncan miró con aburrimiento a su hermana. Siempre había preferido mantener un perfil bajo. Como CEO, era prácticamente un fantasma: evitaba los medios, rara vez aparecía en la oficina y casi todas sus órdenes las daba por correo electrónico. En cuanto a cómo el diseñador estrella de "Aurum de Alba" era un misterio escondido bajo la firma Darknight. Por alguna razón ahora sentía ganas de cambiar algunas de esas cosas. Este nuevo cuerpo parecía también haberle dado confianza para ello.

Con esfuerzo, Inmaculada se incorporó y empezó a modificar la ropa para Duncan. La tarea parecía simple, pero cada hechizo le drenaba energía de forma imperceptible. Apenas terminó, sus piernas flaquearon y cayó sobre la cama como si su cuerpo se hubiese rendido al agotamiento. Duncan y Daniel reaccionaron al instante, lanzándose hacia ella con preocupación.

—¿Qué ocurre, mi señora? —La cara de Daniel era de máxima preocupación. ¿Cuánta energía mágica debía haber gastado su señora para derrumbarse de esa manera?

—¡Hermana! Dime que te vas a poner bien.

—Tranquilos, me pondré bien. El camino de vuelta fue algo complicado. Solo necesito descansar. Podéis terminar la tarea vosotros dos solos. Esta noche debemos ir a la cena de la asociación de empresarios. Estad de vuelta a las siete y listos.

Mientras se tumbaba en la cama, Inmaculada dejó que el cansancio la envolviera. Su cuerpo estaba agotado, pero su mente no dejaba de correr. "¿Habrá sido un error transformar a Roberto? ¿Podrá Duncan adaptarse a esta nueva vida sin perderse en la arrogancia que parece haber despertado en él? Amelia... ¿Podrá alguna vez comprender la razón de su transformación?" Sus pensamientos flotaban entre la culpa y la necesidad de mantener el control, pero sabía que no podía permitirse dudar. No ahora.

Exhausta, observó con ojos entrecerrados cómo Duncan y Daniel salían de la habitación tras haber terminado de vestirse. Sabía que esa noche compartiría mesa con Alfonso. "¿Debería interpretar esta cena como una cita con Alfonso, o simplemente otra pieza en el tablero de sus intrincados pactos? ¿Y Amelia? ¿Podrá encontrar en Duncan el amor que tanto necesitan, o el peso de esta transformación los aplastará a ambos?" Se preguntó también cómo evolucionaría el encuentro entre Amelia y Duncan. "¿Sería ella quien decidiera la disposición en la mesa? ¿O Alfonso insistiría en sentarse junto a ella mientras dejaba a Amelia y Duncan separados por ellos?"

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